22/12/2024 17:09

EL ENCUBRIMIENTO CONTINUADO DE LA DESTRUCCIÓN DEL PATRIMONIO HISTÓRICO-ARTÍSTICO NACIONAL REVELA UN SISTEMA SOSTENIDO EN LA MENTIRA

Escribía Sigmund Freud en Tótem y tabú (1913) que las civilizaciones, naciones y religiones –y, presumiblemente, también las sectas o partidos con voluntad de poder–, se erigían sobre un crimen compartido, motivo a un tiempo de vergüenza (tabú) y exaltación (tótem). Y tal vez el mito de Edipo tenga más nexos con la realidad de lo que a primera vista parece a quienes consideran los mitos, de suyo, muy alejados de ella; o tal vez no, pero el objeto de estas líneas no es, ni mucho menos, justificar o discutir el planteamiento freudiano. Simplemente, nos sirve como referencia para un ejercicio, y tomándolo como tal, nos preguntamos si asumiendo su validez en los casos anteriores, se verificaría, por ejemplo, en las llamadas democracias liberales. O si, por el contrario, dada por supuesta la superioridad del mencionado sistema liberal sobre cualquier otra forma de gobierno, las democracias occidentales son ajenas a la misma naturaleza y pecados que han ensangrentado y explicado el mundo desde el origen de los tiempos.

Ahora bien, si nuestras liberales democracias son ese ámbito de libertades que se nos hace creer que es; si la democracia se asienta en los más nobles ideales y es sinónimo de libertad, transparencia y justicia; o dicho de otra forma, si las democracias garantizan los derechos ciudadanos, la igualdad ante la ley o la libertad de pensamiento, ¿por qué ocultar sus raíces? ¿Por qué mentir constantemente acerca de su origen? ¿Acaso “la democracia” no venció a “la tiranía” porque sus naturalezas eran opuestas? ¿Es que el Mal y la Oscuridad no son antitéticos del Bien y la Luz? ¿Y acaso no se nos ha mostrado así en el cine durante generaciones? A no ser, claro está, que el cine sea propaganda…

Actualmente, en la exposición temporal del Museo del Prado titulada “Darse la mano. Escultura y color en el Siglo de Oro”, puede leerse un interesante texto explicativo en una de las paredes de la muestra. A propósito de una Virgen de la Soledad tallada por Luis Salvador Carmona en 1759, se alude a otra Virgen de la Soledad no expuesta, realizada por Gaspar Becerra en torno a 1565, dejándose caer, como de pasada, que la iglesia que la albergaba fue pasto de las llamas en el año 1936; como si se tratara de un fenómeno atmosférico, puramente azaroso o casual. Exactamente así: “La imagen de la Virgen de la Soledad, venerada en el convento de la Victoria de Madrid desde 1658 y perdida en un incendio en 1936, constituye el paradigma de la interrelación entre pintura y escultura”. Es decir, proporcionando una información intencionadamente incompleta sobre su desaparición y marco histórico en que se produjo; repitiendo la misma formulación ladina y engañosa que llevamos oyendo y leyendo desde el advenimiento de “la democracia” para esconder la destrucción masiva de obras de arte instigada por el PSOE y perpetrada por sus acólitos; y privando a cualquier víctima de la LOGSE, la LOE o la LOMLOE, de un conocimiento que, “lógicamente”, jamás obtuvo en el instituto ni en la universidad. Y es que de tanto repetir dicha fórmula tramposa para referirse al destrozo del Patrimonio Histórico-Artísitico por los milicianos izquierdistas, muchos se han acostumbrado y hasta les parece normal. De hecho, no es raro que personas que se dicen creyentes no quieran reparar en la sistemática ocultación de la barbarie social-comunista y hasta les incomode que alguien lo denuncie amparándose en aquello de “no remover el pasado”. Véase el clásico miramelindo votonto del PP que ya no se solivianta con las leyes de memoria forzosa impuestas por el PSOE et alii, ni tampoco le molesta la matraca constante contra Franco y, de paso, contra la España que derrotó al comunismo.

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Por otra parte, esta misma semana, leyendo un libro de cuentos alemanes de los siglos XVIII y XIX editado el presente año, me topaba con una nota referida a la pintura de María Magdalena Penitente, realizada por Pompeo Battoni y albergada antiguamente en el Museo de Dresde. En esta ocasión, se decía que la obra citada “se perdió durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial”1. Como si se hubiera extraviado o desaparecido misteriosamente y como si los bombardeos tuvieran un origen y autor abstracto y acaso hubieran sido perpetrados por la propia Guerra.

Esto es, evitando señalar que Dresde fue arrasada por los Aliados, exactamente igual que el Patrimonio Histórico-Artístico Español fue destruido sistemáticamente por los “demócratas” republicanos. Por supuesto, sin entrar a explicar por qué lo hicieron, y eludiendo a todo trance la espinosa cuestión de que tales actos de barbarie contra la Cultura y la Civilización no fueron excepcionales y sí fueron intencionados y premeditados, motivados por razones políticas con el agravante de alevosía.

Dicho lo cual, si criminales fueron aquellas agresiones al Patrimonio de la Humanidad, tanto o más viles son quienes, cómplices de aquellos infames canallas, hoy los justifican, ocultan o encubren. Y vaya por delante que no se trata de señalar a nadie en concreto. Poco importa que la decisión de ocultar intencionadamente la verdad por razones políticas sea del comisario responsable de la muestra, Manuel Arias Martínez, Jefe del departamento de Escultura del Museo Nacional del Prado, o siguiendo indicaciones directas o tácitas de su jefe, Miguel Falomir. Ni tampoco importa demasiado si los comentarios de la traductora del libro, Helena Cortés Gabaudan, son fruto de la autocensura o de la política editorial de La Oficina. Al fin y al cabo, el citado libro recibió una ayuda a la edición del Ministerio de Cultura de un Gobierno socialista sostenido por terroristas y golpistas.

La cuestión es que todos ellos, por convicción, por dinero o por miedo, mienten. Y quien lea esos textos, si por edad, formación, entorno o falta de curiosidad, carece de otras fuentes, medios o vías que le permitan completar, entender y contrastar la información recibida, tendrá una visión parcial y sesgada de la realidad. Es decir, se le estará engañando porque se le estarán hurtando datos relevantes que sin duda afectarán a su comprensión de la Historia y a su composición mental del mundo que le rodea.

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Por supuesto, habrá quien se quiera perder en disquisiciones sobre si la ocultación de la verdad es o no lo mismo que mentir, o si inhibirse de decir la verdad es distinto a engañar… o que insistirá en hacernos ver que la presión social obliga a muchos a claudicar y someterse… pero lo cierto es que, por entretenido que resulte enredarse en matices y desviar la atención de lo sustantivo, la verdad es la que es. Y por mucho que haya quienes pretendan embarrar el terreno confundiendo actos criminales con discusiones estériles sobre cuestiones semánticas derivadas de su encubrimiento, existe una realidad que no se puede ocultar; o, al menos, no siempre. Una verdad incómoda que desbarata todo el tinglado, porque desmiente el relato oficial impuesto por los partidos del Sistema, según el cual el Bien derrotó al Mal porque el uno no era el otro. Que a eso se reduce toda esta farsa gigantesca de la “democracia”; “olvidando”, al parecer, que la naturaleza humana permite la convivencia de Bien y Mal en un mismo ser, y que los crímenes son crímenes, independientemente de quien los cometa.

Naturalmente, todo ese afán por “orientar” al personal, imponer un relato por ley y contarnos lo que no es ni nunca sucedió, conduce inevitablemente a hacerse más preguntas: ¿Por qué? ¿Qué futuro puede construirse cimentado en la mentira? ¿Por qué es necesario estigmatizar al que busca la verdad? ¿Por qué tanta censura?

Porque vivimos en una falsa democracia secuestrada por criminales que pretenden imponer un pensamiento único. Porque el miedo impide que surja la duda, acallando las preguntas de raíz, antes de que puedan formularse ni siquiera mentalmente. Para que las nuevas generaciones que sólo han conocido la mentira, tengan ésta por verdad única e indiscutible y consideren natural censurar y castigar a quien piense lo contrario. Ya lo explicó Platón en su popular mito de la caverna: para el que no puede ver otra cosa, no hay más realidad que la que percibe.

El sistema se apoya en la mentira y el miedo, y tras décadas tejiendo redes clientelares, no puede negarse que hoy son millones los españoles que sirven como agentes de un gigantesco engaño. Y hasta tal punto no soportan la verdad, que la reprimen en sí mismos y no la toleran en nadie.

1 Nota a “El hombre de la arena”, de E.T.A. Hoffmann, en Los cuentos más bellos del Romanticismo alemán, La Oficina Ediciones, Madrid, 2024, p. 597.

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Surreal

Ayer estuve viendo una magnexposición sobre la historia de la Zarzuela

Surreal

Ayer estuve viendo una magnífica exposición gratuita sobre la historia de la Zarzuela en el centro Fernan Gómez de la plaza de Colón de Madrid. Es triste y doloroso ver como los woke ñ, instrumento globalista,han borrado del mapa a este elemento cultural tan vital y vertebrador social en el mundo hispánico durante los siglos 18-19 y 20

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