«Incierto es el destino -dijo Píndaro en sus Ístmicas-; es él quien distribuye fracasos y venturas y, a menudo, el ardid de un rival menos gallardo atrapa al más valiente y lo derriba». Pero estas palabras, aunque los seres humanos siguen derribándose entre sí, no encajan en nuestra época, porque en estos tiempos declinantes no proliferan precisamente los valientes. Son horas, éstas, sin épica, sin héroes, en las que han desaparecido los hijos de los dioses; pero, por el contrario, son horas abundantes en bultos de carne, aparentemente humanos, carentes absolutamente de gallardía. Y sólo si tenemos esto en cuenta podremos interpretar la grosera actualidad que nos envuelve.
Hoy, las multitudes se hallan integradas por homúnculos que, en un desprecio inicuo de sus fuerzas y sobre todo de su dignidad de personas, se arrastran perennemente hacia atrás, privándose voluntariamente del triunfo contra el Mal que debiera ser suyo. Algo que nunca puede darse cuando la ciudadanía, antaño soberana, se ha transformado en plebe soez e intencionadamente esclava. Y sólo así, insisto, se explican tantas cosas, tantísimos abusos padecidos que aún siguen sorprendiendo a los más incautos o a los más hipócritas.
¿Cómo es posible que con una gravedad que no es sino solemnidad impostada, con una doctrina cultural convertida en asunto exclusivo de cenáculos y capillas ideológicas abyectas, o con un magisterio demagógico, populista, deplorable y cursi, hayan sido capaces los enemigos de la Verdad de envenenar al personal, haciéndole creer que son la quintaesencia de la ética y de la inteligencia cívica, es decir, solidaria? ¿Cómo es posible que ellos, que son el extracto del Mal, que han aportado a la historia de la humanidad sólo crímenes, corrupción, engaño y odio a la patria, puedan enarbolar las banderas de la superioridad intelectual y moral frente a sus teóricos oponentes?
Pues es posible porque, como decíamos al inicio, estos supuestos oponentes del Mal, salvo casos muy aislados, han mostrado en los hechos -no en las palabras que se lleva el viento- un espíritu líquido, flébil, tibio y de absoluta insensibilidad hacia la excelencia y la virtud, hacia un código de valores morales capaz de distinguir las estrellas de las alcantarillas. Y con ello han dejado el campo libre a la inmoralidad y a sus cofrades.
Si un marciano llegara inesperadamente a nuestro planeta y preguntara a alguno de los pocos ciudadanos prudentes que aún pasean por nuestras avenidas si le puede señalar los hombres más relevantes de esta gran nación en decadencia, tal vez le dijera:
– Mira, precisamente por allí aparece X.
– ¿Quién es X?
– Un majadero y un corrupto.
– ¿Y ése es un gran hombre?
– Sí. Porque hay quien dice que es muy sabio y honrado.
– ¿Y cómo lo hace?
– Habla siempre con la trampa y la sonrisa en los labios, lo que induce a creer a sus interlocutores que sus equivocaciones son a propósito, que su codicia es altruismo y que sus necedades son agudezas. El truco es fabuloso y con ello ha engañado a muchos.
– Esto es demasiado para mí -respondería estupefacto el extraterrestre-, no acabo de comprenderlo. Por otra parte, en la cara de ese X veo expresada una gran perversión y una gran hipocresía.
Pero la cuestión -al menos para los españoles de bien, al menos para los espíritus renuentes que propugnan la regeneración-, ya no consiste en comprender lo obvio. Los prudentes, a estas alturas, no pueden perder el tiempo tratando de entender lo que es bien real y está a la vista, del mismo modo que no dedican sus horas a asimilar el comportamiento del escorpión, pues es manifiesto que inocular veneno va en su naturaleza. Lo que se ve no se juzga. Sólo los necios tratan de sacar en claro lo indudable y se preguntan por lo inequívoco del Mal que nos aherroja, que además lleva repitiéndose invariablemente durante décadas y décadas.
Ya no es tiempo de preguntas, aunque sean retóricas. Sólo es tiempo para dedicarse a evitar esa ponzoña, para hallar un antídoto eficaz, y para ver el modo de aislar al victimario y defendernos de su tóxico. Porque ellos, los alacranes políticos y demás antiespañoles son los bichos que están convirtiendo a España en una tierra inhabitable. Por eso hay que encerrarlos en una urna esterilizadora, sólo accesible a taxidermistas y demás oficios o científicos al uso. Y no sólo hay que encerrarlos a ellos, también son malsanas para la convivencia y para el progreso todas las excrecencias que, del rey abajo, con máscaras de patriotismo, moderación y virtud, parasitan o se enriquecen alrededor de esta turba política de mohatreros. Incluidos los incontables contertulios de derechas que sólo aportan al común una trivial verborrea mientras se contemplan el ombligo.
Pero aún más allá de la política, el foco hay que ponerlo en la cultura, entendiéndola como el conjunto de conocimientos que permite al ser humano desarrollar su juicio crítico. Porque es en el buen juicio del ciudadano donde se halla la clave del arco. Sin mentes avisadas y juiciosas no puede haber normas razonables ni convivencia sensata y solidaria. Como no puede confeccionarse un buen cesto sin buenos juncos. La ardua labor regenerativa consiste en transformar la chusma actual, que zombitea mayoritariamente por campos y ciudades, en una ciudadanía respetuosa con la virtud y consciente de sus derechos y obligaciones.
Una cultura acendrada, antagónica de esta actual que han impuesto los cómplices de turbias ideologías, degeneradora y sustentada en la masificación y abducción del pueblo, y dirigida por agentes expertos en poner culpa ajena a las abominaciones y soberbias propias. Resultan detestables las astucias y los deshonestos cálculos que se esconden detrás de sus discursos y doctrinas. Sus palabras siempre son como los anzuelos. ¿Quién ignora que el voraz sargo es víctima de la mosca que se ha tragado? Pero la plebe, hedonista y voraz, es estúpida. Y siempre manejable para los demagogos.
España no puede seguir aherrojada por los innumerables intelectuales orgánicos que confunden el éxito con las dietas, el triunfo con una conferencia sectaria y subvencionada, la fama con un simposio en Ripollet, la gloria con un espectáculo de drag queens en Alcorcón, ni considerar lo último de lo último al adoctrinamiento LGTBI pervertidor de la infancia.
Porque lo que algunos consideran actitud progresista, sólo es arcaísmo y perversión; lo querido como superioridad intelectual e incluso moral, sólo es radicalidad e ignorancia; lo que se presenta como superación de la religiosidad, de la fe o de las limitaciones tradicionales, sólo es una trivialización de las grandes cuestiones éticas, religiosas y metafísicas. No pueden seguir tratándose los temas cruciales de la existencia humana (el misterio de la vida y de la muerte, la agonía y la búsqueda de la verdad, Dios y el pecado, el yo y la nada, la realidad y el deseo, las ansias de eternidad…) con resentimiento morboso, plácida distancia o insustancial displicencia.
España no puede seguir bajo las botas de esos que han tocado siempre a cuatro manos el piano del presupuesto, ensayistas de beca, filósofos institucionales, viajantes de comercio de la cultura, los grandes pensadores débiles que alientan un afán repugnante por asentar doctrina, los ideólogos que sólo sirven para que existan los mediocres, los genios colectivizados, las moscas plumíferas que creen que escribir versos es como sacar Ciencias Políticas en las universidades corruptas y sectarias de la Transición democrática, o sea de todos aquellos que se han acostumbrado a vivir del momio a la sombra de las consejerías autonómicas o centrales.
Creo que es al poeta y crítico francés Nicolás Boileau, a quien debemos el tajante axioma moral: «Sólo lo verdadero es bello». España debe seguir luchando por la belleza y arrinconar esta asfixiante cultura de la fealdad forzada por sus enemigos. Porque en la belleza, es decir, en la verdad, en la justicia y en la libertad, consiste la sustancia de España; esa es su razón de ser dentro de la Historia Universal: y por eso su existencia es tan venerada y tan odiada.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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