Leyendo la Historia no deja uno de asombrarse por la fragilidad y los remotos móviles que mueven a veces los hilos invisibles capaces de decidir el destino de los pueblos y las vidas de los seres humanos. Por eso, tal como están las cosas, sólo nos queda esperar la llegada de alguno de aquellos hechos tan imprevistos como capaces de cambiar el curso y los acontecimientos de cualquier Estado. Abundantísimos son los ejemplos que nos cuentan las crónicas sobre el particular. ¿Hay alguna razón para que España no cuente en el inmediato futuro con la gracia purificadora, del mismo modo que en el pasado cercano han tenido la suerte destructora sus enemigos?
Y no me refiero a experiencias luctuosas relativamente recientes, tales como el asesinato de Carrero o los atentados de Atocha, porque los españoles de bien, al contrario que sus adversarios, no desean acudir a tragedias de este tipo para lograr la regeneración patria, sino a aconteceres providenciales que, sin tintes siniestros, arrinconen o extingan a quienes odian a España y lo que significa. Porque la España que sueña con un futuro de unidad, ajustado a Derecho y en permanente progreso no precisa, como por el contrario ocurre con los frentepopulistas y sus cómplices, de fanáticos individuos ansiosos de convertirse en mártires de una secta, de una religión o de una idea, ni de resentidos furiosos que abominen de la Cruz y de la excelencia, dispuestos siempre a emplear la piqueta, el fuego, la dinamita o el puñal, haciendo del Mal el verdadero anticristo.
Por eso creo que, si se dispusiese a ello, no costaría mucho trabajo al libro del destino encontrar un incidente capaz de vengarse cumplidamente de la canalla que, amparada en una Constitución engañosa, ha requisado el Estado a su favor y, una vez apropiado, se dirige a la ciudadanía para comunicarle, mediante hechos consumados y legislaciones abyectas, que todo lo que existe en el territorio nacional, sean vidas o haciendas, es de dicho Estado, es decir, de la chusma sociopolítica y de sus amos.
A los espíritus libres les consta que, envuelto en la cultura de la muerte, todo está desquiciado en este mundo de hoy. Como les consta que España, dominada por odios y rencores, con sus constantes escándalos y sus perversos caprichos, yace en el fango, siendo difícil localizar casos semejantes en Occidente, pues por ineptos y malvados que sean ciertos gobernantes extranjeros, ninguno, como es nuestro caso, accede al poder con el deliberado propósito de destruir la propia patria, la tierra donde vio la luz y la vieron sus antepasados.
Pero, siendo esto así, la gente sigue sin enterarse de nada. La mayoría porque no quiere. El gentío no quiere saber nada de honestidades ni decencias. Y de entre los pocos que las siguen, la mayoría lo hace mientras les ofrece alguna esperanza, dispuestos siempre a pasarse al partido contrario si las ventajas son más prometedoras. Deja que me digan malo mientras puedan decirme rico. Todos preguntan si fulano es rico, nadie si es bueno. Cuando tienes, nadie pregunta por qué y por dónde, y si lo hace, puede más la envidia que la curiosidad. Por todo hemos valido tanto como hemos tenido.
¿Y por qué, a pesar de todo, sigue funcionando la sociedad? Muy sencillo: se trata simplemente de olvidar, primero, la estratosférica deuda nacional, porque «el dinero público no es de nadie», y, segundo, de contar los enchufados, los subsidiados y los cuñaos; a esos, sumarles los sectarios y los resentidos y envidiosos de la excelencia, que disfrutan cuando todo va mal; adicionar después los funcionarios y los pensionistas, que aún siguen cobrando (no sabemos por cuanto tiempo) su sueldo y su pensión, y a todos ellos añadir el dinero negro que fluye cada día más abundante y con más descaro… y nos saldrá la cuenta. El caso es que, aquí, sólo a cuatro gatos les importa la verdad, la libertad, la justicia, la belleza o la patria. Por eso son tan escasos los descontentos.
Sin duda, los hombres pueden vencer, con su esfuerzo y con la ayuda de la Providencia, a poderes nada desdeñables, a los demonios y naturalezas más terribles; pero como, según parece, en esta época nuestra no han nacido hombres en España capaces de salvarla, y la sociedad no está preparada para la protesta ni para la rebeldía, sino para el rebuzno o el balido, habrá que rezar para que sea el azar quien la libere. Y para que sea cuanto antes.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
Últimas entradas
- Actualidad14/11/2024Contra los «putos amos» y contra sus padrinos y mentores. Por Jesús Aguilar Marina
- Actualidad12/11/2024Toda maldad organizada se asienta en la bajeza y en la pasividad social. Por Jesús Aguilar Marina
- Actualidad05/11/2024Los votos insensatos o sectarios no salen gratis. Por Jesús Aguilar Marina
- Actualidad31/10/2024El caudillo futuro y el «Nuevo Orden». Por Jesús Aguilar Marina