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Da igual, todas las mentiras escupidas por la izquierda, la criminal de los años 30 y la actual de las leyes con las que quiere cambiar la historia y sus hechos. Que primero se saquen de la manga sus leyes de Memoria Histórica y ahora de Memoria Democrática, es solo una pataleta mentirosa de esta gentuza que se han empeñado en, falseando lo que ciertamente ocurrió, ganar una guerra que perdieron gracias al Alzamiento del 18 de julio de 1936. 

Que no cuenten patrañas. Aquello no fue un golpe de estado a un régimen democrático e idílico. Aquello fue un levantamiento para salvar España de un régimen marxista revolucionario que se había apoderado del gobierno de la República encharcando de sangre el suelo patrio. Estos que anunciaron y provocaron la guerra civil, pensando que iban a conseguir ganar esa contienda en pocos días. Estos que tuvieron la idea de armar al pueblo consiguiendo anegar la patria en sangre con sus milicianas acciones asesinas y cobardes. Ese conglomerado de radicales y criminales del PSOE, Partido Comunista, Anarquistas y toda esa amalgama de gentuza que formaron eso que llamaron Frente Popular, se confundió en el cálculo y en sus consecuencias.  

El 14 de abril de 1931, se proclamó la segunda República y el pueblo loco de contento y complacido con la huida de Alfonso XIII vio con esperanza lo que creían era un nuevo aire de normalidad democrática. La bienvenida sacó al pueblo a la calle en un histérico vocerío de presencia en las calles. En Madrid, por ejemplo, aquel día se llenó la Puerta del Sol de un gentío alborozado que daba la bienvenida a un nuevo cambio histórico. Y tanto que lo fue. Toda la intelectualidad del momento escribió loas a la República: Ortega, Marañón, etc. Estaban locos de contentos con lo que había pasado. Incluso, José Antonio se echó a la calle ese día 14 acompañado de camaradas, también los grandes hombres se equivocan, y arengó a las gentes que abarrotaban Sol desde un altillo. Todo muy bonito hasta que comenzó la quema de conventos en Madrid los días 10 y 11 de mayo. Había transcurrido menos de un mes desde la triunfal y pacifica victoria de la República. Claro, después de estos hechos, las mentes preclaras empezaron rápidamente a recular en sus sabias apreciaciones y así el gran Ortega escribió un artículo titulado El aldabonazo, en el que se ajustaba muy bien a eso tan español de «Donde dije digo» Famoso final de aquella perorata del maestro con ese patético broche de oro de «No es eso, no es eso» ¡Claro que no lo era! Menuda ruina nos cayó. 

Ya en el 34 enseñaron la patita los demócratas revolucionarios del PSOE y UGT provocando el levantamiento en Asturias, como mero experimento, ante la entrada en el gobierno de tres ministros de la CEDA. Todo muy democrático ¿Y quién sofocó la situación? Aunque la figura del general republicano Eduardo López Ochoa fue puesto de pantalla por el gobierno, quien acabó con la rebelión de Asturias fue un tal Francisco Franco, que controló las operaciones y terminó con el asunto. Y es que Franco estaba a las órdenes de la República y como militar acataba dichas órdenes. 

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El Caudillo fue el último en convencerse de que había que intervenir, pero una vez aniquilada la República por los criminales del Frente Popular e instituida su formación en enero de 1936 y tras el pucherazo de las elecciones de febrero del mismo año, la situación era suficientemente grave como plantearse intervenir. Cuando en la madrugada del 13 de julio los pistoleros de la motorizada de Indalecio Prieto, asesinaron a José Calvo Sotelo, todo se aclaró. Había que actuar de forma rápida y decidida y así se hizo. 

El alzamiento, que no golpe de estado, del 18 de julio, fue con la consiguiente Cruzada de liberación nacional, la salvación de España y el origen de un Movimiento Nacional encabezado por el Generalísimo Franco, motor y primer responsable de conseguir 40 años de esplendor en una España: Una. Grande y Libre. Si no hubiera ganado la guerra Franco, España se hubiera convertido en un satélite de Moscú. 

El único fallo de Franco y de ese Movimiento Nacional creado por él y basado en el espíritu del 18 de julio fue pensar que todo quedaba «atado y bien atado». Un gravísimo error. Franco era monárquico, incluso para no dejar dudas sobre esto, su padrino de boda fue Alfonso XIII, y con estos mimbres creyó que dejando a un rey que jurara y respetara los principios del Movimiento, la continuidad del Régimen estaba garantizada. Por eso formó para esta misión a Juan Carlos, pero pinchó en hueso y en vez de dejar a un general o junta militar para continuar con el orden y el buen gobierno, confió en un perjuro que, ayudado por un traidor como Adolfo Suárez, que también mancilló la camisa azul, nos trajeron donde estamos hoy. El Movimiento Nacional, encarnado en sus miembros inexplicablemente, se hizo el harakiri y el resto del monumental proyecto pilotado por Franco, fue desmontado por el rey y su amigo Adolfo, creando ese horror que fue la Reforma Política, ese nido ideológico de serpientes que nos ha traído a esta catástrofe en la que estamos instalados y que día a día nos conduce al desastre total. 

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Esta es la realidad de lo que ocurrió y provocó que una parte del ejército fiel a España se alzara en armas contra el crimen, el robo y el desgobierno aquel glorioso 18 de julio de 1936 y que además la Providencia pusiera al mando de esta colosal empresa, en la cúspide de esta histórica hazaña a un gran hombre como Francisco Franco, que en gloria esté. 

¿18 de julio? Sí. Gracias a Dios. 

Autor

Alejandro Descalzo
Alejandro Descalzo
Nace en Madrid en 1958. Estudia en Los Escolapios de San Antón. Falangista. Ha publicado 4 libros de relatos. Apasionado del cine y la lectura. Colaborar en este medio lo considera un honor.