Los psicópatas y los rojos, con su maraña de cómplices, protagonizan el dramático espectáculo que diariamente venimos contemplando. Y padeciendo. Ellos, y la inmensa mayoría de los que de consuno con ellos han ejercido la profesión política durante las casi cinco últimas décadas, constituyen el elenco artístico que ha sustituido la realidad, por su realidad, y la verdad por la consigna o por el pensamiento flébil y gregario. La trama, durante este tiempo turbio, ha consistido en transformar al pueblo soberano en una muchedumbre de disminuidos éticos y mentales. De manera que, en lugar de rebelarse, generaciones de esclavos complacientes han vivido y viven dominados por las sombras de estas altas estatuas de barro y purpurina, temerosos de elevar la mirada hacia los grandes ojos vacíos vigilantes. (Lo hemos comprobado durante la pandemia covidiana).
El amor a la sabiduría nos lleva al conocimiento, es decir, al pensamiento crítico. Y éste es el objetivo de la educación y de la justicia. Sin espíritu crítico no es posible formar una personalidad íntegra ni alcanzar la verdadera libertad, ni el sentido justiciero; es decir, su carencia convertirá a los ciudadanos en seres inestables, esclavos de sus pasiones y fáciles de manejar. Por eso los Gobiernos de la Farsa del 78 -de la nefasta Transición democrática-, dada además su mentalidad despótica y con la mirada puesta en su exclusivo provecho, han procurado cercenar el espíritu crítico de la sociedad, cargándose, por ejemplo, entre tantas otras cosas nobles, el estudio de la filosofía, que es compromiso con la verdad, sustituyéndola por otras materias que, lejos de reflexionar sobre el mundo, dan por hecho lo que las leyes que ellos dictan dicen que es el mundo.
En la actualidad, los llamamientos a la insumisión y a la vulneración de las leyes no vienen del pueblo aherrojado, sino de los despachos institucionales y de los coches oficiales de los políticos (véase como enésimo y reciente ejemplo el atentado contra Trump). Del mismo modo que estos supuestos representantes del Estado de derecho establecen barreras sociales, cordones sanitarios y barricadas, pagando a sicarios con dinero público para que, incendiando las calles y destrozando cuanto está su paso, aterroricen al ciudadano indefenso y a quienes se les oponen.
El Régimen del 78, es decir, la partidocracia pepera y socialcomunista, acompañada de sus variopintos cómplices, ha creado un infernal desconcierto donde hace cincuenta años había grandes expectativas de continuar la línea de un fructuoso progreso. Ellos modelaron el lodazal trayendo la omnipresente corrupción, la desindustrialización, la desmembración social y territorial, la injusticia, la desesperanza y el asfixiante endeudamiento de la patria. Unos lo han hecho con la excusa de que «el dinero público no es de nadie» y por eso se lo quedan; y otros arropándose en sus «putos amos», en banderas separatistas, en crímenes o en traiciones a favor de los enemigos de España. Y guiándose todos ellos por la norma que rige los submundos más execrables y depravados: «Si no puedes joder al prójimo, ¿ qué aliciente tiene esta vida? ¿Por qué hacer el bien pudiendo hacer el mal? ¿Por qué dejar vivir y por qué no trincar, pudiendo hacerlo a manos llenas y en absoluta impunidad?»
Más de uno y más de mil políticos pertenecientes a esta tropa, paridos por la democrática Transición, merecen que un roble lleve por fruto sus cabezas. Decir que en las gobernanzas rojas hay democracia, como proclama el agitprop correspondiente, es de carcajada. Los Gobiernos rojos nunca son legítimos; pueden ser legales, pero no legítimos, porque incluso la propia naturaleza de sus gobernantes -y de sus fanáticos- impide su legitimidad. Unos Gobiernos que permiten el robo y el asesinato o que ellos mismos los practican jamás pueden ser democráticos, sino criminales.
No hay por qué tender la alfombra roja ni darles la razón, como han hecho sus cómplices de derechas, a unos señores porque hayan perdido la guerra. Que es lo que se ha hecho en España, durante la Farsa del 78, contra todo sentido común y toda justicia. Al contrario, hay que insistir en el recuerdo de sus crímenes hasta que canten la palinodia, reconociendo sus gravísimos delitos y demostrando sincero arrepentimiento. Algo que, no obstante, nunca harán, dada su índole.
Aquí, numerosos derechistas llegaron incluso a votar a favor de dar la nacionalidad española (como ahora se está haciendo con los invasores africanos) a los brigadistas internacionales, algo que ni se planteó respecto del bando vencedor. Aquí se ha deslegitimado el Alzamiento Nacional por los propios bardajes de derechas. Aquí, para congraciarse con los repugnantes rojos y con sus amigos separatistas, se han cometido infinidad de disparates; peor aún, infinidad de delitos.
Los rojos -nada de republicanos como ellos se quieren llamar, porque sólo eran golpistas vandálicos- perdieron la guerra por méritos propios y por justicia poética, y ahora quererla ganar utilizando alevosías y corruptelas como suelen, no es de recibo. La Guerra Civil, sueñen lo que sueñen los delirios de sus mentes morbosas, y digan lo que digan sus memorias históricas y democráticas, la ganaron los cruzados nacionales, los fieles y leales, bajo la sensatez y la eficiencia militar de Franco, un memorable estratega y un verdadero hombre de Estado, pragmático y patriota.
El caso es que la gran mayoría de los dirigentes de la Farsa del 78 se han dedicado y se dedican a compra-vender el honor; han hecho de él una red con que cazar prebendas y no han dejado de enriquecerse a costa del ciudadano y del Estado. Si para ellos existiera la justicia, la red se les rompería y no conseguirían nada, sólo la vileza derivada de su actitud. Pero la red no se rompe y, seguros de su impunidad, insisten en sus perennes corrupciones, sin acabar jamás sus carreras políticas con las manos vacías y encarcelados.
Y dado que siempre me ha dejado estupefacto el sometimiento de la derecha bardaje ante la espuria superioridad moral de las izquierdas rojas, no quiero terminar esta segunda entrega sin advertir que nunca como ahora se ha visto tan claro que el PPSOE son las dos caras más relevantes, en nuestra patria, de una misma secta política, lacaya de los desvaríos del Nuevo Orden. Por eso, y dado que se necesita una regeneración absoluta, aquellos que, con el fin de restaurar España, aún abogan por la sustitución de Sánchez por Feijoo o del PSOE por el PP, o son unos hipócritas, cómplices del Sistema, o son tan imbéciles como aquél que metía ratas en su casa para acabar con los ratones.
Autor
- Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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Excelente exposición de la trayectoria del Régimen – «farsa» -de nuestros pecados, que deben de ser tremendos. De la ingenuidad, sandez o maldad del que se niega a verlo para no tener que reaccionar. El indigno papel de comparsa «inferior» del PP en el sarao a mayor gloria del PSOE ( y qué elegancia utilizar el término «bardaje» para referirse a esta derecha, aunque para entenderlo hubiera de acudir radua y veloz al diccionario, lo confieso ).
Los artículos del sr. Aguilar Marina son magníficos , tanto en el fondo como en la forma . Espero que el siguiente capítulo sea tan acertado y tan bonito , en cuanto a estética literaria y a análisis histórico, como hasta ahora han sido.