21/11/2024 13:16

Torcuato

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En 1979, siendo yo director de “El Imparcial”, se me ocurrió fichar como columnista a mi amigo y admirado don Torcuato Fernández Miranda, el gran cerebro que se inventó la Transición, que en esos momentos ya estaba desilusionado con la Constitución que se había hecho en contra de su voluntad y desilusionado por la política que llevaba a cabo el ya ensoberbecido Adolfo Suárez… y sin pensarlo me fui a verle y le propuse mis deseos. Entonces tuvimos esta conversación:

O sea, ¿que quieres hacerme columnista? –me preguntó irónico.

-¿Y por qué no?, puedes hacerlo con tu nombre o con seudónimo.

-¿Con seudónimo? ¿Y qué seudónimo has pensado para este profesor postergado?

-Mira, Torcuato, déjate de bromas, tú eres una gran pluma y sabes de todo esto más que todos nosotros. Aquí están pasando muchas cosas y tú puedes aportar alguna luz. La Monarquía…

Por favor, no hablemos de la Monarquía. Yo sólo tengo dudas, a veces dudo hasta de mí mismo. Mi vida es ahora mismo un mar de dudas. Además, yo sólo soy ya, como decía Ortega, un superviviente de la Historia.

-O sea, como Hamlet.

Hombre, Merino, ése podía ser el seudónimo.

-Yo había pensado otros dos: Napoleón o Séneca.

De Napoleón nada, yo nunca podría ser un Napoleón. Napoleón nunca dudó… Bueno, quizá en Waterloo.

-Pero Napoleón cambió el curso de la Historia.

Sí, pero a la bayoneta. Yo soy y he sido siempre un hombre de paz.

-¿Y Séneca?

No me tientes, desde que leí tu «Séneca» y su «vía crucis» yo a veces me siento Séneca.

-Séneca fue, como tú, el preceptor del Príncipe y el «cerebro» del mejor Nerón.

-Sí, pero mira como terminó. Para mí no vale aquello de «a cualquier precio el Poder jamás es caro».

-¿Entonces?

Mira, sí, me gusta la idea, pero prefiero firmar como «Hamlet». Hamlet es la duda, como yo ahora mismo. En cualquier caso, déjame que lo piense.

Tras la publicación del primer artículo, el 19 de mayo de 1979, no se habló de otra cosa en las tertulias políticas de Madrid. Todo el mundo quería saber quién era «Hamlet». Pero ese mismo día, Torcuato Fernández-Miranda me llamó y me dio una mala noticia:

Hamlet me ha vencido a la primera y no escribo más -me dice-. Lo siento, director, porque sé que te creo un problema, pero no puedo seguir. Sé demasiado y sé que debo guardar silencio. No se puede salir a escena sin decir lo que está pasando entre bastidores. La rebelión de las marionetas me ha hecho más daño del que yo mismo creí. Hamlet era más falso que yo. Me siento impotente, como desnudo… Ahora os admiro más a los periodistas.

-Pues no, Hamlet no va a morir -respondí- porque yo no puedo matar a Hamlet justo al día siguiente de nacer. Hamlet seguirá firmando su columna y ya que tú me creas un problema, yo te voy a crear otro a ti… porque a partir de mañana voy a intentar ser Torcuato Fernández-Miranda.

Eres un perverso -me diría días después-. Haces de Torcuato Fernández-Miranda mejor que Torcuato Fernández-Miranda. Te felicito, pero me estás jorobando, porque todo Madrid cree que Hamlet, ciertamente, soy yo. Me vas a obligar a contar la verdad.»

Pues bien, aquel primer artículo, el único que escribió don Torcuato es el que publico hoy, después iré publicando todos los que escribí yo mismo con el seudónimo de “Hamlet” en “El Imparcial” y luego en “El Heraldo español”.

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Y ustedes lectores se darán cuenta que cambiando algunos nombres y algunos hechos la historia se repite. También yo he aprendido al releerlos ahora, 42 años más tarde, que por lo que se ve esta España no se hunde aunque la maten. Como verán en los próximos artículos aquel Adolfo Suárez tampoco era un Dios.

Y sin más, pasen y lean:

¿Drama o tragedia?

 En la comedia, el hombre se ríe del hombre. En el drama, el hombre estudia al hombre, y además es dueño de sí mismo. En la tragedia, el hombre deja de ser hombre y pierde su libertad a manos del destino. Es libre, pero no manda en su decisión final. El final es de los dioses, o de las circunstancias. Entonces las cosas, leves, graves o gravísimas, son como son porque «alguien» así lo había dispuesto, porque «alguien» así las había programado. Sin paliativos, sin posibilidades, sin «otra» salida.

El drama es, pues, libertad. La tragedia, negación de la libertad. En el drama hay siempre una puerta abierta a la esperanza; en la tragedia todo está «atado y bien atado». Por eso, mientras el final del drama puede ser feliz para alguno de los personajes, el final de la tragedia es fatal para todos. Por eso, mientras el drama es democrático, la tragedia es dictatorial. O, al menos, no popular, ya que el pueblo ha de limitarse a ser coro.

Y así, desde esta óptica, hay que plantearse, pienso yo, el problema actual de España. ¿Estamos inmersos en un drama o estamos viviendo una tragedia? O, acaso, ¿es sólo una comedia?

Naturalmente, nadie mejor que «Hamlet» puede responder a esta triple interrogante.

Si el problema de España es una comedia, entonces todo lo que hemos vivido en estos últimos años es un juego de niños, una travesura escolar. Porque al final habrá sonrisas y aplausos.

Si el problema de España es un drama, entonces, a pesar de las lágrimas —que serán pasajeras—, podemos confiar. Pues las cosas pueden terminar bien… y hasta, incluso, con aplausos.

Pero, ¿y si el problema de España es una tragedia? Entonces, ¡cuidado! Cuidado con desatar las pasiones. Cuidado con encender el fuego. Cuidado con las palabras y con los gestos… y mucho cuidado con los símbolos. Porque lo que más irrita a los dioses son las torpezas. Una torpeza en plena tragedia puede precipitar los acontecimientos. Pero, por encima de todo, ¡cuidado con el ritmo! El ritmo es la clave, esa pieza maestra que sostiene el edificio o ese punto de equilibrio que hace que el desenlace fatal se aleje en el tiempo.

El ritmo es lo que desencadena la tragedia en «Hamlet». Porque si su madre no se casa tan pronto con el «nuevo» rey tal vez no se hubiese descubierto el asesinato y, sin asesinato, no se hubiesen desatado los demonios de la venganza.

«Un mes apenas, antes de estropearse los zapatos con que siguiera el cuerpo de mi pobre padre —exclama Hamlet—, como Niobe desgarrada en lágrimas…; ella, sí, ella misma… (¡Oh, Dios! Una bestia capaz de raciocinio hubiera sentido un dolor más duradero), casada con mi tío, con el hermano de mi padre…; ¡al cabo de un mes!… ¡Aún antes que la sal de sus pérfidas lágrimas abandonara el flujo de sus irritados ojos, desposada!… ¡Oh, ligereza más que infame, correr con tal premura al tálamo incestuoso! ¡Esto no es bueno, ni puede acabar bien!»

No, no es bueno que un país pierda el ritmo. No es bueno que unos y otros se lancen a esa trágica batalla por «llegar antes», y no puede acabar bien este «nuevo» experimento que está viviendo España si los responsables de marcar el ritmo se precipitan en la loca carrera hacia la conquista del Poder que hoy padecemos.

Cuidado, pues.

Tengamos todos mucho cuidado.

Porque si bien es cierto que la Derecha española ha perdido siempre sus oportunidades por querer implantar un ritmo lento, el ritmo de los privilegios…, también lo es que la Izquierda ha perdido las suyas —1820, 1868, 1931— por tratar de imponer un ritmo dislocado, el ritmo de la utopía.

Salgamos entre todos de la tragedia cuando aún hay tiempo, cuando aún no se han desatado las pasiones… y tratemos de encerrar para siempre la venganza y el odio, la soberbia y la humillación, las lágrimas y la sangre.

Porque aún somos nosotros los dueños del destino, de nuestro propio destino, del destino de España. Y mañana, mañana, puede ser demasiado tarde. (HAMLET, 20 de mayo)

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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Ramiro

Para don Torcuato Fernandez-Miranda, el verdadero autor intelectual de la Transición española, había que pasar de la Ley a la Ley, sin solución de continuidad, y así se hizo, con la ley de reforma política, y la promulgación de la Constitución del 78.
Ahora bien, y por diversas razones, el experimento ha resultado fallido, y estamos como en el 31 del siglo pasado, más o menos.
¿Qué han hecho mal los políticos, los partidos, partidas y piaras en que se agrupan y, lo que es peor, los españoles y españolos…?

Geppetto

Torcuato seria un hombre de paz pero si en 1936 no se pone la camisa de Alferez Provisional y se va a pegar tiros, nunca hubiera llegado a ser ese hombre de paz que con estupida presuncion decia ser.

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