24/03/2025 02:18

In pace quidem est… et nunc et in perpetuum,

attamen ipsa sola.

¿La guerra como fin del Estado del bienestar?

Los acontecimientos se precipitan y nos adelantan por doquier. La cuestión de la guerra en Ucrania ha adquirido el punto exacto de sazón junto con otro acontecimiento de curso más lento pero inapelable: con la guerra de Ucrania se alcanza el punto de inflexión en que la ‘revolución socialdemócrata’ (vide G. Tortella) culmina y cae hacia el averno.

Esta es la grave constatación: una circunstancia secundaria, como la guerra ajena, viene a alterar los principios estructurales, políticos y económicos, que fundamentan las sociedades del bienestar desde hace una centuria. Aunque también podría interpretarse que el declive del Estado de bienestar se ha hecho coincidir con la eclosión bélica y su capacidad ingente de devorar recursos estatales.

Lo que se plantea por la política oficial no es tanto la pretensión colectiva europea de participar de forma directa en ese conflicto (la indirecta ya se ha producido hace tiempo y no resulta controvertida) como las sacudidas que se producirán en el nuevo reparto de las diferentes partidas de los presupuestos de los Estados europeos entre los gastos ‘sociales’, que disminuyen, y los gastos ‘militares’, que aumenta.

A nadie parece importarle ni el resultado de la deuda pública ni del déficit y sus consecuencias. Esa situación, que acaba de comenzar, durará años y supondrá un impacto de consecuencias profundas en la definición de todas las sociedades occidentales que, desgraciadamente, la mayoría de analistas no contemplan porque no pueden o no quieren.

Empecemos por analizar algunas de esas consecuencias.

La demografía en las sociedades occidentales

Tenemos en el centro la cuestión esencial de la demografía. Un primer aspecto a considerar sería el cuantitativo (el número de habitantes, la distribución espacial de las poblaciones, las generaciones que la integran, etcétera). Y otro aspecto, no menos esencial, radica en el cualitativo (las características biológicas, sus habilidades, la naturaleza adictiva, la ductilidad a los vicios y a las pasiones, etcétera). Pero fijémonos en la dinámica de los flujos demográficos.

Hemos hablado desde hace tiempo de la población concebida como un recurso biótico en el ámbito de las sociedades analógicas de transición hacia el orden digital. Pero partamos de la constatación de una premisa: las oligarquías de Occidente desprecian el recurso que representa su población nativa. Surge de un pensamiento en el que todas las variables que definen las sociedades complejas y que delimitan su existencia propia son susceptibles de ser tratadas, manipuladas, alteradas, dispuestas en un horizonte infinito de posibilidades.

Esa forma de pensar, que ahora no categorizamos, tiene un prius lógico respecto a la población concebida como recurso: las oligarquías prefieren importar población de los entornos. La finalidad de esta estrategia es, al principio, disponer y abastecerse de poblaciones externas que compitan en los menguantes mercados de trabajo interiores con las poblaciones nativas.

Sería la forma, evidente, de dotar algo de sentido y valor al concepto de ‘trabajo”, un recurso abundante pero que sobra. También, mientras desaparece, el trabajo importado tiene como finalidad reducir las retribuciones y aumentar el tiempo de trabajo.

Pero la finalidad última, sin duda, consiste en la estrategia de reemplazo progresivo de una población nativa (mórbida, tóxica, irrecuperable, ignorante, agotada) por poblaciones procedente de todos los confines del orbe. El retraso cultural de los inmigrantes se convierte en su ventaja: no serán eliminados los primeros, en esta fase inicial de extinción del trabajo (evidentemente sustituido por la máquina).

El islamismo concebido como ‘ideología’ política

En Europa una buena parte de la inmigración procede de zonas islámicas. Circunstancia que nos obliga a analizar el fenómeno del islamismo que condiciona y define la política oficial tanto de los partidos políticos y, en lo que nos interesa, como del feminismo mayoritario.

¿Cómo los pensamos desde la Europa occidental? El islamismo, para ese ámbito de los pensadores políticos analógicos, no sería estrictamente hablando una religión sino una ‘ideología’ política. El islamismo, así concebido, no deja de ser más que el producto de una representación del imaginario de los políticos occidentales: una fórmula ‘ideológica’ más con capacidad para transformar la realidad de las sociedades occidentales. Véase, como libro de culto del nacionalismo andaluz, La revolución Islámica en Occidente, de Ignacio Olagüe.

El islamismo, desde esa visión occidental, estaría dotado de capacidad para ‘cuestionar’ la sociedad occidental y alcanzar su ‘destrucción’ al ser concebida como el mal metafísico. A eso se reduce el planteamiento de nuestros ilustrados. Y por eso representa un extraordinario atractivo para la acción.

El islam, aunque diverso en sus expresiones, para los políticos occidentales representa un bloque homogéneo y unitario que queda reducido a una ‘ideología’ más que compite en el mercado de las ideologías. Esa sería, por lo demás, la única forma efectiva que tiene la política oficial (y sus adláteres) para comprender y entender el islamismo. Todos los restantes aspectos esenciales que lo definen (como ser una religión integral) desde hace más de 1300 años son irrelevantes.

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Pero en todo este escenario proclamar el islam como ideología no es más que un reduccionismo teórico estúpido porque el islamismo no deja de ser lo que es: una religión monoteísta, de expresiones múltiples, expansiva, activista y violenta, colectivista y total, que desafía al Estado (que no sea islámico) pero que ofrece una perspectiva íntegra de la existencia para el creyente que vive en comunidad (desde que te levantas hasta que te acuestas, desde que naces hasta que mueres).

La mentalidad política occidental está presidida por el principio rector según el cual coexisten religiones dominantes y religiones dominadas, del mismo modo que hay individuos dominantes y dominados (que le sirve de modelo) lo que es aplicable a los Estados: para el imaginario occidental, el islamismo representa una religión sometida y dominada en occidente… y está en su interior la fuerza (la violencia) de la negación de la sociedad occidental, del cristianismo y del capitalismo, en cuya negación converge con el feminismo y con el resto de la progresía.

El progresismo sostiene, en su bondad infinita, y en la magnífica ignorancia histórica que ofrece, que todo se reduce a un savoir faire para domesticar al salvaje, justificando su violencia mortal como reacción ‘natural’ por el comportamiento secular y terrorífico de los antepasados occidentales (resultan vomitivas leer las excusas de los pro palestinos sobre las atrocidades de Hamás por la masacre del Simjat Torá el 7 de octubre de 2023)…

El islamismo no está ni reducido ni marginado en los guetos de los arrabales de las poblaciones occidentales. El islamismo solo está incardinado, redivivo, como imaginario de los pensadores occidentales… como una de sus fantasías más peligrosas. Por eso seguirá siendo defendido porque el feminismo ha sido seducido por el islamismo al ser concebido como ideología política de liberación de la trama occidental.

Feminismo e islamismo

Entonces, y en lo relativo a la ‘mujer’, a fortiori, ¿por qué se produce una simbiosis entre el feminismo y el islamismo al cual concibe como un aliado estratégico en la perspectiva de sus objetivos últimos de ‘liberación de la mujer’? Vayamos por partes.

El feminismo y su entorno no es otra cosa, en síntesis, que aquel proyecto que pretende arrogarse en exclusiva el control ‘político’ de los óvulos de la mujer para alcanzar la fiscalización de la capacidad de procreación de la mujer. Es su argumento más fértil y el más oculto.

El feminismo pretende en su práctica también rechazar la imagen de la mujer como reducida por dos expresiones que la atenaza: como fuente de placer (del hombre) y como parturienta (de la especie). ¿Eso es el patriarcado? Esa concepción reductora de la mujer como objeto (de placer y puérpera) choca con aquella otra concepción tradicional que concibe a la mujer como dotada de capacidades para engendrar vida y constituirse en un ser singular, excepcional y elevado, físico y divino (la Diosa madre).

Sin embargo, el problema estriba en entender por qué el feminismo presenta una alianza estratégica con el islamismo que, en su propia esencia, resulta opuesto a las metas y objetivos del proyecto femenino: ¿por qué esa alianza, paradojal, con el islamismo? Porque el feminismo asume un error teórico fatal al entender que el islamismo es, en su esencia, una ideología política afín a su proyecto de liberación.

Tenemos que huir de las explicaciones psicológicas. El feminismo no está prendido de su contrario (la perfecta regulación de la condición ‘mujer’ en el islamismo que, por cierto, no es sometida al obsesivo deconstructivismo teórico del wokismo). No, el feminismo no contempla ni concibe al islamismo como la elaboración de su ‘contra deseo frustrado e inconsciente’: esa fascinación por lo viril, la fuerza, el sometimiento del hombre respecto a la mujer que ya no encuentra en la sociedad feminizada occidental y que, recónditamente, le atrae y le fascina del islam con el que palidece íntimamente ser subyugada.

Para la psicología, en otra lectura, la mujer sufre el desplazamiento de las impotencias personales hacia los ámbitos de la acción y de la reivindicación colectiva, donde se refugian sus debilidades. En el fondo el feminismo, como receptor y gestor de frustraciones, se concibe como un emergente de la incapacidad de superar el fracaso de las exigencias personales femeninas (belleza, riqueza, inteligencia) transfiriendo el resentimiento hacia el sumidero del feminismo, como vertedero colectivo, que alivia y disuelve el fracaso individual. Otra cosa es que se alcance el alivio.

Tampoco podemos explicar la asociación feminismo/islamismo partiendo de la idea de que el islamismo representa una ‘minoría transformadora’. Existe una supuesta identidad, pérfida, con estrategias compartidas entre la liberación de la mujer y el islam (que concibe, idealmente, a la mujer islámica como liberada al no estar sometida a los modelos occidentales de ‘percibirse mujer’).

Al parecer no se tiene en cuenta el aspecto dinámico y temporal de esas apreciaciones, quedando sin respuesta qué pasa cuando el islamismo deja de ser minoritario y se convierte en mayoritario: asfixia a la colectividad entera y elimina al resto de las minorías.

Subyace en toda esta posición la consideración del islamismo como una ‘ideología’ liberadora, una más, entre otras muchas, que hay que aceptar. Multiculturalismo mediante. Ser minoritario constituye un privilegio porque se resiste a quedar sometido a las potencias culturales dominantes de occidente, del mismo modo que el feminismo, como minoría, lucha por la hipotética liberación de un hipotético colectivo subyugado.

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Sin embargo la mujer siempre ha escapado de esa lógica opresora que teoriza el feminismo mediante el renovado juego de la seducción, de las apariencias, del placer dosificado y de las potencias del sexo débil, jugando a perpetuidad con el imaginario de los deseos del hombre, etcétera al precio de una singularidad excepcional de la que nunca, en realidad, ha pretendido ‘liberarse’.

Para el feminismo el islamismo comparte íntimamente el fin último de la mujer feminista (y de otras ideologías) que sería la de liberarse de la sociedad occidental, es decir comparten no estar sometidos ni a las estructuras de dominio ni a los cánones occidentales que definen intransigentes la sociedad judeocristiana y capitalista, que diseña la categoría de ‘mujer’ o la de ‘creyente’.

Esas ideologías anacrónicas no han superado, aún, la fase infantil de considerar siempre como positivas las prácticas y los discursos de cualquier grupo humano organizado que lucha contra la estructura de dominio occidental (una obsesión de difícil comprensión) que sería la justificación de su hermandad con el islamismo que también, como minoría transformadora, lucha contra el mismo ‘ambiente opresivo’. El mismo enemigo y, por tanto, la misma lucha, lucha compartida.

Ambas son anticapitalistas, aunque por causas distintas. Ambas son antisemitas, por causas idénticas. Ambas son antioccidentales, por intereses divergentes. Ambas comparten la cristianofobia, por intereses diferentes. Ambas se conciben como formas de liberación (una, el feminismo, visible, otra, con el islamismo, ocultándose), aunque en perspectivas diferentes.

El feminismo nunca podrá ser materializado

No encontraremos jamás una sociedad feminista realizada completamente conforme al ideario feminista. Por eso el feminismo es proyecto carente de fines y que se recrea circularmente en sus medios (el narcisismo de la mujer, el odio a la maternidad y al hombre, la gestión de una sexualidad ascética y de renuncia, exaltación de la fealdad, de la ignorancia y de la miseria, etcétera).

No podría existir una sociedad feminista plenamente realizada porque, inmediatamente, entraría en un proceso de descomposición acelerado. La auténtica sociedad feminista, en puridad, prescinde de todo hombre y, en su consecuencia, devendría una sociedad estéril abocada a la muerte por falta del reemplazo de nuevas generaciones.

Nos replicarán las ideólogas del proyecto feminista que para eso están las novísimas técnicas de reproducción asistida sin intervención del varón (aunque no ha podido sintetizarse genéticamente el espermatozoide). El resultado es fatal: una sociedad transmutada en la aberración de una eugenesia pura, sin diversidad genética, sin sexualidad dual y sin cuerpos diferenciados, sin tensiones, una sociedad castrada, neutra y sometida a la virulencia de una homosexualidad forzada y proyectada a su propio vacío y agotamiento. Desaparecido el elemento varón de la ecuación carece de toda relevancia la mujer.

Con independencia de la imposibilidad biológica de una auténtica sociedad feminista consumada, ese sería el auténtico proyecto del feminismo, éste presenta un problema radical: el feminismo no puede proyectarse sobre el futuro sin caer previamente en su propia auto exterminación al establecer el radicalismo de un universo donde se eliminan las dualidades que constituyen el nudo del ser.

Por tanto, desaparece el mundo ontológico del feminismo sustituido por la creación de un paraíso artificial. Pero no lo descartemos, ese podría ser el mundo perfecto para los anti humanistas: el anhedonismo universal cuyo ideal representa no solo el exterminio si no la persecución de todo placer ontológico, donde sucumben los extremos que fundamentan el juego de la vida y de nuestra propia existencia dual.

-Podríamos concluir que el feminismo se haya seducido por el islamismo (pese a ser in toto inasimilable e incompatible) del mismo modo que se siente seducido por todas las expresiones del anticristianismo (fuente última del heteropatriarcado y de la supuesta desigualdad de la mujer).

Pero el asunto es más simple: opera en el feminismo un juego de exclusión del elemento de la contradicción (lo masculino) mediante la automática afirmación radical del contrario (lo femenino) que se positiviza absolutamente en el momento de la exclusión. Eso suena mucho a la revolución proletaria que buscaba exterminar a la burguesía: un imposible que ha dejado tras de sí un cementerio bien repleto de cadáveres.

-¿Entonces?

-No tienes por qué exigirme que lo sepa todo. Sin embargo, ya te he dejado suficientes elementos para que puedas pensar por ti mismo.

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Jose Sierra Pama
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Alberto

Verdaderamente este mundo quieren acabarlo o por lo menos cambiarlo completamente y entre las feministas, los islamistas, las guerras y las nuevas tecnologías y otros etcéteras lo conseguirán
Pero todo cambia, el islamismo progresa y el cristianismo decrece.
El autor relaciona al islamismo con el feminismo manifestando una posible seducción por el islam por sus posibles coincidencias en algunos fines, pero en realidad el feminismo para mí es una creación ficticia.

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