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La monarquía ha muerto… porque se ha suicidado. Cuarenta años de despropósitos y desatinos del emérito, cuatro décadas de vacío y papel couché de Juan Carlos I, toda una vida de impropias y peligrosas alianzas y de dejar hacer, de “A mi dármelo hecho”, del ya más famoso desertor de nuestra historia, la han matado. Por su mal hacer, su hijo, Felipe VI, que no es muy distinto a él por mucho que intenta disimularlo y algunos se lo creen, cuelga de un hilo. Carrero Blanco, monárquico de pro, le dijo a Don Juan en Estoril que las monarquías pueden sufrir dos graves enfermedades que antes o después acaban con ellas: el absolutismo, ya erradicado, y la vaciedad, que es el caso; ni el padre, ni el hijo, ni el nieto le han hecho caso.
¿Entonces? Sostener lo que no tiene sólido arraigo, lo que, excepción hecha de un reducido grupo de monárquicos alucinados, las nuevas generaciones sometidas a una revolución mundialista que todo lo arrasa, plagada de relativismo e imperio de lo “políticamente correcto” ven anecdótico, prescindible e incluso innecesario, es muy difícil, por no decir imposible. Se puede apuntalar, pero eso no durará mucho, porque la realidad se impondrá. Máxime si, como es el caso, hay poderosas fuerzas políticas, sociales y mediáticas controladas y a pleno rendimiento por los que llevan esas mismas cuatro décadas trabajando procurando el suicidio ahora consumado de la monarquía, la cual, para más inri, ha despreciado sistemáticamente a los que podían y querían de buena fe haberlo evitado y consolidarla y ahora, si otra hubiera sido la trayectoria del prófugo, hubieran podido sostener. Así pues, es un error intentar sostenella porque no es posible enmendalla. Intentarlo sólo provocará que quiénes así lo hagan se hundan con ella.
La alternativa es la república, bien que lo único importante es España. Por eso el PP –¡qué asco sólo escribir su nombre!– y VOX deberían adelantarse a la antiEspaña y poner todo su empeño en liderar y asegurar que la república que llegue sea cien por cien nacional, soberana, independiente, democrática, consecuente con nuestra historia y sin complejos. Manteniendo los símbolos actuales (bandera e himno) que lo son de España, no de la monarquía, para impedir la culminación del proceso revolucionario que nos destruye desde hace ya medio siglo. Que la nueva Constitución republicana enmiende los errores de la monárquica y asegure la profunda regeneración de nuestro sistema democrático y todo lo que ello conlleva, comenzando por la ley electoral y el nefasto sistema autonómico. Que restablezca el Estado de derecho que hoy lo es de impunidad, la autoridad, el imperio de la ley y el orden, y la unidad nacional.
¿Viva la república? Pues muerta la monarquía de manera además tan penosa, sí, por qué no. Pero no la república socialista-podemítica que se pretende, no. No una versión actualizada de la III República revolucionaria y bolchevique (la Segunda murió el 19 de Julio de 1936 a manos del Frente Popular) que aterrorizó y devastó a media España de 1936 a 1939, no, sino la IV República, una sola, lo más grande posible y libre de verdad.
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