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Hace tiempo que la delincuencia de todo tipo y condición, de la mano de la política, es decir, de sus protagonistas y sus leyes, se echó al monte para depredar impunemente el país. Durante las casi cinco últimas décadas muy pocas veces a los tribunales de justicia se les ha dado bien cumplir con su sagrada obligación, y lo mismo puede decirse de los análisis de los medios informativos. Y así, la cacareada democracia ha sido una farsa que sólo divierte a los forajidos y a los que medran y engordan a su lado.
Los venerados ídolos de la sociedad actual y su patético y torturado trayecto hacia la nada personal y la catástrofe colectiva, son ejemplos de la adaptabilidad exigida por el Sistema, de la falta de identidad moral que imponen sus agendas, pues la identidad establece fronteras y enemigos. Sometidos al Gran Poder, al pensamiento blando y único y a las leyes del mercado, quieren agradar a sus amos y para ello han tenido que envilecerse hasta extremos inverosímiles. Y así son los verdugos de la patria, como políticos, y el cero absoluto, un vacío revestido de purpurina, como personas.
España está a la espera de unos representantes de la soberanía nacional que, acabando con la centrifugación de la patria y dotando de esperanza al pueblo, impulsen una acción política respetuosa con la ciudadanía, de la que ésta se sienta orgullosa, consciente de habitar un país neutral y responsable, vigoroso, libre y justo.
Ostentar la representación de la soberanía nacional no debiera consistir en disponer de impunidad para delinquir o traicionar a la patria, como es el caso actual, sino en ser ejemplo de exigencia moral y política en los avatares sucedidos a una comunidad de cultura clásica, humanista y cristiana como ha sido la nuestra, en la que la razón, el Derecho y la religiosidad sean los sustentos de la convivencia.
Gobernar no es atenerse a ideologías particulares, intereses de partido, pactos espurios, ni cláusulas, programas o gestiones que no afecten al bienestar de todos. Gobernar es liquidar los factores que dividen a la sociedad y frenan su progreso, liderando todo proyecto encaminado a consolidar en la nación su misión como unidad de destino en lo universal, con firme conciencia de sí misma, del significado de su historia y de los valores que nos han singularizado y hegemonizado dentro de la cultura occidental.
A nadie se representa cuando no son estos asuntos y objetivos los que se desea defender, cuando, por el contrario, se empuja al país y a sus pobladores a la desunión y a la ruina; cuando se le arrastra al sufrimiento moral, a la confusión intelectual, a la perversión y a la inercia paralizante. Quienes actúan de este modo, aun gobernando, no representan a nadie, salvo a sí mismos, a sus egoísmos y codicias, a sus deslealtades y abyecciones.
Del rey abajo, nuestros dirigentes y políticos, están tratando de que los españoles acaben cansándose de su propia existencia en común. La patria se halla en una situación tan excepcional, se halla tan lobotomizada, que ante la extrema gravedad de su mal ni siquiera acude al conflicto social, al desorden público o a la amenaza o a la acción violenta, y a pesar de que corre el riesgo inminente de su pérdida de libertad y de su fractura como nación, aún permite que sus destructores e incendiarios utilicen la piqueta y la gasolina con absoluta inmunidad paseándose crasos y ufanos por la plaza pública.
No sólo ni principalmente les falta a estos supuestos representantes de la soberanía popular estatura histórica, sustancia intelectual, grandeza humana o una mínima idea de lo que es y significa España; no, lo que les falta es patriotismo. Y lo que les sobra es codicia y odio a esa España que se comprometieron a defender sabiendo previamente que su objetivo era depredarla y venderla al extraño, al enemigo, tras dejarla adormecida e indefensa.
Y así hemos llegado a un punto de no retorno. Fracasada la Transición, fracasado el régimen y la Constitución del 78, fracasada la democracia y sus instituciones -incluso la eclesiástica-, y fracasada la Monarquía, lo que, en nuestros sueños más generosos, España necesita es un líder situado por encima de las eventualidades políticas, preservado de las presiones grupales y sectarias de la antiespaña, defensor de la neutralidad frente a la ambición exterior y de la unidad frente al centrifuguismo interior, y firme amante de la patria y de la libertad. Un presidente nacido de una imperiosa rebelión cívica, con un inequívoco poder ejecutivo a su disposición, votado directamente por los ciudadanos.
Un hombre virtuoso que sepa despertar y desentumecer a los españoles, advirtiéndoles del peligro de caer en la vulgaridad, la flaqueza moral y la vileza cívica, y de dejar a la patria en manos de quienes la odian y esquilman. Un hombre que les convenza de la obligación de rescatar a España de la corrupción y que les inspire el sentimiento y la necesidad de situarla en el alto pedestal que por su historia le corresponde; y que sólo puede lograrse poniendo la fe en grandes empresas, alejándose de la dispersión y de la anemia que el pueblo hoy padece, porque España no puede existir sino erguida sobre el honor, la libertad, la espiritualidad y la nobleza.
Este memorable papel no puede jamás lograrse con unos dirigentes que, lejos de identificarse con los principios que lo harían posible, los detestan. Luchar por la unidad, por la igualdad y por la justicia no puede estar en la mente de los forajidos, los cuales no dejarán nunca de enfangarse en la busca de intereses ilegítimos para provecho propio y arruinando a una patria a la que odian con toda su alma. España es una idea excelsa, entrañable, que no puede dejarse al azar ni ponerse en manos de traidores y enemigos.
El sueño -la necesidad- de un patriota o de un grupo de patriotas que logren plasmar esa alta ambición de una España digna y vigorosa, nos obliga a mantener encendido el fuego regenerador y vivificante y la disposición del espíritu hacia la batalla cultural y la rebeldía civil. Son estos unos tiempos mezquinos y vulgares, de mediocridades encumbradas y pervertidas; tiempos ajenos a la existencia o a la presencia en la vida pública de líderes dotados de la suficiente autoridad para velar por los principios y la vigencia de España, la nación más antigua del mundo. Pero es obligación de la minoría cívica, de la masa crítica, fabricarlos. Y fabricarlos con la suficiente estatura y el necesario amor, sentido y conocimiento histórico de España, para saber defenderla y enaltecerla de la mano de las gentes de bien, de los espíritus libres.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Soberbio artículo. La cuestión será que la minoría cívica, la masa crítica, los espíritus libres estén ( ¿estemos? ) a la altura requerida, a la altura necesaria.
¿Es España la nación más antigua del mundo? Bueno, en todo caso es la más antigua de Europa, que antiguamente fue La Cristiandad.