27/04/2024 17:48
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Los ecos de la pasada Semana Santa se nos van antojando como un sonido lejano; sin embargo, cuando los lúgubres y lentos redobles de los tambores destemplados comienzan a ser solo un recuerdo, recuperamos una de las celebraciones más singulares de cuantas tienen lugar en el contexto de la Semana Santa española.

Se trata de uno de los últimos vestigios de una tradición popular muy enraizada en el pueblo español, que se vio coartada con la venida de la ilustración hasta el punto de que Carlos III, en Real Cédula fechada en 1777, prohíbe este tipo de manifestaciones de disciplinantes, empalados -aun vigente y de la que hablaremos en otra ocasión- y penitentes de sangre “ni otros espectáculos semejantes, debiendo los que tuviesen verdadero afecto de penitencia elegir otras más racionales y secretas y menos expuestas”.  A estas disposiciones se añadirían otras en las que se suprimían los horarios nocturnos de las procesiones, “saliendo a tiempo de que estén finalizadas ante de ponerse el sol”.

Prueba de que estas demostraciones de fervor religioso tenían profundo arraigo en nuestra Patria lo demuestra el hecho de que el genial Francisco de Goya y Lucientes las reflejó en una de sus obras, “Procesión de disciplinantes”. En ella, retrata, con maestría, una de estas manifestaciones de la profunda religiosidad de nuestro pueblo, en la que aparecen algunas de las pocas –“Picaos” y “Empalaos”- todavía presentes actualmente en la Semana Santa española.

Una de ellas tiene como marco la pequeña localidad de San Vicente de la Sonsierra, situada en La Rioja, que es escenario de uno de los ritos, asociados a la Semana Mayor, más insólitos de cuantos se celebran en España, evocando viejas costumbres muy tradicionales en la Edad Media y Moderna: las ya referidas procesiones de Disciplinantes.

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Esta, a la que nos referimos, data de una época más tardía, en plena Edad Moderna. Los Estatutos de la Cofradía de la Santa Vera Cruz, responsable de esta celebración, están firmados en 1551, aunque hay documentos que la retrotraen a 1524, conservándose en la actualidad como si el tiempo se hubiese detenido.

A lo largo del Jueves y Viernes Santos, aunque en alguna ocasión también lo hicieron el Lunes de la Semana Mayor, “los Picaos” salen a recorrer las calles de San Vicente, acompañando diferentes desfiles procesionales, ofreciendo un espectáculo realmente sobrecogedor; sin embargo, esta salida no es solo privativa de la Semana Santa, el día de la Cruz de Mayo (día 3) y de la Cruz de Septiembre (día 14), también participan en otras manifestaciones de tipo religioso-popular que tienen como escenario esta localidad riojana de no más de 1.000 habitantes.

Procesión de Disciplinantes (Fco. De Goya)

En estas fechas, “los Picaos”, personas todas ellas anónimas, salen a cumplir su promesa. Vestidos con una túnica blanca con la espalda desnuda, descalzos, con los rostros cubiertos por un caperuz también blanco y cubiertos con una capa parda, se sitúan delante de la imagen, generalmente la Virgen Dolorosa, a la que han hecho su voto.

Tras arrodillarse ante ella y rezar una oración, comienzan a disciplinarse delante de la multitud que observa en respetuoso silencio su paso.

Para tal fin, utilizan una madeja con la que, a lo largo de unos veinte minutos se golpean la espalda desnuda, a derecha e izquierda, propinándose entre 800 y 1.000 golpes para cumplir su penitencia.

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Finalizado este rito, el hermano de la Cofradía que acompaña a cada uno de “los Picaos”, con una bola de cera virgen en la que van clavados seis cristales, colocados de dos en dos, “pica” la espalada del disciplinante produciéndole doce pinchazos que hacen que les broten pequeñas gotas de sangre que evitarán molestias posteriores.

Cubierta su espalda nuevamente, sin que nadie pueda identificar su identidad, regresan a sus casas o a la sede de la Cofradía acompañados de sus guías quienes les lavan la espalda y los curan dando así por concluido el rito y cumplida su promesa.

Esta misma demostración de promesa y perdón la realizan, igualmente, ante otras de las imágenes que procesionan durante la Semana Santa.

Pese a que alguien, de forma simplista, especialmente la estúpida pijoprogresía, pueda ver en este gesto una escenificación con fines meramente turísticos, lejos de eso, se trata de una muestra de profunda religiosidad en la que sus protagonistas dan cumplimiento, de forma anónima, a una promesa o voto hecho con anterioridad.

Vale la pena acercarse a San Vicente a presenciar esta muestra viva de la ancestral religiosidad del pueblo español, declarada de Interés Turístico Nacional.

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