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Sí, ciertamente el Rey quedó destrozado y no superó la muerte de María de las Mercedes. Tanto que su vida cambió, al menos los dos años que tardó en casarse con su nueva esposa, María Cristina de Habsburgo. Según los cronistas de la época y sus biógrafos, Alfonso, que solo tenía 22 años se entregó a la vida nocturna y a recorrer los tugurios de Madrid durante las largas madrugadas.

Fue en ese tiempo cuando conoció a Elena Sanz, con la que al final tendría dos hijos, Alfonso y Fernando.

Pero, Cánovas, al tanto de lo que le estaba pasando al Rey y viendo el desprestigio de la Corona, tomó cartas en el asunto y no solo reprendió a don Alfonso sino que le puso en la encrucijada de tener que casarse o abdicar… y, naturalmente, tuvo que intervenir la madre desde el exilio forzoso. En esa encrucijada Alfonso aceptó casarse y entre Cánovas y la Reina Isabel le buscaron novia por todas las cortes europeas, hasta que dieron con María Cristina de Habsburgo – Lorena, una hija del archiduque Carlos Fernando de Austria y de la archiduquesa Isabel Francisca de Austria, era prima segunda de los emperadores de Austria y de MéxicoFrancisco José y Maximiliano I. Fue bautizada el 3 de agosto de 1858 por el obispo de Brünn (actualmente Brno), en la capilla del palacio de Seelowitz. Fueron sus padrinos el matrimonio formado por los archiduques Raniero Fernando y María Carolina de Austria. Se le impusieron los nombres de María Cristina Deseada Enriqueta Felicidad Raniera.

La boda se celebró el 29 de noviembre de 1879 en la basílica de Atocha de Madrid y fue una boda celebrada a lo grande, pero sin ilusión, porque el Rey tenía todavía en su cabeza el recuerdo de María de las Mercedes. «Hoy, estos nombres parecen de personajes de copla u opereta -escribe Raquel Piñeiro-, pero lo que hay detrás es un historia real de adulterios, atentados, intrigas, hijos ilegítimos y amores truculentos.

«¿Te ha gustado? A mí tampoco». De esta poco prometedora manera se dirigió el rey Alfonso XII a su hombre de confianza Pepe Osorio después de entrevistarse por primera vez con su futura esposa María Cristina. Y luego soltó un «Te habrás dado cuenta de que la que está bomba es mi suegra». Habían acudido al pueblecito francés de Arcachon un 22 de agosto del 79 para comprobar en persona si la que sonaba más fuerte como su prometida le repelía o podría soportar el matrimonio. A juzgar por sus palabras, María Cristina no le produjo mucho entusiasmo –no era su tipo; a Alfonso le gustaban morenas, de cara redonda y metidas en carnes, y María Cristina era rubia, muy delgada y esbelta–, pero la joven le pareció lo bastante agradable como para continuar con el proyecto de la boda de estado. Nadie se engañaba sobre esto. El matrimonio de Alfonso y María Cristina iba a ser una de tantas bodas pactadas en la realeza con el objetivo de parir un heredero. Además, el rey había tenido ya mucho más de lo que habían podido soñar otros hombres en su posición: había conseguido casarse una vez por amor

            Pero llegados aquí no me resisto, a recoger algunas frases y cosas curiosas de la pareja. Ya desde que la amante Elena Sanz -cuenta Pérez Galdós- se presentó a la Reina Isabel en París con estas palabras: «»Ello fue que al ir Elenita a despedirse de Su Majestad, pues tenía que partir para Viena, donde se había contratado por no sé qué número de funciones, Isabel II, con aquella bondad efusiva y un tanto candorosa que fue siempre faceta principal de su carácter, le dijo: «¡Ay, hija, qué gusto me das! ¿Con que vas a Viena? ¡Cuánto me alegro! Pues, mira, has de hacer una visita a mi hijo Alfonso, que está, como sabes, en el Colegio Teresiano. ¿Lo harás, hija mía?»… y sigue Galdós «como Dama elegantísima, guapetona, de grandes ojos negros fulgurantes, carnosa, espléndida en hechuras, bien plantada.  Tanto era así que el joven Alfonso, pálido y confuso, no podía ocultar la profunda emoción que sentía frente a su hechicera compatriota». Bueno se dice que aquel encuentro supuso la iniciación sexual del quinceañero monarca, y así parece insinuarlo de nuevo Galdós cuando escribe: «Las bromas picantes y las felicitaciones ardorosas de «los Teresianos» a su regio compañero quedaron en la mente del hijo de Isabel II como sensación dulcísima que jamás había de borrarse».

            Está claro que el matrimonio don Alfonso-María Cristina era un puro compromiso de Estado (aunque parece ser que ella sí llegó a enamorarse de él) y que a quién se entregó de verdad fue a Elena Sanz. Según algunos biógrafos, Elena Sanz fue el verdadero y más duradero amor del rey, uno prohibido de verdad y que jamás podría desarrollarse de forma plena, porque aunque fuese muy fantasioso y hasta simpático tener a un monarca empeñado en casarse con una prima con un padre intrigante, tener a un rey que hiciese lo mismo con una cantante 12 años mayor que él hubiera sido, directamente, un escándalo que habría acabado de la peor de las maneras. Elena renunció a su carrera musical para vivir en un piso de la antigua Cuesta del Carnero, hoy calle de Goya esquina con Castellana, pagado por el rey, que también le hacía llegar una pensión en cualquier caso inferior a sus ingresos como cantante.

            También se cuenta que la Reina en sus primeros tiempos de estancia en España solía soltar tacos a la hora de hablar y sin venir a cuento. Ello parece ser motivado porque el Rey, don Alfonso, lo primero que le enseñó en español fueron los tacos habituales entre los «manolos» y las «manolas» madrileños. Por ejemplo, una mañana que se encontró al levantarse con un viento frio (ese viento frio del Guadarrama que tanto temen los madrileños) le soltó a una de las damas de compañía: «¡Que barbaridad Carmen!, hace un viento en la sierra que corta los cojones». Y en otra ocasión, cuando se plantó, por los nuevos amoríos del Rey con otra cantante que surgió en sus noches madrileñas, Adela Borghi, llamada «La Biondina» porque llegó a sus oídos que se había paseado con ella por el Retiro, montó en cólera y lo que no había hecho, aun sabiéndolo con Elena Sanz, lo hizo con la Borghi. Según Romanones, exhortó a Cánovas con estas palabras: «¡Estoy harta de ser humillada por el Rey! Hasta ahora he soportado con paciencia todos sus devaneos, pues aunque eran del dominio público, él procuraba entrevistarse con sus amantes en lugares apartados, sin ser vistos, debiéndose la propagación de sus aventuras a no pocos cortesanos que no han vacilado en hacer bandera de lo que debía ser para ellos un motivo de vergüenza. Comprendo que se alegren de tener un Rey tan «castizo» que les regocije la idea de que la víctima de tales hechos es una extranjera, «¡la austriaca!». No obstante, hoy se ha colmado la medida: acabo de saber que hace dos días se paseó con ella por el Retiro. Le doy de plazo una semana para que Adela Borghi abandone España«. Aunque según la intraHistoria lo que le dijo fue: «si no expulsa el País a esta puta, la que se marcha soy yo».

            Pero sigamos la versión más interesante de Raquel Piñeiro al llegar a este punto del camino: «Pronto quedó claro que en la vida del monarca había problemas más serios que los líos de cama. Algunos personajes de la corte comenzaron a imitar su costumbre de llevar pañuelos rojos, un detalle algo excéntrico que ocultaba una realidad dramática: el rey tenía tuberculosis y utilizaba pañuelos de ese color para disimular la sangre que echaba al toser. Hasta en eso era un rey emblemático de su época, contagiado de la «enfermedad del siglo». El estar enfermo no le impedía llevar un ritmo muy acelerado. Salía por las noches, despachaba los asuntos de estado y se presentaba en lugares en los que se requería su presencia, como cuando unas inundaciones y terremotos asolaron Granada y Málaga –en lo que supuso que pasase varias semanas cabalgando por la sierra, durmiendo en posadas a cero grados, a veces con nieve– o visitando a los enfermos de cólera de incógnito en Aranjuez. A pesar de todo se supo la noticia, y las multitudes fueron a recibirle a la estación de tren de Atocha y le acompañaron hasta el Palacio en medio de aclamaciones y aplausos. (…)

            Los médicos, sin embargo, le decían a la Reina que no corría peligro, por lo que ella seguía haciendo su vida normal, hasta que una noche que había acudido al Teatro Real, en medio de la función, le pasaron una nota «El rey se muere». María Cristina salió de forma apresurada, mientras que Isabel II se quedó llorando desconsolada, diciendo: «Mi hijo se muere y el gobierno le deja morir solo como un perro». En una carta a su hermana Paz, la infanta Eulalia, hermana del rey, narra su agonía: «Cuál fue mi horror cuando vi cómo hablaba, parándose en cada palabra, ahogándose; lo peor fue que nos dijo «No creáis, estoy muy bien, fue anoche cuando estaba malo, cuando me vaya a Sanlúcar me fortaleceré». Señal infalible de tísico». Y sin remedio médico murió el 25 de noviembre de 1885, tres días antes de cumplir 28 años… y malas lenguas, o gente más cercana y conocedora del modo de ser y de hablar del Rey, dicen que su despedida a la Reina fue: «Cristinita, si muero, guarda el coño y ándate siempre de Cánovas a Sagasta y de Sagasta a Cánovas». La historia probablemente sea falsa, pero define muy bien al personaje y a una época entera.

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            Sin embargo, con su muerte no llegó la paz, ni política ni familiar. Porque en lo político a Cánovas y Sagasta se les planteó un problema muy serio, el matrimonio real dejaba dos niñas, que según ley, la mayor tendría que ser nombrada Princesa de Asturias y heredera de la Corona, cosa que hacia temblar a Cánovas, teniendo presente lo que había pasado cuando la muerte de Fernando VII y la Guerra Civil que se planteó entre la hija y el tío. El «cerebro» de la Restauración, sabiendo ya que la Reina estaba embarazada de 5 meses, y de acuerdo con Sagasta decidieron esperar a que diera a luz, pues si era un varón se acababan los problemas. Lo grave es que eso no era constitucional y algunos miembros de la oposición acusaron a la pareja de estar dando un Golpe de Estado al que las revistas satíricas bautizaron como «El Golpe de Estado de la barriga de la Reina».

            Pero, nació niño y eso resolvió el problema. Porque comprobado que era varón fue automáticamente nombrado Príncipe de Asturias y heredero de la Corona… y ahí, en ese momento, comenzó la regencia de María Cristina (de la que hablaremos, naturalmente, cuando le toque el turno a don Alfonso XIII).

 

            Pero, también en lo familiar hubo serios problemas. Problemas que afectaban a la amante Elena Sanz y a su dos hijos, ya que aunque no llegaron a casarse, había firmado un contrato que la cantante puso sobre la mesa en cuanto falleció el Rey… y ahí comenzó un pleito curiosísimo, ya que en el contrato se fijaba que el Estado le pasaría una importante pensión a la amante para criar con el máximo decoro a los dos hijos que aunque bastardos del Rey los había reconocido como suyos. Pero, sucedió que cuando la Reina María Cristina se enteró de la existencia de esa pensión mandó suspenderla de inmediato y estalló la guerra. Porque la cantante, que no estaba en buenas condiciones económicas, porque su Administrador había invertido todo su capital en acciones y lo había perdido, sacó a relucir las abundantes cartas que el Rey don Alfonso le había enviado en sus separaciones y que le comprometían. En cierto modo era un chantaje: «Si su Majestad me retira la pensión, yo saco a la luz pública las cartas del Rey»… y María Cristina no quiso más problemas y el tema se arregló sin necesidad de llegar a juicio. (Sin embargo algunas se harían públicas, como estas: «Idolatrada Elena: Cada minuto te quiero más y deseo verte, aunque esto es imposible en estos días. No tienes idea de los recuerdos que dejaste en mí. Cuenta conmigo para todo. No te he escrito por la falta material de tiempo. Dime si necesitas guita y cuánta. A los nenes un beso de tu Alfonso». «Tú estás que te hubiera comido a besos y me pusiste Dios sabe cómo. Daría cualquier cosa por verte más no es posible».). Así se fue otro de los Borbones españoles. Tuberculoso y con tan solo 28 años.

Y ya lo saben, ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi Señor… y mi Señor serán siempre la verdad y la Historia… (o la intraHistoria).

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.