03/05/2024 03:15
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El constante advenimiento de científicos, expertos virólogos en el conocimiento y seguimiento de las jodidas andanzas de los virus, con o sin corona, a los medios de comunicación, lejos de aclararle al personal las grandísimas dudas que le provoca el desconocimiento de asunto tan alejado de su mente, lo que están logrando, no sé con qué interés, es tenernos a los legos en la materia viral, totalmente acojonatis; mirando con recelo a todas las partes; desprovistos (¡qué tiene huevos!) hasta del deseo de tener contacto familiar. Padres e hijos sin poderse abrazar, abuelos y nietos que se huyen hasta el punto de prohibirse mutuamente las visitas en estas fiestas tan entrañables. Y son capaces de pasarlas en la más estricta soledad, sin brotarles una sola lágrima de sus ojos.

 

Me cuentan que un asustado marido que atento sigue lo que le cuentan esos expertos en los periódicos, las emisoras de radio y la tele -pasa de uno a otro medio con la rapidez del rayo- muy atemorizado por la posibilidad de contagio, le compró a su mujer -o compañera sentimental, no me lo aclararon- un traje de neopreno, con escafandra hermética, agujerico estratégicamente hecho en el lugar preciso, con el hueco justo de presión, por donde poder penetrarla con la seguridad de que, al recoger velas, no va a salir infectado.

 

Dejando a un lado las exageraciones que siempre y en todo las hay (existen quienes dejaron de usar el cigarrillo electrónico por miedo a electrocutarse), lo cierto es que esos expertos tan noticiosos; que manejan palabras tan incomprensibles lejos de la Virología, deberían hacer, antes de explayarse en los medios de comunicación, un examen de para quien está a punto de salir ofreciendo con idioma científico sus bastos conocimientos profesionales. Pero ¿ya estaba dicho todo; señalado el letal peligro; descubiertas todas las maneras de transmisión? ¡Ni hablar del peluquín! En una tele de presencia nacional, aparece esta mañana otro virólogo -para mí desconocido; seguro que no para la Ciencia- que al socaire de la aparición de una nueva cepa del coronavirus (Covid-19), hurgando en el acojonatis casi unánime del país, nos avisa, con una cuasi cínica sonrisa en la cara, de su facilidad y rapidez de contagio. Y, como una amenaza, aventura la posibilidad real de que se produzcan muchos contagios por el encuentro familiar la Noche Buena que, sin dar aún pruebas de contagio, se ampliarán con la celebración de Nuevo Año; y que, con motivo de la Epifanía (la llegada de los reyes Magos, sus cabalgatas) las infecciones sumadas podrían constituir la aparición de la tercera ola de la Pandemia.

 

A mí me importa una higa la forma que en un microscopio de grandes aumentos pueda ofrecer el jodido «bicho». ¿Pa qué? Personalmente (y creo que en esa estamos la gran mayoría de los españoles) no me sirve de nada práctico el haber escuchado y lógicamente mal entendido, que para algunas personas, la actuación del Covid en su organismo, provoca una especie de explosión que, afectando a casi todos los órganos vitales, en la mayoría de los casos, se lleva por delante la vida del infectado.

 

Lo que nos interesa saber a todos los que no somos profesionales sanitarios, incluidos los investigadores, es que por fin se ha encontrado la manera de pelear con éxito contra ese virus tan asesino, nacido quién sabe en dónde y por qué.

 

Lo que nos interesa, a todos, es que de una puñetera vez podamos volver a salir a la calle sin miedo al contagio de algo así; que podamos salir a pasear volviendo a disfrutar, viendo en su totalidad la cara de nuestras bellísimas mujeres, envidia del mundo entero.

 

Lo que estamos deseando todos, sin excepción, es poder asistir a las salas de cine o de teatro; a conciertos; a corridas de toros; a eventos deportivos, etc., sin más temor que aquel que pueda crear la calidad de actores y actrices; músicos; toreros y por supuesto, los toros; o los deportistas.

 

Y el colmo del disfrute sería que, juntándonos todos y con el mismo tono de voz, les dijésemos ¡Hasta nunca! a este caterva de malvados inútiles que están consiguiendo la general ruina de España.

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Eloy R. Mirayo
Mi currículum es corto e intranscendente. El académico empezó a mis 7 años y terminó a mis 11 años y 4 meses.
El político empezó en Fuerza Nueva: subjefe de los distritos de C. Lineal-San Blas; siguió en Falange Española y terminó en  las extintas Juntas Españolas, donde llegué a ser presidente de Madrid.