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Distinguiendo ritos

Misa Tradicional[1] se llama a aquella del Misal ordenado publicar por el Papa San Pío V, en su Bula Quo Primum Tempore de 14 de julio de 1570[2].

La nueva Misa se basa en el Novus Ordo Missae promulgado por el Papa Paulo VI en su constitución Missale Romanum, de 3 de abril de 1969. Es la Misa que, de ordinario, se celebra en la iglesia latina en la actualidad.

Dejando a salvo la buena fe y recta voluntad de los que colaboran con la Misa nueva

Antes de seguir, deseo aclarar que, cuando afirmo que el rito romano de la Misa codificado por San Pío V es preferible al nuevo rito de la Misa establecido por Paulo VI, no quiero decir

que el rito de Paulo VI sea inválido;
ni que todo aquel que oye Misa nueva (incluyendo a muchos de los que reciben la comunión en la mano o participan como lectores, monaguillas, ministros y ministras extraordinarios de la comunión), sean necesariamente malos cristianos o menos devotos y santos que otros que asistimos al rito antiguo[3].

¿Por qué preferir la Misa Tradicional?

El rito romano Tradicional de la Misa es preferible porque

refleja de modo más excelente la doctrina católica sobre

el Santo Sacrificio de la Misa,
la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía
y el Sacerdocio Ministerial;

contribuye a preservar mejor la fe de los fieles en dicha doctrina;
ayuda a vivir una espiritualidad eucarística más profunda y consciente y, consiguientemente, obtener un mayor fruto interior del trato con Cristo Sacramentado;
protege a la Eucaristía, de manera más eficaz, de posibles abusos y sacrilegios.

Demostrando la excelencia de la Misa Tradicional

El rito antiguo se dice y se sigue en latín[4].

El uso del latín, por un lado, evita erróneas y a veces sospechosas -cuando no tendenciosas- traducciones (como de hecho ocurre con el Misal nuevo en España).
Por otro lado, facilita la participación de los fieles en cualquier lugar del mundo[5].

En la Misa Tradicional, el sacerdote está orientado hacia Cristo, al igual que los fieles.

Es un rito teocéntrico, no antropocéntrico.
Se trata de una orientación lógica, partiendo de la premisa de que todos, sacerdote y fieles, se dirigen en oración al mismo Ser: Dios Uno y Trino[6].

El ofertorio de la Misa Tridentina es una auténtica ofrenda que expresa perfectamente el carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa[7].

El Canon de la Misa de San Pío V es rezado por el sacerdote en silencio, mientras los fieles permanecen de rodillas. Ello favorece la adoración Eucarística y un mayor recogimiento espiritual de los que asisten a la celebración.

El sacerdote es asistido en el altar por acólitos varones; y la Sagrada Comunión es distribuida únicamente por miembros del clero, nunca por seglares.

Esto ayuda a recordar, considerar y mantener la fe en dos verdades fundamentales:

Sólo los varones están llamados al sacerdocio y pueden ser válidamente ordenados,
Sólo los sacerdotes ordenados válidamente pueden consagrar el pan y el vino para que se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo y se renueve sobre el Altar el Sacrificio del Señor en la Cruz.

La Sagrada Comunión es recibida por los fieles de rodillas y en la boca.

manifestando mejor, por medio de un claro gesto de adoración, la fe en la Presencia Real de Nuestro Señor Jesucristo en la Eucaristía;
disminuyendo los riesgos de posibles profanaciones y caídas de las formas consagradas;
dejando patente la diferencia esencial entre el sacerdocio ministerial de presbíteros y obispos y el sacerdocio común de los fieles, al reservar la administración de la Sagrada Eucaristía únicamente a las manos consagradas de los clérigos.

Coyuntura histórica y contexto religioso de ambos ritos

Recordemos que San Pío V canonizó a perpetuidad el rito romano (que, en lo esencial, se remonta a la era apostólica) en unos tiempos en que la Cristiandad había sido dividida y seguía viéndose amenazada por el protestantismo que rechazaba la transubstanciación, el carácter sacrificial y propiciatorio de la Misa y el Orden Sacerdotal.

El rito de San Pío V contenía (y contiene) signos, ceremonias, rúbricas y oraciones que reflejaban (y reflejan) esas verdades negadas por el protestantismo y otras herejías.

El rito de Paulo VI se estableció en unas circunstancias no mejores para la fe que las que vivió Pío V. En unos momentos de confusión y rebeldía en los que la Iglesia se veía amenazada, desde el exterior por ideologías laicistas o ateas como el liberalismo y el comunismo, pero también, desde el interior, por el modernismo y progresismo de un buen número de eclesiásticos y teólogos que trataron de introducir dudas, errores y herejías con respecto a muchas verdades de fe, incluyendo las relativas a la Eucaristía y el Sacerdocio.

En ese contexto, el rito de Paulo VI mantuvo algunos de los signos, ceremonias, rúbricas y oraciones del Misal de San Pío V.

Supresiones y carencias de la Misa de Paulo VI

y peligrosas prácticas añadidas progresivamente

Pero no es menos cierto que la Misa nueva, sorprendentemente, suprimió algunos otros importantísimos signos, ceremonias, rúbricas y oraciones (por ejemplo, -y creo que es el cambio más grave- el ofertorio tradicional; o la genuflexión del sacerdote inmediatamente después de la consagración del pan y de la consagración del vino, entre muchos otros)[8].

Para más inri, desde muy pronto, la Autoridad eclesiástica fue permitiendo y aceptando

traducciones poco fieles al texto original,
la orientación del sacerdote cara a los fieles,
la comunión en la mano,
mujeres acólitas,
ministros (y ministras) extraordinarios de la comunión.

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Prácticas que, aun cuando no fueren en sí mismas pecaminosas, y sin dudar de la buena intención de quienes se prestan a ellas, no favorecen la piedad eucarística, las vocaciones sacerdotales y el cuidado de las Sagradas formas tanto o más que la Misa Tradicional; ni tampoco la igualan o superan en la expresión de las verdades teológicas sobre el Sacerdocio, la Eucaristía y el Sacrificio del Altar[9].

La Misa nueva, ¿es Misa, a pesar de todo?

Entre los partidarios del Vetus Ordo, casi todos consideran que la Misa nueva, bien celebrada,[10] es válida. Muchos, además, estiman que es lícita, porque no contiene inmoralidades ni herejías (al menos el Canon I) y ha sido promulgada por la Autoridad legítima.

Ello, a pesar de que, comparándola con la Misa Tradicional, carece de elementos muy importantes, simplifica y reduce algunos gestos y admite traducciones y prácticas que podrían conllevar peligros para la fe y devoción eucarísticas y para el debido respeto al Santísimo Sacramento (es el caso, sin duda, de la comunión en la mano)[11].

Efectos de la Misa nueva sobre unos fieles y otros

Hay, sin embargo, quienes no solo critican, sino que rechazan la Misa nueva porque consideran que es en sí misma una ocasión de pecado contra la fe. Piensan que quienes oyen Misa nueva se exponen necesariamente a abandonar o malinterpretar las verdades católicas sobre la Misa, la Eucaristía y el Sacerdocio[12].

Seguramente muchos de los que están leyendo este texto pensarán que no es así, dado que por experiencia propia saben que su participación en la Misa nueva (en muchos casos durante décadas y a diario) no ha afectado, de hecho, a su fe y ortodoxia.

A mi juicio, basándome en mi propia experiencia, la incolumidad de la fe personal en las verdades que atañen al Sacrificio de la Misa, la Eucaristía y el Sacerdocio, tiene más que ver con la buena formación teológica y catequética de cada uno, que con la precisión y rigor doctrinal del rito, sin negar ni atenuar la extrema importancia de esto último, que es, en definitiva, uno de los motivos principales de la predilección por el Misal antiguo.

Es posible que un creyente que tenga bien claro qué es la Eucaristía y qué es el Orden Sacerdotal, no pierda, disminuya o adultere su fe, incluso aunque conozca las carencias del rito, los defectos de algunas de sus traducciones y la, como poco, inoportunidad y riesgo de las nuevas prácticas litúrgicas adoptadas en muchas partes y admitidas por la jerarquía.

No obstante, hay que tener en cuenta que no todos los católicos tienen las cosas tan claras. Y a muchos que van a Misa habitualmente, pero que no poseen el “antídoto” de una buena formación, esas prácticas, carencias y defectos sí podrían perjudicarles en su fe o, en algunos casos, si ya incurren en errores sobre la Eucaristía y el sacerdocio, confirmarles en los mismos.

La Iglesia es Maestra y es Madre ¿No debería su jerarquía cuidar de un modo particular de estos sus hijos más débiles e ignorantes?

Más aún que de fe, es cuestión de Amor

En cualquier caso -sin menospreciar las implicaciones que pueda tener en la recta fe y la sana moral de cada persona que asiste a la Misa nueva-, la elección entre el Vetus Ordo y el Novus Ordo debería plantearse poniendo el énfasis en el Amor. El Amor rectamente ordenado: Amor a Dios sobre todas las cosas y, en segundo lugar, al prójimo, por amor a Dios.

Deberíamos preguntarnos,

¿Cuál de los dos ritos es más teocéntrica?; ¿cuál enaltece más a Dios?, ¿cuál trata mejor, y cuida con mayor delicadeza, y tributa mayor reverencia, y se dirige con mayor cariño a Jesús Sacramentado?
Teniendo en cuenta que la fe es necesaria para la salvación del alma, ¿cuál de los dos ritos aprovecha más a la salud espiritual de los fieles cristianos?, ¿cuál expresa, sostiene y enaltece con mayor precisión las verdades relacionadas con el Santo Sacrificio de la Misa; la Presencia Real, Verdadera y Substancial de Cristo en la Eucaristía; y la sublimidad y distinción del Sacerdocio ministerial?

Aun en el supuesto de que ambas Misas fueren gratas a Dios y beneficiosas para la vida espiritual de los fieles, ello no querría decir que sean gratas y beneficiosas en la misma medida.

Es verdad que pueden darse casos de católicos que oyen Misa nueva y den más gloria a Dios y crezcan más en santidad que otros que oyen Misa Tridentina. Del mismo modo que pueden darse casos de católicos que se confiesen una sola vez al año y sean más santos que otros que se confiesen semanalmente. Pero ello no significa que sea igual de recomendable confesarse una vez a la semana que una vez al año.

Escoger lo mejor para Dios y para las almas

Si nos mueve la Caridad, el amor a Jesús Sacramentado, ¿por qué tolerar, poner por obra y fomentar prácticas litúrgicas menos idóneas para salvaguardar la fe en la Eucaristía, y menos seguras para defenderla de abusos, irreverencias, descuidos y profanaciones?

¿Qué persona en su sano juicio y sinceramente amorosa, pudiendo escoger entre dos sistemas de seguridad o defensa para proteger y cuidar a un ser querido, escogería el peor?

Sabiendo, como es sabido, que comulgar en la mano hace más fácil el robo o el desprendimiento de alguna partícula consagrada, ¿Por qué seguir haciéndolo o tolerándolo, pudiendo comulgar en la boca?

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Ante el riesgo de que la presencia -en ocasiones nada extraordinarias- de ministros extraordinarios de la comunión pueda ocasionar en creyentes poco formados, equívocos sobre la diferencia esencial entre laicos y sacerdotes ordenados ¿por qué no aprovechar la generosidad y voluntariedad de esos ministros para dedicarlos, en cambio, a sujetar una patena bajo el copón durante la comunión en la boca?

Paz interior y Misa Tradicional

Todas estas inquietudes y contradicciones desaparecen en la Misa Tridentina, Tradicional o de San Pio V. No hay lugar en ella para ambigüedades, arbitrariedades, innovaciones, extravagancias y abusos.

Apostolado de la Misa Tradicional

Oigamos pues, siempre que nos sea posible, Misa Tradicional.

Y si no nos es posible, luchemos, con el auxilio de Nuestra Señora, Templo y Sagrario de la Santísima Trinidad, para que lo sea. Para que allá donde vivimos haya, al menos, un lugar de culto y un sacerdote dedicados a la celebración del Santo Sacrificio del Altar según el rito de San Pío V.

 

[1] También se conoce por Misa Tridentina, de San Gregorio, de San Pío V…

 

[2] San Pío V permitió conservar todos aquellos ritos de la Misa (occidentales u orientales) que tuviesen más de 200 años de antigüedad. Todos ellos han sido y son tan venerables como lo es el rito Tridentino y no son objeto de la comparación que abordo en este trabajo.

 

[3] De hecho, estoy convencido de que muchos no sólo no son conscientes de los riesgos para la fe, la piedad eucarística y el respeto al Santísimo Sacramento que pueden entrañar algunas de estas prácticas, sino que, por el contrario, piensan de buena fe estar haciendo un servicio a Dios y su Iglesia actuando con recta voluntad.

 

[4] Para facilitar el seguimiento de cada Misa, existen impresos y misales con las lecturas y oraciones propias de cada día en lengua vernácula. En la actualidad es posible instalar en el teléfono móvil o en una tableta aplicaciones para seguir, no sólo el ordinario de la Misa, sino el propio de cada día.

 

[5] En estos tiempos en que viajar se ha hecho tan asequible y, a veces, por motivos laborales u otros diversos, necesario, es espiritualmente gratificante saber que cualquiera puede seguir la Misa aún en los lugares con idiomas más complejos y desconocidos.

 

[6] Por el contrario, no es lógico que sacerdote y fieles en vez de elevar y dirigir su mirada en una misma dirección -hacia el Señor-, se miren los unos a los otros. Es como si un grupo de personas piden audiencia a una autoridad para hacerle un ruego, y durante la reunión con dicha autoridad, el portavoz del grupo que va a dirigirle la palabra, le da la espalda y expone su petición a los acompañantes de su grupo que están detrás de él.

 

[7] El ofertorio de la Misa nueva es más bien una simple bendición y presentación de dones.

[8] No voy a entrar aquí en el tema de la protestantización del nuevo rito, la intención de los reformadores litúrgicos en este sentido y el asesoramiento de pastores y teólogos protestantes en la elaboración del nuevo Misal. Existen interesantes y documentados trabajos que exponen esta cuestión de suma importancia para la valoración de la nueva liturgia.

[9] De hecho, ninguna de esas prácticas se ha implementado con el fin de incrementar la dignidad del rito, para mayor gloria de Dios y provecho de las almas, sino simplemente para mayor comodidad y tranquilidad corporal y psicológica del sacerdote y de los fieles que asisten a Misa (reducir el tiempo de espera para comulgar, evitar mojar con saliva la mano del sacerdote, que las mujeres no se sientan discriminadas con respecto a los hombres…) Parece ser más importante comulgar rápido que comulgar poniendo el máximo cuidado en que el Señor Sacramentado no sea secuestrado o arrojado al suelo.

[10] Eso es, si son válidas la materia y forma del Sacramento de la Eucaristía, así como la ordenación sacerdotal y la intención del celebrante.

[11] No lo digo yo, lo afirma nada menos la Instrucción Memoriale Domini, de la Sagrada Congregación para el Culto Divino, compuesta y aprobada por mandato de Paulo VI, y publicada el 29 de mayo de 1969: “…una mutación en cosa de tanta importancia, que se asienta en una tradición antiquísima y venerable, además de tocar a la disciplina, también puede traer consigo peligros, que se teme podrían surgir del nuevo modo de administrar la sagrada comunión, a saber: el que se llegue a una menor reverencia hacia el augusto Sacramento del altar o a la profanación del mismo Sacramento o a la adulteración de la recta doctrina”.

[12] No es objeto de este trabajo dilucidar si la nueva liturgia es solo peor que la antigua o simplemente es mala y, por tanto, ilícita.

Se trata de una cuestión disputada entre los partidarios de la Misa tradicional cuyo tratamiento precisa de una profundización y extensión que va más allá de la intención de este escrito.

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