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Antonio González Pacheco nació en octubre de 1946 en Aldea del Cano, un pueblo de Cáceres. Después de una infancia y adolescencia completamente normales, marchó a Barcelona –donde trabajaba un tío carnal-­‐ a cursar la carrera de Medicina. Eran años en que la universidad en todo el mundo entró en ebullición. En mayo del 68 París casi se convirtió en un campo de batalla: a la revuelta estudiantil se sumaron algunos sindicatos, y la violencia se extendió y propagó en todas direcciones. En el gobierno de Franco hubo cambios: cesó como ministro de Gobernación (actual Interior) el General Alonso Vega y entró el Sr. Garicano Goñi. Entre las primeras cosas que hizo fue convocar un concurso para la provisión de mil plazas en el Cuerpo General de Policía; había que reforzar la vigilancia en las universidades e intentar evitar las convulsiones que se estaban dando entre los estudiantes en todo el mundo.

Pacheco dejó de estudiar y se presentó al concurso; sacó su plaza y empezó a trabajar en el Cuerpo en enero de 1970. Su perfil era muy adecuado, pues –como se ha dicho-­‐ se trataba de reforzar la vigilancia en la universidad, que era justo de donde el venía. Además de otras condiciones, Pacheco era valiente; y asumía su responsabilidad con absoluta entrega. Un día salió del cine Capitol, pasó delante de una cafetería que daba a la calle Silva y observó que un atracador, apuntando con un arma, tenía paralizados a clientes y camareros. Nuestro hombre no iba armado; entró en el local enarbolando su chapa, pegó un golpe al brazo que sostenía la pistola del bandido, ésta cayó al suelo y Antonio fue más rápido cogiéndola: acto concluido sin una gota de sangre. El 26 de julio de 1972 le fue concedida la Cruz al Mérito Policial con distintivo rojo por este hecho.

En la universidad Pacheco daba la cara cuando el ambiente subía de temperatura. Era capaz de entrar en un patio lleno y arrancar una convocatoria de agitación. Estos gestos llamaban la atención de los agitadores. Un grupo organizado, que formaban en la Liga Comunista Revolucionaria-­‐ETA VI Asamblea y que eran activos en la etapa aquella, tomaron el acuerdo de denunciar “malos tratos” (nunca “torturas”, esto es un invento posterior) cuando eran detenidos; ello aunque la detención fuera exquisita de formas. Un miembro del grupo (por cierto, un señorito valenciano) propuso –como táctica propagandística-­‐ personalizar en un solo policía todas las detenciones y malos tratos, eligiendo al joven melenudo que no parecía tener miedo cuando ejercía su trabajo; y para que fuese fácil acordarse del nombre, le apodó “Billy el Niño”.

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Ahí empezó el calvario de Antonio González Pacheco. Cualquier empujón, tortazo en un tumulto o detención, en cualquier sitio de España, si el sujeto era de Liga Comunista Revolucionaria o de parentela ideológica similar, profería la queja contra Billy el Niño, nombre imposible de olvidar. Había quien incluso sin ser de la banda, pero para presumir de su activismo, se adjudicaba enfrentamientos con el único policía que tenía un nombre y una reputación casi mítica, pues estaba en todas partes y a todas horas, según contaban.

Nunca prosperó una sola denuncia judicial–en franquismo o democracia-­‐ contra él; se han archivado por inconsistencia manifiesta.

La etapa gloriosa del Sr. González Pacheco vino cuando se integró en la sección de la Brigada Central de Información que dirigía Roberto Conesa. Esta unidad se ocupaba de combatir el terrorismo, cuyos actores principales han sido FRAP, GRAPO y ETA. Los que vivimos aquella época no podemos olvidar el horror cotidiano que suponía la repugnante y cobarde violencia que lanzaron esos grupos de criminales -­‐desprovistos del más mínimo atenuante-­‐ contra todos los españoles.

En esa guerra –que no olvidaremos-­‐ Pacheco se acreditó no solo como un valiente –algo que estaba probado-­‐. Sacó a relucir unas facultades extraordinarias de investigador; de memoria prodigiosa para los detalles; de audacia para adentrarse en terrenos peligrosísimos y ganar la confianza de aquellos que le ponían a una pulgada de la muerte. Ello permitió que un episodio de extrema gravedad, cual fue el secuestro, en junio de 1977, de los presidentes del Consejo de Estado y del Tribunal Superior de Justicia Militar, fuese resuelto gracias en gran parte a la importante participación de nuestro hombre. Ello le valió sendas medallas: la Cruz al Mérito Militar y la de Plata al Mérito Policial.

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Además de las ya mencionadas, le fue prendida en noviembre de 1982-­‐por el ministro de Cultura-­‐ una Cruz al Mérito de las Bellas Artes por haber tenido una singular participación en el rescate de un importante objeto artístico robado (que se recuperó en Italia).

Algunos penosos personajes, incluyendo medios de comunicación, no han cesado de poner difícil la vida a este extraordinario servidor público. Han intentado, entre otras siniestras maniobras, humillarle en su vida particular, llegando al punto de hacerle “escraches” frente a su domicilio. Pero lo más rocambolesco es el intento de arrebatarle sus medallas; que, como se ha dicho, las ganó por méritos indiscutibles.

Antonio González Pacheco llevaba en “excedencia voluntaria” desde diciembre de 1982; reingresó en el servicio activo en septiembre de 2001; pasó en 2002 a “Segunda Actividad”, sin destino, por edad. Por fin, en 2011 se jubiló por edad reglamentaria. Su hoja de servicios contiene 74 anotaciones de felicitación y recompensa; no hay una sola anotación de carácter disciplinario.

Las sociedades que no honran a sus héroes están enfermas. A los ciudadanos individuales nos toca suplir a nuestros desidiosos –sino culpables-­‐ representantes para despedir con honores al gran español que fue Antonio González Pacheco.

Murió en Madrid el 7 de mayo de 2020. Descanse en paz.

Álvaro Álvarez-Alonso

Mayo, 2020

Autor

REDACCIÓN