21/05/2024 00:06
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En su inmensa mayoría, la clase política nacida de la Transición forma parte de esa raza de aprovechados, pícaros y buscavidas de su tiempo, presidentes, ministros, secretarios y asistentes de modernos virreyes y bucaneros, de insaciables explotadores de Eldorados autonómicos y nacionales. Una manada de lobos carniceros y de enemigos de la cruz de Cristo, que está decidida a perpetuarse en el despojo de la patria, porque jamás se extinguirá por decisión propia.

Dado su empeño en convertir a España en una nación dividida e inerme, fácil bocado para los intereses de otras potencias o para el insensato proyecto del internacionalismo capitalsocialista, consideran oportuno venderse a los enemigos de la patria, mientras de paso recalifican o trafican con vidas, objetos, patentes, proyectos, concesiones e influencias en el reparto del Estado, o se aplican a contribuir, beneficiándose en el proceso, al engrosamiento de las arcas de los lóbis y las banderías respectivas. Catorce mil millones dicen los expertos que ha destinado Pedro Sánchez a subsidios y demás prebendas. Un pellizco.

Durante su paso por organismos e instituciones, que en algunos casos es vitalicio, dan predominio a los intereses personales sobre los partidistas y a los partidistas sobre los generales. Ignoran a propósito los problemas de España para dedicarse a incrementar sus particulares sinecuras y hacerlas permanentes e incluso hereditarias. No sólo corrompen dichas instituciones, también pudren a los medios de comunicación públicos y privados, gracias al dinero que decomisan a sus gobernados.

Son gente partidaria, tipos con envidiable capacidad de supervivencia. Gane quien gane, ellos seguirán ahí, con argumentos para todo, blanco o negro, trabajándose su causa con esmerada villanía. Son los incondicionales del mal, del daño, en estado puro, pero disimulado bajo distintos oropeles y carátulas. La felicidad y la vida están en manos de estos oportunistas, depredadores y resentidos con el ideal y la excelencia, cuya carencia de honradez la suplen con abundancia de motivaciones abusivas, que son como pluses groseros.

Y, como esbirros del NOM, no sólo han decidido arruinar y dividir a España, también han decidido convertirla, de la mano de la pervertida oligarquía LGTBI, en un prostíbulo infantil, en un jardín de infancia cenagoso en el que chapotear y refocilarse, participando en los lóbis menoreros, corruptores de los más indefensos, los niños. Lo desconsolador es que a estos enfermos y tarados morales, o mediocres sin escrúpulos, a quienes el destino premia, y a quienes los periodistas y los jueces -y las restantes instituciones- halagan y les siguen el juego, haciéndose partícipes del escándalo, nunca el burlón destino les condena a pagar sus fechorías con la prisión perpetua que merecen.

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De ahí que transcurran a tu lado obscenos en su jactancia, sabiéndose diosecillos impunes. De ahí que se deslicen como víboras por las cargadas atmósferas de los parlamentos, llenas de vientres henchidos y de lenguas dañinas. Corruptos bultos de carne que cobran suculentos salarios, bostezan y a sí mismos se aplauden en ovaciones viscosas. Oímos sus jubilosos parabienes, sus sonrisas procaces, sus falsos llamados de sacrificados por el pueblo, al que desprecian.

La ciudadanía ve cómo holgazanes y truhanes se reparten los despojos de la patria, pero pocos de entre ella se conduelen de que hispanófobos y cobardes la arruinen, pocos se rebelan mientras estos políticos esponjas chupan el dinero del pueblo trabajador y de paso corrompen a la infancia. Las cárceles españolas, que con ellos tenían que estar a reventar como barrigas repletas, no les acoge. Y así, falsos y mendaces en todo, llenos de soberbia, continúan su camino creando y extendiendo el mal, comicios tras comicios.

Es lógico, pues, que, ante la abulia popular, la llamada clase política haya cerrado filas en torno al cinismo. Los jefes envilecen la causa por su inmoralidad privada o su incompetencia. Los cargos se otorgan, sobre todo, como recompensa a un comportamiento servil o sectario. Y en este ambiente ser honrado y ser necio vienen a ser una misma cosa. Porque en dicho mundo no hay que avergonzarse de robar, sino de robar poco. Los instalados, representantes de la sociedad, suelen en esto mostrarse inexorables: no perdonan que alguien pruebe a vivir a su aire, alejado de las consignas o del rebaño, y sin mamar de la próvida ubre del presupuesto, si es un colega.

El caso es que respiramos en un ambiente de truhanes, donde los políticos, modélicos en su destreza en el robar, hacen los análisis según entren o no en el reparto del poder. Su modelo de gobierno es la democracia del reparto. Son tan hábiles en la ciencia de Caco que han superado con creces a su maestro, el ladrón mitológico. Los grupos que se disputan el poder necesitan cerrar filas en torno a sus propios intereses. Sus corrupciones no son pruebas, sino evidencias. Y sus pasiones pasan por imponer a los demás sus propias, interesadas y subjetivas verdades. Dada la debilidad o, mejor dicho, la ausencia de moralidad en el poder que detentan, es lógico que ese poder asténico necesite la estabilidad, es decir, la ausencia de crítica.

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En resumen, son a estas hienas parlamentarias que atacan a los discrepantes con el hocico repleto de colmillos, y a los niños engañan con un saquillo de indecencia entre las piernas, a quienes los electores españoles volverán a alimentar con sus propios despojos de siervos despreciados. Son a estos chacales depravados y golosos, que gustan el fuerte y húmedo sabor del cieno, y que con ese acicate depredan sin freno y sin castigo, a quienes los votantes entregarán su salud, sus propiedades privadas, su libertad e incluso su vida.

Porque, no lo olvidemos, las hienas -como subrayó el escritor mexicano Juan José Arreola- tienen seguidores y su proselitismo no ha sido vano, pues como venimos comprobándolo ya hace décadas, pasean abundantes por las instituciones. Es tal vez el animal que más adictos ha logrado entre la humanidad, y ante la debilidad del pueblo, ante su abyección y cobardía, las hienas acuden en manada.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Aliena

Me ha gustado la referencia a Caco; lástima que sus discípulos jamás se encuentren con un Heracles que les dé su merecido. Por una vez, qué adecuadamente se ha utilizado el verbo «detentar».

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