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Ximo Puig (jefe de una Generalidad inventada) ha despedido a Encarna Grau tras treinta y cinco años de profesora de música. La causa -que no la razón- es no  haber aprobado el examen de valenciano. Al parecer, los treinta y cinco años de profesión no le han servido para nada aunque ella lo hable pero cometa errores al escribirlo. Y es que para el señor Puig y para quienes aplauden esta política de pureza en el dialecto valenciano, es más importante saber escribirlo sin error alguno, a que salgan de los labios de la señora Grau las más puras notas musicales.

Yo estoy con el señor Ximo, pues no debemos permitir que nadie cometa un error al escribir el valenciano, como tampoco el español o castellano. Por eso el que esto suscribe, cuantas ocasiones ha tenido que pasar por quirófano para ser intervenido de los distintos cánceres por los que ha pasado, lo primero que ha exigido a los especialistas y cirujanos que le asistieron fue someterse a redactar unas cuartillas al dictado, o lo que es lo mismo a ser examinados de escritura castellana. Todos ellos hablaban perfecto español, pese a que uno fuera vasco y otro extremeño, pero ello no daba la suficiente confianza como para abandonarse a sus manos tras del dulce sueño de la anestesia.

Como al señor Puig, no importaban los años de profesión, su experiencia -innata o adquirida a través del proceloso estudio- su sabiduría, su manejo del bisturí, su confianza en el quirófano. Lo que importaba en aquel entonces era conocer que dichos caballeros no cometieran falta alguna en el dictado, acometiendo en el cuerpo de redacción el más puro español o castellano. 

Claro está que esto le dio al que escribe algún disgusto que otro con alguno, dado que era la primera vez que un paciente le imponía tal prueba previa. Pero yo, fiel a mis principios dialécticos, y sobre todo ideológicos de nacionalista español o castellano, no podía permitir que pusieran sus manos sobre mi cuerpo, pese a su  laceración por células que iban matando lo que iban encontrando por el camino.  Así que, en sus respectivos despachos y días antes de los correspondientes tratamientos e intervenciones programadas, el especialista y cirujano de turno, acompañados de su equipo (anestesista, ayudante, enfermeras, auxiliares y hasta el celador) en una pequeña sala del hospital, acompañados de una carpeta, papel y bolígrafo, y sobre sus piernas, fueron recogiendo lo que yo les iba dictando.

Alguno se rezagaba y había que repetirle la frase, cuyo texto carecía de complejidad porque era un discurso del mismo señor Ximo Puig que contra su voluntad, pero como cortesía en su visita a Madrid, pronunció en español o castellano, luego entregado para su publicación por algún diario despistado. Hice uso de dicho discurso del señor Puig porque pensé que, como el valenciano, escribiría el más puro español o castellano. Claro está que esta referencia no fue dada a conocer a los aplicados profesionales sometidos a la prueba.

Terminada la redacción me fueron entregados los folios por cada uno de los examinados, para su corrección. En mi casa, sobre la mesa de la cocina y bajo la luz de la lámpara auxiliar, fui cotejando las redacciones con el texto del señor Puig, y fui pasando de la tranquilidad al pasmo según la lectura y el cotejo iba avanzando. La razón no era otra que ninguno de los profesionales sanitarios examinados pasaban la prueba. A modo de ejemplo,  donde el señor Puig escribía excasez los profesionales escribieron escasez, y donde el señor Puig escribía omónimo los profesionales escribieron homónimo. Mi desesperación iba en aumento y con ello mi decepción y pérdida de confianza en dichos profesionales sanitarios. ¿Cómo iba a entregarme a su cuidado dadas las circunstancias? Los días siguientes fueron de desasosiego y de temor ante el hecho irremediable de comunicarles que no podía someterme a sus manos, pero llegó el día, en el que les trasladé sus suspensos resultados.

 Pero su confianza en que yo estaba equivocado pudo más que mi decisión, y tomando uno de ellos un diccionario de español (en su portada no aludía al castellano) fueron enseñándome la palabras que ellos escribieron comprobándose que lo redactado por ellos era más que correcto y puro, y que el error, confusión, equivocación, yerro, falta, desatino, desacierto, coladura, pifia, gazapo, errata, desliz, ligereza, lapsus, descuido, inexactitud, impropiedad, desvío o cagada, la había cometido el señor Puig.

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Convencido también en mi error, me dejé llevar al quirófano en las distintas ocasiones que se hizo necesario, pero eso sí, sin renuncia a mi criterio ideológico que de no haber superado los profesionales sanitarios la prueba escrita en sus más puros términos y alcance, hubiese acudido al acogimiento y cuidados del señor Puig, que aunque no tenga ni puñetera idea de cómo se coge un bisturí sabe hablar y escribir un lucido y puro valenciano.

 

Autor

Luis Alberto Calderón