19/05/2024 00:20
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Considero que la pandemia es un terrible daño humanitario, un problema grave de tipo económico, una conturbación psicológica masiva; pero de toda circunstancia difícil se sacan cosas también positivas, y es posible que esto que digo produzca algún tipo de revulsivo interior en muchas personas.

Los seres humanos somos muy vulnerables. Nuestra vida es un regalo de Dios y la frontera entre la existencia terrenal y el más allá es una línea muchas veces más frágil y etérea de lo que pensamos. Un baño de humildad que nos haga tomar contacto con nuestra realidad existencial no viene mal para retomar la idea perenne de la transcendencia claramente identificada en nuestra antropología cultural, que el nihilismo actual ha borrado de nuestras conciencias colectivas.

Los sentimientos nobles, los valores tradicionales, la valoración de la Ley natural que debe ser el fundamento del derecho positivo, el sentido de pertenencia a una comunidad histórica que nos ha transmitido las esencias de nuestro ser, de nuestro éthos colectivo, la solidaridad, el respeto a la vida y a nuestros congéneres, la tradición que debemos congeniar con la modernidad pues no son incompatibles, el significado de la familia, la necesidad de encontrar el intríngulis de nuestra existencia, más allá del hedonismo barato, de lo episódico,, se reviven en los momentos difíciles y se reencuentran.

Es necesario recuperar la transcendencia cristiana, o, al menos, si no se tiene fe, valorar lo importante de las normas de conducta transmitidas por el eje moral de nuestra cosmovisión cultural, del valor intrínseco de la existencia humana más allá de lo material.

Llevamos más de dos siglos dando la espalda a los valores y sentimientos de nuestra civilización cristiana, y favoreciendo los planes ocultos para derrumbar ese edificio que construyó la hispanidad en el mundo, como base de operaciones para un umiverso más armónico, mejor construido desde el plano axiológico, humanístico, como fundamento espiritual para un encuentro civilizatorio entre continentes. Todo eso lo hemos ido derribando, facilitando su demolición, dando paso a planteamientos luciferinos bajo el signo de Satán.

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Todo lo que viene a partir de este episodio de la pandemia nos va a obligar a replantearnos los fundamentos de nuestra existencia colectiva, de nuestro modelo de vida, e indagar sobre lo que es prioritario y lo que es transitorio en la vida, de buscar los elementos que nos dan sentido a nuestra existencia, más allá de la materialidad inane de la misma.

Por eso digo que igual lo que está sucediendo nos procura una nueva oportunidad para no perder de vista que somos muy vulnerables, y que tenemos que hacer frente a quienes desde la sombra de la sombra tratan de guiarnos como rebaño hacia la intrascendencia, hacia la cosificación de nuestro ser y de nuestro existir.

Es bueno que hagamos un parón, aunque sea en estas dramáticas circunstancias y nos planteemos para qué sirve la vida más allá que para dar gusto sensorial a nuestro cuerpo perecedero.

Comparto lo que dice en su libro “Cómo sobrevivir al Nuevo Orden Mundial” José Antonio Bielsa: “Cuatro décadas de partitocracia disolvente [en España] –repodrida en emolientes socialistas y liberalescos- han erosionado las estructuras mentales (y espirituales) de un cuerpo social hasta entonces más o menos compacto en su dirección moral, [entendiéndolo] como una manifiesta concordancia entre los conceptos básicos relativos al bien o al mal en su más elemental grado de aprensión.”

Recemos; yo el primero, que confieso que hace mucho tiempo que he abandonado la práctica religiosa.

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