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Todos sabemos que la adolescencia es esa etapa difícil, complicada e insoportable, primeramente para el que la padece, que todos pasamos. Ahora bien, la adolescencia se supera. Si bien, hay personas, hombres y mujeres, que no logran zafarse por completo nunca de ella. Y así tenemos a quienes por más años que cumplan, siguen viviendo sin criterio y echando la culpa de todo cuanto les sucede o sucede a su alrededor a los demás porque ellos nunca son ni se sienten culpables de nada. Ni de lo que hacen, y mucho menos con lo que colaboran. Son los eternos adolescentes.
Estamos planteando algo más serio de lo que a primera vista parece. Estamos hablando del respeto debido a la conciencia, que ciertamente no constituye una adquisición de la cultura moderna. Por lo que convendrá afirmar, una vez más, que las personas son más importantes que las cosas y el alma más que el cuerpo. De ahí, que se haya perdido el valor y la grandeza de la persona en sí mismo, llegando hasta el extremo de legalizar -y en el mejor de los casos como “mal menor”- el asesinato de la criatura concebida en el vientre materno. Cuestión para la que no habría que esperar a que doce hombres sin piedad decidieran si es bueno o malo asesinar al nasciturus.
Maldad satánica que nos descubren quienes jubilados y pensionados de sus responsabilidades a nivel de Estado, se convierten en maestros, pastores y guías de las gentes a las que antes se engañó o confundió. Como es el caso del amigo Fernández (Jorge Fernández Díaz) que acierta a decir, bien es verdad que sin poner fecha, que el Partido Popular -al que ha pertenecido y del que sigue formado en su Junta Nacional- “no defiende el humanismo cristiano sobre el que se efectuó la refundación del PP”. (La Razón. Los votos de VOX y los jamones de los cerdos, 15 de febrero de 2022). Adolescencia y, en este caso también, sinvergüencería en estado puro.
A poco que nos fijemos, y en El Correo de España nos fijamos mucho, toda la vida política española lleva viviendo en la adolescencia desde hace 45 años. De ahí sus resultados, y lo que es más grave, el estado de completa putrefacción de España, a la cabeza de Europa en lacras que nos conducen al abismo. Un país que ya no es para sus jóvenes.
Me refiero, primeramente, a quienes se han venido sucediendo en los Gobiernos y en otros puestos claves del Estado, mayormente salidos de las canteras del ala juvenil de los partidos. Lo que les ha privado de una mirada de la realidad que no fuera la que imponía el partido, en el mejor de los casos, una visión reducida, obviando “parte de lo que habría que sentir”. Me refiero a gentes que no han trabajado nunca y que no tienen formación suficiente, gentes que ni siquiera pueden presentar un currículum laboral en las administraciones de las que se ocupan con osado desparpajo. Y es que, no han tenido tiempo para nada salvo paras reírle las sandeces al líder. El caso más paradigmático puede ser, aunque no es el único, el de la Niña que hoy preside la Comunidad de Madrid, cuyo mayor currículum ha sido lucir palmito, llevar la agenda de los actos de quien fuera su jefe, Esperanza Aguirre, y pasear al perrito de la familia Haro & Aguirre e hijos.
Y qué me dicen de esos políticos, diputados y senadores que llevan sin dar golpe veinte y treinta años, permanente callados, sin otra actividad productiva que calentar un sillón, cobrar un sueldo, recibir dietas y gozar de prebendas, mientras esperan la “dorada” jubilación. En este caso, y entre otros muchos, tenemos a esos dos personajes que son Rafael Simancas o Juan Barranco. Por no hablar de los cargos de confianza, asesores y demás gentes que deberían estar calificados públicamente de “vagos y maleantes”.
En España todo es una eterna adolescencia. Lo vemos perfectamente en cómo se tratan sus “señorías” en el Parlamento… Con qué falta de respeto se dirigen unos a otros, cómo se tergiversan sus exposiciones o propuestas, y cómo se responden. En lugar de concebir al opositor, que no al enemigo, como alguien que tiene otras propuestas. Propuestas que a lo mejor conviene escuchar y hasta adoptar. Pero nada de esto se produce, porque cada uno responde a su visión sectaria y al odio acumulado al contrario desde su adolescencia en las Juventudes Socialistas (JSE) y en Nuevas Generaciones (NNGG). Adolescentes a quienes se pliegan quienes por la dignidad e importancia del cargo que ocupan o la responsabilidad que ejercen debieran ser, que menos, abiertamente críticos, con criterio formado e informado. Adolescencia que llega al caso que si Felipe VI muriera o abdicara, que ambas cosas pueden suceder porque están en el orden natural de la vida, al frente del Estado tendríamos a una adolescente: Leonor Borbón Ortiz.
Quienes vamos de vuelta, poco podemos hacer ya. Pero los que sí pueden hacer es la última generación del siglo pasado, junto con la que salga de este siglo comenzado, porque los agravios se están acumulando y puede llegar el caso que perdida toda esperanza se piense que no hay más solución de justicia que ir a por las sogas a los desvanes y a los árboles en las praderas. Como tan certeramente apreció en su presente convulso, José Antonio Primo de Rivera, la persona a la que muchos seguimos considerando el pensador para alumbrar las ruinas en las que hoy nos vemos inmersos.
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