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Insertos como estamos en esta guerra sin cuartel contra ese virus invisible que nos persigue implacablemente para destruir nuestra salud y arruinar nuestra economía, yo prosigo en mi propósito firme de entretenerles con simples banalidades poéticas, desprovistas de cualquier intencionalidad política siquiera sea subliminal. No es hora de protestar, no… Es hora de arrimar todos el hombro en fraternal armonía dejando aparcadas cuantas diferencias ideológicas nos enemistan, y de hacer cada cual el máximo sacrificio que pueda ofrecer a la colectividad; y en esta particular contienda, a los articulistas de la prensa digital nos corresponde la tarea heroica de escribir sin cobrar ni esperar nada a cambio, aunque nos quede la inmensa satisfacción de intuir que en medio de esta turbación que nos invade, nuestra modesta aportación al acervo cultural patrio dejará una huella indeleble en los corazones de aquellos que, postrados en sus lechos, recluidos en sus viviendas, o perdiendo el tiempo a hurtadillas durante su horario laboral, nos lean con delectación y deriven para su espíritu alguna enseñanza que le sea provechosa, en tanto las aguas desbordadas de esta desolación vuelvan al cauce del que nunca debieron desbordarse y la vida recupere su ritmo habitual.
Y ahora, después de esta introducción tan solemne que necesitaba para tratar de pasar a la historia como un buen orador, pasemos al asunto que nos ocupa en términos más convencionales. Se me ha ocurrido hablarles de un tema muy interesante: la historia de Lucrecia, aquella dama romana que, según cuenta Tito Livio, vivió en el Siglo VI a.C. durante el reinado del último rey de Roma, Lucio Tarquinio el Soberbio. Esta candorosa mujer, hija de un patricio que tenía la desgracia de llamarse Espurio Lucrecio Tricipitino, vivía tranquila y feliz con su marido hasta que un suceso desgraciado y sobre todo extraño introdujo la tragedia griega en su casa romana. Una tragedia que al pueblo de Roma le vino como anillo al dedo para dirigir una revuelta contra aquel tirano y que acabó con la monarquía dando paso a la República.
¿Y qué es lo que ocurrió?.. Se lo voy a explicar tanto en prosa como en verso, con claridad meridiana y ondulante. Todo comenzó cuando Sexto, un hijo traviesillo de aquel rey, se enamoró de Lucrecia, una mujer muy bella y, aprovechando la ausencia de su marido (del marido de ella porque Sexto era hetero), se coló por una ventana de su dormitorio en mitad de la noche y abusó de su esplendoroso cuerpo sin haber escuchado un “no es no y solamente no” porque, curiosamente, además de ser Lucrecia una mujer hermosa, hacendosa y virtuosa, era también muy despistada. Y es que al principio creyó –de noche todos los gatos son pardos- que el hombre que la estaba seduciendo era su marido, que había vuelto de viaje, hasta que pudo comprobar su error, demasiado tarde, y, viendo mancillada irremisiblemente su virtud, prefirió el suicidio a la deshonra clavándose un puñal en el pecho.
Aclarado todo esto comenzamos a relatar la historia en rima ondulante y en técnica teatral. En el escenario hay un sillón, y sobre él una abuelita. Y a su lado está su nieto, un adolescente que no sabe nada de la historia de Roma ni tampoco de la de Grecia, sentado sobre un taburete de madera comprado en un bazar chino por tres euros. La viejecita ha prometido a su nieto contarle esta jugosa historia, y el chico la mira expectante. La abuela tiene sobre su regazo un botijo lleno de agua fresca. Toma un trago y después la palabra iniciando el relato de este suceso histórico:
ABUELA
-Lucrecia fue ultrajada
en su camisón de seda
cuando estaba adormecida
-y no por estar beoda
pues su virtud no se duda-.
Es una escena tan cruda
que no la contaré toda
sino más bien resumida
porque el pudor me lo veda
y el morbo me desagrada.
NIETO
-¡Cuéntala, por favor, anda!…
Quiero oír esa leyenda
que, aunque no parezca linda,
no obstante debe ser honda,
conmovedora y profunda.
Y si al menos es fecunda
más vale que no se esconda
aunque en ella se prescinda
de algo que al gusto ofenda,
según el decoro manda.
ABUELA
-Estaba echada en su cama
esta mujer algo mema
cuando se le sube encima
un hijo del rey de Roma
que con desvergüenza suma
la ultraja y luego se esfuma.
Ella se despierta, toma
un puñal y se lastima
el pecho con furia extrema
y así muere aquella dama.
(La abuela bebe del botijo y prosigue)
-Esa muerte innecesaria
produjo allí más histeria
que hoy la guerra de Siria,
tanto que cambió la historia
por culpa de la lujuria.
Y de aquella justa furia
Lucrecia pasó a la gloria
como una leona asiria:
antepuso a su miseria
su virtud extraordinaria.
(Hace como que se clava un puñal en el pecho y se queda boquiabierta)
NIETO
-¿Es medicina sensata
la que uno se receta
a sí mismo si se quita
la vida, o es algo idiota?
A mí me parece bruta
la mujer que no disfruta
de una ocasión tan remota:
que el hijo del rey la admita
como amante, si es discreta
es honor, no cosa ingrata.
ABUELA
-Pero una cosa es amar
entregándose al placer
y otra cosa es delinquir
porque no hay nada peor
que ser en esto un tahúr.
El amor nace al albur
y es un goce superior
que da sentido al vivir
siempre que se pueda hacer
sin a nadie violentar.
NIETO
-Prosigue, pues, tu relato
porque ahora te prometo
que escucharé calladito
ya que el silencio que he roto
no me ha dado ningún fruto.
ABUELA
-Termino ya en un minuto
porque cansado te noto…
NIETO
-Tú cuenta, que necesito
conocerlo por completo,
pues eso es de lo que trato.
ABUELA
-Bien… No fue su muerte vana,
pues el pueblo, con gran pena
pero también con inquina,
coge al rey y lo destrona.
Y es que la diosa Fortuna
es a veces oportuna
aunque otras decepciona.
Aquí…estuvo muy fina
y sobre todo serena:
al despuntar la mañana
se mostró republicana.
Y en medio de una verbena
desmadrada y libertina
mandó el pueblo a la Corona
de una patada a la luna;
y desde entonces la cuna
no sentó en una poltrona
ni a un “rex” ni a una “regina”,
comenzando su faena
la República romana.
Cae el telón y sale el autor a escena
EL AUTOR
Aquí si el seso trabaja
deduce una moraleja,
pues la poesía es hija
de la actualidad, que enoja
al que a trabajar se estruja.
¿Conocen a algún granuja,
a una persona que escoja
sin que a él nadie lo elija,
que se merezca la queja
que en mi mente se baraja?
Autor
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