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Alberto Calvo Rúa. Estudió historia en la universidad de Valladolid. Está especializado en historia política y militar del siglo XVI, aunque también le encanta la Baja Edad Media. Laboralmente, aprobó oposiciones del Cuerpo Facultativo Superior de Archiveros de Castilla y León, y actualmente trabaja como Jefe de la Unidad de Archivo de la Consejería de Sanidad. Dirige el podcast Piqueros a vanguardia, y colabora en numerosas ocasiones en podcast como Victoria Podcast o canales de YouTube como Deciamos_Ayer.
Analiza en esta ocasión su libro Castilla en llamas.
¿Por qué decidió escribir un libro titulado Castilla en llamas?
Por dos motivos, principalmente. El primero, interés propio en abarcar un periodo que, como historiador, me generaba mucha curiosidad. Y en segundo lugar, por dar visibilidad a una etapa de la historia de Castilla y de España que ha sufrido un gran abandono por parte de la historiografía moderna. El título, en definitiva, busca representar las notas generales de los siglos XIV y XV en Castilla: guerras, traiciones y caos.
¿Por qué en la Castilla de los siglos XIV y XV, hubo una lucha encarnizada entre la nobleza y la Corona por hacerse con el poder?
Es muy complicado responder esta pregunta en pocas líneas. Empleo casi 300 páginas en el libro para hablar de ello. En resumen, para satisfacer la curiosidad de los lectores, diría que por una cuestión de ambición. El tema es mucho más profundo, pero lo cierto es que la ambición desmedida de un sector mayoritario de la nobleza tuvo mucho que ver. También, por supuesto, la debilidad innata de ciertos monarcas, capaces de cualquier cosa con tal de mantener el trono. Tampoco fue demasiado diferente a las altas esferas actuales. Los poderosos no se conforman nunca con su cota de poder, quieren más, aunque no siempre lo consigan de manera adecuada. Las élites del siglo XV fueron idénticas, pero con la diferencia de que emplearon la conspiración y la guerra como mecanismo de progresión.
¿Por qué desde las revueltas nobiliarias hasta la guerra de Sucesión, Castilla estuvo sumida en el caos y la inestabilidad?
Porque nunca hubo un poder lo suficientemente fuerte e inteligente que pudiera imponerse al resto. Si pensamos en un monarca del siglo XVI, por ejemplo Felipe II, hablamos de un gobierno absolutista. Esto quiere decir, en palabras más comprensibles, que nadie cuestionaba el poder superior del Rey. Personajes como Enrique II, Juan II o Enrique IV renunciaron progresivamente a su estatus superior con infinidad de concesiones a la nobleza. Se llegó al punto de que el rey era uno más. ¡Existieron personajes que llegaron a superar en poder, recursos políticos, económicos y militares al propio monarca! Este disparate jerárquico resquebrajó el orden feudal, y dejó al rey en una posición de vulnerabilidad permanente. Y lo que es peor: minó a la propia institución de la Corona. Que un rey fuese débil y voluble no solo afectaba a su reinado, sino a todos los siguientes, ya que la nobleza no toleraría un reforzamiento del poder monárquico de ninguna manera. He ahí las numerosas guerras civiles.
¿Por qué la nueva dinastía que se alzó tras el asesinato de Pedro I, tuvo que seguir bregando con una nobleza que reclamaba cada vez más influencia y beneficios?
Vayamos por partes. El feudalismo, originario del reino Franco y extendido a su imagen y semejanza en Aragón, caló de manera diferente en Castilla. Desde su propia génesis, los problemas entre el poder de la Corona y la aristocracia laica y eclesiástica fueron frecuentes, pero en niveles infinitamente menores a los sufridos tras el advenimiento de la nueva dinastía Trastámara. Pedro I, por mucho que le conozcamos como el Cruel, era el rey legítimo hasta 1369, momento en que fue asesinado por su hermanastro, futuro Enrique II. El nuevo monarca carecía de legitimidad, primero por ser hijo bastardo, segundo por haber asesinado con sus propias manos al rey legítimo. ¿Cómo podía consolidarse en el trono a ojos de la nobleza? Otorgándola decenas de mercedes y concesiones. Seguro que todos conocen las famosas «mercedes enriqueñas». Pues bien, la idea popularmente extendida le atribuye estas mercedes a Enrique IV, pero esto es erróneo. El primero en comenzar una política de otorgamiento masivo de privilegios fue Enrique II. Sin ellos, es probable que hubiese sido derrocado. En definitiva, la nueva dinastía Trastámara no tuvo que seguir haciendo frente a un problema heredado, sino que potenció y acrecentó la semilla de la rebelión.
¿Cuál fue el motivo de que cualquier intento de la Corona de contener el poderío de la nobleza acababa en tragedia?
Pues el desmedido poder cosechado por ciertos sectores de la nobleza. Por poner un ejemplo concreto, vayamos al reinado de Juan II. Su padre, Enrique III, falleció cuando él era todavía un bebé. Se encargó de la regencia su tío, el famoso Fernando de Antequera, que amasó cantidades ingentes de territorios y poderes en Castilla, y que tras el Compromiso de Caspe de 1412 se convirtió en rey de Aragón. Sus hijos, infantes de Castilla de nacimiento y de Aragón por la coronación de su padre, heredaron sus enormes posesiones al morir el de Antequera. Juan II, muerto su tío y con la mayoría de edad consolidada, intentó recuperar para sí gran parte de los territorios de sus primos, pues sabía que, de no hacerlo, quedaría en una posición muy delicada.
Los infantes de Aragón, más poderosos que el rey de Castilla, se coaligaron con otros nobles castellanos ansiosos de obtener una parte del pastel y se enfrentaron en armas contra él. ¿El resultado? Décadas de guerras civiles, injerencia de potencias extranjeras, descalabro económico de Castilla y mengua acrecentada del poder real. ¡Y lo peor de todo! Aun en el caso de que el rey ganase la guerra, como le pasó al propio Juan II y a Enrique IV, los grandes beneficiados acababan siendo nobles fieles a la Corona que, si bien en aquel momento prestaban servicios al rey, se guardaban la carta de levantarse en armas si lo creían preciso. Y vaya si lo hicieron.
En este tumulto político irrumpe en escena la figura de una joven infanta llamada Isabel, quien, tras casarse con Fernando de Aragón y vencer a los seguidores de Juana la Beltraneja en la guerra de Sucesión, se hizo con el trono de Castilla. ¿Por tanto no le fue nada fácil a Isabel llegar al poder?
Para nada. Isabel, para empezar, era mujer, lo que en aquel entonces cerraba muchas puertas en la línea sucesoria. Isabel era hija de un segundo matrimonio de Juan II, por lo que era hermanastra de Enrique IV. Pero es que, además, tenía otro hermano mayor: Alfonso. Isabel, siempre y cuando Enrique no tuviera descendencia, ¡era la tercera en la sucesión! ¿Quién podía pensar en ella como futura reina? No quiero revelar demasiada información del libro, pero sí puedo decir que su periplo hasta ser tenida en cuenta como candidata fue terrible. Estamos hablando de años de negociaciones, idas y venidas entre ella y el rey, sin dejar de lado a una nobleza rebelde y traicionera. Su ejemplo de resistencia, de tesón y valentía es digno de ser recordado.
Comenzaba así el reinado de los Reyes Católicos. ¿Se podría decir que fue el más importante en la historia de España?
Es imposible decir eso, si soy sincero. Sé que muchas veces la gente es muy contundente con sus afirmaciones sobre tal o cual periodo o acontecimiento histórico, pero todo ha de ser entendido en su contexto. ¿Fue su reinado uno de los más relevantes para comprender la transformación de Castilla en una potencia mundial? Sin duda puedo afirmar que sí. De ahí a decir que su reinado fue el más importante de la historia de España, me parece, hay un salto muy importante. Dejémoslo en que estaría en un hipotético top, porque no puedo olvidarme de periodos trascendentales de la historia de España como el reinado de Carlos I, Felipe V o, incluso, Alfonso XIII. Todos los reinados marcaron, desde una perspectiva u otra, nuestro pasado.
¿Qué aspectos destacaría de su reinado?
¡Muchos! Isabel I fue una reina colosal. Yo, a diferencia de la mayoría de la gente cuando habla de Isabel, prefiero destacar su capacidad política. Pido al lector que, por favor, comprenda lo que quiero decir. El descubrimiento de América y la conquista de Granada son los dos grandes pilares que suelen atribuirse a la Reina, pero para mí son secundarios. Fueron dos acontecimientos que marcaron la historia del mundo, y nadie duda de su relevancia, pero no creo que sean de un mérito colosal de Isabel. Es cierto que financió a Colón cuando nadie más lo hizo, pero nunca podremos saber si Enrique IV o Felipe I, de haber aparecido Colón en sus reinados, también le hubieran financiado. Granada, último reducto del Islam en la Península, venía tiempo siendo un títere en manos de los reyes cristianos. No olvidemos los inmensos avances de Sancho VIII o Fernando III el santo, que acorralaron progresivamente a los musulmanes. Isabel dio el golpe definitivo, pero como culmen a un proceso de siglos. También Juan II o Alfonso XI arrebataron a los Nazaríes importantísimas plazas fortificadas en Andalucía, y nadie les recuerda por ello.
Lo que sí podemos -y debemos- atribuirle a Isabel fue la capacidad política de transformar un ente político en ruinas en pilares sólidos capaces de sostener la Monarquía universal que estaba a punto de aparecer en la escena. Isabel logró pacificar Castilla haciendo partícipe a la nobleza de un proyecto común, y lo más importante: fue la única, junto a Fernando, capaz de atreverse a plantar cara a la poderosa Francia de finales del siglo XV. Cuando nadie más osó entrar en Italia para arrebatárselo a los franceses, allí estuvieron las tropas enviadas por los Reyes Católicos, con el Gran Capitán al frente, para demostrar que Castilla y Aragón, bajo la bandera de la Unión de Reinos, habían llegado para quedarse.
Vencer a Francia en 1494-1499, viniendo de siglos de caos interno, habla de la rapidez y efectividad con que Isabel puso en marcha su idea de Estado moderno. Sin Isabel se podría haber descubierto América. Sin Isabel se podría haber conquistado Granada. Sin Isabel, en cambio, no podría haber existido una Monarquía de España, fuerza hegemónica mundial durante más de dos siglos, tal y como la conocemos.
Autor
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Subdirector de Ñ TV España. Presentador de radio y TV, speaker y guionista.
Ha sido redactor deportivo de El Periódico de Aragón y Canal 44. Ha colaborado en medios como EWTN, Radio María, NSE, y Canal Sant Josep y Agnus Dei Prod. Actor en el documental del Cura de Ars y en otro trabajo contra el marxismo cultural, John Navasco. Tiene vídeos virales como El Master Plan o El Valle no se toca.
Tiene un blog en InfoCatólica y participa en medios como Somatemps, Tradición Viva, Ahora Información, Gloria TV, Español Digital y Radio Reconquista en Dallas, Texas. Colaboró con Javier Cárdenas en su podcast de OKDIARIO.
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Un libro importantísimo y muy meritorio en el que confío no se dejará de lado a Fernando como si hubiese sido un adorno. No obstante, Isabel no era hermanastra de Enrique IV sino su media hermana ( de acuerdo, e utiliza mucho «hermanastro» por extensión para definir a los medio hermanos, pero puede llevar a confusión y no es exacto en sentido estricto ); Alfonso no era hermano mayor de Isabel sino más joven. Y no es de recibo lo del «top», jamás lo es, pero mucho menos tratándose de estos temas. Así provocan en el potencial lector la sospecha de que la escritura pueda ser un doloroso sendero de espinas en «Spanglish».
Isabel la Católica, I de Castilla, fue una mujer católica ejemplar, magistral reina de España y una bendición para España y su futuro como nación firmemente católica, como nación de santos, mártires, misioneros y soldados de Cristo en Europa, América, Pacífico y África, como nación que más ha amado y ama a Jesucristo y la Santísima Virgen María frente a otras naciones que apostataron una tras otra. Como Isabel I, su esposo Fernando II de Aragón, el Católico, y otros predecesores y sucesores de la Corona de España también fueron ejemplares católicos y españoles. Todo buen español se siente identificado con tan ejemplar reina.
Pero de ahí a proceder a su beatificación, habría que tener mucho cuidado y santo temor y respeto de Dios, pues no se puede beatificar y canonizar a cualquiera degradando así la santidad de innumerables hombres y mujeres elegidos por Dios desde el mismo Ministerio de Nuestro Señor Jesucristo (apóstoles, discípulos, mártires, santos y santas de todos los tiempos). Utilizar el proceso de beatificación y canonización de modo político sería una de las más satánicas herejías y ultrajes no solo a Dios, sino a su Santísima Madre, la Virgen María e innumerables santos y mártires de todos los tiempos. Cuesta creer que Isabel I de Castilla intercediese en algún milagro real, y su defensa ejemplar de la Cristiandad era compartida con el máximo fervor por la inmensa mayoría de españoles de su época, entonces más fervorosos que nadie en Europa en el albor del triunfo de ocho siglos de Reconquista y que no aceptaron la traición protestante y anglicana de ningún modo. Y, desde luego, sería una exageración beatificar a toda España de los siglos XV, XVI y XVII, cuando España fue la defensa armada de la Cristiandad en toda la tierra, asumiendo el basto coste en sangre de defender la Palabra de Cristo en todo lugar, pues algún hereje tendría encubierto o no tan encubierto. Además, Isabel la Católica, cometió un error anticristiano muy frecuente, por desgracia, en todas las dinastías reales de Europa durante siglos desde Portugal a Rusia, ignorando deliberadamente la Palabra del Señor según Mt 19, 3-9, la de forzar matrimonios de príncipes y princesas herederos primogénitos y demás hijos e hijas, con herederos y realeza de otros monarcas con finalidades políticas, como el «mantenimiento de la paz» o alianzas en tiempos de guerra, que, lejos de lograr su objetivo, las más de las veces, lo que lograron casi siempre fue justo lo contrario, aparte de dar un ejemplo pésimo a los reinos y sus gentes, es decir, lo que se dio en llamar «matrimonio de conveniencia», que fue lo peor con creces para generaciones enteras, y de generar no pocas desavenencias reales que acabaron en extinción de dinastías por consanguinidad de las degradadas generaciones siguientes a esos matrimonios contrarios a la Voluntad de Dios. Evidentemente ésto es un pecado mortal que hiere profundamente al Sacratísimo Corazón de Jesús, pues ni siquiera los herederos o herederas a la corona pueden transgredir la Santísima Voluntad de Dios en lo que al santo sacramento del matrimonio se refiere, el hecho de que ni hombre ni mujer eligen absolutamente nada, ni vida, ni muerte, ni vejez, ni enfermedad, ni matrimonio, pues nadie salvo Dios, manda en el corazón de su criatura, cuando se abre a su Infinita Bondad. Es Dios el que ha de unir a hombre y mujer independientemente de su origen, y no el hombre, ni siquiera los reyes están autorizados a ello, por muy «noble» y «alta» responsabilidad y causa que se alegue. Por ello, no es nada cristiano beatificar monarcas que incurrieron en ese pecado mortal tan extendido entre todas las casas reales durante siglos, y sí beatificar a hombres y mujeres que sí fueron santos por su revelación e intercesión en milagros reales, aunque nunca tuviesen ninguna responsabilidad de poder, autoridad civil o eclesiástica, riqueza, influencia, títulos nobiliarios, cátedra, magistratura o sangre real, aunque fueran vagabundos o despreciados del mundo. Ningún bien harían a la fe en Cristo los que deben decidir, si beatifican finalmente a Isabel I de Castilla, la Católica. Sentarían un precedente pésimo. La política, sinónimo de maldad, codicia, vanidad, mentira, hipocresía y engaño, no debe ser nunca criterio de beatificación y canonización, sino justo lo contrario, de excomunión. Los santos, santas y mártires son anti políticos en su totalidad, no toleraron jamás la mentira, ni aún a riesgo de ser asesinados (ahí tenemos el católico ejemplo de uno que se arrepintió de ser político para salvar su alma con gran valentía y a pesar de la amenaza de morir decapitado por deslealtad a Enrique VIII, santo Tomás Moro, que no dejó prevalecer el apóstata interés real político a la Palabra del Señor, todo un ejemplo a seguir para todos los políticos y sus votantes que debería moverles a conversión). Los santos y santas prefirieron siempre la muerte al engaño y el pecado, a la satánica política, fuera cual fuera.