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Museo del Prado. La Maja desnuda fue la primera (arriba) que pintó el genio, y la segunda, años después, fue la Maja Vestida (abajo)

 

Mucho, mucho se ha escrito y se seguirá escribiendo sobre las “Maja desnuda” y sobre la “Maja vestida”( y en este orden, porque así la pintó el genio, primero la desnuda y luego la vestida), pero poco, muy poco de cómo surgió y dónde surgió la idea de hacer aquel “retrato” al desnudo, que traía loca a toda la Corte, en aquellos momentos, más famosa del Madrid aristocrático, incluso superando a la propia Reina, doña María del Pilar Cayetana de Silva-Álvarez de Toledo, XIII Duquesa de Alba, y quizás es lo más curioso que recogí ha tiempo del escritor, Biviano Vilenque, quizás el ultimo que entrevistó a Goya ya pocos días antes de su muerte. Según el italiano la obra surgió cuando la pareja, él ya un hombre mayor y ella una joven bellísima (aunque ya minada, sin saberlo, por el cáncer que se la llevaría pocos años después, tan solo con 40 a la muerte), vivía un romance escondido en el viejo castillo de Piedrahita, uno de los cientos que la Casa de Alba tenía distribuidos por toda la geografía española. Fue como una luna de miel de dos recién casados.

Autorretrato de Goya

 

 “Largos paseos por los jardines y las arboledas, excursiones a las  cercanas Sierras de Avila y Villafranca y muchas, muchas horas de amor, en cualquier parte y a cualquier hora. De Piedrahita parece ser que vino la Duquesa embarazada de Goya, según contaría Godoy a los Reyes un día en el destierro de Compiégne, cuando vivían los tres juntos.  پgLa Maja desnudaپh, antes de ser una obra de arte, fue una mujer que se desnudó muchas veces, muchas, ante el artista y el hombre:

                    –Paco, quiero que me pintes desnuda -le dijo un día la Duquesa después de hacer el amor.

                     –¡No! ¡Ni hablar! -respondió Goya a gritos.

                     –Pero ¿por que?… si será sólo para mí.

                     –¡No! Te he dicho. No quiero que nadie pueda ver que yo estoy viendo ahora mismo.

                     –¿Y qué estás viendo tú? -dijo provocativa- No sé lo que véis los artistas en un cuerpo desnudo.

                      –No seas pícara y tápate.

                      –No, sin que me describas lo que ves.

                      –Pues, eso depende. Si te miro como artista, como tú dices, sólo veo una modelo perfecta, yo diría divina… Si te miro como hombre veo… (Goya se quedó callado)

                       –Dime, hombre ¿qué ves como hombre y como amante?.

                       –Pues, veo una cara preciosa, veo unas tetas increíbles, aunque las tienes un poco separadas, veo un cuerpo divino y unos muslos y unas piernas más divinos…

                        –¿Y nada más?

                        –Nada, más ¿Te parece poco?

                        –Sí, porque te falta algo que también estás viendo.

                        –Ya, ya sé… ¡Eres una sádica!

                       –Pues, dilo, me encantaría que lo dijeses.

                        –¿Sí?. Pues ahí va: tienes un coño de Diosa, más bello y más provocativo que los de Afrodita y Venus juntas.

                        –Anda, sordo mío, ven a mis brazos, que te voy a dar el cielo.

 

 

Vistas del Castillo-Palacio de Piedrahita de la Casa de Alba, donde la joven Duquesa recogía las plantas afrodisiacas

 

 ( Pero, lo que no sabía Goya es que además de “eso” la Duquesa le  estaba atiborrando de las hierbas “milagrosas” que nacían en torno al Castillo llenas de un jugo ciertamente afrodisíaco).

 

Sí, aquellos días de Piedrahita fueron una verdadera luna de miel para el pintor y para la Duquesa… y gracias a la petición de la de Alba hoy podemos contemplar la grandiosa “Maja desnuda” en el Pardo. (La otra, la “Maja vestida”, la pintaría más tarde, tal vez después de la muerte de la Duquesa).

 

El escándalo –al parecer de las crónicas del momento- aumentó cuando la Corte se enfrentó  a la “La Maja desnuda” y ella no ocultó que la mujer que aparecía desnuda era ella misma.

¡Aquello era demasiado para aquella Corte falsaria y desenfrenada!. Por cierto, que a Goya le llovieron las ofertas y las peticiones de otras Grandes de España, entre ellas la Marquesa de Santa Cruz y la condesa de Elda, para que las pintara desnudas.

Desde 1796 a 1798 Goya, vive, sin embargo, sólo para la Duquesa y la pintura. Son los años de los retratos de Carlos IV y María Luisa, del Príncipe de Asturias a caballo, del Duque de San Carlos, de los infantes, tíos y sobrinos, y de todo lo que se moviera en Palacio.

En 1797, según los rumores que circularon por la Corte (y Galdós se hizo eco de esos rumores), la Duquesa tuvo una hija, que rápidamente fue “escondida” como hija propia por una señora que vivía a orillas del Manzanares, hasta que fue mayor. (Al parecer Goya le pidió a su propia esposa que “ahijara” a la recién nacida para evitar el escándalo y el deshonor de la Duquesa, que como he dicho, estaba viuda).

Y llega 1799. Un año en el que pasan tres cosas importantes para Goya: Primero, que es ascendido por el Rey a primer pintor de Cámara de la Casa Real, segundo, que la Duquesa Cayetana cae muy enferma (moriría en 1802, con tan solo 40 años) y tercero que ese año realiza los dos grades retratos de Carlos IV y María Luis a caballo. Lo primero fue importante porque eso le obligaba a tener más presencia en Palacio y una relación casi a diario con los Reyes, o mejor dicho con la Reina, puesto que el Rey siempre estaba de caza. Lo segundo, porque a Goya le afectó mucho el ver a aquella mujer tan guapa y tan joven postrada en la cama sin remedio y porque María Luisa (enferma sexual como era) le echó el “ojo” encima y según se rumoreó  no paró de perseguirle hasta que se lo llevó a la cama. Unas relaciones intermitentes, y en los paréntesis de enfado que tenía con Godoy, hasta que fallece la Duquesa y Goya cae otra vez en la depresión “negra” que parecía su perseguidora. Aunque también se habló del romance pasajero que tuvo con la condesa de Chinchón, cosa que no sorprendía dadas las permanentes infidelidades del Príncipe de la Paz.

Goya murió en Burdeos el años 1828, sordo y solo, a los 82 años y la Duquesa de Osuna, su última amante,  en 1834 y a los mismos años.                                                 

 

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El inmenso Pérez Galdós la describiría así en uno de sus Episodios Nacionales:

 

“La Duquesa de Alba era un tipo enteramente contrario a la de Osuna. Esta era una hermosura delicada y casi infantil, de esas que, semejantes a ciertas flores con que poéticamente son comparadas, parece que han de ajarse al impulso del viento, al influjo de un fuerte sol, o perecer deshechas si una débil tempestad las agita. La de Osuna agrada, pero la de Alba entusiasma. Cayetana era la belleza ideal y grandiosa que causa sentimientos extraños. Pensando en ella he creído que debió ser una hermosura humana de esas que nunca se olvidan”.

 “Entre las mujeres que he visto en mi vida -le hace decir a uno de sus personajes- no recuerdo otra que poseyera atracción tan seductora en su semblante, así es que no he podido olvidarla nunca y siempre que pienso en las cosas acabadas y superiores, cuya existencias depende exclusivamente de la Naturaleza, veo su cara y su actitud como intachables prototipos que me sirven para mis comparaciones. Cuando yo la conocí debía tener algo más de 30 años. Con lo dicho podrán ustedes formarse una idea de la incomparable Duquesa de Alba, de aquella Duquesa de Alba de Goya, y excuso descender a pormenores, tales como su arrogante estatura, la blancura de su tez, el fino corte de todas las líneas de su cara, la expresión de sus dulces y patéticos ojos, la negrura de sus cabellos y otras muchas indefinidas perfecciones que no escribo porque no sé expresarlas. Y a sus vestidos y a su forma de llevarlos y a todas las elocuencias de sus innumerables encantos unan ustedes la elocuencia del abanico. ¡Qué mujer!”.

En 1796 muere el marido de la Duquesa y Cayetana se queda viuda con 34 años. Viuda, superrica, guapa, joven, hermosa, simpática, ansiosa de vida y placeres, libertina y siete veces Grande de España… ¿Quién podía ofrecer más en aquel final de siglo?.

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.