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18 de julio 1936

EL EJÉRCITO NO AGUANTA MÁS

Y SE SUBLEVA

A estas horas las Fuerzas Españolas de Marruecos ya se han puesto a las órdenes del General Franco…

Y ya hay un “Manifiesto” suyo circulando por todos los cuarteles:

«La situación en España es cada día más crítica, la anarquía reina en la mayoría de campos y pueblos; autoridades de nombramiento gobernativo presiden, cuando no fomentan, las revueltas; a tiro de pistolas y ametralladoras se dirimen las diferencias entre los asesinos que alevosa y traidoramente os asesinan, sin que los poderes públicos impongan la paz y la justicia. Huelgas Revolucionarias de todo orden paralizan la vida de la población arruinando y destruyendo sus fuentes de riqueza y creando una situación de hambre que lanzará a la desesperación a los hombres trabajadores. Los monumentos y tesoros artísticos son objeto de los más enconados ataques de las hordas revolucionarias, obedeciendo la consigna que reciben de las directivas extranjeras, con la complicidad y negligencia de los gobernadores de monterilla […]

La Constitución por todos suspendida y vulnerada, sufre un eclipse total: ni igualdad ante la ley, ni libertad, aherrojada por la tiranía, ni la fraternidad, cuando el odio y el crimen han sustituido el mutuo respeto, ni la unidad de la Patria, amenazada por el desgarramiento territorial, por los regionalismos, que los poderes fomentan […].»

Mensaje del general Franco. Tetuán, 17 de Julio de 1936.

 

Y apenas habían pasado los relojes de las 9 de la mañana cuando ya las calles de Madrid se iban movilizando y llenando de gritos, unos a favor y otros en contra del ejército y tratando de agruparse en torno al cuartel de la montaña en pleno “Parque del Oeste”.

Y sería el cuartel de la montaña el objetivo central de las Izquierdas y de las Derechas. PERO A TIROS Y CAÑONAZOS.

Hay muchas versiones de lo que fue el asalto y la defensa del “Cuartel de la montaña” y el resultado final que ha pasado a la Historia como “Matanza del Cuartel de la Montaña”, porque si primero les tocó caer a los “rojos” después fueron cayendo los “azules”. Por ello, el que de verdad quiera saber lo que pasó aquellos dos días, ya que eso duró la batalla, debe leer las dos obras más sinceras que se escribieron: “La muerte de la esperanza”, de Eduardo de Guzman y “Madrid, de Corte a Cheka”, de Agustín de Foxá. Lean:

A estas horas de la mañana, ya son casi las 9, lo único que se comenta entre los periodistas es el hundimiento en el que ha caído el Presidente del Gobierno, Casares Quiroga, al que ya le busca sustituto el Presidente de la República, don Manuel Azaña. No se sabe quién pueda ser, pero se asegura que será Diego Martinez Barrio… y así es

Es la hora de los oradores improvisados que ya empiezan a pedir a gritos “armas para el pueblo”… y tal vez ese grito casi común es el que obliga a precipitar los acontecimientos y por ello el Presidente Azaña le entrega el Gobierno a de momento, a don Diego Martínez Barrio.

Los que aguardan las armas son diez veces más numerosos y todos discuten y se pelean por conseguir una. Secundado por algunos compañeros, Isabelo va distribuyendo los fusiles. Vive hace años en Usera y conoce a todo el mundo. Elige a los que considera capaces de manejar con mayor decisión y acierto los « mausers» .

Por fin Azaña le encarga a Martínez Barrios la formación de un Gobierno y el sevillano creyéndose que tiene buena imagen entre los militares, lo primero que hace, según se escribiría después, fue ponerse a hablar con el General Mola, ya sublevado en Navarra, para tratar de llegar a un acuerdo:

  • —Mi General, ¡Hay que acabar con esto! El Presidente de la República me ha encargado formar un Gobierno en el que estemos todos, sin limitaciones, sin condiciones obligatorias. ¿O no queremos todos los mismo, orden y paz? Yo entiendo muy bien su estado de ánimo, pero ustedes deben entender el desastre que sería para España una guerra.
  • — Señor Martínez Barrio, don Diego, amigo, creo que llega usted demasiado tarde. Esto lo tenían ustedes que haber pensado antes de llegar a donde han llegado.
  • — Mi General, estoy dispuesto a darles los Ministerios que ustedes quieran.
  • — No se trata de Ministerios, don Diego. Se trata de España, la España que ustedes están haciendo o quieren hacer no es nuestra España, y nuestra España no es, por lo que se ve, la de ustedes. Así que no hay más remedio que resolverlo en los Frentes de batalla.
  • — Lo siento, mi General.
  • .— Sí, don Diego. Pero eso antes, cuando pudo tener arreglo, ahora ya no, ahora es demasiado tarde.
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Y el Gobierno, Martínez Barrio, murió antes de nacer, porque don Diego no tuvo ya valentía para afrontar lo que ya estaba en marcha.

Hemos ganado la primera batalla. ¡Viva la República!

La caída del gobierno de Martínez Barrio se extiende con mayor rapidez aún que la nueva de su constitución, pero con efectos diametralmente opuestos. Las multitudes exteriorizan su júbilo y gentes desconocidas se abrazan en mitad de la calle, cantando a voz en grito himnos revolucionarios. Un grupo de guardias de asalto es vitoreado con entusiasmo en la Puerta del Sol; responden a las aclamaciones de la multitud agitando los fusiles por encima de las cabezas.

¡Ya empezó, muchachos! —grita uno que habla por teléfono en una de las cabinas—. ¡En el cuartel de la Montaña ha comenzado el « tomate» ! Numerosos guardias de asalto vigilan tercerola en mano en las esquinas o en sus camionetas o en los jardines que rodean el monumento a Cervantes y al Quijote. Muchos obreros trabajan afanosos levantando los adoquines de las calzadas para formar barricadas. Enfilando la calle de Ferraz, dando cara al cuartel de la Montaña, dos carros blindados de asalto con las ametralladoras enfiladas al reducto adversario. Centenares de trabajadores, armados con fusiles o pistolas, o con las manos vacías en espera de conquistar un arma, van de un lado para otro, toman posiciones tras las improvisadas barricadas o forman grandes corrillos. Desde el comienzo de la calle Ferraz, vemos algunos guardias y milicianos parapetados tras los árboles en torno a la estatua del general Casasola y ante la iglesia de los Carmelitas y al fondo la masa imponente de la Montaña, con las puertas cerradas y algunas ametralladoras emplazadas. Todo está preparado y dispuesto para iniciar la batalla; pero la batalla no ha comenzado aún.”

Y de “La muerte de la Esperanza” de Eduardo de Guzmán, nos pasamos a “Madrid, de Corte a Cheka” de Agunstín de Foxá:

SOBREVIVIR EN MADRID

(VERANO DE 1936)

Madrid, 21 de julio de 1936

Queridos padres y hermanos: Os escribo después de haber pasado uno de los días más horrorosos de mi vida. Desde las cinco de la madrugada hasta las nueve de la noche, es decir, durante dieciséis horas, hemos estado sometidos a un fuego intensísimo de fusilería. Todo el día han estado pasando camiones con milicias comunistas erizadas de fusiles. Pasaban obreros con correajes y cascos de soldados encontrados en los despojos del Cuartel de la Montaña. Aquello era un montón de ruinas. Decían que el patio estaba sembrado de cadáveres. Allí han muerto más de quinientos hombres. A media mañana las milicias se dirigieron hacia el Pacífico. Se oía hacia la basílica de Atocha un lejano cañoneo.

La emoción era terrible. Pasaban las ambulancias con heridos y el ruido de los disparos era ensordecedor. Nos mandaron abrir todos los balcones. Comí en el piso de los porteros. A media tarde aumentó el tiroteo. Hacia las cuatro paró un camión de la CNT en el portal de casa. Me acordé de mamá y del espanto que hubiera sentido al ver invadir aquellos milicianos, vestidos con monos de mecánico, armados con fusiles y pistolas, el portal de nuestra casa diciendo que desde ella se había tirado. Yo y el ama, que estuvimos bastante heroicos, bajamos la escalera y les salimos al encuentro convenciéndoles de que no se había tirado. Cuando estábamos abajo, de las casas de enfrente surgió un violento tiroteo. Cayó una bala entre Deogracias y nosotros. Deogracias no se movió de la puerta, excitando la admiración de los mismos milicianos, que a viva fuerza lo retiraron. Durante diez minutos estuvimos sufriendo el fuego, pues no quisimos subir al piso para que si volvía a surgir sin sus jefes poderles calmar. Un obrero, sin embargo, me dijo mirándome fijamente: «A lo mejor estamos aquí en la boca del lobo». Sé que el niño de la Ascensión y un carbonero dijeron que esta era una casa sospechosa.

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Como arreciaban los disparos, los milicianos, desde nuestro portal, hicieron fuertes descargas contra la casa de enfrente. De pronto alguien opinó que tiraban desde el tejado de la iglesia. Inmediatamente acordaron quemarla. Del depósito de un camión sacaron unos cubos de gasolina. Diez minutos después un humo denso invadía, como una niebla, la calle de Atocha. Hacia las ocho decreció el tiroteo. Vi pasar un muerto en un camión. Las llamas de la iglesia se reflejaban en los miradores de las casas de enfrente. Pasaron motos con guardias civiles con el puño en alto. Con ruido de chatarra cruzaron dos tanques atados con cadenas. Los milicianos llevaban correajes nuevos, de soldados, conquistados en el cuartel. Había más de dos mil muertos. Cerró triste la noche, entre tiros aislados y las sirenas lúgubres de las ambulancias. Todos los vecinos vinieron a hablarme, porque ya caían chispas encendidas en el patio.

Mandamos echar cubos de agua al interior y empapar las paredes. Era tremendo. En la noche se veía la inmensa hoguera y las brasas caían como una lenta nevada.  Una de ellas lo hizo en las obras de la sedería de la esquina y prendió la paja. Echaron cubos de agua y la apagaron. Pero los milicianos prohibieron que se volvieran a asomar. La gente, en la calle, esperaba a que se desmoronara la cúpula. El humo era asfixiante. Me acordé de la pobre cúpula, tan cuidadosamente arreglada por el párroco. Los pájaros, que antes volaban chillando alrededor de la Cruz, volaban enloquecidos sobre el humo.

Cerró la noche entre disparos aislados. Bajé a la tertulia del sastre donde las mujeres sollozaban. El resplandor del fuego enrojecía la calle y los cristales. Ya sería ceniza San Nicolás y el San Rafael de la antigua Juventud Católica.

Cené y me acosté. Caían chispas en el patio y volaban leves papeles carbonizados. Pensé que alguno de ellos sería mi partida de bautismo o la de Ignacio. De madrugada todavía se oyeron unos tiros.

Abrazos.” Agustín

CONTINUARÁ.

Por la transcripción

Julio Merino

Periodista y Miembro de la Real Academia de Córdoba

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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Nora Pérez

BENDITO 18 JULIO DE 1936 LA SALVACION NACIONAL, NECESITAMOS DE NUEVO

Angela Feminia

España fue liberada y dignificada con el GLORIOSO ALZAMIENTO NACIONAL

Wilfredo Astid

NECESITAMOS URGENTEMENTE UN EPISODIO SEMEJANTE, PARA PODER SALVARNOS DE LA TIRANIA Y LA DICTADURA.

Geppeto

Venga otra guerra civil Los españoles vamos a seguir matandonos Como podéis desear una guerra civil Estáis locos o que

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