07/07/2024 14:40
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La represión política desencadenada durante la pasada guerra civil en el archipiélago balear ha sido manipulada torticeramente desde hace unas cuatro décadas, pues únicamente se habla –y además en lengua regional- de la represión nacional en la isla de Mallorca, refiriendo los comentarios del escritor Bernanos o las cabalgadas del fascista boloñés Arconovaldo Bonacorsi; incluso el gobierno balear ha cooperado en un mapa de fosas de hipotéticos represaliados, donde no se alude para nada a las víctimas del terrorismo rojo. Y es que apenas se comenta la represión izquierdista de Baleares, simplemente terrorífica, y que asoló las islas de Ibiza y Menorca, minimizándose la responsabilidad en la tragedia del capitán Bayo, futuro asesor militar de la cuadrilla de Fidel Castro en Sierra Maestra, o la del brigada Marqués Barber, en el distrito de Mahón, donde aún se le recuerda por sus sangrientas decisiones. Pues bien, la manipulación ha sido tan grande y notoria que ha generado un desconocimiento absoluto de nuestro pasado reciente en amplias capas de la sociedad civil, hasta el punto que la alcaldía de Palma de Mallorca ha catalogado recientemente como franquista el legado de gloriosos marinos, pretendiendo aplicarle la draconiana normativa sobre Memoria Histórica.

 

Introducción

El temor soportado por la población balear durante la guerra civil e inmediata posguerra, no fue únicamente el infligido por las tropas nacionales o franquistas tras declarar el estado de guerra, en conformidad con las leyes de la época, como quieren algunos hacernos creer con sus posturas salomónicas y propagandísticas. En absoluto, pues a partir de julio de 1936 comienza a respirarse en el archipiélago una atmósfera de terror, de naturaleza local, junto con una variedad de raíces foráneas; propagadas ambas, directa o incidentalmente, sobre las personas de orden que habitaban en las islas. El primero de los terrores citados fue conducido por el socialismo insular y sus acólitos, contra sus adversarios políticos, en aquellos territorios baleáricos controlados durante la lucha por los partidarios del Frente Popular; y que produciría como resultado cientos de homicidios y detenciones arbitrarias, así como múltiples atentados contra la propiedad y el patrimonio histórico-artístico. No obstante, al lado de este miedo efectivo, existió otro más latente y duradero: el generado por la hipotética invasión de las islas; ya fuere por las milicias republicanas del continente, circunstancia que como sabemos ocurriría en Mallorca e Ibiza durante el estío de 1936; ya, por las potencias europeas de los aliados -precisamente en Menorca- una vez iniciada la IIª Guerra Mundial. Puede que estas apreciaciones sorprenda al lector que desconozca la forma de ser del isleño, como persona amante y celosa de sus costumbres autóctonas (lengua vernácula, derecho foral, comercio tradicional, etc.), particularismos a priori amenazados por influencias extranjeras y foráneas. Pues bien, de todo ello trataremos en este pequeño memorándum.

 

Mallorca

No acaecieron graves desórdenes en la mayor de las islas hasta el advenimiento del Movimiento Nacional, muriendo a traición un falangista en Binisalem, una vez proclamado del estado de sitio. De hecho, Palma de Mallorca era un feudo derechista y tradicional; aunque sí se contabilizaron algunos atentados contra la fe católica durante la primavera de 1936, al igual que preparativos revolucionarios de signo socialista. Pues bien, la diócesis mallorquina contempló en mayo la destrucción por las turbas izquierdistas de un cristo románico de gran valor artístico así como el incendio del oratorio de la iglesia de Santa Fe, generándose un perjuicio de unas once mil pesetas de las de entonces. Fueron también destruidas, en la etapa republicana, gran número de cruces de piedra, mayoritariamente de factura gótica y renacentista. Con todo, el clero no registró ninguna baja sensible en la isla, aunque estuvo a punto de ser liquidado el párroco de Porto Cristo por las tropas catalanas del capitán Bayo, cuando éstas desembarcaron en las inmediaciones, quienes sí fusilarían a un falangista manacorí tras atarlo a un árbol, y asesinarían también a un propietario sexagenario de Manacor, sin filiación política, y cuyo cadáver no fue encontrado según detalla la Causa General. Con anterioridad, los habitantes de Mallorca ya habían sido atemorizados con los vuelos y proclamas de la aviación republicana, pues el 23 de julio habían arrojado sobre la capital varias granadas mientras la población organizaba una manifestación pacífica. Estos bombardeos aéreos fueron intensísimos durante los primeros instantes del conflicto bélico y produjeron una larga lista de muertos y heridos entre el vecindario de Palma; en cualquier caso, no tan reprobables como el fallecimiento en octubre del 37 de dos monjitas del convento de San Jerónimo, tras ser atacado inmisericordemente por la aviación enemiga con bombas de hasta 200 kilos, causando la ruina parcial de esta edificación del siglo XVII. No en vano, el socialismo de las islas –principalmente las juventudes afines al sector caballerista– estaba preparando una insurrección violenta para el verano de 1936, como lo demuestran las diligencias policiales practicadas con posterioridad, el robo de dinamita efectuado el 16 de julio y de que diera cuenta la Guardia Civil de Ibiza o, mismamente, las manifestaciones del militar británico Norman Bray, un oficial de los servicios de inteligencia del Reino Unido, experto en la infiltración del comunismo soviético en Oriente Medio. Pues bien, según las investigaciones de este agente, se preparaba un baño de sangre en toda regla por toda la isla, cuyo desenlace orilló la sublevación militar. Sea como fuere, lo cierto es que el temor ante una revolución o invasión extremista existía y propició el éxodo de muchos extranjeros residentes. Así las cosas, y tras la ofensiva de bombardeos indiscriminados, en las primeras horas del dieciséis de agosto desembarcarían, en las costas de Manacor, unos quinientos milicianos procedentes de la Península y Menorca, como parte de una ambiciosa operación anfibia que, sirviéndose de barcazas, hidroaviones, submarinos, destructores, cruceros, acorazados, torpederos, cañoneros, motonaves, guardacostas y vapores mercantes, situaría en territorio hostil a un contingente de más de ocho mil hombres, fuertemente armados y pertrechados para la lucha. Los expedicionarios rápidamente establecieron en el sector una férrea cabecera de puente, pero la reacción militar y popular de la isla evitaría su progresión hacia el interior, teniendo los invasores que atrincherarse y reembarcase semanas más tarde. En el ínterin, las tropas catalanas, mal disciplinadas, se dedicaron al pillaje, desvalijando comercios, locales de hostelería y casas particulares; cometiendo igualmente profanaciones y sacrilegios. No en vano, cuando las fuerzas mallorquinas liberaron el territorio conquistado por el enemigo, pudieron aprehender un número considerable de prisioneros, entre ellos 39 soldados con los bolsillos repletos de objetos preciosos fruto de las rapiñas; constatando además innumerables cadáveres insepultos, así como múltiples destrozos en el ajuar litúrgico de las iglesias de Son Carrió y Porto Cristo. En realidad, las iglesias profanadas y parcialmente destruidas durante el dominio rojo, en el territorio episcopal de Mallorca, fueron seis, según informe reservado del obispado mallorquín consultado por monseñor Montero en 1961.

En lo que respecta a la pérdida de vidas humanas fruto de la vesania política del terrorismo frentepopulista, hemos de mencionar, aparte de lo ya expuesto, la muerte de tres sacerdotes de la diócesis y una religiosa de La Puebla, martirizados fuera de su jurisdicción territorial; así como el fusilamiento en la ciudad de Sagunto de un falangista del distrito de Inca, profesor de educación primaria. Por otro lado, los bombardeos sistemáticos de la isla causarían durante el conflicto bélico más de 150 fallecimientos, comprendiendo en esta estadística mortuoria 35 menores de edad.

No obstante, la retirada de las huestes de Bayo en septiembre de 1936 sí provocó un número aún no precisado de homicidios entre el contingente expedicionario; y es que consta documentalmente que el capitán Bayo dio orden de perseguir a los infiltrados, así como de castigar severamente a tibios y pusilánimes, revelando incluso los oficiales rojos capturados por los isleños que ordenó fusilar a los jefes de los milicianos izquierdistas que ocupaban determinadas posiciones, tras su reconquista por las tropas mallorquinas*. Con todo, nunca se sabrá el número exacto de ajusticiamientos y asesinatos efectuados por la columna de Bayo en las costas de Manacor, habida cuenta los centenares de cadáveres recogidos por los defensores de la isla de Mallorca, tras la retirada apresurada de los invasores mencionados. No en vano, consta el tiroteo de los reembarcados contra sus propios compañeros retrasados y hasta el asesinato de algún herido, según las fuentes consultadas. De hecho, La Historia de La Cruzada refiere la matanza de casi un centenar de antiguos guardias civiles enrolados en la expedición atacante**, entre los que se hallaba un infeliz horrorosamente mutilado y torturado; fue ahorcado lentamente, observándose que le vaciaron los ojos y le amputaron parte de la mano izquierda.

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A mayor abundamiento, la Comandancia de Baleares revelaría en un radiograma de 22 de septiembre que las bajas del ejército invasor en Mallorca, como consecuencia del reembarque, superaban las dos mil, lo que habría enfurecido a Bayo, pues seguidamente sus soldados cometieron en Ibiza todo tipo de tropelías como venganza; lo que nos hace pensar que los castigos ejemplares de Bayo sobre sus hombres desmotivados tuvieron que ser frecuentes y que bien podrían haber ocasionado la muerte de decenas de milicianos, y que ése pudo ser el motivo por el que sus cuerpos fueran abandonados en tierra firme.

Cabrera y Formentera 

La cuasi deshabitada isla de Cabrera dependía militarmente de Mallorca, poniéndose su pequeña guarnición al lado de la misma cuando los sublevados se hicieron con el poder en la ciudad de Palma. No obstante, una expedición anfibia menorquina tomaría la isla de Cabrera el primero de agosto, como previsión del asalto posterior a Mallorca, deteniendo al oficial que mandaba el destacamento armado de Cabrera, el alférez Flores Horrach, quien sería asesinado, y al resto de militares y varios civiles. Trasladados todos a Menorca, los Suñer (un padre de 46 años y dos hijos menores de edad) y el comandante retirado Mariano Ferrer serían paseados un día más tarde en las inmediaciones de la fortaleza de La Mola; lugar donde se efectuaría una verdadera carnicería de disidentes durante los primeros instantes de la contienda.

En Formentera, apenas habían existido disturbios antes del estallido del Movimiento Nacional, exceptuando la quema de la iglesia de San Fernando en los años previos a la guerra. Pues bien, tras el desembarco de las tropas de Bayo el siete de agosto, fueron asaltadas y expoliadas sin solución de continuidad la iglesia mencionada y las de San Francisco Javier y Nuestra Señora del Pilar, destrozando sus imágenes, retablos y todo tipo de ajuar litúrgico, prendiéndoles fuego en la plaza pública tras mofarse del mobiliario sagrado, paseándolo incluso a la grupa de las caballerías; el valor de lo expoliado, en cualquier caso, superaba por entonces las 260.000 pesetas. También fue responsable Bayo del funcionamiento de un tribunal revolucionario ad hoc, que juzgaba sumariamente la conducta de aquellos vecinos distantes del Frente Popular. Pues bien, fueron encarcelados numerosos habitantes de la isla de Formentera por orden de dicha comisión, decretándose, algunas ejecuciones. Las víctimas locales fueron cinco, todos hombres, muertos algunos el mismo día de la irrupción de los milicianos de Bayo en el puerto: dos presbíteros, ecónomos titulares de las iglesias atacadas; dos falangistas, uno de ellos sargento retirado; y un capitán de infantería, asesinado posteriormente en el castillo de Ibiza. Tras el desembarco de las tropas de Bayo, varios milicianos dirigidos por naturales del lugar cometieron destrozos en varios domicilios particulares, adueñándose también de joyas, dinero en metálico, objetos personales y comestibles.

Con todo, las acciones más execrables fueron, sin duda, el arrojamiento al mar del falangista Torres Planells, cuya muerte exacta se desconoce, y el escarnio público padecido por el reverendo Antonio Roig al llegar preso a Ibiza, siendo fusilado seguidamente en plena vía pública.

 

El martirio de Ibiza   

Con anterioridad a la guerra civil, ha de anotarse la acción reprobable de junio de 1936, cuando unos extremistas de la izquierda ibicenca forzaron las puertas del edificio consistorial y seguidamente tiraron al mar los cuadros de los personajes más representativos de la isla.

Declarado el estado de guerra en Palma de Mallorca, el comandante de la isla se adhiere a dicho pronunciamiento, pero el ocho de agosto, las tropas republicanas de Bayo desembarcan en la isla de Ibiza, haciéndose con el control de la misma al día siguiente. Inmediatamente, detienen al jefe de la Guardia Civil y lo ponen en libertad, para seguidamente darle muerte los milicianos que lo acompañaban. También detienen ese mismo día a un teniente de infantería y lo matan en su propio domicilio en presencia de su familia. Asesinan también esa misma jornada a otro teniente y a un celador de fortificaciones; y el día diez, hacen lo propio con el mencionado reverendo de Formentera, escanciándolo públicamente. A partir de esa fecha, comienzan los fusilamientos en el castillo de la ciudad: el once, matan al jefe de Falange y teniente de artillería; el doce, a un guardia civil de San Antonio Abad; el catorce, a dos tenientes, un alférez y a un cabo de la Guardia Civil; el quince, por fin, pasan por las armas al jefe militar de la isla, comandante Julio Mestre Martí…

Lo cierto es que los gubernamentales habían amenazado a los oficiales con la muerte si se resistían a ser invadidos, mintiendo Bayo al gobierno en el sentido de que serían sometidos a juicio sumarísimo: fueron ejecutados sin respetarse formalidad procesal alguna, mediante decisión de un comité de sangre compuesto por civiles.

Mientras tanto, en varios puntos de la isla se cometen atrocidades por los rojos. En San Juan Bautista, por ejemplo, detienen a un ingeniero agrícola, de nacionalidad francesa, cuyo cadáver apareció en la playa días más tarde. En Santa Eulalia del Río, fusilan, en plena vía pública, a un padre y a su hijo sacerdote; y, al día siguiente, hacen lo propio con el otro hijo, albañil y hermano del presbítero liquidado, lo mismo que con un alguacil del ayuntamiento. De hecho, la Comandancia militar de Baleares, en radiograma emitido el 22 de septiembre, refiere que los ejecutados eran más de una veintena antes de la fecha del 13 de septiembre. Curiosamente, informa que cuando las tropas de Palma liberaron la capital se encontraron con un panorama desolador: no pocas  familias habían huido a los montes atemorizados por los crímenes de los rojos, pasando hambre y privaciones; todas las casas de personas de orden habían sido desvalijadas; los bancos y establecimientos públicos también habían sufrido saqueos; las joyas con que se adornaban las mujeres, les fueron robadas incluso atropelladamente. En total,  los daños ocasionados a las empresas mercantiles y particulares fueron de 1.000.845 pesetas, según la Causa General, llevándose el capitán Bayo más de dos millones de pesetas…

En cuanto a otros daños de naturaleza económica, destacan los infligidos a los bienes eclesiásticos de la capital ibicenca, siendo expoliados objetos de las iglesias de las Monjas, Santo Domingo y de la Santa Iglesia Catedral por valor de 322.300 pesetas, según informe del año 1945. No obstante, según detallaba el vicario general de la diócesis en 1940, fue incendiada y totalmente derribada la iglesia de San Salvador, cuyo valor fue estimado en 269.000 ptas.; y, parcialmente, las de Santa Eulalia, San Rafael y San Pedro (16.200 ptas. de pérdidas), así como la destrucción del órgano de la Catedral y varios retablos (150.000 ptas.). Sin embargo, todos los templos restantes de la diócesis fueron saqueados y profanados, en número de veintiuno, así como los oratorios de la isla. Igualmente, se destruyeron bastantes retablos y todas las imágenes sagradas, extrayendo los ojos a algunas figuras, incendiando el resto y convirtiéndolas en astillas. En fin, un desastre histórico-artístico que totaliza 137 retablos y altares despedazados, 231 imágenes quemadas y hasta una docena de archivos eclesiásticos destruidos; ítem más, las sagradas reliquias que se conservaban y veneraban en la santa catedral también fueron arrojadas al suelo.

Y es que el sacrificio de la Iglesia ibicenca fue considerable, no en vano los religiosos asesinados de la diócesis fueron 21, lo que resulta sorprendente, teniendo en cuenta que la extensión superficial de este territorio episcopal apenas sobrepasa los 700 km cuadrados, siendo uno de los más pequeños de España. Pues bien, la violencia que se empleó contra el clero de la isla se cebó, sobre todo, contra el segmento más popular, párrocos y ecónomos, del mismo modo trágico que sucedió a lo largo y ancho de la Península; característica que viene a corroborar, una vez más, el carácter fanático del radicalismo socialista y ateísta, los principales propagandistas de este criterio laico y exterminador.

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Con todo, la represión de Ibiza cuenta con un episodio aterrador: el asesinato de 112 personas indefensas, encerradas en el castillo de Ibiza, muertas por ametrallamiento y explosión de bombas lanzadas desde el exterior contra la dependencia donde se hallaban hacinados los infelices encarcelados días antes o llevados allí expresamente por los milicianos y marineros de Bayo para ser exterminados durante aquel fatídico trece de septiembre de 1936. Un hecho terrible y bastante silenciado en las Illes Balears, en contradicción absoluta con las leyes y usos de la guerra convencional; eso sí, con el visto bueno de un jefe militar de carrera, quien sería un experto en la guerra de guerrillas, curiosamente donde también ha brillado por su ausencia el derecho humanitario. Con todo, el holocausto de los detenidos fue también responsabilidad de la comisión gestora del ayuntamiento frentepopulista, según desvelan los informes oficiales depositados en la Causa General; actuando dicho comité como un tribunal revolucionario de sangre, sin someterse a ninguna formalidad constitutiva ni procesal. En definitiva, meros homicidios sin formación de causa alguna, como bien los definió el atestado levantado al respecto por la Guardia Civil. Pues bien, transcribamos lo que la autoridad militar de Baleares transmitió por radiograma de 22 de septiembre, a propósito de las canalladas observadas en el castillo de Ibiza:

 

(…) detuvieron a más de ciento cincuenta personas que hacinaron en el Castillo privándolas de lo más indispensable. Bastó la presencia de nuestra aviación que averió algunas embarcaciones que tenían en el puerto los rojos, así como el temor de que efectuáramos un desembarco, para que éstos, con un pánico tremendo, reembarcaran a toda prisa para Valencia, no sin antes cometer la vileza de hacer un último saqueo de todas las viviendas, destrozando las ropas y muebles que no pudieron llevarse, y con bombas de mano y ametralladora asesinaron a todos los presos del Castillo, excepto a un cortísimo número de ellos, que, en la desesperación, con los banquillos de las camas, rompieron los barrotes de la prisión y se arrojaron por una ventana de 15 metros de altura, siendo recogidos heridos o muertos. Estos asesinos antes de partir dijeron que infligían este castigo a Ibiza para vengarse de la derrota de Mallorca (…) Triste y aleccionador contraste con lo que dijeron a su llegada, de que eran portadores de la cultura, de la civilización y de las libertades ciudadanas…

 

Curiosamente, en el listado de masacrados ese día, nos encontramos con bastantes labradores, militares y sacerdotes; no pocos operarios y comerciantes; algún estudiante, abogado, farmacéutico, carpintero, herrero, etc. Ningún profesor, afortunadamente. En cualquier caso, la mayoría de asesinados, por razón de sus profesiones, hablaban o dominaban perfectamente la lengua nativa de las islas Baleares.

Por lo demás, las brutalidades más exageradas observadas en la isla de Ibiza consistieron en rociar una víctima con gasolina y prenderla fuego seguidamente, aparte de los asesinatos perpetrados por la espalda, según informa el tercio rural de la Guardia Civil. Punto y aparte lo representa el ensañamiento con que se condujeron los milicianos en relación con los masacrados en el castillo, pues varios cuerpos aparecieron con la cabeza abierta a golpes de hacha; así como los vientres de algunos sacerdotes inmolados, sajados a cuchillo, advirtiéndose entre los cadáveres insepultos restos de carne humana y cuero cabelludo.

Lo expuesto pone de manifiesto el compromiso de Bayo con toda esta escabechina; pues lo consintió, directa o indirectamente (culpa in vigilando o culpa in eligendo). En cualquier caso, lo ocurrido no nos impide imaginar qué hubiera pasado si la invasión hubiese conquistado definitivamente Mallorca: con toda seguridad una enorme mortandad se hubiera producido entre los elementos de orden; es decir, lo que lo sociedad palmesana tanto temía a finales de julio de 1936.

 

Conclusiones

La represión izquierdista en las islas Baleares, exceptuando el caso peculiar de Menorca, está profundamente relacionada con la expedición del capitán Bayo. La operación anfibia resultó un fracaso, pues un desembarco de tropas terrestres, cuyo contingente humano era mucho mayor que el enemigo de una isla aislada y apenas sin baterías de costas protectoras, tendría que haberse saldado con éxito, siempre que hubiera sido cuidadosamente preparado. Un oficial de aviación, como era el caso de Bayo, no debiera de haber coordinado una operación de desembarco de tanta envergadura, sino contaba con suficiente apoyo aéreo, teniendo en cuenta los ejemplos de la batalla de Galípoli de 1915 o el desembarco de Alhucemas de 1925. Incluso, la selección de las tropas de desembarco también fue un grave error, al prescindirse de soldados de élite, siendo sustituidos por contingentes de milicianos, con nula disciplina, nulo adiestramiento bélico y con unos prejuicios ideológicos enormes, lo cual propiciaron que una vez en tierra firme parte de estas tropas se dedicaran al pillaje, al saqueo y a la destrucción de edificios y obras religiosas. De ahí a la matanza indiscriminada de inocentes distaba solamente un paso, el cual lamentablemente se traspasó en la isla de Ibiza, donde apenas hubo resistencia a las tropas de Bayo.

Es, por tanto, Alberto Bayo Giroud uno de los responsables de la sangre vertida; primeramente, por considerar la susodicha operación militar como un reto personal y, en segundo lugar, por haber escuchado melodías de sirena provenientes de la Generalidad de Cataluña, muy interesada en la invasión de las islas baleáricas por razones más ideológicas que estratégicas. El mismo capitán, futuro general honorífico del ejército cubano, reconoció en sus memorias de 1944 que tuvo que adoptar medidas excepcionales para corregir la indisciplina y la actividad de los infiltrados en el cuerpo expedicionario de 1936. Con todo, la conducta de los soldados republicanos, aparte de acentuar la represión de los sitiados contra sus adversarios, propició unas represalias exageradas en Formentera o Ibiza que, unido a la persecución tan extrema presidida por Pedro Marqués Barber en la isla de Menorca***, convirtieron las Baleares en un auténtico infierno para los disidentes.

 

*Son Corp, actual municipio de Manacor. Por lo demás, Bayo en sus memorias reconoce haber fusilado un capitán de milicias que, a su vez, había matado a un miliciano. Algunas recomendaciones represivas fueron publicadas por Bayo en La Columna de Mallorca, el 28 de agosto y 2 de septiembre de 1936.

**Las memorias del capitán Bayo, texto exculpatorio y altamente pasional, redactadas en México tras la guerra civil, vienen a acreditar la sospecha que pesaba sobre algunos guardias civiles de la expedición, como posibles desertores o agentes del enemigo.

***En Menorca, durante el dominio frentepopulista, fueron sacrificados varios cientos de personas, anotando la Causa General más de 300 defunciones; observándose también un sinfín de detenciones y enormidades. Todo ello en conformidad con las fuentes consultadas (testimonios personales, literatura bélica, la susodicha Causa General, etc.). De hecho, los mismos soldados que, recién concluida la contienda, fueron destinados a La Mola quedaron asombrados del exterminio; cuando proceda, comentaremos in extenso la responsabilidad de la jefatura de la isla en el derramamiento de tanta sangre.