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Probablemente, ¡la más triste de mis noventa y dos años! junto con la de 1936, en “zona roja” (en Santander). Pude haber vivido una tercera “triste Navidad” en 1958 (en la Habana) pero, entonces, los cubanos estaban tan ciegos por su “fidelismo fanático” que, para ellos, fue una de las más alegres de la Historia: ¡Había triunfado la Revolución y llegaba la Libertad!
La Navidad triste de 1936, en mi caso, va asociada — además de a la negrura roja y marxista–, al primer bombardeo de la Capital de la Montaña. Con este agravante: las primeras bombas de ese día, cayeron en mi barrio y solo a unos cincuenta metros de donde estábamos jugando los chavales aquel fatídico sábado 26 de diciembre. Salvamos la vida, eso sí, pero a costa de la de un sargento que, pocos minutos antes de explotar la primera, a base de gritos desesperados, nos había obligado, a meternos a todo correr en los sótanos de las casas vecinas. Cuando acabó el bombardeó, él –que había salvado nuestras vidas– yacía en la calle, muerto por la metralla de esas bombas.
Todos conocen de oídas o leídas, las consecuencias de aquel primer bombardeo: los rojos, asesinaron a mansalva a muchos de los falangistas, curas y gente decente, detenidos en los “barcos-prisión” amarrados en los muelles de la bahía.
Y aprovecharé la ocasión para resaltar una vez más la degeneración mental, espiritual, humana, de los cobardes hijos, familiares, o herederos espirituales de los héroes y mártires montañeses –y del resto de España—… ¡Seglares unos, sacerdotes, religiosos u obispos, otros!
Me explicaré:
El 26 de agosto de 2007, con motivo del “septuagésimo aniversario” de la Liberación de Santander, fui invitado a pronunciar unas palabras (“Yo estaba allí”…ese día), al pie de la Catedral (allí donde los montañeses enteros siguen reuniéndose cada año para agradecer al Caudillo el habernos sacado del terror rojo), pero no pude hacerlo. Nada más iniciar mis palabras todas las campanas de la catedral empezaron a sonar al unísono…y era imposible oírme. Alguien me aclaró todo luego: “sin duda, esto, es obra de un cura de la catedral que nos detesta”, con el agravante de que uno de sus hermanos o su padre –ahora no recuerdo bien—fue asesinado el 27 de diciembre, como tantos otros, en represalia por el bombardeo.
El 25 de diciembre de 1958, Batista, cansado de ver cómo le traicionaban los gringos y regalaban Cuba a Castro (siguiendo las órdenes del diario sionista New York Times, portavoz mundial de la Sinagoga de Satanás), sin decir nada a nadie, tomó el avión y se largó de Cuba.
Ese periódico (“NYT”), experto en embustes, había creado el “mito Fidel” por medio del máximo canalla de la prensa mundial —el australiano Herbert Lionel Matthews–, con su inventada entrevista a Fidel en la Sierra, de la que se hicieron eco todos los “media” al servicio de Sionismo.
Los cubanos, por otra parte, “fidelistas” en una 90 % muy pasado, engañados por la revista “Bohemia” (cuyo dueño y director se suicidó dos años después, cuando comprobó todo el fruto de su maldad) , unida al resto de la prensa sionista mundial, habían logrado convertirlo en el prototipo del dictador asesino. Lógicamente el Pueblo cubano, estaba convencido de que con Fidel se abrirían las puertas del Cielo en la Isla.
¡Pobre “masa”, engañada siempre, como ahora lo está el “rebaño español de borregos”! Catorce años llevaba yo intentando abrir los ojos de cuantos me rodeaban y los de mis alumnos, para ver que “la democracia partitocrática es el camino más directo y corto hacia la tiranía” inútilmente. La Navidad de 1958 fue “de lo más feliz para los cubanos” Pero Fidel no lo creía y tardó una semana en hacer los mil kilómetros que separan Santiago de Cuba de la Habana… e hizo todo el trayecto en transporte blindado. ¡De risa! No puedo menos que carcajearme cuando compruebo la idea que tienen sobre lo que fue la revolución castrista quienes no vivieron aquello, En mi libro ARDE EN LAS MANOS pueden leer un capítulo titulado “La Comedia que acabó en Tragedia”. Un “título—resumen” perfecto para lo que fue aquella revolución.
Por cierto hace sesenta años regresé a España, he dado decenas de charlas sobre el tema, pero ¿creen que “los difusores de la Verdad” en periódicos y radio y televisión, llamados “nuestros” se han preocupado de conocer mi opinión?
Un curriculum de éxitos profesionales, centenares de charlas dadas sobre el tema, Un doctorado en Filosofía y Letras –con el número uno de la promoción–, varios libros escritos, no dan la talla para ser invitado de “nuestros medios escritos”, radiados o televisivos…
No olvidaré las tonterías que escribió el gran Gironella –el de los «Los cipreses creen en Dios” (¡gran libro!, inmortal), después de una semana en la Cuba recién “liberada”. Se ve que el Espíritu Santo le dotó de ciencia infusa al gerundense y se atrevió a explicar “ex cátedra” a los españoles lo ocurrido en la Perla del Caribe y su Revolución… Entonces me reí a gusto. Luego, durante estos sesenta años, —ya en mi Patria– he visto que los dirigentes de “nuestros medios” tienen un olfato colosal para invitar y promocionar a nuestros enemigos…
Me imagiono que podré exponer con voz más alta, pero no más clara, lo agradecido que les estoy por su interés en recoger información fidedigna sobre el proceso cubano, modelo del venezolano y del que ya están a punto de implantar en España e ignorarme por completo. Queridos defensores de la Verdad y de los ideales patrios, son ustedes unos “genios” y, además, dotados de “olfato de rastreadores”.
Autor
- GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.