11/05/2024 22:34

Quienes hemos estudiado la Historia sabemos que a lo largo de los siglos nos topamos con “encrucijadas” donde la humanidad  selecciona un nuevo rumbo. Todos los signos nos inclinan a pensar que vivimos en una de ellas y que de aquí en adelante  el hombre cambiará  cosas  importantes en su modo de vivir. A mí ya no me afectará pues me hallo al final de mi carrera pero esa realidad no me exime de la obligación de contribuir a la mejor elección de la ruta. Es un deber de conciencia procurar lo mejor para todos los hombres. Quiero decir que nos lo exige nuestra gratitud hacia el Creador por habernos dado la vida, con todo lo que significa.

Por otra parte no podemos olvidar la parábola de los talentos donde nos alecciona  premiando a los dos que hicieron producir lo esperado y condenó al que ni siquiera supo sacar el mínimo interés bancario al talento que le dejó su señor.

Por otra parte a mí me hizo la gracia de ponerme en manos de profesores que me enseñaron el verdadero valor de la vida y mi obligación ha sido  trasmitir ese conocimiento a los que me rodean. No sé si he acertado a cumplir lo suficientemente bien pero no he olvidado que tenía esa obligación y lo he intentado. Es lógico que cuando ya el tiempo se acaba intente forzar  el cumplimiento todo lo que pueda. Me hubiera gustado escribir el “Manual del hombre inteligente”, pero se ha quedado en propósito como tantas otras cosas.

A lo largo de la vida me he preguntado -y otros me han hecho esta misma pregunta-: ¿Quién es para ti un hombre inteligente?

Por otra parte durante muchas décadas -aun sin pretenderlo—ese interrogante ha sido como un eco incesante que ha silbado en mis oídos.

Pueden estar seguros, por lo tanto, de que no es una improvisación emitir juicio sobre el tema. Y aunque desde muy joven creo haber tenido la respuesta, con los años se ha ido  reposando y consolidando.

La pregunta se las trae porque el grado inteligencia condiciona la existencia. He visto hombres felices y hombres desgraciados, gente normal  y gente desquiciada y en el fondo todos esos estados han tenido mucho que ver con “su inteligencia”.  Voy a dar una opinión que necesita una aclaración previa o sea, que es válida cuando se conoce bien, la esencia de la inteligencia. Es una afirmación que solo es válida con la “verdadera inteligencia”.

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Después de esta “aclaración” me permito afirmar que “la felicidad de los hombres es directamente proporcional a su inteligencia”. Dirán que soy muy audaz y, quizás, peco de osado pero les aseguro que a mi edad no solo no ha disminuido mi convicción de la certeza de tal afirmación sino que cada día estoy más seguro.

 Pasemos a lo que me imagino verán  como el “meollo” de mi teoría o sea, que  entiendo yo por inteligencia.  La definiría así: “La capacidad de la mente humana para entender la finalidad de la creación del hombre y para mover su voluntad a  vivir  en consecuencia”. Considero que la inteligencia “verdadera” del ser humano no tiene nada con la capacidad para ser considerado  un genio de las matemáticas, o de la filosofía, o de las artes, etc. Esas cosas las considero “adjetivas”,  no “sustantivas”,  aunque los humanos,  por una debilidad de criterio, confundimos fácilmente lo fundamental con lo  accesorio.

Es el peso de los siglos el que realmente separa el trigo de la paja y, a la hora de analizar la esencia de la inteligencia,  dos milenios confirman que el propio Creador del Universo –el Dios uno y Trino—quiso enseñar personalmente al Hombre la importancia absoluta de la inteligencia para poder asumir la Sabiduría  que, en forma de Revelación,  nos traía el Verbo divino y Segunda Persona de la Trinidad.

Con una  pedagogía magistral,  (con  hechos más que con palabras, aunque estas quedaron grabadas en los Evangelios) nos dejó claro que debemos elegir a quien serviremos pues no es posible complacer dos únicos que existen ni burlar esa obligación. Luego con bondad infinita completó su enseñanza para facilitarnos le elección, Nos hizo ver las consecuencias tan distintas según nos decidiéramos por uno u otro. Y, lo más importante, no se limitó a enseñarnos  pues quiso merecernos la gracia necesaria  para  cumplir la doble misión de su encarnación: redimirnos del pecado original y proveernos de abundantísima gracia para facilitarnos luz y fuerza  a la  hora tomar nuestra decisión.

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Me disculparán el haber tomado  una vuelta en  vez de llegar en línea recta al verdadero planteamiento sobre la inteligencia que el pueblo sabio por medio del poeta  define con  una docena de palabras “Aquel que se salva, sabe, y el que no, no sabe nada”. Es evidente que podría haberme ahorrado más de ochocientas, pero no creo me hubiesen admitido un artículo así de breve. Pero hubiese equivalido reducirlo a esta frase. “¿Quién es inteligente? Todo el que  tienen inteligencia suficiente para entender que Dios nos ha creado para conocerle, servirle y amarle en esta vida  y de ese modo lograr pasar toda una eternidad disfrutando de las maravillas con las que Él nos corresponderá y que San Pablo  vio que son inimaginables”.

Todo lo que he enseñado, escrito hecho en mi vida lo daría por lograr que este artículo convenciese  a los lectores de lo absurdo que es tirar la vida a la basura (…a lugar infinitamente peor como es el “infierno) por carecer de la inteligencia verdadera… y que, les deseo a todos. Espero encontrarnos entre los inteligentes en el valle de Josafat.

 

Autor

Gil De la Pisa
Gil De la Pisa
GIL DE LA PISA ANTOLÍN. Se trasladó a Cuba con 17 años (set. 1945), en el primer viaje trasatlántico comercial tras la 2ª Guerra mundial. Allí vivió 14 años, bajo Grau, Prío, Batista y Fidel. Se doctoró en Filosofía y Letras, Universidad Villanueva, Primer Expediente. En 1959 regresó a España, para evitar la cárcel de Fidel. Durante 35 años fue: Ejecutivo, Director Gerente y empresario. Jubilado en 1992. Escritor. Conferenciante. Tres libros editados. Centenares de artículos publicados. Propagandista católico, Colaboró con el P. Piulachs en la O.E. P. Impulsor de los Ejercicios Espirituales ignacianos. Durante los primeros años de la Transición estuvo con Blas Piñar y F. N., desde la primera hora. Primer Secretario Nacional.
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