21/11/2024 11:38

La novela Miau de Pérez  Galdós comienza con una frase que he recordado muchas veces: “Ningún himno a la libertad, entre los muchos que se han compuesto en las diferentes naciones, es tan hermoso como el que entonan los oprimidos de la  enseñanza elemental al soltar el grillete de la disciplina escolar y echarse a la calle piando y saltando”. Es curioso que, más de un siglo después, esta escena  se repita de forma casi invariable: cuando suena el timbre de la última hora, los niños  y jóvenes llenan, alborozados, los pasillos y se dirigen rápidamente, en ocasiones con algún leve atropello, a un lugar que para ellos debe ser la libertad, según la alegría y la expresión de liberación que expresan en sus rostros. Alguna vez, hay que refugiarse en una esquina, a modo de una trinchera improvisada,  para que ese alud no te arrastre.

He pensado alguna vez que la imagen que mejor puede reflejar esa situación es la de la olla a presión. La olla, que acumula y concentra la energía en forma de vapor y lo libera por su válvula. Evidentemente, para que haya fuga y escape debe haber una presión previa. Para que el vapor salga silbando gozosamente, debe existir un enjambre de partículas aceleradas por el calor, chocando locamente entre sí y acumulando esa energía que necesita escape y salida. Esto es, la energía liberadora está provocada por una tensión previa.

En efecto, un centro educativo es una olla sometida a presión y tensiones de toda índole: la diversidad del alumnado que procede de distintos niveles sociales y culturales; la difícil convivencia entre profesores y alumnos; la dificultad de un trabajo que a ratos puede ser divertido, pero que requiere atención sostenida y disciplina.

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En poco espacio tanta gente y tanta distinta y con distintos intereses conviven creando naturalmente fricciones, roces y tensiones.

En fin, una olla a presión cuyo escape se produce cada día a la salida de clase, pero cuyo alivio más duradero son las vacaciones estivales.

Autor

Tomás Salas
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