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Democracia, la tiranía de mayoría, la dictadura de la masa, la satrapía de los imbéciles. Democracia, hogaño vendida como el fukuyamista fin de la historia, finisterre de las ideologías/idolatrías), con una utopía/distopía final basada en una democracia liberal. Y vendiéndote patéticos y risible mitos: la falsa dicotomía democracia/dictadura, diálogo y consenso, mayoría y el respeto a las minorías, la igualdad y la diferencia/diversidad y el más cojonudo, el de la inexistente libertad de expresión ( qué decir del recién fenecido La Voz de Talavera que me dejaron dirigir escasas 2 semanas).
Democracia, horror
Democracia, discurso totalitario y totalizador, donde se anulan los puntos de vista genuina y VERDADERAMENTE singulares, diferentes, disidentes, sin posibilidad alguna de ser “representados”. Otro avatar más para someter más y mejor, gustando, en ocasiones, al esclavo, sus cadenas.
Democracia, la óptima manera para que las distintas élites traidoras ( la inmigración masiva, ejemplo) afiancen con la ayuda de los esclavos felices su omnímodo poder. Un instrumento más del machihembrado Gran Capital y Gran Leviatán para gestionar con más agudeza si cabe la miseria y la pobreza, las clases sociales y la propiedad privada. El mando y la servidumbre, en definitiva.
En la democracia todo circo electoral es una explícita «celebración» de la condición de dominado de la inmensa mayoría. El voto deviene acto por el cual gran parte de la población asume su fausta, pareciera, condición de oprimido. La astracanada del domingo, como todas, legitimará el injusto sistema vigente. En Españistán, el narcorrégimen pedófilo del 78.
La democracia es la ley, justa e injusta. Y toda ley ( no digamos la abiertamente inmoral) es una herramienta de violencia y terror, creada por una minoría ( global con sus respectivos títeres «nacionales») para regular y administrar la vida de la inmensa mayoría. Todo aspecto de la vida, ley mediante, es regulado, vigilado, clasificado, homogeneizado, pautado: sometido a la ilógica lógica del poder y el castigo.
La democracia es represión, coacción, coerción. La democracia son los esbirros maderos y militronchos cipayos, ejecutores de las antedichas e injustas leyes. La democracia con sus chuchos de la porra y del carro de combate posee el arbitrario y absurdo monopolio de la violencia, manteniendo, entre otros, el miedo, el pánico y el (des)orden vigentes.
La democracia, vuelta de tuerca, son prisiones, CIEs, centros de menores, manicomios, lugares de encierro y secuestro, domesticación y tortura, física y mental, para todos aquellos que incumplen inicuas leyes. En fin.
Autor

- Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.
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Claro y preclaro
Estoy seguro que Sánchez está preocupadisimo porque unos cuantos puritanos perfeccionistas a los que nunca nada ni nadie les parece bien, no vayan a votar el domingo, sabiendo que hay millones de personas que de una u otra manera dependen del presupuesto y votarán por él, si o si. Vaya, ¡Que ahí se las den todas!.
La «democracia» no existe para empezar. En segundo lugar estos sistemas políticos como los europeos, el norteamericano, etc. no son democracias son «sistemas representativos», la democracia es otra cosa (la ateniense del s. IV a de C.).
Dicho esto coincido en lo de no votar, nunca voto (vale que «me den» porque no puedo evitarlo, pero disfrutar, no), pero, pero en las actuales circunstancias si para echar a Antonio y su cáfila tengo que votar, votaré; con la nariz tapada pero votaré.
Vaya, si tuviera que bailar un tango con el diablo lo bailaría con tal de que se vayan.
No hay que bailar con el diablo. Es mucho más que un riesgo porque él, bailarín redomado, lo domina y al incauto lo conduce a donde quiere.
Pero, ¿qué se puede esperar de una «democracia» que rechaza a Dios?