30/06/2024 16:42
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La Taromaquía es cultura. Por Rafael López

Yo no he tenido el privilegio de ver una corrida de toros en vivo, si cuando las echaban en la televisión y suponían un acontecimiento (retransmisiones que por cierto han sido fulminadas por la intolerancia y el sectarismo), ni tampoco de conocer, en persona, una ganadería de toro bravo. Creo que ambas experiencias me aportarían un nivel superior de conocimiento para defender y apoyar la tauromaquia en esta controversia. 
 
Pero como «con estos bueyes tengo que arar» afirmo, como eje de mi argumentario, que todo lo que rodea al toro bravo desde su nacimiento y, especialmente, en su lidia conforma un tesoro nacional cultural. 
 
Al toro bravo, como especie salvaje moldeada por la mano del hombre, se le brinda una «dignidad» como a ningún otro animal sobre la tierra. No ya que le den un nombre (a las mascotas y algunos animales domésticos también reciben ese trato), se tiene en cuenta su genealogía, su crianza es esmerada y respetuosa, su lidia se produce cuando ha alcanzado plena madurez de su potencial físico e instintivo y, finalmente, lo que le acaezca en la plaza también puede variar en función de su calidad y su casta.
 
El toro bravo es un prodigio de la selección y evolución efectuada por el hombre para conseguir «crear» una especie de características singulares y únicas. Cualquier animal de granja (si tuvieran capacidad para ello) soñaría con nacer toro, porque les supondría una crianza plena de respeto y cuidados hasta alcanzar su pleno desarrollo y tener luego la oportunidad de ganarse en la plaza unos años más de vida. 
 
Pero centrémonos en la lidia que no es otra cosa que una lucha entre dos poderes donde toro y torero se juegan su propia vida. En esa lucha, el torero pone el arrojó y su sentido,  y sentimiento, del toreo para convertir la nobleza y fiereza del toro en un arte. Las esencias  de la tauromaquia son la intensidad, y la verdad, y por ello la convierten en un arte diferente a todos los demás.
 
Pero, además, el toro va, indisolublemente, ligado a un ecosistema natural prodigioso, el bosque mediterráneo, que, a buen seguro, desaparecería sin la presencia de este noble animal. La aportación del la tauromaquia al lenguaje, al cine, al vestuario, la cocina, la pintura, etc. está más que acreditada y todo el conjunto forma un tesoro cultural de primer nivel que debemos proteger y legar a las generaciones venideras. 
 
El animalismo como hecho cultural se resume en una sola palabra -NADA-.
 
Valoremos ahora ese aspecto filosófico-natural que nombraba al principio. 
 
El análisis filosófico lo domina a la perfección mi rival Luys Coleto que dispone de un amplisimo «fondo de armario » en la materia, así como de una fecundidad, y calidad, para escribir más que notable, por ello me centraré en las cuestiones básicas que, desde mi punto de vista, son las que más ilustran. Seguro que los lectores de este gran medio habrán oído expresiones como «los toreros son unos asesinos», «las gallinas son violadas por los gallos», «no se deben pescar determinado tipo de peces cuando están enamorados» y un sinfín de majaderías por el estilo. Es decir estamos inmersos en un proceso de humanizar a los animales y eso es una barbaridad. 
 
Un asesino en un malnacido que mata a una persona con alevosía (diferencia agravada respecto del homicida), por lo tanto llamar a un torero asesino es darle carta de naturaleza humana al toro y equiparar la lidia con un acto de alevosía, y, ambas cosas no tienen ningún sentido, ni lógica. 
 
Pero más allá de disquisiciones semánticas o jurídicas, creo que los animales en general, en su relación con el hombre, deben ser cuidados y respetados (me repugna el maltrato animal como a la mayoría), pero nunca podrán estar en un plano de igualdad con el ser humano porque sería reducir al hombre a un mero organismo biológico sin alma ni inteligencia, negando con ello la religión, el arte, la cultura y la ciencia, porque todas ellas son atributos humanos que nos diferencian radicalmente de los animales. 
 
El castigo que se le infringe al toro en la plaza (suerte de varas y de banderillas) es necesario para modular su embestida a las distintas fases de la lidia y también para ver su calidad, su casta. Debe tenerse en cuenta que los toros que son indultados se recuperan de dichos castigos. Respecto de aplicar una lidia sin muerte, como se hace en Portugal, yo personalmente no estoy de acuerdo porque se desvirtuaria una parte importante del toreo. 
 
Seguro que los lectores habrán visto algún documental sobre la naturaleza salvaje donde unos depredadores acosan a una madre con su joven cría y como a pesar de los titanicos esfuerzos de la madre para huir protegiéndola, se ve al final alcanzada por los depredadores y la inerme cría, que por instinto sigue a la madre en todo momento, es despedazada en un santiamén por otros componentes de la manada de depredadores. 
 
Los animales tienen instinto, y el maternal es quizás el más noble, generoso e intenso de todos ellos, pero la naturaleza no tiene en cuenta la bondad de estos instintos porque es una lucha constante por la supervivencia donde la vida y la muerte están siempre presentes. Me parecen una aberración esos «geriátricos naturales» donde los animalistas llevan a determinados ejemplares para que estén allí hasta que se mueran de «muerte natural», porque de natural no tiene nada ni su vida en esos lugares, ni su muerte. Esa práctica supone una burda alteración, artificiosa y maniquea, de la propia naturaleza. 
 
Por supuesto que estoy a favor de los espacios y reservas naturales donde se protege un ecosistema para que TODOS los animales que forman parte de él puedan disponer de un espacio vital. Pero debe tenerse en cuenta que los espacios  naturales vinculados a la cría del toro bravo son, en nuestro país, una parte significativa de dichas reservas naturales.
 
En cuanto a la violacion de las gallinas y peces enamorados supone asignar sentimientos humanos a los instintos animales y son dos conceptos profundamente distintos. 
 
Pero, y ya para terminar, si hay algo que me molesta es la falta de respeto de los animalistas a quienes no lo somos y el trato que brindan a los disidentes de su doctrina. Seguro que habrán visto imágenes de presentaciones (performace creo que les llaman) en los espacios anexos a las plazas de toros embadurnandose con pintura roja y acosando, e insultando, a las personas que acuden a los toros. A mi si se pusieran en la Castellana y dejasen tranquilo al personal que va a las corridas en Las Ventas los respetaria, pero como ellos carecen de ese concepto esencial de las relaciones humanas no puedo ofrecerles, a aquellos que dentro de ese colectivo realizan este tipo de actuaciones, más que mi desprecio por ese comportamiento sectario e irrespetuoso. 
 
Recordarán que un niño con una grave enfermedad manifestó públicamente su emoción por poder ver una corrida de toros. El personal del mundo del toro, incluido grandes figuras, organizaron un festival benéfico en su apoyo. Al poco tiempo el niño falleció y las cosas que se dijeron y escribieron contra él ofenden a cualquier persona con un mínimo de humanidad. 
 
Y llegado a este punto solo me queda por decir que muchos animales tienen comportamientos de lealtad y protección infinitamente más encomiables que determinados sujetos antropomorfos bípedos.

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El alacre y alborozado bicho, tras cuarenta y ocho horas, encerrado, a oscuras, sin saberlo, sale a morir. Vio luz, se aturdió, creyó recuperar la libertad. Equivocado, principia su agónico tormento. Y antes de los tercios, la divisa. Arponazo a la altura de la escápula, instante singularmente cobarde. Primer aguijonazo, equivalente a una aguja de ganchillo clavada en cualquier ser humano. La divisa, primera técnica de debilitamiento y sometimiento del indefenso herbívoro cuadrúpedo. Humillar al toro, de eso se trata.

Los tercios, técnicas de tortura y sistemática humillación

Dan comienzo los tercios. El primero, con el agravante de utilizar otro bicho noble, el caballo. El alanceado, los reiterados puyazos, al modo de puñales y sierras, penetrando inmisericordes en el cuerpo del inerme animal. Atroces desgarros musculares, profusas hemorragias, lesiones pulmonares en tantas ocasiones. Prosigue la humillación. El sufrimiento innúmero.

Mientras, asombro, el caballo no relincha. Nunca lo hacen. A los venerables équidos se les arrancan las cuerdas vocales. Los «sensibles» taurinos prefieren ahorrarse tal espectáculo de encabritados y dolientes relinchos. Dos viles torturas en una: contra caballo, contra toro. Agreguen, además, la «ventanita» en el dorsal opuesto a la embestida, aguijoneando los ijares del caballo, evitando la posibilidad de la imposible huida.

Segundo tercio. Tres pares de banderillas. Más garrote. Más suplicio. Más arponazos. Más deterioro – físico y psíquico- del animal que continuará preguntándose, aún, el porqué de tamaños grados de crueldad y degradación humanas. Tercio final. Suerte de espadas. Los pulmones, tráqueas, bronquios, jodidísimos. Eviscerando, heridas desahuciadas. El estoque. El «valiente» lo remata. El torero no se enfrenta jamás al toro en su plenitud, sino tras media hora de espeluznantes torturas. Lo tiene más fácil, el bicho antes de la estocada final, un guiñapo. Y luego, la puntilla.

Martirio, sadismo, barbarie

Martirio sadismo, barbarie. Actos de violencia gratuita. Disfrutar y solazarse con la bárbara representación pública de sistemáticas sevicias infligidas a un ser vivo, a un mamífero, a un ser sintiente, a un ser cuyos sistema nervioso y límbico se asimilan a los nuestros, a una criatura tan de Dios como cada uno de nosotros. Maltratar por diversión.

La etología lo confirma. El toro, presa de un miedo atroz, padece espeluznante sufrimiento psíquico. El cortisol, la hormona del estrés, por las nubes. Pero también la glucosa, la urea y la creatinina, indicadores del quehacer renal, van revelando un progresivo menoscabo hepático. El toro sufre una situación de ansiedad generalizada cuando se encuentra en situaciones de absoluta indefensión, como es el caso, sin capacidad de resolverla de ninguna manera. Obvio.

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Felicidad taurina, follar vacas y comer hierba

Ellos, felices mascando hierba y empotrando a las vacas más monas. Luego, los críos. Y la especie se perpetúa. Y te dicen que esa especie solo tiene sentido si es mortificada. Vive Dios qué sandez. Y de repente, raptados. Dirigidos a su próximo final. Padecerán una muerte indigna. Nadie desearía óbito semejante.

Se acabó la beatífica y venturosa cópula. Transporte posterior, aislamiento, hambre y sed a los que son sometidos, partiendo de que, el simple hecho de sacarlos de su ambiente natural provoca en ellos una intensísima sensación de pánico que provoca respuestas orgánicas que transitarán de fisiológicas a patológicas, dada su connatural inhabilidad para adaptarse a estas nuevas circunstancias. En la plaza, más adelante, brotarán en él agudísimas sensaciones de pánico al hallarse en un lugar extraño y muy ajeno, muy hostil, expuesto a la tétrica novedad de un ambiente tan desagradablemente estridente.

Ni tradición, ni arte, ni cultura

En nombre de la tradición. Tradición rima con maldición y traición (a la patria, por ejemplo). Tradición, maldición y traición. Las tradiciones mutan. Las hay buenas, malas y regulares. Cualquier sociedad sana se queda con las nobles y justas y desecha las indecentes e impúdicas. En nombre de la tradición se descartan los actos bárbaros.  La evolución humana, ética. Jamás tecnológica. Fundamento de la vida ética buena, bendita eudamonia: empatía. Ponerse en la piel de otro. De su sufrimiento. Del dolor padecido por los miembros de tu especie. Pero la empatía traspasa el tantas veces difuso limes tu propia especie.

Otros hablan de arte y cultura. El arte y la cultura de la crueldad. Ambos, arte y cultura, ennoblecen el alma, jamás la envilecen. Si los toros son cultura, el canibalismo es gastronomía. Algunos apelan a la economía.  Rústica y simplona coartada tras la defensa de los actos de tortura taurina, prevaleciendo discutibles intereses pecuniarios de unas minorías muy bien posicionadas, siempre magníficamente privilegiadas por el establishment de turno. Y otros invocan a la patria. Por supuesto, me lo has puesto a huevo. Vergüenza nacional.

Las corridas y el Toro de La Vega de Tordesillas

«Pero, Luys, no es comparable, una corrida con Tordesillas». Ejem, ejem. Nada claro lo tengo. Capa y capuz devienen finísimos confines. Conozco taurinos que despreciaban el Toro de La Vega. Degradada chusma alcoholizada, basurienta turbamulta dizque humana, cientos de fulanos hostigando a un pobre bicho solitario y acorralado, indefenso y asustado, enloqueciendo con el hedor de la sangre del animal, acuchillándolo durante casi una hora. Los machos del pueblo alanceándolo, las hembras con las bragas mojadas por la “heroicidad” de sus maromos.

¿Diferencias entre la tauromaquia y las bárbaras y salvajes fiestas de los pueblos? Viviendo en Lequeitio, asistí al conmovedor cinco de septiembre del Antzar Eguna, la lekittarra decapitación del ganso tras el paso de la chalupa. Desde hace un tiempo, pedazo magnánimos, el ganso se halla muerto. Antaño, no.

Tauromaquia, giro de tuerca a la barbarie

¿Distingos entre las bestialidades acaecidas, generalmente en plena canícula, y las corridas? Rememoro algunas, además de la citada en mi tierra vasca. Colgarse brutalmente de un caballo, clavar dardos a un toro, tirarse ratas tras liquidarlas, disparar codornices o lanzar una cabra desde el campanario. Son innúmeros ejemplos de crueldad humana ejercida contra animales indefensos. Pues va a ser que no. Los argumentos de aquellos que desempatan una y otra crueldad, organizada e institucionalizada, no me resultan singularmente persuasivos.

Tauromaquia, grosso modo, legalizada e inmoral masacre arrebujada bajo briosos bravos y repugnante jolgorio, cuchipanda subvencionada con nuestros expoliados impuestos e impuesta, en gran parte, por una caterva de sádicos. Muy privilegiados, dichos sádicos, por el repulsivo narcorrégimen pedófilo del 78. Joer, siempre acabamos volviendo a lo mismo. En fin.

Autor

Luys Coleto
Luys Coleto
Nacido en Bilbao, vive en Madrid, tierra de todos los transterrados de España. Escaqueado de la existencia, el periodismo, amor de juventud, representa para él lo contrario a las hodiernas hordas de amanuenses poseídos por el miedo y la ideología. Amante, también, de disquisiciones teológicas y filosóficas diversas, pluma y la espada le sirven para mitigar, entre otros menesteres, dentro de lo que cabe, la gramsciana y apabullante hegemonía cultural de los socialismos liberticidas, de derechas y de izquierdas.