21/11/2024 16:49
Getting your Trinity Audio player ready...

Tal vez, a primera vista llame la atención el título del presente trabajo, sin embargo, se trata de una cadena de hechos que, por insólitos hasta ese instante en una ciudad como La Coruña, provocaron no solo alarma en la ciudadanía sino también que una parte de estos sucesos transcendiesen a nivel nacional por medio de la prensa, especialmente la madrileña, convirtiéndose en noticia destacada en muchos de estos diarios.

La Coruña, capital indiscutible de Galicia, su ciudad más adelantada y cosmopolita, contaba con el principal núcleo de Instituciones representantes del poder central en la Región: la Capitanía General, lo que implicaba una fuerte guarnición con varios Cuerpos del Ejercito presentes en la plaza, y la Real Audiencia, ambas fijadas, definitivamente, en La Coruña por el Rey D. Felipe II en el siglo XVI, tras su creación, un siglo antes, por los Reyes Católicos, D. Fernando y Dña. Isabel.

Por estas fechas, su población rondaba los 50.000 habitantes (el censo de 1910 fija en 47.084 los de hecho y 49.290 los de derecho); varios teatros, con representaciones dramáticas y de zarzuela, y sociedades de carácter recreativo, con tertulias de alto nivel intelectual, constituían el motor de la vida socio-cultural ciudadana; hoteles de postín concitaban la presencia de numerosos veraneantes al llegar la época estival que acudían a recibir los salutíferos baños de mar y de sol; el comercio, puntero con relación al resto de las urbes gallegas, junto con el puerto, abierto al Atlántico, e incluso cierta actividad fabril, dinamizaban la economía coruñesa. Sus gentes, abiertas y elegantes, permeables a nuevas corrientes, conferían a la ciudad, a sus calles y a sus paseos, un ambiente alegre, populoso y vanguardista, difícilmente parangonable con otras de su entorno.

En cuanto a la situación general de España, digamos que a partir de 1903 se vivió una nueva escalada de atentados de carácter anarquista que tuvieron como escenario diferentes localidades españolas aun cuando el record correspondió a Barcelona convertida en una especie de «ciudad de las bombas». Tampoco hay que olvidar los dos atentados sufridos por S.M el Rey D. Alfonso XIII, uno en París en 1905 y otro, al año siguiente, en Madrid el día de su boda. Todo ello provocó que el Presidente del Gobierno, Antonio Maura, que ocupaba la presidencia del Consejo por segunda vez (1907-1909), comenzase a trabajar en un proyecto de Ley antiterrorista o de represión del anarquismo, inspirada en la de 1894, que finalmente no fue aprobada.

El debate de esta Ley estaba provocando serias controversias no solo en las Cámaras, sino también en la opinión pública; desde la adopción de posturas radicales entre los sectores de la izquierda que veían en ella un recorte de libertades, hasta las fuertes campañas alentadas por la prensa a nivel nacional adoptando posturas muy críticas sobre este texto legal; todo ello era una repetición de lo sucedido con motivo de la entrada en vigor de otras que con fines similares la precedieron, la última de 1896 que, aunque en suspenso, también sirvió de referente para el nuevo proyecto de texto legal que finalmente fue desestimado en el Congreso en junio de 1908 pese a su aprobación previa en el Senado.

En este escenario fue, precisamente, donde aquella primavera de 1908 se desarrollaron los hechos que a continuación vamos a narrar.

El primero de estos sucesos a los que hemos hecho referencia tuvo lugar en la mañana del domingo 24 de mayo de 1908 en la iglesia de San Jorge, una de las más emblemáticas de la ciudad, en la que se celebraban, por aquellas fechas, las funciones religiosas más relevantes y especialmente las de carácter oficial que concitaban la presencia de autoridades civiles y militares y representaciones de la vida social coruñesa.

La iglesia de San Jorge, templo de estilo barroco con clara inspiración compostelana, se halla situada en el barrio de la Pescadería, el más comercial y pujante de la ciudad, muy próxima al actual Palacio Municipal, si bien en el instante histórico al que hacemos referencia las Casas Consistoriales coruñesas se ubicaban en un edificio anejo al templo, formando con él un ángulo recto a cuyo frente se extendía una plaza de planta rectangular que por tal motivo se convertía en una suerte de plaza mayor de la ciudad. La construcción de esta iglesia se inició en 1693 no concluyendo definitivamente hasta 1906, dos años antes del suceso que nos ocupa.

En origen, una iglesia con esta misma advocación, de mala fábrica, se hallaba ubicada en el solar que en 1908 ocupaba el llamado Teatro Nuevo, hoy Rosalía de Castro, así como las dependencias de la Diputación Provincial y del Gobierno Civil en cuyos bajos se encontraban la Inspección del Cuerpo de Vigilancia y la Prevención del de Seguridad, en tanto que en la actual iglesia de San Jorge abría sus puertas la de San Agustín; precisamente tras la exclaustración de los Agustinos, en las dependencias de su antiguo convento, se instalaron las Casas Consistoriales de la ciudad, mientras que la iglesia cambió de advocación bajo el nombre de San Jorge.   

La iglesia de San Jorge ya por aquellas fechas constituía una de las dos parroquias de la Pescadería junto con la próxima de San Nicolás; sin embargo, en su caso, por la proximidad con las Casas Consistoriales y con una buena parte de los Acuartelamientos militares de la ciudad, esta iglesia era, de alguna manera, el templo de referencia de La Coruña pese a que esta contaba con una Colegiata en la parte alta o vieja coruñesa.

Las principales efemérides religiosas; los Oficios de Semana Santa a los que asistían las Autoridades; incluso las misas dominicales a las que acudían las diferentes Unidades de la guarnición tenían como eje y punto de celebración esta iglesia de San Jorge, a la que también concurría, de forma habitual, lo mejor de la sociedad coruñesa, al menos su burguesía instalada, mayoritariamente, en la zona de La Pescadería.

Generalmente, a la celebración de la misa dominical de diez de la mañana, asistía la fuerza del Regimiento de Infantería “Isabel la Católica nº 54”, acuartelado en el Cuartel del Príncipe Alfonso o de Atocha, situado en las inmediaciones del citado templo; por su parte, a la de once, cada domingo, concurrían las Baterías del Regimiento de Artillería 3º de Montaña, con sede en el acuartelamiento de San Amaro, algo más alejado de la iglesia de San Jorge. En ambos casos iban acompañadas de mandos, Escuadra de Gastadores o Batidores, según se tratase de uno u otro, y las Bandas y Músicas regimentales de los Cuerpos que las poseyesen.

Pero volvamos a aquel 24 de mayo que, como queda dicho, era domingo. Se vivían, precisamente, en aquellos días los instantes más álgidos de la campaña de descredito de la nueva Ley antiterrorista contra la que se habían pronunciado ya ni más ni menos que 160 periódicos de toda España y entre ellos la totalidad de los de Madrid.

En este escenario de protestas generalizadas comienza, como cada mañana de domingo, la Misa de diez en la iglesia de San Jorge de La Coruña. Asisten efectivos del Regimiento de Infantería «Isabel la Católica nº 54» con su Música regimental y una nutrida representación de fieles pertenecientes a algunas de las familias más acomodadas de la ciudad.

Justo en el instante en que el sacerdote oficiante se dispone a alzar «un estampido enorme, repercutido y agrandado por la sonoridad de las bóvedas – señala el ABC en su edición correspondiente al 25 de mayo -, sembró el pánico entre los fieles, que tumultuosamente lanzáronse hacia la calle. La confusión del momento no es para descripta (sic). Solo hubo dos notas de serenidad: la de los Jefes y Oficiales que, volviéndose a la tropa, ordenaron ¡firmes!, y la del sacerdote que, volviéndose hacia el auditorio, dio la bendición, retirándose después sin apresurarse y sin abandonar la Sagrada Forma».

¿Qué había sucedido realmente? La detonación procedía de un confesonario de grandes dimensiones y casi en desuso que se hallaba en la zona derecha a la entrada del templo; ese fue el origen de la explosión que causó daños en la vieja estructura de madera, proyectando sus astillas y una carga de metralla sobre las paredes y columnas de la iglesia, llegando a herir a alguno de los fieles situados en sus proximidades.

Pero si la deflagración causó pocos daños tanto en personas como en enseres, mucho peor resultó la huida precipitada de fieles que atemorizados corrieron a desalojar el templo, arrollándose en la carrera. El diario «El Imparcial» en la primera plana de su edición del día 25 refiere este suceso en los siguientes términos: «El estampido fue formidable y pareció que se hundía el templo. El tumulto que se produjo al oírse la explosión fue enorme. El oficiante acababa de alzar la Hostia; la misa quedó interrumpida, pero el celebrante permaneció junto al altar; los fieles, atropellándose y gritando, corrían hacia las puertas de la iglesia; los soldados, rota la formación, iniciaron también la desbandada, mas la oficialidad desenvainó los sables y logró imponerse al pánico de las tropas, haciéndolas formar de nuevo. Algunas personas habían sido, heridas por fragmentos del tubo que había hecho explosión y otras por trozos de cascote, de maderas del confesonario y de algunos objetos destrozados. Varias señoras cayeron desmayadas y la multitud pisoteó sus cuerpos. Ha sido providencial que no ocurriese una catástrofe».

Creemos, de todas formas, que una buena parte de esta narración no tiene visos de credibilidad alguna y demuestra, cuando menos, una clara intención de magnificar lo sucedido por parte del redactor. Tal aseveración se puede verificar, además de por el resultado final de las víctimas, por la información contenida en los medios locales que hablan de la templanza con la que se condujo la fuerza presente en la iglesia, tras la tajante orden de «firmes» dada por sus Oficiales, y que si en algún momento las filas de la tropa fueron rotas esto obedeció más bien a la estampida general que se produjo entre los fieles que a otras circunstancias. En tal sentido el propio ABC en su relato del día 25 señala: «… incluso los músicos del Regimiento, que permanecían quietos junto a la puerta, fueron arrollados. Uno de ellos resultó herido en la frente…».

También ABC en su edición ya mencionada continúa señalando que «cuando mayor era el pánico el cura párroco y los jefes de Infantería reunieron apresuradamente a los músicos desperdigados y mandaron tocar la Marcha Real en el preciso momento en que, vuelto el sacerdote al altar, alzaba la Hostia. Estas demostraciones de serenidad hicieron recobrar la calma a los fieles».

De inmediato hizo acto de presencia en el templo el Gobernador Civil de la provincia, Crespo de Lara, concurriendo también con celeridad efectivos del Cuerpo de Seguridad de su cercana Prevención de la calle de Riego de Agua, situado en las dependencias del Gobierno Civil, y Agentes de Vigilancia de la Inspección de la calle del Agar, que lograron restablecer el orden y calmar a los ciudadanos, iniciándose las investigaciones sobre el hecho.

LEER MÁS:  Los medios de comunicación. Por César Alcalá

Por lo que a las tropas del Regimiento de Infantería Isabel la Católica nº 54 se refiere, regresaron desfilando a su acuartelamiento lo que contribuyó, mucho más, a templar los ánimos de los coruñeses.

Iniciadas las primeras pesquisas se pudo determinar que la explosión la produjo la ignición de un cartucho de pólvora en cuyo interior se había dispuesto escoria de metal y algunos trozos pequeños de hierro para que actuasen a modo de metralla, siendo colocada fuera del confesonario sobre el banco que suelen ocupar los files cuando reciben el Sacramento de la confesión. Igualmente, tras los primeros interrogatorios a los testigos del suceso se pudo establecer que cerca del confesonario se encontraban tres niños que observaron como un hombre desconocido colocaba un objeto; al verse sorprendido por la presencia de los menores, el individuo, reaccionó empujando y abofeteando a uno de ellos, tras lo cual prendió un fósforo y con él encendió lo que parecía una mecha,  abandonando seguidamente el lugar.

Consecuencia del atentado se pudo determinar el número de heridos como consecuencia de la deflagración, ascendiendo a un total de siete entre los que se encontraba la esposa del Presidente de la Diputación, dos Músicos de la Unidad de Música del «Isabel la Católica», dos adultos, un menor y un Soldado asistente, estos últimos fueron los que su estado revistió mayor gravedad. Todo ello sin contar los contusos que fueron arrollados como consecuencia de la huida cuyo estado no revistió gravedad.

Por las descripciones ofrecidas por los testigos, en un primer momento se creyó que el autor material del hecho era un conocido anarquista de nombre Rufino Macho que fue rápidamente detenido pudiendo verificar su coartada ya que en el instante de la explosión se encontraba en la vecina localidad de Betanzos asistiendo a un acto de carácter político, motivo por el cual, tras oírlo en declaración, fue puesto en libertad pese a existir fundadas sospechas de que arguyese una coartada falsa previamente preparada.

Igualmente fruto de las primeras investigaciones se logró la detención de otro sospechoso, un tal Rogelio Pardo, al que en algunos medios escritos se le identifica como Rogelio Pita, de cuarenta y cinco años y de profesión camarero, al cual uno de los niños y un Soldado, ambos testigos del hecho, reconocieron como el autor de la colocación de la bomba, motivo por el cual el Juez encargado del caso ordenó su ingreso en prisión, siendo posteriormente puesto en libertad al no poder probar, de forma fehaciente, su participación en los hechos.

La investigación llevada a cabo por la Policía provocó diferentes registros domiciliarios en las viviendas de los anarquistas más significados de la ciudad, dando estos, resultado negativo.

La indignación y el malestar se adueñó de la ciudad cuyos habitantes, así como las Instituciones y Entidades más relevantes de la vida social, se dirigieron al Gobernador en súplica para que se tomasen las medidas pertinentes conducentes a evitar la repetición de hechos de estas características, temiendo que La Coruña pudiese convertirse en una reedición de los sucesos que, por aquellas fechas, tenían lugar en ciudades como Barcelona donde los atentados de grupos radicales anarquistas se habían convertido en algo habitual.

Sin embargo no debió alterar este hecho en demasía la vida cotidiana de los coruñeses a tenor de lo que el diario «El Noroeste», editado en la ciudad, señala en la página dos de su edición correspondiente al 26 siguiente, donde trata de sacarle todo el hierro posible al asunto: «en la ciudad no se alteró en nada la normalidad y los paseos y espectáculos se vieron tan animados y concurridos el resto del día, que en el Teatro Principal no había ni una sola localidad vacía y por las calles céntricas era difícil al anochecer dar un paseo».

Por su parte, los grupos anarquistas de la ciudad, así como los de filiación izquierdista, manifestaron públicamente ser del todo ajenos a la autoría del hecho, indicando que podía tratarse de una «mano negra» que pretendiese culparles de lo sucedido y que ellos eran los primeros interesados en evitar la comisión de este tipo de acciones.

Pese a todo, el movimiento obrero coruñés protestó airadamente por el encarcelamiento de Rogelio Pardo a quien consideraban totalmente ajeno a la colocación del explosivo, haciendo ostensible su protesta en reuniones celebradas al efecto y en visitas a las redacciones de los periódicos coruñeses.

Sin embargo, a lo largo de la jornada del día 25 fueron detectados en algunas calles de la ciudad varios pasquines sin firma de organización reivindicadora alguna, en los que podían leerse frases tales como «ojo, ojo» o «lo de ayer es el comienzo de otros hechos», todo lo que contribuyó a crear en la ciudad un clima de intranquilidad, máxime por tratarse de un suceso sin antecedentes en un escenario como La Coruña.

Una de las asociaciones que más alzó la voz para protestar por el incidente fue la Liga de Amigos de La Coruña, entidad encargada de organizar los festejos de agosto quien insistió en señalar para conocimiento, especialmente de los forasteros, que se trataba de un hecho aislado y que no debería tener repercusión en la posible venida de estos a la ciudad.

Y efectivamente, aquello no fue más que el principio ya que el sábado, día 30 de mayo, hizo explosión otro artefacto en una ventana de los bajos del Gobierno Civil, edificio de mediados del siglo XIX, en pleno centro coruñés, donde se encontraban ubicadas tanto la Inspección de Vigilancia como la Prevención del Cuerpo de Seguridad, además de la Diputación Provincial y del Teatro Nuevo, sin que causase daño o desperfecto alguno, aunque si la consiguiente alarma; sin embargo, tampoco esta cadena de hechos concluyó ahí ya que de nuevo, a las diez de la noche del día 4 de junio, en la puerta de la iglesia de San Nicolás, estalló otro artefacto que, pese a no causar daños, provocando tan solo un pequeño susto, sirvió para aumentar la intranquilidad en la población.

Este templo bajo la advocación de San Nicolás, de origen medieval y reconstruido íntegramente en el siglo XVIII, se encuentra situado también en el barrio de Pescadería y, por tanto, próximo al inmueble ocupado, por aquellas fechas por el Gobierno Civil y por las dependencias de la Policía Gubernativa, así como a la iglesia de San Jorge donde se había originado la primera explosión.

Tan solo cinco días más tarde, el día 9, a las diez de la noche, se registraron dos nuevas explosiones, en un intervalo de veinte minutos, en los populosos jardines de Méndez Núñez, conocidos como los del Relleno por ocupar un espacio ganado al mar en el siglo XIX y ubicados en pleno corazón de la ciudad, constituyendo un lugar de esparcimiento muy concurrido por la ciudadanía en épocas de bonanza climatológica, aprovechando su espacio destinado a paseo.

El primero no causó daños; en cuanto al segundo, al hallarse en las proximidades un grupo de curiosos alertados por la explosión del anterior, produjo varios contusos de los que el de mayor gravedad fue un joven que, trasladado a un centro asistencial, fue dado de alta seguidamente.

Es lógico suponer que, aun cuando los daños en personas e inmuebles fueran mínimos, esta situación de intranquilidad debió constituir fuente seria de preocupación tanto para los coruñeses en general, como para las Autoridades en particular, especialmente por el hecho de resultar imprevisible el objetivo elegido para el siguiente atentado. 

LEER MÁS:  La heroica epopeya de Igueriben. Nueve días para la gloria. Martes 19 de Julio. Por Eugenio Fernández Barallobre

Finalmente, a las diez de la noche del día 17 siguiente, un nuevo petardo explosionó en los urinarios públicos habidos en los ya citados jardines del Relleno, frente al acceso a la calle de Santa Catalina. Según refiere el diario coruñés «El Noroeste» en su edición del día 18, «la deflagración produjo una detonación bastante fuerte, con el retumbar característico de la pólvora y algunos desperfectos en las puertas de madera del urinario, una de cuyas planchas de pizarra fue también resquebrajada. Los cristales de la linterna que le sirve de coronamiento saltaron, como es natural, hechos pedazos. El resto del kiosco quedó enteramente incólume».

De resulta de esta explosión sufrió heridas de escasa consideración, producidas por un corte en una de sus manos, un Concejal del Ayuntamiento coruñés que salía, en aquel instante, de utilizar los servicios públicos.

Tras esta última explosión, la Policía inició una nueva línea de investigación al haber recibido informaciones de testigos presenciales de este hecho que le facilitaron el acceso a otras pistas no seguidas hasta aquel momento.

Todas aquellas explosiones, producidas en el plazo de poco más de veinte días, sirvieron, como se ha dicho, para crear un clima de intranquilidad, aunque no de excesiva alarma, en toda la ciudad; a que esta cadena de atentados no provocase sumir a La Coruña en un estado de terror y a sus habitantes en una especie de histeria colectiva, contribuyó el hecho de que, salvo en lo referente al primer artefacto colocado en la iglesia de San Jorge, dadas las circunstancias concretas que lo rodearon, de los demás, hasta el último mencionado del día 17, no se hizo eco ni la prensa local ni tampoco la madrileña, «convencidos –señala «El Noreste» en su edición del 18 de junio- que la mejor colaboración que puede prestarse a esta maniobra de mal género es la de la publicidad que es al mismo tiempo engreimiento y propaganda…».

Sin embargo, no sucedió lo mismo con algunos periódicos editados en otras ciudades gallegas que «para desahogar sus añejos e inveterados rencores de campanario -sigue señalando «El Noroeste»- haciendo creer a sus escasos e infortunados lectores que aquí ocurren cosas terribles y estallan bombas a todas horas y saltan los edificios y mueren las gentes como chinches…».    

Lo cierto es, como hemos significado anteriormente, que la vida siguió su cauce normal en toda la ciudad, manteniendo su animación característica y habitual en paseos y teatros; paralelamente, los partidos de izquierdas prosiguieron con sus campañas de protesta contra la Ley antiterrorista, convocando mítines en teatros y sociedades y distribuyendo pasquines por toda La Coruña. Por su parte, las asociaciones de obreros se reunieron, a finales de junio, con el fin de prestar todo tipo de colaboración para el descubrimiento de los autores de los hechos referidos.

Las investigaciones prosiguieron, incluso el Gobernador Civil ofreció un premio de 6.000 pts., una fortuna para la época, a la persona que descubriese al autor o autores de estos atentados o facilitase una pista segura para su localización y detención.

Fruto de estas averiguaciones se detuvo a un tal Clodoaldo Ulloa a quien, un ex Policía de apellido Piñón, vio salir huyendo de los urinarios públicos de los Jardines de Méndez Núñez una vez producida la explosión; tras la detención, a la que no opuso resistencia, y el registro de su domicilio, con resultado negativo, el sospechoso fue ingresado en prisión, continuando el Cuerpo de Vigilancia con las pesquisas. En este sentido se pudo saber que el citado Clodoaldo se había dirigido a una barbería, días antes del 17 de junio, a pedir que le afeitasen la barba, sin duda con el fin de modificar su aspecto físico. Tras estas informaciones se verificaron los careos oportunos y las ruedas de reconocimiento realizadas al efecto ante algunos testigos de los hechos que no permitieron determinar nada en concreto; pese a todo el individuo en cuestión fue procesado acusado de la colocación de estos artefactos.

Hubo sectores radicales de la izquierda que hicieron correr, por la ciudad, el falso bulo de que Clodoaldo Ulloa y su mujer tenían ciertas concomitancias con grupos católicos interesados en que la Ley Antiterrorista, que estaba en fase de debate, fuese finalmente aprobada y por ello se encontraban en el trasfondo de estos sucesos al haber sido los motores ideológicos que incitaron a Ulloa a colocar los artefactos; finalmente, en el juicio oral estas acusaciones, del todo infundadas, quedaron desbaratadas.

La vista oral comenzó en La Coruña el 16 de marzo de 1909, contando con la presencia de un total de veintinueve testigos, aunque finalmente el único que mantuvo su declaración inicial, rodeada de cierta vaguedad, fue el ex Policía Piñón, testigo principal de los hechos acecidos en la noche del 17 de junio anterior y por tanto de todo el proceso.

Finalmente, el 19 de marzo,  se dictó sentencia pese a haber sido retirada por parte del Fiscal la acusación que pesaba sobre el reo; el Presidente del Tribunal manifestó, de forma pública, que no existían pruebas concluyentes que probasen la participación del reo en los hechos de los que era acusado, sin embargo, el Jurado, que deliberó por espacio de media hora, lo encontró culpable y el Juez lo condenó a la pena mínima, ocho años y un día de prisión mayor, indemnización y costas. La pena de privación de libertad la cumplió en el penal de Burgos.

Aquella sesión final del proceso, rodeada de gran expectación, resultó tumultuosa profiriendo, por parte de un grupo de obreros presentes, gritos de «viva la libertad» y abucheos contra la decisión del Jurado, por lo que el Presidente se vio obligado a desalojar la Sala y solicitar la presencia de efectivos de la Policía y de la Guardia Civil para asegurar la situación y restablecer el orden.

Ignoramos si el ex Policía Piñón llegó a percibir el premio de 6.000 pts., ofrecido por el Gobernador Civil pero sea como fuere, fuese o no culpable el citado Clodoaldo Ulloa, lo cierto es que hechos de aquella naturaleza no volvieron a registrarse en la ciudad tras la detención e ingreso en prisión del acusado.

Autor

Eugenio Fernández Barallobre
Eugenio Fernández Barallobre
José Eugenio Fernández Barallobre, español, nacido en La Coruña. Se formó en las filas de la Organización Juvenil Española, en la que se mantuvo hasta su pase a la Guardia de Franco. En 1973 fue elegido Consejero Local del Movimiento de La Coruña, por el tercio de cabezas de familia, y tras la legalización de los partidos políticos, militó en Falange Española y de las J.O.N.S.

Abandonó la actividad política para ingresar, en 1978, en el entonces Cuerpo General de Policía, recibiendo el despacho de Inspector del Cuerpo Superior de Policía en 1979, prestando servicios en la Policía Española hasta su pase a la situación de retirado.

Es Alférez R.H. del Cuerpo de Infantería de Marina y Diplomado en Criminología por la Universidad de Santiago de Compostela.Está en posesión de varias condecoraciones policiales, militares y civiles y de la "F" roja al mérito en el servicio de la Organización Juvenil Española.

Fundador de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña, del Museo Policial de la J.S. de Policía de Galicia y de la Orden de la Placa y el Mérito de Estudios Históricos de la Policía Española.

Premio de narrativa "Fernando Arenas Quintela" 2022

Publicaciones:
"El Cuerpo de Seguridad en el reinado de Alfonso XIII. 1908-1931" (Fundación Policía Española)

"La uniformidad del Cuerpo de Seguridad en el reinado de Alfonso XIII 1887-1931 (LC Ediciones 2019)

"Catálogo del Museo Policial de La Coruña". Tres ediciones (2008, 2014 y 2022)

"Historia de la Policía Nacional" (La Esfera de los Libros 2021).

"El Cuerpo de la Policía Armada y de Tráfico 1941-1959" (SND Editores. Madrid 2022).

"Policía y ciudad. La Policía Gubernativa en La Coruña (1908-1931)" (en preparación).


Otras publicaciones:

"Tiempos de amor y muerte. El Infierno de Igueriben". LC Ediciones (2018)

"Historias de Marineda. Aquella Coruña que yo conocí". Publicaciones Librería Arenas (2019).

"El sueño de nuestra noche de San Juan. Historia de la Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña". Asociación de Meigas (2019).

"Las Meigas. Leyendas y tradiciones de la noche de San Juan". Comisión Promotora de las Hogueras de San Juan de La Coruña (2011).

"Nuevas historias de Marineda. Mi Coruña en el recuerdo". Publicaciones Arenas (2022). Ganadora del premio de ensayo y narrativa "Fernando Arenas Quintela 2022".