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Uno de los momentos más penosos por los que puede pasar una persona es el verse obligado a dejar su casa, abandonar el lugar que le vio nacer y crecer, ese en donde si el destino da su permiso, alguno de los seres más cercanos exhaló su último aliento y murieron. Una infinitud de sentimientos y recuerdos le recorren a uno el cuerpo cuando ha de cerrar por última vez la puerta de entrada del hogar, echar el cerrojo sabiendo que jamás volverá a entrar, dar el portazo a muchos años y al final de otras tantas cosas. Porque de no ser así, si por el contrario al despedirse de la casa familiar se esboza un estulto “sólo son cuatro paredes”, no quepa ninguna duda que se es un desalmado. Por esa experiencia pasé yo hace un tiempo, y se me hace muy difícil acertar a describir lo que sentía en ese momento, al ver las paredes desnudas, descuidadas, desgastadas por el paso del tiempo, con pequeños desconchones en las esquinas, pequeñas porciones del suelo levantado por el ir y venir de decenios, tristes cables a su suerte donde antaño colgaban espléndidas lámparas, rememorando cómo aquellos espacios fueron en otro tiempo ocupados en alegres fiestas por tus padres, por familiares que ya no están en este mundo, que nunca volverás a poder ver, hablar y tocar, sentir que una parte consustancial de uno mismo queda encerrado en aquel lugar para siempre.
Y para llegar a esta situación, un tiempo antes uno ha de haber ido seleccionando qué cosas se lleva, cuales abandona en la basura por viejas, rotas o inservibles, y observa con estupefacción cómo tales objetos nunca fueron apreciados de esa manera ya que en verdad conforman importantes recuerdos, imborrables algunos, difusos otros, aunque todos al unísono parte intrínseca de ti mismo. Pero el mundo moderno obliga a soltar lastre, exige para llegar a ser un modélico ciudadano cosmopolita a no tener pasado ni raíces, a ser posible ni creencias, y los recuerdos resultan por lo tanto molestos e inútiles, un estorbo.
Aunque me gustaría poder escribir, ya que queda muy literario, que fue buscando en el desván, en verdad no fue así, más que nada porque nunca he tenido de eso, sino que fue perdido en un sinfín de cajones, entre un océano de libros hasta entonces desconocidos, revolviendo sin parar entre papeles ya amarillentos y carpetas viejas llenas de fotografías e ignotos papeles que te llevan a elucubrar miles de cosas, algunas inconfesables, donde me encontré conmigo mismo. Y sin parar de rebuscar no sabiendo muy bien el qué, aparecieron todo tipo de cosas inimaginables, gomas carcomidas y medallas, objetos diversos a cada cual más absurdos, de esos que te es imposible no preguntarte qué hacían allí, sin acertar a poner orden entre todo un huracán de sensaciones que producen un intenso vértigo entre tanto caos. Y en estas te topas con escritos que no reconoces como propios, avergonzándote al leer unos y admirando incrédulamente los menos. Versos sencillos e intrascendentes, sin gran calidad, pero que cuando fueron escritos lo eran seguramente todo para uno.
Y recuerdas cuando la realidad se te ofrecía enteramente diferente, y tú estabas repleto de soberbia, de alguna manera entre santa e irreverente, y sentías que todo era posible. Aquellos días en que sentías que podías atreverte a todo sin ruborizarte, porque piensas que el que más o el que menos, ha escrito a escondidas algún verso en su vida. Y te preguntas en qué momento te hiciste un hombre, suponiendo al instante que fue al empezar a tomar responsabilidades, y caes en la cuenta que aquel desamor, ese que a todo hombre que se precie le ha destrozado y se le ha imposible recobrarse, supuso el motivo por el cual abandonó uno eso de escribir.
Entonces se despiertan en tu memoria sentimientos olvidados, pero no por ello menos verdaderos, reencontrándote con el niño que fuiste, aquél que solamente pensaba en jugar, en permanecer en un rincón imaginando, el que quedó abandonado sin saber ni cómo ni cuándo; y te reconcilias con ese joven que soñaba con dar varias veces la vuelta al mundo para devorarlo todo y un sinfín de cosas más, comprobando entristecido que poco o nada de lo que te ensoñó se ha cumplido…y te es inevitable llorar.
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