17/05/2025 16:13

El mal endémico de España es nuestro arraigado sectarismo, al que se añade una creciente dificultad para comportarnos como adultos, ya que preferimos gobernantes paternalistas que nos brinden protección antes que complicarnos la existencia generando un criterio propio, o ejerciendo complejas responsabilidades. Nos fascina el tutelaje de lo público como sustituto del esfuerzo, como solución ante la incertidumbre, como remedio de todo sufrimiento.

Aquí, en España, imploramos ayudas en lugar de arremangarnos para los sacrificios, y elegimos subvención y protección antes que libertad. Y todo eso va a más, estimulado por políticos populistas de izquierda a cuyos oscuros objetivos sirve muy bien cualquier cobarde claudicación. Estas características del pueblo español, unidas a la ausencia de democracia interna en muchos partidos, dificultan el asentamiento de una política seria y adulta, conformando un panorama político desequilibrado.

Aquí, se juega en un «tablero inclinado», que refleja la escasa calidad de nuestras élites gobernantes (políticos, medios de comunicación, educadores de la escuela pública…), y de paso, nuestra mala calidad como pueblo. Lo normal sería un terreno de juego plano y nivelado para todos, y luego, que gane el mejor. El sectarismo español no es característico de los tiempos recientes, de hecho, fue el rasgo más destacado de la II República, y por ello, no es una consecuencia de nuestra Guerra Civil, es decir, fue más bien su causa.

Cuando en abril de 1931 se proclamó el régimen republicano, de una forma tan ilegal como terminó, ya que se hizo tras unas simples Elecciones Municipales, la actitud de sus principales mandatarios no pudo ser más sectaria : sólo tenían derecho a gobernar los partidos republicanos. Por ello, cuando la CEDA de José María Gil-Robles ganó ampliamente las Elecciones Generales de noviembre de 1933, el Presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, le impidió formar Gobierno, y el PSOE y otros movimientos obreros organizaron a raíz de esa victoria la violenta Revolución de Asturias, una insurrección armada contra el propio Gobierno de la República. Luego, en febrero de 1936, unas irregularidades en el recuento, descritas por los historiadores, dieron la victoria electoral al Frente Popular, lo que generó el ambiente violento que desembocó en la Guerra Civil.

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Estos breves hitos históricos demuestran claramente cuál era el verdadero juego «democrático» existente en esa época. La peor manifestación del sectarismo español es el permanente recuerdo de la guerra, y que nos sigan dando la tabarra con una Guerra Civil acabada en 1939 es para hacérselo mirar. Y es que en esta España nuestra preferimos odiar a pensar. Muchas veces me he preguntado por las causas de este sectarismo y de su tan aguda presencia en la actualidad tras más de 40 años de régimen democrático.

Autor

Jose Antonio Avila Lopez
Jose Antonio Avila Lopez
José Antonio Ávila López
Nacido el 26 octubre de 1970 en Terrassa (Barcelona), pero siempre ha
vivido a 9 km (en Rubí), a excepción de dos años que residió en Valencia
(2014-2016). Licenciado en Filología Hispánica, ha trabajado en
asesorías y gestorías como corrector de textos y asesor político.

Siempre le ha gustado leer y escribir, la literatura y la política
son una pasión: con 25 años ya fue asesor político y con 29 concejal
de Comunicación. El periodismo escrito le ha encantado desde muy joven,
y ha publicado alrededor de 1.500 cartas al director y artículos
y columnas de opinión periodísticas.
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