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Llama la atención que el comunismo siempre se haya implantado de la misma forma y que sus líderes se hayan comportado más o menos igual.

Fidel Castro era un abogado educado en los jesuitas; Stalin un seminarista cristiano; Tito y Chaves militares, Mao un maestro de escuela… al parecer dio igual su raza, religión, lugar de nacimiento o formación, para comportarse igual.

Podemos pensar, viendo lo que ocurre en los países comunistas, que sus líderes son egoístas, crueles, envidiosos e insolidarios, ¿pero es esa la condición psicológica común a todos, o es un ataque de los liberales para desacreditar al socialismo? Este año se ha demostrado científicamente esta hipótesis, y que no es un insulto.

En marzo de 2021 en la Universidad de Edimburgo, Bates y Lin, dos psicólogos, hicieron un estudio en un grupo con   más de 800 participantes, con una característica común en todos ellos: que preferían la redistribución de la riqueza y participaban de ideas socialistas en mayor o menor grado, y tras realizarles test específicos para valorar cualidades y sentimientos, encontraron que en un 26 % predominaba la envidia, en un 21 % el deseo de hacer daño, en un 19% el egoísmo, en un 15% la justicia y en un 4% el sentimiento de compasión.

Por tanto, en ese grupo de estudio, son entre 6 y 7 veces más preponderantes los sentimientos de envidia, ganas de hacer daño y egoísmo que el sentimiento de compasión.

Por fin este año 2021, la Ciencia pudo demostrar lo evidente: los comunistas son envidiosos, les gusta hacer daño, son egoístas y nada compasivos.

            Esto puede explicar por qué el socialismo se implanta de forma violenta reprimiendo al individuo y a su ego, ya que el socialismo entiende que el prestigio y la distinción personal son conductas antisociales, aunque quizá detrás de esa represión esté la envidia, el egoísmo y las ganas de hacer daño.

Al desaparecer en el socialismo la propiedad privada, no se puede proteger a los hijos, de forma contraria al instinto natural. Pero además el socialismo es contrario a varias pulsiones humanas: la búsqueda del triunfo personal, el bienestar, la riqueza y la protección de la familia y también va en contra de los estímulos materiales como recompensa del esfuerzo, lo que debilita la voluntad de trabajar en las personas.  

La desaparición de los estímulos asociados al esfuerzo hace que disminuya la solidaridad colectiva. Nadie cuida los bienes públicos, cualquiera puede apropiárselos o destrozarlos. Nadie cuida nada, ya que no es fácil asumir la idea del “bien común”. 

            Por otro lado, el socialismo tiende a romper los lazos familiares al no poder colaborar con el bien ni la riqueza de la familia una vez ha desaparecido la propiedad privada.  En Cuba, en los años sesenta, se decretó el fin de cualquier contacto con familiares desafectos o exiliados. El socialismo fue un sistema dedicado a desatar lazos, a disgregar estructuras naturales como la familia, sustituyéndolas por otras diseñadas por el Estado. Pero la peor consecuencia, es que al someter a los ciudadanos a la obediencia ciega e impedirles su libertad para generar riqueza termina haciendo de éstos unos parásitos improductivos. 

El ciudadano socialista no es más feliz siendo igual a los demás en la pobreza, sino que está aún más insatisfecho al no poder procurarse lo que el Estado no le da y se ve en la necesidad de violar las reglas robando o usando el mercado negro, como todos los que hayan estado en Cuba o Venezuela habrán podido comprobar.

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¿Pero por qué esas sociedades toleran esta situación, exaltan al líder cuando se les llama, y muestran un aparente entusiasmo al hacerlo? Por miedo a la represión. Como todo es del Estado, si quieren te pueden quitar todo, y si encima los lideres son envidiosos, egoístas y les gusta hacer daño, más vale salir y manifestar el fervor al líder si uno quiere conservar la libertad y la vida. Esto completa el perfil psicológico de la élite socialista y define a los Estados que han tomado el socialismo como bandera.

Autor

Salvador Ruso Pacheco