01/11/2024 04:29

1.- Una anécdota

Me viene a la cabeza una anécdota sobre el primer alcalde de San Petersburgo.

Los aristócratas forzados a vivir en la ciudad, se quejaron en reiteradas ocasiones ante Pedro El Grande de la corrupción del alcalde de la ciudad y solicitaban su sustitución. El Zar hacía caso omiso y no prestaba demasiada atención a las quejas nobiliarias.

Uno de esos aristócratas de confianza de Pedro, le inquirió por qué mantenía silencio ante un corrupto público y notorio y, en un acto de autoridad, no lo cesaba. Y Pedro El Grande le respondió:

-Ha hecho una inmensa fortuna, sin duda, pero ha agotado sus aspiraciones y tiene tanto que ya apenas puede acumular más. Si lo ceso y lo sustituyo por otro nuevo, tendremos un nuevo corruptor que buscará amasar otra inmensa fortuna equivalente. Me basta con que me robe uno.

Ignoro la veracidad histórica de la anécdota. Tampoco sabría decir, a estas alturas, dónde la oí o en qué libro la leí. Y seguramente habré adornado literariamente, un recuerdo vago, porque lo que me interesa no es más que destacar el ‘sentido común’ del poder (político).

2.- Sobre la condición instintiva de la especie humana

En los anteriores análisis sobre la política (tardo-analógica) hemos sostenido que la naturaleza de nuestra especie, íntima o instintiva, se alía con las pasiones, la voluptuosidad, la apetencia material y el mínimo esfuerzo … La evidente determinación de las potencias de cada uno de los hombres en sus proyectos y aspiraciones, no puede entenderse ni materializarse sin la madeja que conforma la concurrencia de instintos e inteligencia (otro de los instintos singulares de la especie).

Como extensión de dicho modelo, el poder político no puede ser más que entendido como la exacta expresión externa de esos instintos naturales, operando en un ámbito espacial y temporal, que aspiran a conformar la potestad del ejercicio absoluto sobre la vida, el patrimonio y la muerte.

Fuerzas diversas inciden en ese modelo del poder: las distintas formas de lo religioso (como fuentes por los que se rigen todos los comportamientos), las innovaciones tecnológicas (como medio para el ejercicio ilimitado de estas potestades), las diversas tipologías de organización de las comunidades (hordas, tribus, pueblos, naciones, nómadas versus sedentarios), etcétera.

Y, llegando a nuestras postrimerías, el poder político se expresa -en occidente- en la forma del sistema de partidos políticos (puede ser uno o varios) que ‘representan’ el conjunto de la población de cada comunidad compleja (esa es la teoría). Pero ese sistema reúne en su seno, sin duda, como un epítome primordial, el condensado tanto de los instintos individuales como de los colectivos (éstos últimos responden al mantenimiento de un determinado estado de la población).

3.- La corrupción como consustancial al poder político

No es muy complicado entender que la corrupción (que podemos concebir, a estos efectos, como la actuación prevalente de los instintos sin el control de la inteligencia que limita) representa el estado normal de la sociedad compleja. Está por todas partes y atraviesa las capas densas de la religión, de la moral y de la inteligencia que, desde el origen de la civilización, se han constituido como limitadores.

Por tanto, la corrupción como auténtica opción de la condición de nuestra especie, constituyente de un prius edénico, es omnipresente, domina cualquier ámbito y es el presupuesto de toda conducta individual o colectiva. La imagen del pecado original es perfecta.

Los partidos políticos, como organizaciones humanas que organizan las sociedades, alientan la expresión de todas aquellas aspiraciones individuales conforme a nuestra condición como especie, y no son más que la síntesis precipitada de las ansias de poder sobre la vida, la riqueza y la muerte (nos remitimos a Robert Michels para la inteligencia de esas organizaciones).

Cuando una sociedad, en el siglo XVIII, apuesta por derrocar el Estado de los monarcas (el poder absoluto) y dotarse de un Estado provisto de mecanismos o dispositivos que permiten la división y distribución del poder (absoluto), pero que ni quiere ni puede suprimir todo aquello que pretendía (la autoridad y la arbitrariedad de una sola persona y de su camarilla, las ansias de riqueza y de poder).

Porque, pese las nuevas formas del ejercicio del poder del Estado, subsisten todas las potencias que constituyen la razón de todo Estado: el poder sobre la vida, la riqueza y la muerte … pero ahora se trata de que no recaiga en una sola persona (y su corte) sino en varias personas (y sus acólitos).

A la monarquía (absoluta, en su grado máximo de concentración) le sustituye un nuevo dispositivo que puede ‘elegirse’ por ‘el pueblo’ (esa es la metafísica de la teoría política moderna) pero que se apropia de las esencias que conforma el sentido de todo poder político del Estado y de sus potencias … sin alterar en lo más mínimo las particularidades de los poderes absolutos del monarca. Lo esencial en todos estos procesos históricos, si existe alguna diferencia, no sería sino aquella por la que lo que transitamos desde la era de un poder indiviso y único a un poder diviso y plural. Sin embargo, la esencia del poder político que hemos descrito subsiste.

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Habría que comprender si la progresión en el incentivo de aumentar la riqueza que provocó el capitalismo fue la clave para potenciar un proyecto de equidistribución entre ‘el pueblo’ o, más bien, estamos ante la forma, sensata, de abastecer materialmente a los nuevos partícipes de un poder político dividido para alimentar sus pasiones ilimitadas.

Lo fundamental: desde la Segunda Guerra Mundial en occidente, se ha conformado en todas las naciones que lo integra, particulares sistemas de partidos políticos que permiten el juego de la sustitución en el gobierno del Estado. Se mantiene la pluralidad a cambio de evitar que surja la indivisibilidad del poder (político) salvo cuando, por los mecanismos de concentración que operan, en todas las naciones occidentales ‘democráticas’ se ha provocado que el poder plural se haya sintetizado en una sola solución política posible.

Dos expresiones de lo mismo, un proyecto común y dual, un mismo contenido idéntico con dos formas diversas (por ejemplo, el color propagandístico: el rojo o el azul, siendo en EE.UU. inverso al de España para los partidos de derechas e izquierda). En eso consiste el juego dialéctico de los partidos políticos en las sociedades occidentales democráticas.

4.- La corrupción del sistema de los partidos políticos

Todo esto ¿a qué viene a cuento?

Todos los partidos, en mayor o menor medida, están atravesados por los mismos principios que rigen el comportamiento humano: las pasiones que, hasta donde le sea permitido y el espacio político lo es, se extienden hasta el infinito. La corrupción, ese desvío respecto de los fines que le es inherente, está sembrada en todos los recodos del universo de los partidos políticos, es decir, en lo que constituye el ánimo y las finalidades de todos sus partícipes. Por consiguiente, la política de los partidos políticos no es más que la forma abrupta de racionalizar su corrupción inherente.

La gestión de los partidos políticos, salvo diferencias insignificantes, no afectan en lo más mínimo en la configuración de los fines supuestos de los Estados ‘democráticos’. Es decir, la administración de un Estado por diferentes los partidos políticos concurrentes no es suficiente para alcanzar una política de mejoramiento de la población o de perfección de sus objetivos.

Todos los comportamientos políticos, en todos los Estados ’democráticos’, están trazados por aquella definición de su política objetiva y estratégica que viene señalada por decisiones ajenas a la supuesta voluntad del pueblo. En efecto, la distribución o división del poder del Estado (desde el absoluto de la monarquía al absoluto democrático) no tiene, pues, como finalidad operativa el bienestar de las poblaciones. Que se haya alcanzado una mejoría del estado de las poblaciones responde a otros factores, pero no podemos, en este momento, entrar en su análisis (léase a Marcun Olson).

Desde el instante en que ya no existen proyectos políticos nacionales, los protagonistas de la política de los partidos políticos se suceden, unos a otros, en un torbellino de latrocinios de los recursos del Estado. La pérdida de fines justifica el latrocinio de los medios. Ahí está, sin duda, el gran botín.

Un dispositivo del Estado, la Hacienda Pública, extorsiona de forma masiva e inquisitorial a la población, con las excepciones sabidas. De ese modo los políticos de toda calaña ya no tienen ni que molestarse en intervenir directamente en los robos del patrimonio de los pobladores: los realiza, interpósita persona, Hacienda.

El robo de los partidos políticos se hace al ladrón mayor (al Estado) y a eso se le denomina corrupción: en qué forma se desvían los recursos, cómo se distribuye entre sus protagonistas … Olvídese aquí cualquier comportamiento cándido o incorrupto o la invocación a los fines ‘ideales’ del Estado: cualquier perspectiva de racionalizar la captación de recursos por el Estado se difumina mediante la actuación concertada de los partidos políticos y de sus estructuras elitistas que los dirigen. Toda aquella política de gestión de los recursos extraídos a la población no tiene otra finalidad que la perpetuación del estado de cosas y, en lo que toca a sus gestores, a la reproducción del modelo de la corrupción de los partidos políticos.

5.- La ilusión del cambio de líderes: no cambia nada esencial.

Así las cosas, ¿qué sentido tiene cambiar un partido político en la gestión del Estado por otro equivalente, con el que se comparte todo, medios, proyectos y fines, contenido y forma?

No hay que pedir la dimisión de nadie. Le podrá corresponder esa invocación a los medios de comunicación del régimen. Pero me abstengo de cualquier comentario que no sea entender la causa de esa invocación. Las cosas en Europa se desarrollan por sí solas, automáticamente, en un orden donde toda imprevisión es inexistente y cuando el mundo de la política está perfectamente ordenado de tal forma que únicamente se permite hacer la política prevista (la que procede de las instancias burocráticas de la Unión Europea).

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Aquí en España se debate siempre, enloquecidamente, que por las corrupciones ‘sistémicas’ que sacude al partido de gobierno, Sánchez debe caer …

Muy bien, pero ¿para qué? ¿Para ser sustituido por Feijoo?

No podemos caer de nuevo en los mismos errores que se suceden desde 1978 porque Sánchez, como cualquier otro político al uso, será sustituido cuando los miembros de su élite corrupta (política, pero también económica, cultural …) hayan recogido todos los frutos que su gestión le hayan reportado (la pandemia supuso un acontecimiento inédito que derivó a un ahondamiento de la corrupción por la compra de ‘material sanitario’). No caerá, nunca, ni antes ni después.

Todo está previsto. Y pensar que Sánchez caerá y la estructura dirigente corrupta de su partido y de las instancias que lo sostienen por la presión de la oposición, de los medios de comunicación y de información, etcétera … es una fantasía que roza la patología discursiva.

Habría que romper este avieso encadenamiento previsto y previsible de los acontecimientos que rige el mecanismo de alternancia en la titularidad del gobierno del Estado, que define actualmente el sistema de partidos políticos. Después de que caiga uno (el corrupto, y así ha sido desde Felipe González) se produciría una especie de oxigenación que justificaría que venga otro líder para sustituir al anterior … que repetirá comportamientos deleznables y que encauzará innovadoras formas de corrupción. La historia se repite hasta la saciedad nauseabunda.

¿Y Usted -me pueden exigir- que nos viene a plantear?

La función que nos viene atribuida, si alguna tenemos, no es otra que la de crear convencimientos, argumentos para que otras inteligencias puedan discernir la auténtica naturaleza del poder político que deriva del sistema de partidos políticos. A eso se llama, por algunos, acumular fuerzas discursivas para que derive hacia una eclosión final (si se produce) … salvo que nos veamos desbordados, en el tiempo, por las potencias digitales que propenden a transmutar todos los órdenes por los que se rigen las sociedades analógicas actuales. Sé que tan vez sea no sea muy convincente, pero es lo que puedo hacer por el momento.

Así pues, nada de oxigenar a la sociedad, nada de cambios artificiales y sin contenido de líderes, nada de que un nuevo líder desplace a otro. Que todos los políticos actuales, hasta el último mono, continúe en sus puestos. ¿Para qué cambiar un partido por otro, un líder por otro, un hato de ganado por otro?

Los impolutos líderes incorruptos de hoy, serán los nefastos corruptos de mañana.

Pues no, y contra toda aspiración contraria, la alternancia en el poder no es más que la solución a los problemas de legitimidad de la estructura del sistema de partidos políticos para sobrevivir. Luego, habría que alentar a quienes voten para votar a LA PESOE y que hundan al Estado … lo mismo harán los otros con algo más de tiempo.

Nota bene:

No se frustre, amigo lector. Si apuesta por el advenimiento de los novísimos líderes incorruptos (sea Feijoo o cualquier otro) es porque la persuasión mediática está haciendo su función. Y si es así o no en su entendimiento, pero aspira a la sustitución de líderes, ya le auguro su próxima frustración por el nuevo líder límpido e incorrupto que le proponen.

En efecto, dentro un tiempo, más breve que largo, ya no será entonces la frustración que le habría provocado el aguijón de esto que escribo (‘no se puede criticar- me espetan- sin tener la solución’ ¿? como si abstenerse no fuera ‘una solución’) sino la profunda y vital frustración, impertinente, que surgirá de las entrañas del mismo sistema de los partidos políticos por haber apostado el crédulo por una falsa ilusión: nada cambia y todo permanece (Heráclito). Tiempo al tiempo …

Tenemos otras tareas más importantes que hacer. Y recuerde, si quiere, claro, lo que nos enseña la anécdota del Pedro El Grande sobre el alcalde corrupto que mantuvo en su puesto.

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Jose Sierra Pama
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Alberto

La corrupción no el peor mal, y más si esta fuera solo económica. Y aunque esté de acuerdo con Pedro el Grande, esa no es la solución en este país. Y aunque piense como el autor que con los cambios seguiría habiendo corrupción, lo que debería haber es la extinción de la gran mayoría de políticos

Lorenzo

Quizás los votantes ya sepan de antemano que la corrupción es inherente al poder. Por eso seguirán votando a sabiendas de que quien gane seguirá haciendo lo mismo. La corrupción está asumida y no penaliza nada. El corrupto es vilipendiado en la forma pero envidiado y admirado en el fondo. No hay solución

navarjm

Análisis complejo este de la corrupción enfocado particularmente al espectro político y de difícil solución, aunque una vez más, sería conveniente un estudio en profundidad de aquellos países, generalmente los occidentales, donde el índice de corrupción es realmente bajo (ya sabemos que perfecto lo que se dice perfecto… no hay nada) comparado con el resto del mundo en general. Realmente estamos alejados de un sistema político donde prevalezca lo íntegro pero estoy convencido que luchar contra los desmanes del poder político corrupto ha de tener los días contados, ejemplos tenemos en esos países que por poner un ejemplo, sus ministros dimiten por cosas tan nimias como una multa de tráfico y ese es el camino a seguir; no hay otro. Recuerden lo que dijo Platón: «El precio de desentenderse de la política es el ser gobernado por los peores hombres»

JMB

Estoy muy de acuerdo con el autor, pero prefiero no resignarme ante la situación e intentar luchar por conseguir que corromperse resulte mucho más caro. Y para ello hay que imponer medidas que no puedan ser derogadas. Alguien debe atreverse a presionar a los políticos para que se atrevan a aprobarlas.

Y me refiero algunas medidas como: imponer penas mucho más severas para los corruptos (que sepan que si les pillan lo pagarán caro); prohibir indultos, amnistías y beneficios penitenciarios para políticos corruptos; establecer una duración limitada en el tiempo (5 años) para la ocupación de cargos públicos (así no les dará tiempo a cogerle el «tranquillo» al sistema para retorcerlo en su beneficio); prohibir las puertas giratorias y la designación de cargos a dedo en empresas públicas (que sólo valgan los méritos); reducir el número de políticos (es absurdo mantener a 350 diputados que votan sin tener conocimientos ni estudios lo que su jefe les manda. Bastaría que haya un sólo diputado por ese grupo político que tenga tantos votos como diputados le corresponderían, y nos ahorraríamos las nóminas de los demás que no aportan nada al sistema y sólo sirven para crear riesgo de corrupción); suprimir determinadas administraciones públicas (no tanto en cuanto al funcionamiento, sino en cuanto a los cargos electos que se aposentan en las mismas. Lo ideal sería que simplemente fueran dirigidas y controladas por funcionarios o personal laboral contratado por sus méritos); instaurar el bipartidismo, de forma que fuera más fácil controlar a los políticos, y además se vigilarían entre ellos (el bipartidismo cubriría perfectamente las expectativas y necesidades de todos los ciudadanos de una vertiente y de otra, y evitaría pactos contra natura que perjudican los intereses generales. Véase el ejemplo de EEUU, donde hay múltiples razas, norte y sur, este y oeste, conservadores y progresistas, judíos, católicos, musulmanes y protestantes, pero todos se acomodan en uno u otro partido porque no hay más); aprobar sueldos elevados para evitar tentaciones…

En fin, que el que quisiera ser político supiese de antemano que iba a realizar un servicio al pueblo y no al revés. De ese modo, los que decidieran presentarse (que deberían reunir unos mínimos requisitos de formación e idioma), supieran que ni iban a tener oportunidad ni iban a tener tiempo para corromperse y que, si aun así lo conseguían pero les pillaban, lo pagarían muy caro, de modo que no les compensaría.

Sólo nos falta encontrar políticos que tengan voluntad cierta de aprobar e instaurar tales medidas, pues serían los primeros en aplicárselas y, lamentablemente, no es ese el espíritu que gobierna en el interior de nuestra clase política que están ahí «como forma de vida».

Al final va a tener razón Pedro el Grande (no el Sánchez): como todos se van a corromper, mejor tener sólo a uno manteniéndolo en el cargo. El problema es que al parecer, en España, los políticos corruptos nunca llegan a colmar sus ansias de dinero y de poder.

Lola

Sin duda, la situación en la que nos encontramos no es muy esperanzadora
No saber que puede ser de este país y ver cómo día a día se pierde el sentido real de hacer política, es muy triste.
Los que hemos crecido en la democracia prácticamente no entendemos que se pueda llegar a esta situación demagógica y frustrante.
Y ciertamente no hay ningún político que cree confianza y sientes que se mueve por los valores reales de hacer política.

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