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En una ocasión dijo: «El amor no tiene edad» y en otra «El hombre tiene la edad de la mujer que se enamora«. Tal vez sólo era una justificación. Porque, curiosamente, el genio a medida que fue creciendo en edad, haciéndose mayor e incluso anciano (murió a los 92 años) se fue enamorando de mujeres más jóvenes. A Olga Khokhlova, por ejemplo, le llevaba cuando la conoció 10 años; a María Teresa Walter, 29; a Dora Maar, 26; a Jacqueline, 46 y a Genevieve Laporte, 48.
Y esto, según sus biógrafos, fue decisivo en su obra, ya que sus «ismos» van unidos al cambio de mujer. Cada vez que se enamoraba de nuevo rompía y creaba estilos diferentes… así se pasó de la «época azul» (con Louise y Germaine) a la «época rosa» y al cubismo (con Fernande), al «Arte efímero» y neoclasisismo (con Olga), al surrealismo (con María Teresa), al «Guernica» (con Dora) y al «Arte global» (con Jacqueline). Como curioso es el final que tuvieron las mujeres que abandonó: Fernande murió en la pobreza; Eva, murió de cáncer; María Teresa no le pudo olvidar nunca y acabó suicidándose; Dora se perdió en la nada y demente; la rusa Olga murió en la pobreza total y loca de manicomio; y Jacqueline, la que le cerró los ojos, se pegó un tiro en la sien años después de su muerte. Pero, la tragedia también alcanzó a su propia familia, su primer hijo, Paulo, murió alcoholizado, su nieto Pablo se suicidó y a sus hijos Claude y Paloma no quiso verlos en vida tras romper y abandonar a su madre.
Son las sombras de la vida del genio, como sombra fue también su inclinación por la buena vida y su pasión por el dinero. Se cuenta que un día a un amigo que le preguntó qué había detrás de uno de los cuadros que estaba pintando le respondió: «¡200.000 dólares!». O sea, estaba pintando y pensando en lo que podía vender su obra.
En fin, sigamos con sus mujeres, nos habíamos quedado en Olga KhoKhlova y hoy les toca el turno a María Teresa y a Dora.
10-María Teresa Walter
(la «niña» de Picasso)
La sueca María Teresa Walter sólo tenía 17 años cuando conoció al genio y llegó cuando el matrimonio con la rusa Olga estaba ya roto y se negociaba el divorcio… y digo «negociar» porque Picasso se resistió a aceptar el divorcio dado que la rusa le exigía, por el contrato que habían firmado al casarse, el 50% de sus bienes y el artista no aceptó nunca esa exigencia y por ello no pudo casarse con ninguna otra hasta que la rusa murió en 1955. Los años finales con Olga hasta que se separaron físicamente fueron para el pintor un infierno, según algunos biógrafos, incluso llegaban a las manos en sus «peleas». Y en esta situación psicológica estaba cuando un día al entrar en las Galerías Lafayette vio a aquella niña rubia, de pelo largo y ojos verdes y sufrió un «flechazo». Entonces, atrevido como fue siempre con las mujeres, se acercó a ella y le dijo la frase que ya he citado en un artículo anterior: «Señorita, tiene una cara interesante, me gustaría hacerle un retrato, creo que vamos a hacer grandes cosas juntos, soy Picasso«. Naturalmente, la llegada de la rubia, una chica saludable, deportista, alegre, desinteresada, nada exigente, afectuosa, enemiga de los convencionalismo y de trato muy suave (todo lo contrario que Olga) cambió, una vez más, la vida del artista. Fueron unas relaciones muy curiosas, porque como era menor de edad la tuvo que mantener a escondidas durante varios años. Se dice que el primer verano que vivieron como amantes ella se fue a un campamento infantil de monitora deportiva y Picasso acudía por la noche y se encontraban bajo la tienda de campaña. Luego al volver a París le compró un apartamento cerca de su casa para poder verla a espaldas de Olga e incluso para tenerla a su lado el mayor tiempo posible la disfrazó de chófer, de hombre-chófer, y viajaba con ella a todas partes… y es que llegó un momento que «la niña de Picasso», como la llamaban los amigos del genio llegó a ser su verdadera fuente de inspiración. Llegó a pintarla en 67 obras. Con María Teresa tuvo una hija, Maya.
¡Ay! Pero, como casi siempre, también de María Teresa se fue distanciando y hacia 1934-1935 conoció a Dora. Ella, sin embargo, no le pudo olvidar y desde que se separaron su vida fue un verdadero tormento, hasta el punto que cuando en 1973 muere Picasso ella se deprime de tal modo que sólo 4 años después se ahorcó.
11-Dora Maar
(la musa del «Guernica»)
«Henriette Teodora Markovitch había nacido en París en 1907 –escribe uno de sus biógrafos-. Era hija de un arquitecto croata y de una francesa, se trasladó a Buenos Aires a los 3 años de edad. Tuvo una adolescencia privilegiada, tenis, playa, bailes y cruceros. De nuevo en París, la joven conectó con los surrealistas y la extrema izquierda. Fue amante del escritor Bataille, una de las personas más inteligentes de aquellos años y también del cineasta Chavance».
Era amante de la fotografía y escribía versos. Cuando Picasso la conoció en el café «Les Deux Magots» estaba jugando con unos amigos a pincharse los dedos con una navajita a ver quien lo hacía más rápido y con menos sangre y el genio, atrevido, le coge las manos y le dice que su sangre «es tan hermosa como la de los toros al morir» y comienza el romance. Dora se convirtió en la compañera indispensable y gracias a ella se pudo obtener el proceso completo del «Guernica», ya que lo fue fotografiando en cada paso que daba el pintor, que no fueron pocos, pues antes de dar la obra por terminada hizo más de 100 bocetos. «Con Picasso –diría años más tarde- viví 8 años y fui testigo principal de su cuadro más famoso: el «Guernica». Dicen que fui de todas, la más inteligente».
Pero, las relaciones entre ambos no fueron tan tranquilas como las que había tenido con María Teresa. Dora era más inteligente y por tanto más crítica y a menudo le discutía su propia obra. Sin embargo todos reconocieron que el espíritu anti-violencia y anti-guerra del cuadro fue inspiración suya. También al final terminó perdiendo y Picasso la fue abandonando tras conocer a sus dos siguientes amores: Francoise Gilot y Genevieve Laporte. «Sin Picasso no hay nada. Después de Picasso, sólo queda encontrarse con Dios», diría al sentirse abandonada.
12-Francoise Gilot
(«La mujer flor» que le abandonó)
«Soy la única mujer que dejó a Picasso, la única que no se sacrificó al monstruo sagrado. Soy la única que aun estoy viva para contarlo» –diría cuando ya había cumplido los 90 años.
Francoise Gilot había nacido el 26 de noviembre de 1921 y era hija de un ingeniero agrónomo, hombre de negocios, y de una pintora. En ese momento el genio tenía ya 62 años y estaba en la cumbre de la gloria, el pintor más caro del mundo y el Rey de la pintura moderna. Un hombre rico, poderoso y lleno de vida que no aceptaba normas, ni barreras ni fronteras. Lo tenía todo y lo podía todo. Su firma valía más que la de los Reyes o Jefes de Estado de Europa. O sea, que le llevaba 40 años justos.
Francoise era ya Licenciada en Filosofía por la Sorbona, en Filología Inglesa por Cambridge y estudiante de Derecho. Aunque por encima de sus carreras universitarias ella quería ser pintora y había decidido dedicarle su vida al Arte… y como necesitaba un profesor no lo dudó y se fue a ver a Picasso. Naturalmente cuando Picasso vio a la bella joven y comprobó el nivel cultural que tenía a sus pocos años no lo dudó y se ofreció para enseñarle todo lo que él sabía. Y cuando acordaron ya eran amantes. Fue una relación de 10 años justos (1943-1953) y con la que tuvo dos hijos: Claudio, en 1947 y Paloma, en 1949.
Pero, llegados aquí bien podemos ver cómo fueron aquellas relaciones siguiendo la obra que ella misma escribió («Mi vida con Picasso»).
«Soy Francoise Gilot. A Picasso le di dos hijos. Compartí mi vida con él 10 años y queriéndole con locura, fui la única que lo abandonó».
«Yo sabía que seguía con Dora y que también veía clandestinamente a María Teresa, pero a mí eso no me importaba, porque yo sabía ya que Picasso no era un hombre de una sola mujer y que el amor era para él la mayor fuente de inspiración». («La vida sin amor, no es vida –me diría un día-, pero el amor es sexo, lo que quiere decir que si no hay sexo no hay amor»).
«Sí, era un buen amante, pero cuando quería. Necesitaba mucho sexo, ese impulso primario era parte de su constitución. Es más cuando no estaba enamorado se hundía, era otro hombre… y no era polígamo, más bien lo contrario, pues sabía delimitar a la perfección las relaciones con sus amantes«. Francoise escribe que todas las sesiones de pintura terminaban en una relación sexual. Un día le escribió estos versos:
«Mira Francoise;
un Minotauro guarda a su lado a muchas mujeres
y las trata siempre muy bien,
pero reina sobre ellas por el terror.
Así que ellas terminan alegrándose de que este muerto.
Un Minotauro no puede ser amado por sí mismo,
eso cree él.
Le parece que eso es imposible.
Tiene cara de pensar que ella no puede amarle
sencillamente porque es un monstruo«
«Pablo era una persona maravillosa para estar con él. Era como un fuego de artificio. Asombrosamente creativo, inteligente y seductor. Si estaba de humor para fascinar, era capaz de hechizar hasta a las piedras. Pero también era muy cruel, sádico y despiadado con los demás y consigo mismo. Todo debía ser como él decía. Una estaba allí a disposición de él: él no estaba a disposición de nadie. Pablo creía que era Dios, pero no era Dios ¡y eso lo irritaba! Fue el amor más grande de mi vida, pero había que tomar medidas para protegerse. Yo lo hice: me fui antes de terminar destruida. Las otras no lo hicieron, se aferraron al poderoso minotauro y pagaron un precio muy alto.»
«Mi relación con Picasso fue un romance de época de guerra, las circunstancias extremas nos unieron de una manera que nunca se hubiera dado en épocas de paz. Era la Segunda Guerra Mundial, en el París ocupado por los alemanes, una época de gran peligro y desastre absoluto. Picasso era un héroe para mi generación: había pintado «Guernica» y era un símbolo de resistencia contra el fascismo y el régimen de Franco. Implicaba gran coraje de su parte quedarse en París en vez de escapar a América. En cualquier momento podían arrestarlo, pero ésa era su manera de decirle no a la opresión.»
«Sólo tuve un único Picasso, «La Femme-Fleur», pero lo vendí hace años, porque sentí que me traía mala suerte. Nunca acepté más pinturas, porque Picasso hubiera dicho: «¡Ah, ya ves, eres igual que todas las otras!». Así que no acepté nada, seguí siendo independiente. Además, sabía que si una le aceptaba cosas a Picasso, quedaba en deuda con él y había que pagarla de otra manera. Él quería que yo fuera sumisa, como las otras mujeres, pero nunca fui sumisa».
«Pablo tenía la cruda curiosidad de un niño que toma un reloj y lo destruye para ver lo que tiene adentro. Hacía lo que se le antojaba en cualquier momento, sin pensar en las consecuencias».
«Una vez le pegunté a Pablo por qué era tan malo con Sabartés, su leal secretario, que lo veneraba. Picasso respondió: Sólo soy malo con la gente que amo. Con la gente que no me importa, soy amable«.
13. Genevieve Laporte
(«La chica de los miércoles»)
«Han hecho de Picasso un macho, un monstruo, un tipo que llegó a apagar un cigarrillo en la mejilla de su esposa. Pero, basta con mirar estos dibujos para comprobar que ahí sólo hay ternura, lo que demuestra lo que era Picass: Amor, respeto y dulzura«. Estas palabras que escribe Genevieve Laporte, «El amor secreto de Picasso», indican ya el objetivo de una mujer que a sus 78 años se propuso lavar la imagen del Minotauro que otras de sus mujeres le habían creado. Casi al final de su vida subastó los 20 dibujos que el genio le había hecho durante sus relaciones y que había conservado en una caja fuerte «porque he pensado que estos dibujos no se pierdan en el anonimato de un museo o en manos de unos herederos que no sabrían qué hacer con ellos». De aquellos dibujos sobresalían la «Odalisca» (que se vendería por 473.000 euros) y «El sueño» (que se vendería por 417.000).
Pero, ¿quién era y cuáles fueron sus relaciones con Picasso?
Genevieve era hija de un químico, brillante estudiante y miembro de la «Resistencia» francesa contra los nazis a los 16 años. Era una chica muy guapa y con un cuerpo de Venus, que destacaba por su simpatía arrolladora. En 1944 era una estudiante del Liceo Fenelón y con un grupo de compañeros editaban una revista mensual en el colegio. Al hacer el número correspondiente al mes de abril acordaron hacerle una gran entrevista al que ya era el más famoso de los pintores en París y allá se fue la joven Genevieve a entrevistar al monstruo. Porque sólo eso sabía de Picasso en ese momento, que era un «monstruo». Sin embargo, cuando la joven e inocente estudiante se sentó frente al genio y le oyó hablar de inmediato se quedó prendada de él y otro tanto le sucedió al «monstruo», que en ese momento ya había cumplido los 63 años, lo cual confirma la inclinación del viejo Picasso por la juventud. Pero, Picasso no se atrevió ni a tocarle las manos. («Cuando conocí a «Genu» (así llamaba a la joven Genevieve, según cuenta Olano en su obra) sentí ganas de comérmela, era como un helado de fresa que inocentemente se ofrecía, pero me contuve y fui con ella no sólo amable sino hasta cariñoso… ¡Si bien podía ser mi nieta!«). Eso sí, quedaron en verse otro día. Cosa que sucedió cuando el ejemplar de la revista colegial vio la luz. Entonces volvieron a verse y ya Picasso la adoptó al saber que la «niña» era muy aficionada a la pintura y que quería ser pintora y quedaron para otro día en su Estudio (entrar en el Estudio de Picasso era peligroso para cualquier mujer). Así fueron conociéndose mejor y Picasso se empeñó en hacer de ella una pintora. Tanto que al año siguiente hasta le costeó un viaje a Estados Unidos para que la joven fuera conociendo mundo y ampliando su idea de la pintura.
Sin embargo, tuvieron que pasar 6 años para que lo que había sido amistad se transformara en «otra cosa». Sí, otra cosa, ya que Picasso seguía viviendo con Francoise Gilot y todavía no se había roto el amor que sentía por ella, no hay que olvidar que Francoise fue la madre de sus hijos Claude y Paloma. Pero llegó el verano de 1950 y Picasso invitó a la joven a pasar sus vacaciones con él en su casa de la Costa Azul y allí fue donde Genevieve descubrió a Francoise y las relaciones que Picasso tenía con ella… y la joven se plantó y dijo que ella no iría a su casa mientras estuviese Francoise. Era la repetición de lo que le había pasado con su María Teresa y Olga, su primera mujer legal. Entonces Picasso se las ingenió para ver a Genevieve a espaldas de Francoise y se buscó la casa de su amigo Cocteau para verla un día a la semana. El día elegido fue el miércoles y de ahí que los amigos del genio bautizaran a Genevieve como «La chica de los miércoles».
«Sí, es verdad, aquel verano me entregué a él y le amé profundamente y creo que él también se enamoró de mí –escribiría después-. Es verdad que sólo nos veíamos los miércoles, pero para mí aquel día llegó a ser mi vida, ya que el resto de la semana me lo pasaba pensando en él y contando las horas y los minutos que faltaban para volver a verlo… fue en aquellas horas de entrega cuando de verdad conocí a Picasso y frente a lo que se ha dicho de él yo puedo decir que no era un monstruo, al menos conmigo era el hombre más cariñoso y tierno que he conocido… y además se recreaba pintándome. Me pintó desnuda y en la cama, en el baño, en el jardín, en la playa y hasta un día vestida de novia. Fueron los dibujos que he conservado no sólo en una caja de seguridad sino en mi corazón hasta este momento que he decidido sacarlos a la luz«.
La historia de su amor con Picasso fue incluso llevada al cine por su amigo James Ivory en «Sobrevivir a Picasso», que se rodó en Saint-Tropez y en su estudio de la «Rue des Grands Agustins». Sucedía ya cuando las relaciones con la Gilot se habían enfriado, como se demostraría poco después cuando Francoise le abandonó y se llevó a sus dos hijos.
«Pero fue entonces, al querer que me trasladara a vivir a su casa, cuando decidí alejarme de él. ¿Y eso por qué? Quizás por lo que me había dicho nuestro amigo el poeta Paul Eduard: «Ten cuidado Genevieve, Picasso acaba matando todo lo que ama».
Y me marché. Fueron casi dos años maravillosos, pero que tuve que cortar para salvarme. Porque Picasso te absorbe y acaba comiéndote no sólo el cuerpo sino también el alma». «La mujer, las mujeres –medita en su libro– son para Picasso el nacimiento y amén de algo nuevo, el todopoderoso fuego que incendia en el pintor una nueva fuerza creativa. Es un Don Juan de la pintura, un seductor del color que cambia, varía, evoluciona y vuelve, un burlador de la línea tradicional y de cualquier norma. Es la anarquía del rebelde siempre insatisfecho… pero, yo le amé más que a mi vida«.
Y todavía quedan Jacqueline y Sylvette.
14-Jacqueline Roque
(«La musa más musa de todas»)
Jacqueline Roque nació el 24 de febrero de 1926 en París. Cuando cumple dos años, su padre les abandona, obligando a su madre a trabajar largas horas de portera, en un lujoso edificio cerca de los Campos Elíseos. Una figura influyente en su vida fue su tío el abad Bardet, quien le inculcó valores como la humildad y la modestia.
A los 18 años su madre sufrió un derrame cerebral y murió. Dos años después contrajo matrimonio con André Hutin, un importante ingeniero, con quien tuvo a su primera hija, Catherine Hutin-Blay. La joven familia vivió durante una temporada en África, actual Burkina Faso, por motivos de trabajo de André. Cuatro años más tarde, Jacqueline decide regresar con su hija a Francia y divorciarse, sospechando que su marido le era infiel. Se trasladan a la Riviera francesa y empieza a trabajar en la tienda de su prima, La alfarería Madoura, en Vallauris. En 1953, a los 27 años conoció a Picasso. Sus exóticos rasgos le recordaron a la joven que aparece en »Las mujeres de Argel» de Delacroix. Así la retrató poco después en »Mujer vestida de turca».
La segunda vez que se vieron fue en la alfarería donde ella trabajaba, Picasso tenía 72 años y Jacqueline era una belleza de ojos verdes de 45. Seis meses después deciden casarse en secreto. Desde el comienzo de su relación, Picasso pintó en numerosas ocasiones a Jacqueline. Era la única persona cuya presencia toleraba mientras pintaba en el taller. Estaban tan unidos que rara vez uno salía de casa sin el otro.
Durante los últimos años de vida del pintor, Jacqueline comenzó a beber de forma excesiva. Se veía muy afectada por la agonía de su marido, y la complicada relación de ambos con los hijos y nietos de Picasso. En abril de 1973 Picasso muere y Jacqueline queda hundida. No soporta la vida sin él, a pesar de que por herencia es una de las mujeres más ricas del mundo y por ello 13 años más tarde, ya en 1986, se suicida, pegándose un tiro en la sien. Pocos años antes le había contado su vida más sincera e íntima a su buena amiga Pepita Dupont («La verdad sobre Jacqueline y Pablo Picasso»), donde recoge la frase que más gustaba recordar a la pobre mujer anímicamente destrozada: «Picasso no era el sol, pero era la sombra del sol».
Fueron tiempos alegres y sin peleas (como habían sido otros de su larga vida). Tal vez porque a Jacqueline no le había importado, ¡ni se había dado cuenta! –según Arrabal- pasar tantos años de su vida viviendo con la castidad de una monja de clausura junto a su idolatrado Pablo. Y eso teniendo en cuenta que Picasso ya era un mito, el mito Picasso, el artista más aplaudido por todos. Es verdad que ya no hace ninguna obra que supere a «Las Señoritas de Avignón» ni al «Guernica», pero es su etapa ceramista, la pasión del malagueño durante su vejez.
Y a pesar de su gran amor por Jacqueline en su vida aparece otra «niña» (61 años más joven que él), «La chica de la coleta», el amor romántico de un hombre que se sabe impotente y que ya no puede hacer el amor. Sylvette David.
14-Sylvette David
(«La chica de la coleta»)
En 1954 la situación amorosa del «Genio» es compleja. Por una parte, todavía sigue estando Olga, su primera mujer oficial, porque, como madre de su primer hijo, Pablo, se ven de cuando en cuando, aunque no se hablan y se odian, pues no se ha legalizado el divorcio. Por otra, sigue estando sin estar, Francoise, ya que a pesar de haberle abandonado como con ella viven los dos hijos frutos de sus relaciones, también de cuando en cuando se ven… y ya ha aparecido en escena Jacqueline, con la que convive ya pero no se puede casar (cosa que no haría hasta que Olga muere en 1955)… y de pronto aparece Sylvette, una jovencita de 19 años de la que queda embobado nada más verla. Será la última «mariposa» del Minotauro venido a menos, pues la impotencia sexual consecuencia de una fallida operación quirúrgica, le ha arrebatado su poderío físico, su alma principal de conquista y dominio.
Pues bien, hablemos de Sylvette David.
Sylvette David nació en Paris en 1934 en un ambiente artístico, ya que su madre era pintora y su padre un comerciante de obras de arte, por lo que desde muy joven ella misma ya encausó su vida por la senda del arte. Era una chica muy mona en lo físico, aunque muy delgadita y muy estirada (su madre de pequeña la llamaba «mi Junco», quizás porque al andar se cimbreaba con el garbo y la flexibilidad del junco cuando se mueve llevado de un lado a otro por el viento), pero sobre todo eran los cabellos rubios, que ella se ataba en forma de coleta, lo que más llamaba la atención al verla. Coleta, que por indicación de su padre, comenzó a atarse muy alta, cosa que no se hacía en aquellos tiempos en el mundo del peinado… y además era, y lo siguió siendo siempre, una chica alegre, simpática y muy avistada e inteligente.
Cuando conoció a Picasso en Vallauris el pintor tenía ya 73 años y ella apenas 20, o sea que el genio le llevaba 54 años. Fue visto y no visto, porque nadie les presentó ni entre ellos se habló nada en aquella primera visión. Ella había acudido a la alfarería de los amigos de Picasso con su novio Toby Jellinek, que era un joven artista que se dedicaba a hacer muebles futuristas y habían ido a la alfarería buscando ayuda y posibles clientes. Picasso la miró, se acercó al novio para interesarse por su obra y hasta le compró dos sillas. Aquel día no hubo más, aunque los dos artistas quedaron en verse cuando le llevasen a su casa las sillas.
Sin embargo, al día siguiente cuando Sylvette, el novio y unas amigas estaban sentados en la terraza de la vivienda de unos amigos, de pronto se oyó un pequeño ruido y al volver los ojos los presentes hacia el lugar donde provenía el ruido vieron que por el muro se descolgaba un cuadro, era el dibujo que Picasso le había hecho sin decirle nada y sin tenerla como modelo… y más gracioso aún, tras el cuadro apareció la cabeza del genio, que con una gran sonrisa les saludaba con la mano y les invitaba a pasar a su casa (la casa de los amigos de Sylvette estaba justo al lado de la del pintor). Y con aquel cuadro, un dibujo a lápiz que más parecía una foto, se presentó la pareja en casa del genio.
Pero, a partir de este momento me van a permitir que me limite a recoger el relato y las palabras que la propia Sylvette diría muchos años después, cuando Picasso ya había muerto y ella ya había sobrepasado los 70 años de edad, en las entrevistas que le hicieron en el «Museo Picasso» de Málaga cuando fue invitada el año 2008.
«Yo era una niña de 19 años extremadamente tímida. Tenía miedo de todo, hasta de hablar. Cuando el famoso pintor me pidió que posara para él en abril de 1954, llegué asustada a su taller con un abrigo gris ceñido al cuello. Me quería pagar, pero me negué, temiendo que me pidiera que me desnudara.
Aquel día Picasso nos mostró sus cerámicas y sus cuadros y me preguntó si podía posar para él y en aquel momento no supe que decirle, pero la realidad fue que durante unos meses yo acudí al estudio y posaba. Picasso me dio un beso en cada mejilla. Olía bien, estaba recién afeitado, me pidió con amabilidad que me sentara en una mecedora frente a la ventana y, lo más importante, que me mantuviese siempre de perfil. Picasso fumaba continuamente».
– Señora Corbett (Silvette David había cambiado su nombre y sus apellidos y había adoptado el nombre de Lydia Corbett tras uno de sus matrimonios), me extraña mucho que siendo usted tan bella y tan joven en esa época de la que usted habla el Minotauro, un verdadero devorador de mujeres, se limitara a unas relaciones románticas, ¿seguro que no hubo más? –le preguntó uno de los periodistas.
– Ja, ja, ja –y Sylvette o Lydia dejó escapar unas risas amplias y sonoras-, pues si le digo la verdad, sí, claro que lo intentó, aunque, eso sí, de una manera muy sibilina. Verá, un día cuando ya llevábamos un buen rato trabajando, se levantó de donde estaba sentado, me cogió de la mano y me llevó hacia dentro de la casa para enseñarme «su» dormitorio. Pero, nada más entrar lo que hizo fue dar un salto, a pesar de su edad tenía gran agilidad, y comenzó a dar saltos sobre la misma. Naturalmente, yo capté la invitación que me estaba haciendo y tan pilla como él comencé a saltar y a reír, pero sin subir a la cama. Otro día, del mismo modo, me llevó hasta el garaje y abrió las puertas de atrás y me pidió que subiera, era un Hispano-Suiza grande y espacioso, ya dentro se puso a jugar como dándome a entender que íbamos de viaje y con su chófer al volante. Entonces sí, en un momento se atrevió a algo más, me cogió la mano y con ella en la suya tocó mi rodilla. Naturalmente yo me di cuenta enseguida de lo que pretendía y me aparté casi al otro extremo del asiento. No hubo más. Bueno, sí, ahora lo recuerdo. Otro día cuando llegué al Estudio había colgado un cuadro en un caballete y lo había cubierto y me pidió que lo descubriese («aunque si no te gusta –dijo- me lo dices y aquí mismo lo rompo») y mi sorpresa fue verme desnuda. Pero no dije nada y eso creo que le enrabietó. («¿Qué, no dices nada?». «Bueno, no está mal». «Mi pequeña, ayer tarde cuando te fuiste y me quedé mirando tu retrato se me ocurrió hacer con tu retrato lo que Goya hizo con su Maja vestida. ¿Sabes que Goya después de pintar vestida a la Duquesa de Alba la pintó desnuda?». «No, no lo sabía, pero creo que el artista es libre de pintar lo que pase por su cabeza». «Exacto, es lo que yo digo muchas veces: yo no pinto lo que veo, yo pinto lo que pienso»).
Fue el último «sueño» del Minotauro Picasso.
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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