19/05/2024 17:11
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El sábado pasado asistí a una charla dictada por Diego Abriola, musicoterapeuta y orientador familiar, en la localidad de Tortuguitas, Provincia de Buenos Aires. Al compás de un sol que bañaba esa tarde con tenues rayos, puedo decir que Abriola me hizo descubrir dos temas fundamentales que yo apenas conocía muy de oídas, y en el que confieso una fatal ignorancia.

            Estos temas son: 1) El orden natural presente en la nutrición humana; 2) La campaña de distorsión de la alimentación, pilar del Nuevo Orden Mundial.

            Reconozco que llegué a los 37 años sin saber esto en profundidad, y aún me queda mucho por aprender. Pero este sábado pude adentrarme, junto con el resto de la audiencia, de valiosa información que me era totalmente desconocida pero no por eso menos necesaria.

Se trata de contenidos que, sin duda, deberían enseñarse en los colegios, junto con las normas de higiene. Porque es imperativo tener conciencia de lo que debemos comer y lo que no.

Nuestro cuerpo humano está diseñado armónicamente, de forma tal que el equilibrio tiene lugar cuando la cantidad de energía que ingresa está alineada con la magnitud de actividad física e intelectual realizada. Son los alimentos los que nos dan esa energía. Y así como nos endeudamos cuando el dinero que ingresa es menor que el que se gasta, engordamos cuando la actividad desplegada es menor a la cantidad de energía que ingresa al cuerpo. Esa energía residual se va acumulando y se transforma en la molesta y conocida “grasa” que da contorno a tantas panzas y facciones.

Ahora bien, ¿qué tipos de energía proyectan los alimentos? Hay tres tipos, y todos nos son necesarios: proteínas, carbohidratos y grasas buenas. Fisiológicamente, los varones utilizamos más energía por lo que –en líneas generales– debemos ingerir más que las señoras (o señoritas).

Asimismo, Abriola hizo hincapié en la importancia de masticar, a fin de ahorrar trabajo al intestino, cuya función es ir desintegrando los alimentos para absorber sus nutrientes. Una buena masticación no puede menos que favorecer la digestión.

Reseñado ya el punto 1), entremos en el siguiente, de contornos más controvertidos. ¿Qué pasaría si la mayoría de lo que ingerimos fuese de calidad inferior a lo que debería ser? ¿Y si el ser humano está refinando y comercializando masivamente alimentos en contradicción con la estructura fundamental del cuerpo humano?

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Lo cierto es que tampoco hay conciencia de los componentes de los alimentos. ¿Qué tiene adentro esa porción de crema que nos llevamos a la boca? Si es cierto que ciertas cremas tienen micropartículas de petróleo, la pregunta obligada brota por su propio peso: ¿por qué nos colocamos pequeñas dosis de petróleo en la piel? ¿Para qué?

Otro dato: algunas empresas producen mayonesa y también desinfectante para piso con los mismos ingredientes.

Mientras escuchaba, iba creciendo en mi interior una pregunta que estuve cerca de formular, pero que contuve para no interrumpir al orador: ¿Cómo es que esto no ha sido denunciado? ¿Cómo es que no hay debates públicos sobre esto? ¿Cómo es que no se forman movimientos de opinión? ¿O acaso existen pero soy yo el que no los conoce?

Pero lo cierto es que, revisando mi propia cabeza, ya conocía la respuesta a este interrogante. Cuando pude formularla, la contestación servía también para tantos otros temas controvertidos: los dueños de las grandes corporaciones de alimentos son los mismos dueños de grandes medios de comunicación.

En otras palabras, así como recortan, censuran y presionan para que ninguna objeción a la ideología de género –y a otras ideologías– cobre estado público, de la misma manera trabajan sistemáticamente contra la verdad, silenciando este gravísimo tema. Si esto fuese conocido por todo el mundo, muchas industrias verían mermadas sus ganancias: se dejaría de consumir ciertos productos y, más tarde o más temprano, las sentencias judiciales deberían poner las cosas en su sitio. Los poderes políticos tendrían que hacer algo, al menos para simular.

No cabe duda, por tanto, que aquí hay un radical problema de ignorancia y desconocimiento. En efecto, si estuviésemos mejor informados sobre cómo opera el cuerpo humano y qué necesita, viviríamos mejor, nuestras vidas se alargarían y la calidad de las mismas sería superior. Ahora bien, si la principal causa de muerte en el mundo son las enfermedades cardiovasculares, podemos arribar a la siguiente conclusión: para quienes quieren reducir la población, debilitarnos en pequeñas dosis es ideal.

Por eso, Abriola insistió en un concepto poco popularizado: el alimento cura. Es decir, el buen alimento, aquel alineado con nuestra constitución física, es el mejor remedio natural, tiene propiedades curativas que cierta industrialización podría estar boicoteando.

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El gran público y el sistema de salud –al que el orador denomina, no sin ironía, como Sistema de Enfermedad– se ha concentrado en que “el fármaco cura” y de ahí no sale. Sin embargo, lo cierto es que mientras estemos más enfermos, seremos más manipulables. Una población enferma es una población controlada, y se enferma por deficiencia de micro nutrientes.

Finalmente, no queda otro tópico que el papel del Estado. En vez de sobrecargarnos a impuestos, cada vez más altos y muchos de esos totalmente innecesarios, ¿por qué el poder público no blanquea esto y vigila por el bien común? Sin embargo, cuando advertimos al cantidad de leyes inicuas que la democracia ha legalizado, y en particular todos los abusos realizados durante la cuarentena, la misma pregunta se esfuma por falta de sentido.

Finalmente, cabe hacer alguna autocrítica. Porque los grupos provida, profamilia, nacionalistas, católicos, no tenemos formación sobre esto. Debemos trabajar en conocer más estos temas, y procurar no sólo una buena formación intelectual y espiritual, sino también una buena nutrición: el cuerpo es templo del Espíritu Santo.

En definitiva, se trató de una tarde donde todos pudimos aprender mucho, y espero que estas líneas puedan acercar este conocimiento al lector.

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