05/10/2024 23:27
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“El problema de los vascos y los catalanes es un problema de impuestos: no quieren pagar lo que paga el resto de España”

“Esa palabra espurea “Euzkadi” es una entelequia como Nación. Los vascos son los más españoles de todos los españoles”

Declaraciones de don Claudio Sánchez Albornoz

 

EL llamado «Estado de las Autonomías» no es otra cosa que la legalización, a través de una «constitución» que no sabemos hasta qué punto -¡oh paradoja!- es anticonstitucional, de la desintegración de España para convertirla en un estado federal. No hace muchos días, el alcalde de Madrid afirmaba en Caracas que vamos hacia la implantación de un «Estado Federal» halagando el oído de los catalanes que en torno a él se reunieron. No es pues invención nuestra. Pero, ¿cuál es la verdad del problema de las autonomías? El escritor A. G. Fuente de la Ojeda lo recoge en un libro titulado «Euzkadi, cáncer de España», editado por Vasallo de Mumbert, del que recogemos este capítulo que pone el dedo en la llaga de todo este maremágnum autonómico.

 

LA verdad, aunque duela. Pues digamos la verdad del problema vasco. Esta nos la descubre y desenmascara, con descarnada sinceridad, el ilustre historiador español don Claudio Sánchez Albornoz.

 

A punto de emprender viaje de regreso a España de la que estaba ausente esos «cuarenta años», fue entrevistado por Carios Cabeza Miñarro, corresponsal de «Pyresa» en Buenos Aires. Preguntado por los pactos, componendas y trapicheos de nuestros políticos «consensuados» y en estrechó entendimiento con el Comunismo a la hora de realizar el cambio político de España a la muerte de Franco, responde así a la pregunta del periodista:

 

—«Quizá sea una forma de contrarrestar el separatismo.

—«Mire, los catalanes son inteligentes y por lo tanto comprenden que su papel es lograr cierta autonomía, pero siempre han tenido como campo de exportación de sus industrias a España, no creo que en Cataluña haya ningún problema separatista (aunque vivan vestidos con la bandera separatista, todo es un problema de “pasta”) , pero eso sí, habrá que tener mucho cuidado, pues querrán arrimar el ascua a su sardina para no pagar lo que deben pagar. El problema es Vascongadas. Sé que los vascos se van a irritar por lo que voy a decir, pero como es verdad no temo ese enojo. Los vascos son los últimos que se han civilizado en España, tienen mil años menos de civilización que cualquier otro pueblo. Cuando san Isidoro resumía, en el siglo VII, la cultura clásica en Sevilla, los vascos eran todavía paganos y adoraban al fuego y así siguieron hasta el siglo IX. Además hay que ver lo que dicen las crónicas del paso de los peregrinos por Vasconia. Son gentes rudas, sencillas, que, además, se creen hijos de Dios y herederos de su gloria. Y no son más que unos españoles sin romanizar, como ya he dicho muchas veces, por lo que me odian cordialmente. Pero yo le decía al presidente del Gobierno vasco cuando yo era Presidente de la República (en el exilio): hablen el vasco si es que pueden, porque la mayoría no lo saben, pero a pagar impuestos como todos los españoles. Yo soy partidario de una República federal con gobiernos y finanzas regionales y todos pagando igual. El gran problema de España es que los vascos no han pagado nunca lo que los demás, y que los catalanes no quieren pagar lo que los demás pagan. Yo recuerdo que un día en Ávila se creó un Banco, no recuerdo bien el nombre, cuya casa matriz -una oficina con una mesa y una silla- se instaló en Bilbao para no pagar los derechos que hay que pagar en Ávila… en fin, si quieren autonomía, la que pidan; si quieren hablar vasco, catalán o gallego, que lo hablen, pero a la hora de pagar paguen como todos, pues lo demás sería una injusticia».

 

Hemos subrayado intencionadamente las palabras del ilustre historiador español que, a nuestro modo de ver, sintetizan las causas profundas del problema vasco. Causas ancestrales, atávicas, de incultura y fanatismo religioso. Al propio tiempo, este lúcido escritor, apunta en su agudo comentario, el remedio eficaz, certero y justo que, a primera vista, chocaría con las motivaciones hondas y hondamente sentidas por el pueblo vasco: la economía, los impuestos y exenciones fiscales de los fueros que atentan contra el principio de equidad, solidaridad y justicia distributiva entre todos los pueblos y regiones de España. Según don Claudio Sánchez Albornoz toda la compleja problemática del separatismo vasco vendría a reducirse a un problema de cultura, y de impuestos.

 

Palabras de Sánchez Albornoz

Estamos con Sánchez Albornoz, y no con el aplaudido sociólogo Linz, quien no ve un privilegio irritante y discriminatorio en las autonomías que exigen vascos y catalanes. «Yo creo que catalanes y vascos no piden sus autonomías como una cuestión de privilegio, sino porque tienen unos concretos intereses socioculturales y políticos».

 

Una cosa es que los interesados no consideren como una cuestión de privilegio las autonomías que piden, y otra muy distinta es que no lo sean en realidad de verdad. Si vascos y catalanes quieren seguir formando parte de España en igualdad de condiciones con los otros pueblos, regiones y nacionalidades deberán aceptar el principio elemental de justicia distributiva de la igualdad ante la ley, el fisco y los impuestos. Lo contrario es jugar con ventaja y con la desfachatez propia de los diputados separatistas vascos de Herri Batasuna. Estos no se dignan asistir a las sesiones del Parlamento porque no son españoles, pero cobran el presupuesto español como representantes legítimos de dicho pueblo. En la solución del problema vasco todos tienen que dar un paso adelante, y los vascos los primeros. ¿Cómo se va a llegar a una solución pacífica, equitativa y justa, si esos nacionalistas vascos sienten a España como una imposición? Es lo que nos viene a descubrir y confesar el autor antes citado: »España es uno de los estados más antiguos de Europa. Hoy tenemos un país en el que las inmensas mayorías del Estado se sienten españolas e incluso, parte de ellas, con doble nacionalidad. Pero hay una parte del País Vasco que siente a España como una imposición. Esto es algo que hay que afrontar».

 

Cierto. Esta es la cuestión y el problema que España tiene planteados. Hay que afrontarlos y, sobre todo, hay que resolverlos. Pero no con la solución cobarde y entreguista a la que apunta el ilustre catedrático de Sociología de Oxford. Solución más propia de un anglosajón de ley, que de un español de cepa: «Si nos ponemos en un caso límite y si fuera la única forma de salvar la paz, yo no rechazaría la separación de Euzkadi dentro de un mutuo respeto entre ambos estados».

 

¡Buen sistema de resolver los problemas según este ilustre y liberal profesor español! Si parte del País Vasco siente a España como una imposición insoportable, lo mejor será, pro bono pacis, liberarlo de esa pesada y penosa carga arrojando lastre por la borda, reconociendo llana y simplemente la independencia de Euzkadi, y luego ya, mantener el más estricto respeto entre estados soberanos. Sólo así una paz octaviana reinará por siempre jamás amén sobre la cuarteada piel de Iberia.

 

Para defender sus tesis independentistas, suelen acudir los vascos a su singularidad y peculiaridad racial. A esto responde Madariaga con precisión y claridad: «Los vascos son los más españoles de todos los españoles. Con los burgaleses, son los padres del lenguaje de Castilla, y, en realidad, los padres de todos los castellanos. Desde hoy, en el país vasco no se habla el vascuence, o sea, en la mayor parte del país; ello no se debe solo a que esta lengua arcaica fue retrocediendo, sino a que allí es donde nació el castellano. Cuando se pobló Castilla, vencidos los moros, vascos fueron los más de sus pobladores». Es renegar de sí mismos, pues, de su prosapia, y de sus antepasados, el querer renegar de Castilla y de España. Pretender volver ahora al separatismo y al «taifismo de corte cabileño y balcanizante, como pretenden ciertas minorías promotoras de las actuales «nacionalidades» de España, es remar contra corriente y forzar el sentido mismo de la Historia. Los gallegos -continúa diciendo Madariaga- son tan españoles como los andaluces; los catalanes no lo son menos que los extremeños, y los vascos lo son aún más que las gentes de Toledo y de la Mancha porque hablaron castellano antes que ellos, y constituyeron la raíz cúbica de lo hispano». A la luz de estas palabras de nuestros mejores y más liberales escritores e intelectuales, comprenderemos mejor cómo esa palabra espúrea «Euzkadi», es una entelequia como nación; su literatura, una utopía, y su singularidad étnica y religiosa una presunción aberrante y engreída. «No existe más literatura vasca que la que se escribió en español. No existe historia vasca fuera de la española. El pueblo vasco no ha sido jamás soberano, ni aún en la Edad Media; y en épocas anteriores, no existía ni la noción de soberanía». Conceder, pues, tan a la ligera, las actuales autonomías, que abren el camino y dan paso al secesionismo descarado es un atentado flagrante contra la Historia y el ser mismo de España. Esta es la monstruosidad consentida y legalizada por la Constitución de 1979, obra de políticos «consensuados»: marxistas, separatistas y centristas, más atentos a su logro y provecho personal y de sus partidos, que al bien real del pueblo español.

 

¿Cuál es la raíz auténtica del actual separatismo vasco? «Del forcejeo entre el poder central y el ansia de mantener en su mayor vigencia los privilegios forales, nace en el País Vasco el recurso de acudir a supuestas raíces inmemoriales de la raza o de las formas de regirse el pueblo, lo que es ya en el siglo XVIII, muchas veces, no otra cosa que pura creación intelectual Y ficticia, como en el caso del padre Larramendi. Pero no es hasta finales de este siglo XVIII cuando se produce el primer intento de separatismo vasco, ciertamente hoy limitado -sólo Guipúzcoa- y de circunstancias basadas en la realidad de una conquista bélica. Fue más un deseo de quienes quisieron pactar con los vencedores la anexión de Guipúzcoa a Francia, tras la caída de San Sebastián en la guerra de 1793. Un mes bastó para que los propios vascos repudiaran el intento».

 

Todos los intentos de segregación -diríamos nosotros- están condenados al fracaso. Porque el bien y el porvenir auténtico del País Vasco no está en buscar alianzas extrañas más allá de sus fronteras, sino en la colaboración fraterna con los restantes pueblos de España, dentro del marco histórico y egopolítico de la Unidad sagrada de la Patria. Tan sólo así el pueblo vasco -y de España con él- encontrarán la auténtica reconciliación con su raza, su historia, su Religión y su Cultura. Hablar ahora de realidad nacional, aplicada la expresión al pueblo vasco, es una pura ficción histórica al servicio de torcidos intereses políticos ajenos al bien auténtico del pueblo vasco. «En cuanto a la expresión «realidad nacional» -afirma José M: Codón- no procede, porque los vascongados no han formado jamás una nación, y no es cosa de constituirla ahora. Ni una región. Eran, sencillamente, los habitantes de «Las Provincias», es decir, de tres provincias de Castilla, lo cual se repite en cientos de documentos. Como resulta además de miles de páginas históricas, en la era romana, las tres tribus vascongadas, de impronta celta y de familia cántabra -bárdulos, autigrones y caristios-, extendidas las dos primeras por Burgos y por las tres provincias indicadas, dependían todas del Convento Jurídico de Clunia, sito en la provincia de Burgos. En la época gótica, dependían de Amaya, sita también en Burgos y del Ducado de Cantabria. En el principio de la Reconquista los vascongados se integraron en el reino asturiano-leonés, luchando en la empresa común y dando a tal dinastía asturleonesa abundantes princesas y reinas y, a la nobleza grandes damas. Y cuando alborea Castilla, y sobre todo a partir del conde soberano Fernán González, en 943, los vascos se unen mediante pacto, sin reservas, llegando a ser el caudillo castellano, conde de Álava, duque de los Vizcaínos, conde de Castilla y de Asturias, y lo mismo sus sucesores. Por eso figura su estatua en primer lugar, en la Diputación de Álava.

 

«Los reyes, a partir de Alfonso VI, consolidan la integración vascongada y otorgan a las tres provincias fueros municipales castellanos y dan o ratifican fueros nobiliarios, o generales.

 

«En todas las empresas castellanas, en la Reconquista, en la Marina de Castilla, en la conquista de América, en la Independencia; en las guerras de África, en las carlistas, los vascongados sirven al rey intrépidamente. En las tareas de la paz lo mismo. Y hasta el día de hoy, en lo judicial, en lo eclesiástico, en lo militar, están incluidos en una demarcación castellana; Burgos. Vasconia, aunque rica en particularidades demóticas, nunca ha sido una nación con soberanía, parlamento, monarca, ni atributos de poder».

 

La auténtica historia de Vasconia

 

Esta es la auténtica historia de Vasconia, historia que los actuales separatistas vascos quieren olvidar o tergiversar, así como los alcances reares de sus pretendidas diferencias étnicas. «No es lo mismo vascongados que vascones -continúa diciendo José M.ª Codón-. Los vascones no han ocupado nunca las tres provincias. El viejo reino vascón es Navarra. Los vascos primitivos poblaban la depresión navarra, Huesca, y hasta Soria, y pertenecían no a Clunia, como los vascongados, sino al Convento Jurídico de Cesaraugusto o Zaragoza. Una prueba decisiva: Cójase El Fuero de Guipúzcoa. En él se lee que Guipúzcoa es una provincia, parte muy principal del Reino de España (Título 1º). Que formaba parte de Bardulia (como Burgos) (Título 1º) que es muy fiel y leal a la Corona (Título VI), la provincia de Guipúzcoa ni parte alguna de ella, puede ser enajenada de la Corona Real».

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Vascos y vascones, Navarra y Vasconia, son partes integrantes de una realidad histórica de imposible enajenación: España. «Cuando, tras la invasión árabe, resurgen los pueblos que van a configurar la unidad de España, los vascos forman su primera comunidad independiente en el siglo VII, pero no para constituir ese aborto moderno llamado «Euzkadi», sino la Vasconia Vieja que desde el siglo XII se llama Reino de Navarra. Es Navarra, y no Euzkadi, la primera comunidad política formada por vascos. Aparece después la Vasconia Nueva, que no constituye comunidad política unitaria, sino varias organizaciones de carácter específico en Vizcaya, Guipúzcoa y Álava. Contra lo que podría creerse, no se unen a Navarra, para formar una sola nación vasca, sino que, al contrario, por propia iniciativa se unen a Castilla. Guipúzcoa lo hace en el año 1200; Álava en 1332 y Vizcaya en 1371. Es decir, que las provincias vascas, cuya secesión quiere justificarse con motivaciones históricas, eran Castilla dos siglos antes que Granada. En cambio, Navarra, única región vasca que constituyó reino independiente, se convierte desde que se incorpora a España en bastión de su unidad, sin que ni siquiera en estos momentos de confusión y cobardía consigan desviarla de su españolidad ni las amenazas imperialistas de la ETA, ni los halagos peneuvistas, ni el triste abandono de Madrid, donde, en aras de turbias componendas, se la quiera empujar a unirse a un «Euzkadi» con el que no la liga ni su voluntad, ni sus características, ni su historia.

 

«En cuanto a la lengua, al euskera o vascuence, que se agita como bandera de reivindicación «nacional», lo habla menos del 20 por 100 de la población en Guipúzcoa, un porcentaje menos en Vizcaya y Navarra, y prácticamente nadie en Álava». En contra de esta irreversible realidad lingüística de Vasconia, se revuelven airados los separatistas vascos, buscando posibles cabezas de turco y responsables de esta situación, en el manoseado centralismo estatal y en una difusa animadversión española hacia los elementos autóctonos del pueblo vasco. Nada más contrario a la verdad real y contrastada por los hechos y el testimonio de observadores imparciales y sinceros. En confirmación de nuestro aserto vamos a traer a colación uno muy singular y significativo: el de J. Haro de López. Analizando el problema pastoral ficticio, creado en Vasconia por el fanatismo del clero separatista vasco, con la excusa de promover en la nueva liturgia post­conciliar, las lenguas vernáculas, publicó en la revista IGLESIA-MUNDO del 15 de mayo de 1974 un estudio cuya transcripción literal creemos de suma utilidad para los fines e intenciones que a nosotros nos mueven y alientan en el nuestro. «Según Menéndez Pidal, puede demostrarse científicamente la existencia del vascuence hace ya 3.000 años. Para Antonio Tovar «es un resto único en el Occidente de una etapa lingüística desaparecida». No podemos, pues, dudar de su valor histórico y lingüístico. Es lógico el interés científico que despierta. Pero en estas líneas nos vamos a fijar solamente en su valor pastoral en consonancia con las prescripciones de la Iglesia, principalmente en la Constitución del Concilio Vaticano II sobre Liturgia.

 

«Contamos desde hace algún tiempo con la traducción al vascuence de los textos propios para la celebración de la Santa Misa y administración de los Sacramentos. Dicen los entendidos que en esta traducción se aprecia la intención de reducir a la unidad las variantes regionales. Es digna de elogio esa intención pero no parece práctica porque esa unificación resulta, en parte al menos, ininteligible para el pueblo. Se ha dicho con verdad que un «vasco culto se entiende con otro vasco culto de cualquier origen que sea, pero no ocurre así con el pueblo». El pueblo no entiende ni el vasco culto ni el de otras comarcas. Aunque resulte paradójico parece claro que en general le es más fácil entenderse en castellano que no en el vasco culto.

 

«En fecha no lejana se ha querido dar a un gran impulso a la actividad pastoral en Vizcaya, y con este fin se nos ha hablado de las «dos grandes culturas» de la diócesis vizcaína. Nos llama la atención que se hable de la gran cultura vasca, cuando todos sabemos que su expresión literaria no pasa de mediados del siglo XVI, siendo casi nula hasta bien entrado el siglo XVIII y muy pobre hasta el tiempo presente. Además su influencia se extiende a muy pequeñas áreas y muy reducido número de personas. Con estas afirmaciones no queremos restarle importancia al vascuence, sino expresar nuestra opinión sobre el valor pastoral que pudiera asignársele.

 

«Me parece que se ha querido dar un paso más en esta orientación en el nuevo Plan Diocesano de Pastoral, elaborado últimamente por un grupo de expertos y aprobado por monseñor Añoveros. En él se exige con carácter obligatorio el estudio de la lengua vasca para los seminaristas del Seminario Mayor y Menor. O sea, que si no estudian y saben vascuence, no podrán aspirar al sacerdocio en la diócesis de Bilbao. O dicho también de otra manera: que la ignorancia del vascuence significaría la falta de vocación, al menos para esta diócesis.

 

«Desde la erección de la diócesis vizcaína ha habido en el Seminario una cátedra de vascuence con intención de que no faltaran sacerdotes que pudieran atender a los vascoparlantes. Pero esta obligatoriedad general con todos los respetos me parece totalmente desorbitada. La mayoría de los sacerdotes de esta diócesis, incluidas sus jerarquías, no podrían seguir en vascuence una breve y sencilla conversación. Tampoco casi todos los anteriores obispos de Bilbao y de Vitoria, antes de la desmembración. Y hasta ahora se ha conservado profundamente arraigado y vivo el espíritu cristiano: y lo conservaron y fomentaron esos sacerdotes y obispos. No fue necesario para ello que hablaran en euskera. ¿No pasará en adelante igual si los Sacerdotes son como fueron? Además, como se nos ha dicho insistentemente, el Concilio Vaticano II quiere que los fieles participen en los actos litúrgicos activa y conscientemente. Para ello permite y aconseja que se utilice en la Liturgia la lengua vulgar, o sea, la que entiende el pueblo. Y la más ligera y superficial observación demuestra que la inmensa mayoría del pueblo de Vizcaya sólo entiende el castellano, quedando una minoría insignificante que sólo entiende el vascuence, sin que falte un número considerable que es bilingüe. Una estadística de Vizcaya del año 1964 nos proporciona los siguientes datos concretos (en habitantes):

 

Habitantes

Población global de Vizcaya         864.078

De habla solo castellana                 674.805

De habla solamente vascuence          4.548

De castellano y vascuence             184.725

 

Estos datos son elocuentes y nos llevan a la conclusión de que hoy quedarán menos vascoparlantes, solamente, que hace 10 años, si no han llegado a desaparecer; se trataba en general de personas de avanzada edad, residentes en núcleos pesqueros y rurales. Y por el contrario la total escolarización de la niñez y el continuo arribo de personas de otras regiones españolas habrán aumentado el número de los que sólo hablan castellano; tal vez hubieran aumentado algo los conocimientos bilingües. Me parece, pues, lógico y necesario que, en atención al bien espiritual de los fieles, se tengan los actos de culto e instrucción religiosa en la lengua que pueden entender y sin exclusivismos.

 

No es mi intención proscribir el vascuence. Constituye un monumento de inapreciable valor histórico, cultural y lingüístico, que tenemos la obligación de conservar y desarrollar. Pero creo honradamente que esta misión corresponde y cumple a la Academia de la Lengua Vasca, la cátedra «Manuel Larramendi», de lengua vasca -cátedra regentada por don Luis Michelarena, en la Universidad de Salamanca-, y otras instituciones y entidades ya creadas o que puedan crearse. Entre estas instituciones también puede incluirse la Iglesia diocesana. Pero a este desarrollo no podrá hoy aplicarse un criterio pastoral, o sea, de atención espiritual de los fieles en general. Por no tenerse en cuenta y aplicarse convenientemente esta distinción ha descendido a la arena política el uso del euskera, dentro de los muros de las iglesias vizcaínas con perjuicio notable para la vida religiosa de nuestro pueblo cristiano».

 

Ahí queda, pues, para la comprensión del problema vasco, esta documentada y justa acusación y denuncia de la discriminación irritante impuesta a los candidatos al sacerdocio en la diócesis de Vizcaya, y el absurdo pastoral y lingüístico que representa la imposición del vasco -velis nolis- para rezar a su Dios, a una población de 864.078 habitantes, de los cuales tan sólo 4.548 lo hablan y entienden correctamente. El fin auténtico del Concilio Vaticano II al promover las lenguas vernáculas, y el bien real de una Pastoral que merezca tal nombre, quedan total y tendenciosamente adulterados. Y este pecado y delito hay que colocarlo en la cuenta de ese clero y de esos pastores actuales del pueblo cristiano, más atentos y solícitos por la liberación política que la salvación eterna de sus fieles.

 

Y con esto apuntamos a uno de los elementos fundamentales que integran e impulsan la dinámica conflictiva del problema vasco. Este elemento religioso, clerical y apocalíptico es el que destaca con aguda observación don José Luis L. Aranguren en su artículo titulado «JUVENTUD, GUERRA, REVOLUCIÓN Y APOCALIPSIS», publicado en LA VANGUARDIA del 22 de junio de 1979. Analizado en profundidad el proyecto abertzale de comunidad vasca, afirma textualmente: «Sus motivaciones capitales con una vivencia subjetivo-comunitaria de «estado de guerra», exaltada por un pathos de nacionalismo estructuralmente semejante al de los jóvenes de Fuerza Nueva, y un voluntarismo revolucionario socialista que les opone diametralmente a éstos, y que se despreocupa por completo de las «condiciones objetivas». Junto a ambas hay que poner el factor religioso, el «milenarismo» del que ha hablado Juan Aranzadi. La importancia de éste es constatable en revistas de muy buena calidad, como Herria 2000 Egura (¡milenarismo del año 2.000 para el país y para la Iglesia vasca!), y en un nuevo -y antiguo- tipo de líder político que, así como el profesor Negri uniría el autor y el activista, en la figura de Telesforo Monzón funde el jelkide con el gudari («mitad monje, mita soldado») podría decirse también. Ni ETA, ni los partidos políticos que políticamente la representan son confesionales, por supuesto. Pero la raíz funcionalmente y estructuralmente religiosa es constatable y, como fe estrictamente dicha, es identificable en cualquier conversación con cualquier simpatizante con los fines de ETA, aunque no suele agregarse con sus medios«.

 

El nacional-catolicismo vasco

 

Esa fe político-religiosa, ese signo apocalíptico-religioso, ese nacional-catolicismo vasco enfrentado al español, pues, es uno de los factores conformantes y determinantes del actual separatismo vasco. A ello apunta el comentario de Aranguren: «Es a partir de estos tres o cuatro factores: el juvenil, el nacionalista, el revolucionario-socialista y el apocalíptico-religioso, como se ha de analizar el proyecto abertzale de comunidad nacional vasca».

 

Nosotros diríamos que, de esos tres o cuatro factores que propugnan y defienden el proyecto abertzale de comunidad nacional vasca, el más decisivo, el de mayor fuerza explosiva -mayor que el de las ideologías políticas y el goma-2 del terrorismo etarra- es el elemento o factor apocalíptico-religioso dadas las características de la comunidad de creyentes del pueblo vasco. A la importancia decisiva de este hecho religioso apuntan, a su vez, las palabras de don Antonio Garrigues en su artículo «SE TRATA DE UN DRAMA», publicado en ABC: «Hay en ese pueblo un componente religioso, mesiánico, de raza separada, distinta, elegida. Hay muchos vascos que repelen absolutamente el terrorismo, que sienten lo español como propio, pero sin renegar de la unidad racial vasca».

 

Esta es la situación actual, ambivalente y paradójica del católico pueblo vasco. Siendo tal, y queriendo conservar el carácter mesiánico de raza separada, distinta y elegida, por una arte deberá condenar sin remedio el terrorismo inhumano de la ETA, pero por otra, y adecuadamente «mentalizado» por sus clases dirigentes, políticas y eclesiásticas, tocadas de un feroz e irracional separatismo, tendrá por héroes nacionales a vulgares asesinos y matones. Si es verdad que el pueblo vasco colectiva y mayoritariamente siente lo español como propio; si no quiere hacerse cómplice ante la Historia de ese terrorismo bestial de la ETA, y el separatismo fanático de un Herri Batasuna, por ejemplo, deberá dar muestras fehacientes y colectivas de que, por encima de esa pretendida y pretenciosa unidad racial vasca, sabe colocar y defender la Unidad Nacional de España. «ETA no es el pueblo vasco, ni el pueblo vasco es terrorista -sigue afirmando Antonio Garrigues en su aludido artículo-. Pero ETA es parte del pueblo vasco, y, parte del pueblo vasco, apoya, alienta y aplaude sin reservas y sin rebozo a ETA y su acción revolucionaria y terrorista». «Los simpatizantes de ETA -nos dice por su parte Aranguren- lo son con los fines, no con los medios«. Nosotros creemos que los que comulgan con los fines, terminan por participar en los medios. Si no ¿a qué viene esa declaración de guerra a España, proclamada por los políticos y admitida por los comentaristas en su análisis del drama vasco?» «A la nación española se le ha planteado una guerra, una extraña «guerra». Ha sido declarada detrás de una frontera -un «detrás» que podría llegar a verse envuelto en esa misma guerra- no por un Estado o mayoritariamente por una comunidad democrática, sino por un grupo político minoritario que reina por el terror: que practica la «justicia revolucionaria» teniendo como pena única la última pena; que exige rescate en dinero por sus cautivos, como en tiempos de los corsarios: que basa su fiscalidad en los atracos o en la amenaza y ejecución, en su caso, de la pena de muerte: que predica una sociedad utópica, inexistente en la tierra, que es lo que más arrastra, como todas las utopías, sobre todo a los jóvenes».

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Pero siendo esto así, ¿cómo se explica el que ETA siga llevando a cabo su guerra contra España con tanta impunidad como eficacia; y se le conceda beligerancia y razón en la calle y en el Parlamento español? «Nosotros estamos en guerra contra España», ha declarado a LE FIGARO ese nuevo y singular «ayatollah» vasco, Telesforo Monzón, sin que nadie le haya tapado la boca con razones o candados. Hay que decirlo sin tapujos. Si ETA sigue sosteniendo su guerra contra España, es porque un pueblo -al menos en sus minorías cualificadas e influyentes- apoya y sostiene esa «guerra» y a esos «militares» que la llevan a cabo. Y a la hora de las responsabilidades últimas nosotros cargaríamos más el peso de las mismas sobre los partidos políticos como Herri Batasuna, Euskadico Ezkerra y Partido Nacionalista Vasco, quienes brindan la plataforma de la «legalidad» democrática a un pecado de lesa Patria. Pecado que los idealistas muchachos de ETA quieren cometer y cometen a fuerza de pistolas, de goma-2 o de· metralletas. Cuestión de medios, no de fines, en los que comulgan unos y otros. En este sentido estamos de acuerdo con el parecer de Ramón Sierra manifestado en su artículo REITERACIONES ¿INUTILES? publicado en ABC. Analiza las consecuencias previsibles de la aprobación del Estatuto de Guernica, el cual no servirá más que para agravar los problemas religiosos, políticos, económicos, laborales, culturales y de orden público, terminando su alegato con una advertencia lúcida y un trallazo despiadado para los supremos responsables de esta situación política angustiosa: «¿Se ha advertido ya que el PNV es mucho más peligroso que el HB? El primero es un equipo de termitas, que silenciosamente destruye las grandes vigas, sin que nadie se entere hasta que un edificio se derrumba: el HB y la ETA, las incendian y cabe llamar a los bomberos para apagar a tiempo el fuego».

 

¿Es esto, precisamente, lo que han buscado y pretendido los que han programado este nuevo Estado Federal y este galimatías de España concebida como nación de naciones? ¡Destruir callada, silenciosamente, la columna vertebral de la nación española, a través de la acción política legal, acción de termitas «consensuadas», consentidas y eficaces en un grado muy superior al de las bombas de la ETA! En tal caso habrá que alzar la voz para condenar esa legalidad política que destruye lo mismo que la ilegalidad terrorista.

 

A esta acción soterrada, deletérea y «legal» de los partidos políticos vascos, más destructora para la Unidad Nacional de España que las bombas de la ETA, permítasenos añadir y destacar la acción y omisión no menos eficaz y culpable de la Iglesia vasca en sus más destacadas jerarquías. Más grave y peligrosa que la acción política de HB y el PNV, es para nosotros la actitud de sospechosa parcialidad de esta Iglesia, tan solícita ella, durante la oprobiosa, para condenar la violencia estructural y los abusos del Estado Nacional de Franco. ¿Dónde está ahora esa denuncia profética clara, tajante y radical, de los pastores y guías del pueblo de Dios en Vasconia contra la violencia criminal, indiscriminada y persistente de ETA, que mantiene en un estado de terror colectivo, no sólo al pueblo vasco, sino a todo el pueblo español? A este respecto oigamos la denuncia y requisitoria de un valiente sacerdote vasco contra el obispo de San Sebastián, desenmascarando y condenando precisamente esta actitud de culpable silencio y no menos culpable parcialidad de dicha jerarquía eclesiástica para con el separatismo vasco. En un artículo titulado «SETIEN, ¿UN OBISPO IMPARCIAL?», y con motivo de la postura ambigua adoptada por este señor obispo ante el triple asesinato a sangre fría de tres policías españoles, don Ángel Garralda, formula su personal y arriesgada denuncia profética en estos términos: El obispo de San Sebastián ha hablado «como creyente y como vasco» (nos gustaría saber si es capaz de hablar como español), y ha dicho: «No quiero solidarizarme con esta sangre (tres policías asesinados), que una vez más ha empapado nuestra noble tierra guipuzcoana».

 

El obispo Setien, azote de España

 

«Sí, señor obispo, han matado y rematado contra el suelo a tres más a traición.

 

«Y usted no se debe conformar con decir: «Porque amo a mi pueblo, quiero expresar mi temor de que por estos caminos perdamos el fundamento sólido de unos valores éticos, sin los cuales no es posible edificar la paz ni construir el futuro». Mientras usted no sea capaz de decir que ama a su pueblo, que es España, usted tampoco pondrá fundamento sólido para que esos valores éticos impidan la organización terrorista ETA que está siendo el desprestigio histórico más sobresaliente de un pueblo, emborrachado de odio con la idea histérica del secesionismo, y enloquecido hasta el desprecio de sus más grandes hombres, que, por ser hispánicos, marcaron rutas de trascendencia universal para la humanidad.

 

«Cuando el proceso de Burgos o el ajusticiamiento posterior de varios criminales de ETA, los obispos vascos revolvieron Roma con Madrid; visitaron al Caudillo y comprometieron más de la cuenta a Pablo VI. Nunca hemos sabido que hayan comprometido al Papa para condenar ETA como autora de tantos crímenes. Nunca hemos sabido de sus visitas públicas a los líderes de ETA para condenarles en nombre de la Iglesia su acción. Han jugado demasiado tiempo a confundir condenando la violencia con el remoquete moralista de «venga de donde viniere», sin más explicaciones, porque quedaba suficientemente «explicada» su intencionalidad equívoca y comprometida.

 

Aquí está, formulada con precisión, la acusación concreta y exacta contra la actitud sostenida por la Iglesia española en los últimos tiempos del franquismo. La Iglesia española jugó con ventaja e impunidad la carta de su intencionalidad equívoca y comprometida contra el Estado Nacional de Franco y a favor de las fuerzas mal llamadas· «democráticas»: fuerzas, en realidad, de la Revolución y el Separatismo vasco-catalán. A pesar de las reiteradas y ampulosas protestas oficiales de imparcialidad en el cambio político programado ya en vida de- Francisco Franco, la Iglesia Española, y no digamos la de Cataluña y de Vasconia adoptó una actitud de «beligerancia» abierta y descarada. Esta es la realidad que descubren, y responsabilidad a la que apuntan, las siguientes afirmaciones de Ángel·Garralda: «Comprenderá usted -sigue diciendo en su requisitoria contra monseñor Setién- que con un obispo tan «imparcial»… pocas esperanzas puede haber. Después de conocer su homilía con ocasión del funeral por Franco, yo no tengo la menor esperanza de que la Iglesia llamada vasca sea capaz de llevar la serenidad a un pueblo destrozado por el odio y la revancha. Yo, que soy tan vasco como usted puede serlo, no tengo esperanza ninguna de que en las sacristías donde anidó el origen de ETA sean capaces de rezar en alta voz el «Yo pecador…»

 

«¿Por qué no medita en alta voz para iluminar las conciencias sobre la tremenda responsabilidad de la Iglesia en tanta hecatombe? ¿Recuerda el feroz castigo que usted impuso dictatorialmente al canónigo Orbe por no pensar en separatista?

 

«Mientras usted lamenta jeremíacamente las tres últimas víctimas asesinadas y rematadas en lo que usted llama su «noble tierra», cien mil manifestantes de todos los partidos de izquierda, marxismo puro, con quienes se ha solidarizado una vez más el País Vasco, y a juicio de un testigo de excepción, José María Bandrés, también la iglesia vasca, pedían más metralletas para ETA, más muertes para España; pedían separatismo, secesionismo e independencia.

 

«¿Qué azote de Dios está cayendo, señor Setién, sobre esa tierra española de Legazpi, Urdaneta e Ignacio de Loyola?»

 

Escalofríos dan estas palabras valientes y arriesgadas de un sacerdote vasco y español todo en una pieza, contra un obispo y una Iglesia vasca, que la realidad trágica de los hechos confirma y avala. Escándalo, asombro e indignación causa la actitud irracional y anticristiana de un obispo como monseñor Setién castigando dictatorialmente al canónigo Orbe por no pensar en separatista. Escándalo, asombro e indignación no menores causa en toda conciencia cristiana y española, la actitud de esa Iglesia separatista vasca solidarizándose con los marxistas y separatistas vascos, para pedir más metralletas para ETA, más muertes para España. Frente a esta realidad monstruosa de escándalo e ignominia que los supremos responsables y jerarcas de la Iglesia vasca brindan a la conciencia nacional de España, cobran toda su importancia y significado las palabras de Onaindía (EIA), pronunciadas, para mayor baldón y escarnio, en el Congreso español: «nosotros estamos en una guerra santa contra Madrid». Y al frente de esas mesnadas de nuevos «cruzados» defensores de un utópico cristiandad vasca, caminan, báculo en ristre, los obispos de Vasconia, alentando, bendiciendo y ayudando a los «gudaris» de esta guerra sucia contra la madre Patria, España. Esta es la acción del peor enemigo de España, en frase acertada e incisiva de Ismael Medina en su admirable CRÓNICA DE ESPAÑA: «POR DIOS Y POR ESPAÑA»: «El peor enemigo de España no debe buscarse sólo en la reinstalación en los centros del poder del antiteísmo masónico y del antiteísmo marxista. Cuando se inició el proceso presuntamente democratizador, estaba claro que acaso el principal objetivo constituyente era el exclaustramiento institucional de la Iglesia de Cristo. No me refiero ya al disciplinado tanteo implícito en la retirada de los Crucifijos de significativos despachos oficiales. La campaña contra el llamado «nacional-catolicismo» y su identificación con el franquismo a desguazar, configuraban una maniobra perfectamente calculada contra la Iglesia: Esa campaña, amparada desde el propio Estado, cohibió a los propios católicos y les creó serios condicionamientos psicológicos para reaccionar eficazmente contra un proyecto constitucional que consagraba la militancia antiatea del Estado e iba aún más lejos en los propósitos descristianizadores que los racionalistas del XVIII y el XIX e incluso que la II República. Pero todo ello no hubiera sido posible·-concluye el inteligente periodista sin la colaboración de sectores significativos de la propia Iglesia, tanto eclesiásticos como seglares».

 

Tampoco el separatismo vasco hubiera alcanzado las actuales cotas sin el apoyo eficaz y decisivo de la Iglesia vasca. Ciertamente hay para exclamar con Ángel Garralda: «¿Qué azote de Dios está cayendo sobre esta noble tierra de Legazpi, Urdaneta e Ignacio de Loyola?» ¿Y dónde estará -preguntamos nosotros- el profeta de labios de fuego que sepa anunciar y denunciar al pueblo fiel de Vasconia y de España entera el despeñadero de un nuevo y trágico 36 al que le empujan sus guías y pastores? ¿Y dónde está y qué hace el auténtico pueblo español que a estas horas no se ha alzado ya en pie de guerra contra la barbarie criminal de ETA y la traición inconcebible de sus clases dirigentes: políticas y religiosas? Porque no queremos pensar, ni menos consentir en el fuerte de nuestra conciencia insobornable de españoles, que esta realidad histórica aberrante y monstruosa de nuestros días, vaya a ser consagrada como definitiva por la auténtica Iglesia de Cristo. Iglesia que alentó y vivificó en su día el catolicismo español hasta hacerlo y considerarlo clave de los mejores arcos de su historia y argamasa de su Unidad Nacional. Este azote de Dios sobre España ha de pasar, y nuevo profetas de venturas y pastores evangélicos, han de dejar oír su voz autorizada y potente transmitiendo su mensaje de paz y de esperanza la nación que fue «evangelizadora del Orbe, luz de Trento, y madre de veinte naciones soberanas y católicas». «¡Dios no muere!» -dijo al caer acribillado por el puñal homicida el católico Presidente del Ecuador, García Moreno-. ¡España tampoco! -decimos nosotros-, con la fuerza de la razón histórica más justa y legítima. ¡España no muere!, por mucho que se empeñen en ello sus enemigos interiores y exteriores. Una raza, una estirpe, un pueblo y una nación que se hizo acreedora, por sus gestas católicas y humanas colosales, a la inmortalidad, no puede morir. Siempre habrá un puñado de españoles bien nacidos dispuestos a impedirlo. Con la fuerza de la razón, o la razón de la fuerza, ratio última regum et lex supremae vitae, razón última de los reyes y ley suprema de la vida.

(Heraldo Español nº 66, 9 al 15 de septiembre de 1981)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.