20/03/2025 18:46

Salvo raras excepciones, en nuestros tribunales no se ven sino prevaricaciones y no se oyen sino mentiras. En las universidades y escuelas, perversión y sofismas. En los negocios, comercios y consultas, irresponsabilidades y trampas. Un mundo inmundo, de trápalas y fraudes, un laberinto de enredos y maquinaciones. Un mundo que ha dejado de ser redondo, una tierra que ha dejado de ser firme, porque es fango por donde pisa la inmensa mayoría, pues personas hay pocas y aunque hablen claro nadie las escucha, que todo es aire en el mundo, y así todo se lo lleva el viento. Se trata de cantar mal y porfiar en ello. Que todo anda al revés; los buenos valen poco y los muy buenos nada; los sin honra son honrados, los animales son tratados como personas y las personas como animales. Los leones dan balidos y los ciervos cazan. Las gallinas cacarean, mas no se despiertan los gallos. Todos quieren que les traten sin engaño, pero ellos no aplican su medicina a los demás.

En nuestros parlamentos, repletos de corsarios, cada cochino, con sus hábitos de seres humanos para disimular, lleva su asuntillo o su enorme negocio de corrupción a la espalda, y algunos con dos, y tal con doscientos. Hay en la cochiquera sectas variopintas y cada cual va cobrando sus holgadas nóminas con puntualidad, celebrando su clan o su cisma. Uno va de bravo y otro de afectado, tal de linajudo y cual de entendido, el otro de decidor y aquel de rastrero. Los hay graciosos, dejados, porfiados, iracundos, enfadosos, insufribles, desestimados, artificiosos, epígonos, imitadores, señalados, vulgares y desagradables, desacreditados y corruptos todos, o la inmensa mayoría.

Los políticos constituyen una casta depredadora. Y es esta semilla parlamentaria la que más cunde hoy en España, pues da ciento por uno y, en ciertos casos, mil. Cada corrupto hace ciento, y cada uno de estos otros tantos, y así, en unas décadas, las de la Farsa del 78, se ha conseguido que no quepan más depredadores en las autonomías ni en la capital de la nación. Se ha visto llegar un parlamentario a un pueblo y a los pocos días haber en él numerosos casos de prevaricación. Y es cosa cierta que, si mil personas normales no pueden hacer un político honrado, un mandatario corrupto puede corromper a mil individuos normales.

De nada sirve la gente de bien a los corrompidos ni a los psicópatas. Pero éstos sí que hacen gran daño a aquellos; hasta el punto de que, si ponemos un político disoluto entre muchos normales, por ver si se remedia, como todo cuanto habla y hace le es rechazado, acabará incomodándose y pidiendo que le alejen de aquellos locos, porque para el enviciado, todo lo que no sea venalidad es disparate.

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De ahí que estos elfos prepotentes se apoderen de la opinión pública mediante su agitprop y cierren el paso a la Verdad, justificándose con la malicia y el cinismo de que al vulgo no le interesa la corteza del mundo, ni los elitismos o diletantismos burgueses, y que es un necio quien piensa lo contrario. Que a la plebe hay que darle pan y circo, envuelto todo ello en demagogias políticas y pretenciosidades culturales. Y así ocurre que los ignorantes -sin inculparles de que son precisamente ellos quienes forjan el pancismo plebeyo- les compran el relato, los lisonjeros les aplauden y los intelectuales no osan rechistar, con lo que triunfa la mentira, y pasa la necedad por sutileza y la ignorancia por sabiduría.

Numerosos son hoy -dentro y fuera de los medios informativos- los autores acreditados por esta opinión común, sin que se den opositores que los cuestionen. Cuántas noticias, cuántos comportamientos, cuántas gobernanzas, cuántos libros y cuántas obras de gran predicamento se venden hoy, que, bien examinados, no merecen el crédito que gozan, ni aun la mitad de la mitad. Pero nadie se decide a cuestionar al que tiene estrella o se la ha prestado la actualidad o la ideología. ¡Cuántos sujetos sin valor y sin saber son celebrados sin haber hombre que ose hablar, sino algún desesperado! Si se da en decir, porque así lo exige el viento corredor, que don Fulano o don Doctor de Tal es un estadista o un salvador del pueblo, lo ha de ser, aunque sea un idiota cariharto.

Porque aquí cada uno, mayormente los que maman de la ubre del Estado, va a su aire, que según es la afición así es la impresión. De modo que las cosas no son lo que son, sino cómo se polucionan y se toman, que de lo que hizo admiración Roma hizo donaire Grecia. Todo, pues, se reduce a encriptar, a pasar y a descifrar. A encriptar, unos, los engañadores y sus militantes, que organizaron la tramoya y la mantienen activa para seguir depredando; a pasar, el pueblo, otrora soberano y hogaño abyecto y suicida, que se desentiende olímpicamente de los sucesos que devastan a la patria; y a descifrar, los pocos restantes -que son, al parecer, los únicos engañados y las solas víctimas-, inmersos en la labor de descubrir la trampa y de dar a entender lo que no se quiere que se entienda.

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Son estos últimos, escasos, como digo, quienes, movidos por el interés cívico, han echado sobre sus espaldas la responsabilidad de descubrir y denunciar lo que se cuece en las interioridades de las trampas y de los tramposos, en las ensenadas del Sistema, en el hondón de las diabólicas intenciones y de sus objetivos últimos. Ellos, los conspiranoicos, negacionistas, incorrectos y franquistas de siempre, son quienes se han propuesto con su lucha, y a menudo con su vivo ejemplo, hacer ver al común que aún estamos a tiempo de evitar la tragedia absoluta, que pueden forjarse hoy los grandes hombres, los prudentes senadores, los sabios consejeros, los famosos escritores…, o acudir a directamente a la batalla los ya forjados.

Porque la casta política depredadora y su cohorte de facinerosos, hijos todos de la Gran Farsa (o de la Gran Fruta), no tienen la mano lo suficientemente grande para tapar la boca a todo el mundo. Y en el instante en que comience a rayar la claridad, dará en tierra toda la máquina de confusiones; que toda artimaña, una vez desvelada, desaparece. Se deshará el encanto, quedando todo patente y desenmarañado. Se verán las caras unos a otros, tal como las manos que se habían escondido tras lanzar las piedras a tejados ajenos o meterlas en bolsillos impropios. Y quedará constancia del modo de proceder de cada uno. Así que, llegado el desengaño, desaparecerá todo artificio. De ahí que tanta ira muestren históricamente los expoliadores contra quienes les deshacen las carátulas, porque a éstos es más difícil echarles el dado falso, y pueden ser incluso quienes acaben demoliéndoles el lucrativo chiringuito.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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