22/11/2024 07:10
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El mundo entero prepara ya el 50 aniversario de la muerte del genio español por excelencia

Julio Merino sigue hoy en este españolísimo y perseguido “Correo de España” la serie sobre las 15 mujeres (solo con dos de ellas se casó) que hace años escribió para su obra “Los grandes españoles del siglo XX”

 

España y Francia han presidido estos días en Madrid el acto de inauguración, con presencia del Rey Felipe VI, la campaña cultural de lo que será “El año Picasso

Por su parte, la Ministra francesa de Cultura, Abdul Maalak, destacó el interés especial que el mundo del arte tiene por conocer a fondo las relaciones de pareja y los varios matrimonios que tuvo el madrileño en su inquieta y de vorágine vida real

Y ahora sigamos con las mujeres del malagueño universal. Hoy les toca el turno a 13-Genevieve, 14-Jacqueline y 15-Sylvette.

13.-Genevieve Laporte

(“La chica de los miércoles”)

Hoy toca hablar de Genevieve Laporte, el amor romántico del genio, la chica de los miércoles. Un diamante rodeado de diamantes que pedían a gritos que alguien les quitara el polvo. Una joven inocente que todavía veía la vida en color de rosas y que fue capaz de despertar en el genio lo mejor que llevaba dentro y la alegría por vivir. Sólo tenía 16 años y era virgen por dentro y por fuera. Es curioso comprobar cómo a medida que fue haciéndose viejo se fue enamorando de mujeres más jóvenes. Tal vez por lo que él mismo decía: “El hombre tiene la edad de la mujer que se enamora”. Hablemos, pues de la chica de los miércoles.

 “Han hecho de Picasso un macho, un monstruo, un tipo que llegó a apagar un cigarrillo en la mejilla de su esposa. Pero, basta con mirar estos dibujos para comprobar que ahí sólo hay ternura, lo que demuestra lo que era Picass: Amor, respeto y dulzura”. Estas palabras que escribe Genevieve Laporte, “El amor secreto de Picasso”, indican ya el objetivo de una mujer que a sus 78 años se propuso lavar la imagen del Minotauro que otras de sus mujeres le habían creado. Casi al final de su vida subastó los 20 dibujos que el genio le había hecho durante sus relaciones y que había conservado en una caja fuerte “porque he pensado que estos dibujos no se pierdan en el anonimato de un museo o en manos de unos herederos que no sabrían qué hacer con ellos”. De aquellos dibujos sobresalían la “Odalisca” (que se vendería por 473.000 euros) y “El sueño” (que se vendería por 417.000).

Pero, ¿quién era y cuáles fueron sus relaciones con Picasso?

Genevieve era hija de un químico, brillante estudiante y miembro de la “Resistencia” francesa contra los nazis a los 16 años. Era una chica muy guapa y con un cuerpo de Venus, que destacaba por su simpatía arrolladora. En 1944 era una estudiante del Liceo Fenelón y con un grupo de compañeros editaban una revista mensual en el colegio. Al hacer el número correspondiente al mes de abril acordaron hacerle una gran entrevista al que ya era el más famoso de los pintores en París y allá se fue la joven Genevieve a entrevistar al monstruo. Porque sólo eso sabía de Picasso en ese momento, que era un “monstruo”. Sin embargo, cuando la joven e inocente estudiante se sentó frente al genio y le oyó hablar de inmediato se quedó prendada de él y otro tanto le sucedió al “monstruo”, que en ese momento ya había cumplido los 63 años, lo cual confirma la inclinación del viejo Picasso por la juventud. Pero, Picasso no se atrevió ni a tocarle las manos.  (“Cuando conocí a “Genu” (así llamaba a la joven Genevieve, según cuenta Olano en su obra) sentí ganas de comérmela, era como un helado de fresa que inocentemente se ofrecía, pero me contuve y fui con ella no sólo amable sino hasta cariñoso… ¡Si bien podía ser mi nieta!”). Eso sí, quedaron en verse otro día. Cosa que sucedió cuando el ejemplar de la revista colegial vio la luz. Entonces volvieron a verse y ya Picasso la adoptó al saber que la “niña” era muy aficionada a la pintura y que quería ser pintora y quedaron para otro día en su Estudio (entrar en el Estudio de Picasso era peligroso para cualquier mujer). Así fueron conociéndose mejor y Picasso se empeñó en hacer de ella una pintora. Tanto que al año siguiente hasta le costeó un viaje a Estados Unidos para que la joven fuera conociendo mundo y ampliando su idea de la pintura.

Sin embargo, tuvieron que pasar 6 años para que lo que había sido amistad se transformara en “otra cosa”. Sí, otra cosa, ya que Picasso seguía viviendo con Francoise Gilot y todavía no se había roto el amor que sentía por ella, no hay que olvidar que Francoise fue la madre de sus hijos Claude y Paloma. Pero llegó el verano de 1950 y Picasso invitó a la joven a pasar sus vacaciones con él en su casa de la Costa Azul y allí fue donde Genevieve descubrió a Francoise y las relaciones que Picasso tenía con ella… y la joven se plantó y dijo que ella no iría a su casa mientras estuviese Francoise. Era la repetición de lo que le había pasado con su María Teresa y Olga, su primera mujer legal. Entonces Picasso se las ingenió para ver a Genevieve a espaldas de Francoise y se buscó la casa de su amigo Cocteau para verla un día a la semana. El día elegido fue el miércoles y de ahí que los amigos del genio bautizaran a Genevieve como “La chica de los miércoles”.

Sí, es verdad, aquel verano me entregué a él y le amé profundamente y creo que él también se enamoró de mí –escribiría después-. Es verdad que sólo nos veíamos los miércoles, pero para mí aquel día llegó a ser mi vida, ya que el resto de la semana me lo pasaba pensando en él y contando las horas y los minutos que faltaban para volver a verlo… fue en aquellas horas de entrega cuando de verdad conocí a Picasso y frente a lo que se ha dicho de él yo puedo decir que no era un monstruo, al menos conmigo era el hombre más cariñoso y tierno que he conocido… y además se recreaba pintándome. Me pintó desnuda y en la cama, en el baño, en el jardín, en la playa y hasta un día vestida de novia. Fueron los dibujos que he conservado no sólo en una caja de seguridad sino en mi corazón hasta este momento que he decidido sacarlos a la luz”. 

La historia de su amor con Picasso fue incluso llevada al cine por su amigo James Ivory en “Sobrevivir a Picasso”, que se rodó en Saint-Tropez y en su estudio de la “Rue des Grands Agustins”. Sucedía ya cuando las relaciones con la Gilot se habían enfriado, como se demostraría poco después cuando Francoise le abandonó y se llevó a sus dos hijos.

Pero fue entonces, al querer que me trasladara a vivir a su casa, cuando decidí alejarme de él. ¿Y eso por qué? Quizás por lo que me había dicho nuestro amigo el poeta Paul Eduard: “Ten cuidado Genevieve, Picasso acaba matando todo lo que ama”.

Y me marché. Fueron casi dos años maravillosos, pero que tuve que cortar para salvarme. Porque Picasso te absorbe y acaba comiéndote no sólo el cuerpo sino también el alma”. “La mujer, las mujeres –medita en su libro– son para Picasso el nacimiento y amén de algo nuevo, el todopoderoso fuego que incendia en el pintor una nueva fuerza creativa. Es un Don Juan de la pintura, un seductor del color que cambia, varía, evoluciona y vuelve, un burlador de la línea tradicional y de cualquier norma. Es la anarquía del rebelde siempre insatisfecho… pero, yo le amé más que a mi vida”.

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Y todavía quedan Jacqueline y Sylvette.

  

14-Jacqueline Roque

(“La musa más musa de todas y la mujer que le sobrevivió”)

Cuando Picasso conoció a Jacqueline Roque, su segunda mujer oficial (la primera fue la rusa Olga Khokhlova), su romance con Francoise Gilot había terminado, en este caso fue ella quien lo abandonó y se llevó a sus dos hijos, y el nuevo que nacía, Genevieve Laporte, era todavía una primavera. Sin embargo, Jacqueline llegaría a ser el verdadero amor de su vida, la mujer que se le entregó en cuerpo y alma y hasta fue la que le cerró los ojos el día de su muerte. Pero antes de entrar en la biografía de Jacqueline creo que no hay más remedio que citar a Fernando Arrabal, el otro genio español en París, porque él resalta lo que otros callaron. Según Arrabal Picasso fue operado de próstata, cuando ya había pasado los 70 años, y por un desliz del cirujano quedó impotente: “Picasso sufrió una operación mal hecha que le dejó impotente. Jacqueline vivió los últimos años, por tanto, junto a un hombre clínicamente castrado. Gracias a este regalo de la cirugía, del que no gozaron sus predecesoras, pudo amarle entrañablemente. Picasso conoció la gran pasión con una mujer a la que llevaba un buen montón de años (exactamente 45). Al fin, tras aquella picia del cirujano, Picasso se convirtió en el seductor que siempre había soñado ser”.

Tampoco me resisto, de entrada, a reproducir algunas palabras de las que le contó a mi amigo y compañero Antonio D. Olano: “Mira, amigo mío, de Jacqueline dirán lo que quieran, sobre todo mis hijos y la loca de Francoise, pero yo te aseguro que Jacqueline es la mujer más sincera, honesta, desprendida, generosa y bella de alma de todas las mujeres que conocí y amé. Te voy a contar una anécdota, que en su momento fue una broma, pero que muchos la han comentado como crítica a su persona. Sucedió el primer día que entró en mi Estudio y yo le fui enseñando lo que había en medio del desbarajuste que me rodeaba. Jacqueline –le dije-, como verás esto es un desastre, pero esta es mi finca, mi Reino, mi imperio, mi silla de San Pedro, porque aquí es donde paso mi vida y donde me siento Alejandro, César, el Gran Capitán, Napoleón, Cortés, Pizarro, Shakespeare, Cervantes, Beethoven, Mozart… ¡y Dios!… sí, no te rías aquí soy Dios y este es mi templo. Por tanto cuando entres en mi templo me llamarás ¡Monseñor! Y lo curioso es que así se lo tomó ella y desde aquel día, al menos en la intimidad, siempre me llamaba Monseñor… y te aseguro que ella fue, ha sido y sigue siendo no sólo mi modelo, sino también mi secretaria, mi cocinera, mi masajista, mi enfermera, mi profesora de baile, mi madre y mi hija, mi amante y mi mujer y hasta mi carcelera. Sí, no te rías muchacho, gracias a Jacqueline pude quitarme de encima a los “pesaos” que venían de todo el mundo hasta mi casa sólo para ver al monstruo… Y te confieso que ha sido, sin duda mi gran musa, más de 500 obras he realizado por ella, con ella y para ella.

Y ahora ya, digamos quién fue Jacqueline Roque.

Jacqueline Roque nació el 24 de febrero de 1926 en París. Cuando cumple dos años, su padre les abandona, obligando a su madre a trabajar largas horas de portera, en un lujoso edificio cerca de los Campos Elíseos. Una figura influyente en su vida fue su tío el abad Bardet, quien le inculcó valores como la humildad y la modestia.

A los 18 años su madre sufrió un derrame cerebral y murió. Dos años después contrajo matrimonio con André Hutin, un importante ingeniero, con quien tuvo a su primera hija, Catherine Hutin-Blay. La joven familia vivió durante una temporada en África, actual Burkina Faso, por motivos de trabajo de André. Cuatro años más tarde, Jacqueline decide regresar con su hija a Francia y divorciarse, sospechando que su marido le era infiel. Se trasladan a la Riviera francesa y empieza a trabajar en la tienda de su prima, La alfarería Madoura, en Vallauris. En 1953, a los 27 años conoció a Picasso. Sus exóticos rasgos le recordaron a la joven que aparece en ‘’Las mujeres de Argel’’ de Delacroix.  Así la retrató poco después en ‘’Mujer vestida de turca’’.

La segunda vez que se vieron fue en la alfarería donde ella trabajaba, Picasso tenía 72 años y Jacqueline era una belleza de ojos verdes de 45. Seis meses después deciden casarse en secreto. Desde el comienzo de su relación, Picasso pintó en numerosas ocasiones a Jacqueline. Era la única persona cuya presencia toleraba mientras pintaba en el taller.  Estaban tan unidos que rara vez uno salía de casa sin el otro.

Durante los últimos años de vida del pintor, Jacqueline comenzó a beber de forma excesiva. Se veía muy afectada por la agonía de su marido, y la complicada relación de ambos con los hijos y nietos de Picasso. En abril de 1973 Picasso muere y Jacqueline queda hundida. No soporta la vida sin él, a pesar de que por herencia es una de las mujeres más ricas del mundo y por ello 13 años más tarde, ya en 1986, se suicida, pegándose un tiro en la sien. Pocos años antes le había contado su vida más sincera e íntima a su buena amiga Pepita Dupont (“La verdad sobre Jacqueline y Pablo Picasso”), donde recoge la frase que más gustaba recordar a la pobre mujer anímicamente destrozada: “Picasso no era el sol, pero era la sombra del sol”.  

Fueron tiempos alegres y sin peleas (como habían sido otros de su larga vida). Tal vez porque a Jacqueline no le había importado, ¡ni se había dado cuenta! –según Arrabal- pasar tantos años de su vida viviendo con la castidad de una monja de clausura junto a su idolatrado Pablo. Y eso teniendo en cuenta que Picasso ya era un mito, el mito Picasso, el artista más aplaudido por todos. Es verdad que ya no hace ninguna obra que supere a “Las Señoritas de Avignón” ni al “Guernica”, pero es su etapa ceramista, la pasión del malagueño durante su vejez.

Y a pesar de su gran amor por Jacqueline en su vida aparece otra “niña” (61 años más joven que él), “La chica de la coleta”, el amor romántico de un hombre que se sabe impotente y que ya no puede hacer el amor. Sylvette David.

15-Sylvette David

(“La chica de la coleta”)

En 1954 la situación amorosa del “Genio” es compleja. Por una parte, todavía sigue estando Olga, su primera mujer oficial, porque, como madre de su primer hijo, Pablo, se ven de cuando en cuando, aunque no se hablan y se odian, pues no se ha legalizado el divorcio. Por otra, sigue estando sin estar, Francoise, ya que a pesar de haberle abandonado como con ella viven los dos hijos frutos de sus relaciones, también de cuando en cuando se ven… y ya ha aparecido en escena Jacqueline, con la que convive ya pero no se puede casar (cosa que no haría hasta que Olga muere en 1955)… y de pronto aparece Sylvette, una jovencita de 19 años de la que queda embobado nada más verla. Será la última “mariposa” del Minotauro venido a menos, pues la impotencia sexual consecuencia de una fallida operación quirúrgica, le ha arrebatado su poderío físico, su alma principal de conquista y dominio.

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Pues bien, hablemos de Sylvette David.

Sylvette David nació en Paris en 1934 en un ambiente artístico, ya que su madre era pintora y su padre un comerciante de obras de arte, por lo que desde muy joven ella misma ya encausó su vida por la senda del arte. Era una chica muy mona en lo físico, aunque muy delgadita y muy estirada (su madre de pequeña la llamaba “mi Junco”, quizás porque al andar se cimbreaba con el garbo y la flexibilidad del junco cuando se mueve llevado de un lado a otro por el viento), pero sobre todo eran los cabellos rubios, que ella se ataba en forma de coleta, lo que más llamaba la atención al verla. Coleta, que por indicación de su padre, comenzó a atarse muy alta, cosa que no se hacía en aquellos tiempos en el mundo del peinado… y además era, y lo siguió siendo siempre, una chica alegre, simpática y muy avistada e inteligente.

Cuando conoció a Picasso en Vallauris el pintor tenía ya 73 años y ella apenas 20, o sea que el genio le llevaba 54 años. Fue visto y no visto, porque nadie les presentó ni entre ellos se habló nada en aquella primera visión. Ella había acudido a la alfarería de los amigos de Picasso con su novio Toby Jellinek, que era un joven artista que se dedicaba a hacer muebles futuristas y habían ido a la alfarería buscando ayuda y posibles clientes. Picasso la miró, se acercó al novio para interesarse por su obra y hasta le compró dos sillas. Aquel día no hubo más, aunque los dos artistas quedaron en verse cuando le llevasen a su casa las sillas.

Sin embargo, al día siguiente cuando Sylvette, el novio y unas amigas estaban sentados en la terraza de la vivienda de unos amigos, de pronto se oyó un pequeño ruido y al volver los ojos los presentes hacia el lugar donde provenía el ruido vieron que por el muro se descolgaba un cuadro, era el dibujo que Picasso le había hecho sin decirle nada y sin tenerla como modelo… y más gracioso aún, tras el cuadro apareció la cabeza del genio, que con una gran sonrisa les saludaba con la mano y les invitaba a pasar a su casa (la casa de los amigos de Sylvette estaba justo al lado de la del pintor). Y con aquel cuadro, un dibujo a lápiz que más parecía una foto, se presentó la pareja en casa del genio.

Pero, a partir de este momento me van a permitir que me limite a recoger el relato y las palabras que la propia Sylvette diría muchos años después, cuando Picasso ya había muerto y ella ya había sobrepasado los 70 años de edad, en las entrevistas que le hicieron en el “Museo Picasso” de Málaga cuando fue invitada el año 2008.

Yo era una niña de 19 años extremadamente tímida. Tenía miedo de todo, hasta de hablar. Cuando el famoso pintor me pidió que posara para él en abril de 1954, llegué asustada a su taller con un abrigo gris ceñido al cuello. Me quería pagar, pero me negué, temiendo que me pidiera que me desnudara.

Aquel día Picasso nos mostró sus cerámicas y sus cuadros y me preguntó si podía posar para él y en aquel momento no supe que decirle, pero la realidad fue que durante unos meses yo acudí al estudio y posaba. Picasso me dio un beso en cada mejilla. Olía bien, estaba recién afeitado, me pidió con amabilidad que me sentara en una mecedora frente a la ventana y, lo más importante, que me mantuviese siempre de perfil. Picasso fumaba continuamente”.

Señora Corbett (Silvette David había cambiado su nombre y sus apellidos y había adoptado el nombre de Lydia Corbett tras uno de sus matrimonios), me extraña mucho que siendo usted tan bella y tan joven en esa época de la que usted habla el Minotauro, un verdadero devorador de mujeres, se limitara a unas relaciones románticas, ¿seguro que no hubo más? –le preguntó uno de los periodistas.
Ja, ja, ja –y Sylvette o Lydia dejó escapar unas risas amplias y sonoras-, pues si le digo la verdad, sí, claro que lo intentó, aunque, eso sí, de una manera muy sibilina. Verá, un día cuando ya llevábamos un buen rato trabajando, se levantó de donde estaba sentado, me cogió de la mano y me llevó hacia dentro de la casa para enseñarme “su” dormitorio. Pero, nada más entrar lo que hizo fue dar un salto, a pesar de su edad tenía gran agilidad, y comenzó a dar saltos sobre la misma. Naturalmente, yo capté la invitación que me estaba haciendo y tan pilla como él comencé a saltar y a reír, pero sin subir a la cama. Otro día, del mismo modo, me llevó hasta el garaje y abrió las puertas de atrás y me pidió que subiera, era un Hispano-Suiza grande y espacioso, ya dentro se puso a jugar como dándome a entender que íbamos de viaje y con su chófer al volante. Entonces sí, en un momento se atrevió a algo más, me cogió la mano y con ella en la suya tocó mi rodilla. Naturalmente yo me di cuenta enseguida de lo que pretendía y me aparté casi al otro extremo del asiento. No hubo más. Bueno, sí, ahora lo recuerdo. Otro día cuando llegué al Estudio había colgado un cuadro en un caballete y lo había cubierto y me pidió que lo descubriese (“aunque si no te gusta –dijo- me lo dices y aquí mismo lo rompo”) y mi sorpresa fue verme desnuda. Pero no dije nada y eso creo que le enrabietó. (“¿Qué, no dices nada?”. “Bueno, no está mal”. “Mi pequeña, ayer tarde cuando te fuiste y me quedé mirando tu retrato se me ocurrió hacer con tu retrato lo que Goya hizo con su Maja vestida. ¿Sabes que Goya después de pintar vestida a la Duquesa de Alba la pintó desnuda?”. “No, no lo sabía, pero creo que el artista es libre de pintar lo que pase por su cabeza”. “Exacto, es lo que yo digo muchas veces: yo no pinto lo que veo, yo pinto lo que pienso”).

Fue el último “sueño” del Minotauro Picasso.

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