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En esencia, el problema actual de España se basa en cuatro puntos: un pueblo en general adormecido, más noqueado que rebelde, como de momento -salvo una pequeña minoría- está demostrando ante el coronavirus; unas Instituciones corrompidas, excepto un puñado de individualidades hasta ahora inoperante; unos medios de comunicación venales y serviles, con la salvedad de los digitales independientes; y una elite intelectual legítima, pero escasa -o enclaustrada- y desunida.
El aburrimiento que querían alejar las damas y caballeros mostrados en el Decamerón, en su obligado confinamiento de su quinta de Florencia; o la misma agradable diversión de los cortesanos de Tirso, deleitándose con aprovechamiento durante la Cuaresma; o la estampa del futuro Luis XI esperando en Borgoña la muerte de su padre, con veladas entre amigos en las que cada noche un contertulio debía de narrar una historia que amenizara el aburrimiento de la espera, está aguardando ahora, en este obligado confinamiento coetáneo, la pluma de un singular creador.
Pero para esta catástrofe amalgamada de plutocracia y marxismo cultural, esa pluma no puede ser similar a la de Boccaccio, ni a la del autor -o autores- de las Cent Nouvelles Nouvelles, porque la situación que hoy nos afecta tiene unas características sociopolíticas distintas, una aureola específica inmunda de la que aquellas circunstancias pretéritas carecían. De ahí que nuestro hipotético cronista no pueda poner su ingenio para revelar edificantes historias, sino aberraciones, ignorancias y maldades.
Sólo un espíritu narrativo que aunara las virtudes de Rabelais, Valle-Inclán y Kafka, que fuera capaz por ello de ahondar en la desmesura, la incongruencia, el esperpento y la sordidez más genuinas, podría reflejar con exhaustiva fidelidad esta muestra psicopática de incompetencia, despotismo, sordidez y maldad que nos envuelve, y en la que muchas almas serviles se dejan empaquetar.
Porque esta debacle social, política y humana debida a las gestiones de los neofrentepopulistas y sus cómplices, es tan sucia, tan infame y tan infecta que, por mucho que la adornen sus protagonistas y sus turiferarios, no es sino porquería y ruindad. Y aunque ellos y sus medios de comunicación tratan de dorarla, no consiguen con el propósito sino bordados de excrementos.
¿Qué puede esperarse de gobiernos integrados por narcisos, misólogos, vulpejas y pervertidos? Vivimos en tiempos de rojodienda, en un país que lleva décadas padeciendo una gran esterilidad de agarrainfames y atrapabobos y el resultado -con las excepciones de rigor- no puede ser otro que unas instituciones representativas de garitos de bribones. Viendo a estos matagodos afanarse en hacer el mal y dañar a la patria, bien puede decirse que su espíritu se pasea entre los españoles como el fuego entre los matorrales.
Sufrimos desde hace mucho tiempo una situación falseada en su sentido familiar, político, social, económico, artístico, religioso, etc., expresada mediante un lenguaje también artero, vaciado de contenido, cuyos significantes poseen una acepción intercambiable que, a todos aquellos doctrinarios cuyo discurso alcanza eco en las cloacas sociales, les resulta extremadamente eficaz a la hora de manipular al ciudadano y atraparlo llegado el momento de acudir a las urnas.
Porque aquí y ahora, como ya establecieron los antiguos griegos, se revela una clara y descorazonadora dicotomía entre el polites y el idiotes, entre la minoría ciudadana que acude metafóricamente al ágora y participa en los asuntos públicos, y el idiota que pasa olímpicamente de la colectividad, importándole sólo sus egoísmos privados o recoger el sobre del subsidio.
En definitiva, las claves del poder trasnacional, esa mezcla de plutocracia y marxismo cultural que en nuestra patria representa hoy el neofrentepopulismo, se basan en una estrategia de carácter tan sociológico como político, que su aparátchic ha incardinado durante cuatro largas décadas en la estructura de la sociedad. Cuatro décadas ya que han tenido eclipsada a la intelectualidad independiente.
Porque el mejor modo de gobernar para quienes se obsesionan con igualar a todos a la altura de las alcantarillas, consiste en desmochar las espigas eminentes, deshacerse de los ciudadanos ilustres no permitiendo que nadie sobresalga en exceso, o sea, velando por la mediocridad. El ostracismo de los mejores pierde así, para el cabalístico Nuevo Orden Mundial, su dimensión de represalia política y adquiere el valor de garantía de la libertad popular, de la recua o mediocritas.
Pero, en fin, ¿qué tenemos enfrente sino desunión en la lucha? ¿Cómo no van a proseguir los conjurados con sus incendios, si no se les opone una doctrina coordinada, una presión unívoca? ¿De qué valen los artículos clarividentes -por ejemplo, el reciente de Consuelo Madrigal- de unos cuantos hombres y mujeres de espíritu libre, si sus flechas se pierden al cabo entre los cañonazos mediáticos de los déspotas? ¿Tan difícil es unirse formando un bloque doctrinal homogéneo, y olvidarse de la filosofía de guerrilla?
Si el desprecio a las leyes -a la justicia- a la educación y a la experiencia -a la tradición- ha sido la causa de todo; si en ello se denuncia el peligro presente, esta enfermedad terminal que ha de derribar la estructura de la patria; si la historia, nuestra maestra, nos viene además advirtiendo que el demencial virus neofrentepopulista ejemplifica el reemplazo de la suciedad por la peste, es decir, no sólo la decadencia sino la ruina absoluta, ¿por qué empeñarnos en combatir como francotiradores, habiendo entre la sociedad española individualidades sabias y honradas?
Por eso, la cuestión estriba no en si existe una alternativa civil y política suficientemente vigorosa y atractiva, que yo creo que sí, sino en su capacidad, primero, para unificarse y equilibrarse en todos los ámbitos (judicial, militar, científico, económico, periodístico, universitario, político, religioso, artístico, literario, empresarial, deportivo, etc.) y, posteriormente, gracias a la prudencia y equidad de sus planes, resistir a la insidiosa propaganda del sistema, que tratará de destruir la solvencia y solidez de cualquier antagonista mediante su poderoso agitprop.
España padece un cuadro de parasitismo moral, de actividades pervertidoras, con el grueso de las instituciones a la cabeza. Tanto VOX, si no quiere ser un partido como los demás en esta hora decisiva, como un frente civil de sabios perfectamente coordinado, deben proyectar un programa sistemático de crítica social, económica, política, educativa e incluso religiosa, que dote a esa minoría del pueblo que parece despertar, de argumentos para proseguir la lucha.
Lo desolador no es que el frentepopulismo consista en un siniestro triunfo de la maldad humana, sino que el nefando estado de cosas que representa, aparezca producido o respaldado, en gran parte, por la corrupción institucionalizada, y lo lleve a efecto sin la contundente respuesta de la oposición, que sólo puede venir a estas alturas de VOX y de la elite intelectual y profesional genuina y libre, apoyados ambos en la movilización de un pueblo vigilante y advertido.
¡Unificación civil y política, ya, enfrentando a los neofrentepopulistas con sus propios engaños y contradicciones!
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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