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El 29 de septiembre de 1833 moría el rey Fernando VII. En los últimos momentos de su vida la Infanta María Luisa Carlota de Borbón le acercó un papel a un ser moribundo y le pidió que firmara. Aquel documento era de derogación de la ley sálica, por la cual, la infanta Isabel de Borbón podía ser nombrada reina de España, en detrimento del hermano del rey, Carlos María Isidro de Borbón, heredero natural del trono de España. En ese momento se dio paso a lo que conocemos como I Guerra Carlista, que duró hasta el 1839.
El final de la guerra estuvo en manos de lo que se llamó Expedición Real. Desde Navarra a Madrid. La idea era llegar a las puertas de la Villa y Corte y que Isabel II le entregara a su tio el trono. La historia era factible porque, hasta ese momento, la reina se encontraba sola y no tenía a su lado a ningun militar o político de confianza. Todo cambió al darse cuenta del valor y confianza que podía depositar en Baldomero Espartero.
La Expedición Real marchó de Navarra a Cataluña. De ahí desde el Maestrazgo avanzarían por Aragón, pasando por Zaragoza, que era una ciudad clave, al estar a medio camino de Navarra y de Cataluña. Lugar estratégico, si se tomaba la ciudad, la triangulación de Navarra-Aragón-Cataluña le daría una consolidación territorial al pretendiente carlista.
El general Ramón Cabrera sabía que Zaragoza era una ciudad desprotegida. Sólo albergaba a unos 2.800 soldados y 300 hombres de caballería. Por eso decidió enviar al general Juan Cabañero y Esponera para tomar la ciudad con un destacamento de 2.000 soldados. Según Cabrera sería un paseo para el ejército carlista, muy superior en hombres y efectivos militares.
¿Realmente fue un paseo militar? La historia demuestra que no. El 3 de marzo de 1838 las tropas de Cabañero salieron de Alloza, avanzaron por Ariño, Lécera, Belchite, Codo y Mediana. El 4 de marzo llegaron a las puertas de Zaragoza. Aprovechando la noche, la madrugada del 5 de marzo un destacamento asaltó la muralla y destrozó un sector de la misma para facilitar la entrada del resto de las tropas.
Los soldados carlistas se repartieron por distintas zonas de la ciudad para controlar una serie de puntos estratégicos. Inicialmente consiguieron sus objetivos, ayudados probablemente por algunos partidarios del carlismo que había dentro de la ciudad, sin apenas derramamiento de sangre, pero cuando fueron descubiertos y se dio la voz de alarma tuvieron que enfrentarse a la resistencia de los milicianos, pero también de civiles de la ciudad, que respondieron al ataque armados con cuchillos, utensilios de cocina y agricultura, armas de caza, así como aceite y agua hirviendo.
La madrugada del 6 de marzo los combates se intensificaron y, dado que no conseguían tomar la ciudad en su totalidad, parte de las tropas carlistas se refugiaron en la iglesia de San Pablo y en el convento de Santa Inés, donde se rindieron, y el resto huyeron y abandonaron la ciudad. Las bajas en el bando carlista se cifraron en 217 muertos y unos 300 heridos, mientras en el bando isabelino o liberal se contaron 11 muertos y 50 heridos.
Aquella victoria, por parte del pueblo zaragozano, hizo que se añadiera en el escudo de la ciudad el lema: Siempre Heroica. Posteriormente, en 1839, una vez finalizada la I Guerra Carlista, el Ayuntamiento de Zaragoza declaró el 5 de marzo como festivo y se instauró la costumbre de organizar una comida o merienda campestre en la arboleda de Macanaz. De ahí que se conozca como “Cincomarzada”, derivado de la fecha y el lugar donde se celebraba la festividad.
El general Juan Cabañero se adhirió, en 1839, al Convenio de Vergara, por el cual recuperó el grado de brigadier en el ejército isabelino. Acabó la guerra luchando contra los que habían sido sus compañeros. En el momento de llegar a Zaragoza, estaba tan seguro de la victoria de sus hombres, que hizo abrir un café para tomarse una taza de chocolate. Cuando iba a bebérselo estalló el levantamiento popular y Cabañero tuvo que salir corriendo sin tomárselo. Tiempo después, ya como miembro del ejército isabelino tomó parte en un desfile militar que se celebró en Zaragoza. Dicen que los zaragozanos lo reconocieron y le gritaron: “¡Cabañero, que se te enfría el chocolate!”. Esta anécdota forma parte de las leyendas urbanas, pues Cabañero nunca entró en Zaragoza y menos pidió una taza de chocolate caliente. Siguió el enfrentamiento en los Montes de Torrero con las tropas de reserva que ahí se instalaron.
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