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El territorio ha sido y es considerado como un elemento indispensable del Estado: «Una comunidad nacional no es apta para formar un Estado, escribía Carré de Malberg, sino mientras posea suelo, una superficie de tierra sobre la cual pueda afirmarse como dueña de sí misma e independiente, es decir, sobre la cual pueda, al mismo tiempo, imponer su propia potestad y rechazar la intervención de toda potestad ajena». De ahí la reclamación de Navarra en nuestra Patria y las provincias vascas en el sur de Francia por los nacionalistas vascos del sur del Pirineo.

En contra de esta petición de los nacionalistas vascos ha habido unanimidad en reprochar los riesgos deterministas implícitos en los planteamientos de la geopolítica, siendo al respecto del mayor valor la rica tradición de una geografía humana francesa que ha repetido y evidenciado con sobrados argumentos el sentido condicionante y no determinante del medio físico sobre la vida política. Como escribe von Gablentz: «El espacio crea condiciones con respecto a la política, pero no la determina. Naciones diferentes, dirigentes políticos diferentes, bajo diversos presupuestos técnicos y racionales pueden obtener muy distintas consecuencias de las mismas condiciones geográficas». (Introducción a la ciencia política, p. 31)

La delimitación del territorio del Estado y la cuestión aneja de las fronteras resulta un problema relativamente nuevo en el mundo occidental.

Ha resultado un tópico sumamente extendido, incluso en el presente, la distinción entre fronteras naturales y artificiales, reservándose la primera categoría para los trazos fronterizos realizados con la ayuda de cordilleras, ríos, lagos y mares interiores. Como escribía H. Heller: «Una de las conclusiones más profundas de la nueva geopolítica es la de que no existen fronteras naturales del Estado, sino que todas las fronteras políticas son zonas y lindes arbitrarios artificiales, es decir, queridos por los hombres, nacidos de las relaciones de poder y de las manifestaciones de voluntad de los que trazan las fronteras», como ocurre en la voluntad de los nacionalistas vascos.

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En cualquier caso debe retenerse el dato de que las cuestiones fronterizas, debidamente crispadas por la influencia de las ideologías nacionalistas, ha sido un permanente motivo de enfrentamiento e inestabilidad en la vida europea cuyo ejemplo más palmario lo tendremos más pronto que tarde en las provincias vascongadas.

Autor

REDACCIÓN