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Nos hallamos en pleno jolgorio postelectoral y, como en todos los jolgorios, hay algazara, festín, jaleo: de eslóganes, de tópicos, de promesas irreflexivas, de improvisación… Al final toda esta desmesura quedará impune porque los ciudadanos españoles tragan con todo y están engañados con su participación exclusiva el día de la votación: estos porque quieren a unos; aquellos porque odian a otros, y los más porque es un día de fiesta y, como ahora ya pocos van a misa y menos a comulgar, recibimos el sacramento de la democracia en forma de acercamiento a la urna. Si los ciudadanos fuéramos conscientes de la gran estafa en que se ha convertido la democracia española nos quedaríamos todos en casa preparando una tortilla de patatas y abriendo una escogida botella de vino. Por algún sitio he leído que la democracia española es adúltera pues que ha puesto los cuernos al pueblo y se ha ido de picos pardos con los partidos políticos que encima la han dejado embarazada de los peores vicios. El espectáculo de los nombres que vuelven cada cuatro años a aparecer en esas papeletas que vamos a tomar en nuestras manos, personas que llevan años y años en las cámaras y no se les conoce la más mínima aportación seria a un proyecto de ley, ninguna idea positiva, ningún discurso meritorio, es ciertamente de espeluzno y constituye una tomadura de pelo de colosales dimensiones que, por cierto, desgraciadamente no se soluciona con esa ingenua propuesta de abrir las listas. El mal de la partidocracia establecida es mucho más hondo.
El Partido Popular ha cosechado un pobre resultado en las elecciones catalanas y se ha visto claramente superado por VOX, confirmando así los peores temores de sus dirigentes. En Génova, no pueden atribuir la derrota a su candidato, porque el presidente Pablo Casado ha estado omnipresente en esta campaña.
El actual líder del PP es un político confuso y poco consistente. Ahora, lejos de hacer autocrítica, en Madrid atribuye la debacle a la irrupción de Luis Bárcenas en campaña. Es seguro que aquello no ayudó, pero en política no solo influyen los inconvenientes, sino que también importa la gestión de estos. Casado optó en ese momento por distanciarse del PP de Aznar y de Rajoy, cuando él ya militaba en los tiempos del acné juvenil. Pero, además, creo que ni él ni su entorno han querido darse cuenta de que no tiene la autoridad moral, intelectual y política dentro de la formación para defender semejante ruptura.
Asegura Cristina Pardo en el blog del Muro, «Perdone que no me levante» que le falta el empaque y, por supuesto, los resultados. Por otro lado, para acentuar ese mensaje tan inverosímil de que «ese PP ya no existe», Casado dijo en campaña que él nunca estuvo de acuerdo con la gestión de Rajoy del 1-O y que por eso aquel día no quiso ejercer de portavoz. Lo que supongo que pretendía ser una muestra de gallardía y un guiño a los catalanes, fue todo lo contrario. Provoca estupor tal reconocimiento de cobardía cuatro años después. Lo coherente habría sido mostrar su oposición el día de autos, no ahora para intentar retener un puñado de votos.
Pero ya es inverosímil que, para cambiar la imagen del PP, se permita a este individuo, seguido por los más pelotas de su alrededor, cambiar una sede que está valorada en unos 70 millones de euros que costó un pastizal, unos 30 en su día, para cambiar de imagen cuando lo que tiene que hacer es buscar su discurso elocuente, tenaz y leal con los que hemos votado alguna vez a su partido.
El PP, de la mano de Pablo Casado se va de picos pardos, expresión equivalente a ir de parranda en busca de personas del otro sexo que, preveo, es la mismísima Ines.
Hay quien afirma que el origen de este dicho viene de la Edad Media (siglos V al X) cuando a las prostitutas se les obligaba a llevar en las vestiduras un trozo de tela en forma de pico de color marrón o pardo, de ahí lo de «irse de picos pardos». Sin embargo, otros sostienen que fue en el período siguiente del Renacimiento (siglos XV y XVI) cuando las mujeres llevaban una falda en forma de lienzo cuadrado con una abertura en el centro que se ajustaba a la cintura, de tal modo que la falda resultante tenía cuatro picos. En El Quijote se habla de la condesa Trifaldi y se dice en concreto que lleva una falda con tres picos en vez de cuatro.
Según el diccionario de la RAE, con «andarse, o irse, a picos pardos» se da a entender que hay quien, pudiendo dedicarse a cosas útiles y provechosas, prefiere entregarse a las más inútiles e insustanciales con tal de no trabajar, lo que le viene muy a cuento a Casado con su «chorrada» de cambiar la imagen yéndose de Génova 13.
Luis Montoto, notario eclesiástico, concejal del Ayuntamiento de Sevilla y cronista oficial de la ciudad, en su obra «Un paquete de cartas» escribe: «Los picos o los mantos con picos pardos fueron distintivo de las mujeres de vida airada, mozas de partido, etc. En tiempos pasados, las tales tenían que vestir como se les ordenaba. Según las Ordenanzas de la Casa Pública de Sevilla, no habían de usar vestidos talares, ni sombrillas, ni guantes, sino una mantilla para los hombros, corta y encarnada». Fue Carlos III quien impuso a las prostitutas la obligación de distinguirse mediante sayas de color pardo cortadas por los bajos en picos. Aunque también se dice que «ir de picos pardos «tiene que ver con las costumbres ligeras de los estudiantes del Siglo de Oro y sus acompañantes, donde las prostitutas para identificar su condición llevaban un cintillo pardo en el borde de la falda.
Ahora con las leyes de género, parece, Casado quiere poner una cinta parda al logotipo del PP, pensando que por cambiar de prostíbulo se es menos prostituta; sólo los clientes que atienda y le atiendan serán distintos, ¡vaya usted a saber cuáles¡
Enrique Area Sacristán.
Teniente Coronel de Infantería.
Doctor por la Universidad de Salamanca.
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