05/05/2024 15:23
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Los españoles, nacidos en la década de 1930 tendrán escasos recuerdos personales sobre nuestra Guerra Civil. Los nacidos en 1940 tendrán recuerdos de cómo fue la vida en la posguerra. Los de 1950 tendrán recuerdos de la época del desarrollismo, que empezó en 1960. Los nacidos en ese año tendrán recuerdos de la etapa de la Transición, tras la muerte de Franco en 1975. Los nacidos con posterioridad a esa fecha carecen de recuerdos personales de los periodos anteriores.

El presidente Rodríguez Zapatero nació en 1960 y el presidente Sánchez Castejón nació en 1972, por lo que ambos carecen de recuerdos personales sobre la Guerra Civil y la posguerra, aunque deberían tenerlos sobre el terrorismo de ETA. No obstante Zapatero osó, en 2007, aprobar su Ley de Memoria “Histórica”. Sánchez, en 2022, le ha puesto la guinda con su Ley de Memoria “Democrática”.

Los nombres de ambas leyes, Histórica y Democrática, son contradictorios. La historia de un periodo social y político no puede hacerse por ley, sino con datos y estudios. Para evitar esa crítica Sánchez cambió el adjetivo y la denominó “Democrática”, con lo cual pretende validar el sesgo tendencioso que tiene su ley, mediante el hecho de que ha sido aprobada por un Gobierno legitimado por tener su origen en la Constitución vigente. Este es un argumento muy pobre, pues entonces todas las leyes que se publican en el BOE deberían llevar también el adjetivo democrático. Tan democrática ha sido su aprobación cómo será su derogación, que esperemos ocurra a la mayor brevedad, en aras de una real reconciliación entre esas dos Españas a las que ya aludía Antonio Machado en su poesía de 1912 “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios, unas de las dos Españas ha de helarte el corazón” y que, con tanta emoción, escuché cantar en Francia, a Paco Ibáñez, a principios de los setenta.

En realidad, ambas leyes de Memoria no son otra cosa que Leyes de Interpretación de lo Ocurrido en la Posguerra y Régimen Franquista, con la Intención de Lavar la Cara al Lado Rojo de la Contienda, que estaba fundamentalmente inspirado y dirigido por el Marxismo Criminal. Este nombre, aunque largo, reflejaría mucho más claramente el contenido y propósito de esas leyes.

Han sido aprobadas en contra del espíritu de reconciliación que inspiró la Transición. Han olvidado que Stalin, el mayor genocida de la historia, apoyó firmemente al lado Rojo. También han olvidado que el Muro de Berlín cayó en 1989, catorce años después de la muerte de Franco. No parecen querer tener en cuenta los cien millones de muertos que denuncia el Libro Negro del Comunismo, de Stephan Courtois. Tampoco se atreven a criticar a las repúblicas marxistas de Cuba, Venezuela, Corea del Norte, China, Nicaragua, ni la amenaza que el comunismo representa hoy para la libertad, en muchas áreas del mundo.

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Argumentan que Franco, el lado Nacional, recibió ayuda militar de Hitler y de Mussolini, pero no quieren evaluar qué hubiera ocurrido en España de haber ganado la guerra el lado Rojo. No quieren pensar en que muy posiblemente España habría corrido con la misma desgracia que tuvieron Polonia, Hungría, Rumania, Checoeslovaquia, Alemania del Este, Lituania, Letonia, Estonia y Yugoslavia, tras la Segunda Guerra Mundial. Y por supuesto no quieren aludir a la situación económica y social de esos países cuando escaparon de las garras del comunismo, tras 44 años de dura dictadura. Quieren ignorar que España, tras los 36 años de dictablanda de Franco, se encontró en una situación de desarrollo económico y social infinitamente superior a la de esos países de la Europa del Este.

Por ello recomiendo a todos los interesados en las “memorias” sobre nuestra trágica Guerra Civil, que lean la excelente trilogía sobre la preguerra, “Los cipreses creen en Dios (1953)”, la guerra, “Un millón de muertos” (1961) y la posguerra, “Ha estallado la paz” (1966), del escritor catalán Jose Maria Gironella, nacido en Darius(Gerona) en 1917 y fallecido en Arenys de Mar (Barcelona) en 2003.

Sus contenidos son impresionantes, muy claros y ponderados. Como el propio Gironella afirma, lo que escribe es “una novela y no un ensayo histórico, filosófico o político”. La sitúa en la ciudad de Gerona, donde habían transcurrido importantes años de su vida adolescente y juvenil. Los prólogos a su trilogía son de gran valor. Señala que ha utilizado los recursos propios de un novelista: “invención de personajes, circunstancias ambientales, un tejido de situaciones, una familia los Alvear. Ha situado en Gerona acontecimientos que ocurrieron en otras partes a partidos políticos, actividades masónicas, a generales, orfanatos, curas, maestros, barberos, limpiabotas”.

Añade también que nadie debe darse por aludido personalmente y que “ha respetado el orden cronológico y la significación de sucesos de índole nacional que repercutieron de manera directa en Gerona y, a veces, cuando la precisión lo impuso, cita nombres y apellidos” y resalta que “en todo el territorio se dieron circunstancias análogas o equivalentes a las relatadas en estas páginas”.

 Reconoce que el título “Un millón de muertos”, es exagerado y dice que fueron, aproximadamente, quinientos mil pero que ha puesto un millón “porque incluyo entre los muertos a los homicidas, y a todos los que, poseídos por el odio, mataron su piedad, su propio espíritu”.

Se pregunta Gironella cómo ha podido hacer compatible su propia opinión previa con la indispensable imparcialidad, y se responde diciendo que se ha valido de la “perspectiva del tiempo (el primer libro, fue publicado catorce años después de terminada la guerra), de la confrontación de datos y del amor”. También señala que una gran parte de sus libros los ha escrito a centenares de kilómetros de España. Compara sus libros con los escritos sobre la Guerra Civil de Hemingway, Malraux, Bernanos, Koestler y Arturo Barea. Dice que estos “parcelan a su capricho el drama de nuestra Patria, se esconden a la hora de enfrentarse resueltamente con el tema y sus afirmaciones pecan de injustas y arbitrarias”.

Manifiesta que “ha escrito los libros con dolor. El cuerpo de España tendido sobre la mesa. Tres años de lucha fratricida. Días y noches en una guerra que parecía no tener fin. Los combatientes eran hermanos míos. También los homicidas y las víctimas”

Cuando leí sus libros me pareció increíble que hubiesen podido haber sido publicados sin censura en la época de Franco porque, en muchos casos, son también elogiosos de comportamientos ocurridos en el lado Rojo. Tocan el corazón de quién los lee y provocan el rechazo de quienes, con fanatismo ciego, sólo son capaces de ver la paja en el ojo ajeno y olvidan la viga en el propio.

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Gironella es un gran escritor sobre nuestra historia contemporánea y así será recordado. Sus libros se encuentran hoy fácilmente, muy baratos como libros de ocasión. Son magníficos y muy apropiados para ser leídos en este intenso año electoral. Nos pueden ayudar a pensar si debemos, o no, rectificar el camino político que estamos andando, en aras de lograr la convivencia democrática que nuestra Constitución propugna en su preámbulo.

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Proby

Estimado señor: que los libros de Gironella pudieran ser publicados en la época de Franco sin censura alguna no es tan raro como dice usted. En aquel entonces se publicaron muchos libros que no seguían del todo la línea ideológica del Régimen, lo cual demuestra que éste tenía un carácter mucho más abierto que el que suele otorgársele. Y la reconciliación (hay que insistir en ello) se logró mucho antes de la transición. Fue la reconciliación conseguida en la era de Franco la que trajo la transición, y no al revés.

Y por cierto: los milicianos asesinos no eran «hermanos» del noble pueblo católico español.

Aliena

En fin, ya que puede venir a cuento en relación a otro artículo publicado, me pregunto si parecería igualmente increíble al autor del equidistante artículo ( debe de haber usado una báscula de precisión ) enterarse de que las «Obras Completas» de Federico García Lorca se publicaron en España, Editorial Aguilar, en 1954. Hay quien, como Sánchez Dragó, afirma que ya hizo una edición en los años 40, pero como yo no la he visto, no puedo asegurar que fuera una edición española; pero la de 1954, sí. También comunico al Sr. Sánchez Motos que, en contra de lo que puede leerse por doquier, Franco no impuso que «Caperucita Roja» se llamase «Caperucita Encarnada», por la sencilla razón de que hay muchas ediciones de «La Caperucita Roja», españolas de Madrid y Barcelona, en los años 40, 50 ó 60; y alguna «Caperucita Encarnada» de 1935. Los libros siguen ahí como testimonio, yo soy una simple… eh… amanuense. Por si acaso se topa un día con alguna y le vuelve a parecer increíble; pues diríase que quien está un poco miope ( no diré «ciego» ) – y no de fanatismo sino de de constitucionalismo, o de Transición o de extemporáneas reconciliaciones, es usted.

Última edición: 11 meses hace por Aliena
Proby

Señor articulista: «José» debe llevar tilde en la «e» y «María» en la «i».

JOSH

En la epoca de Franco se publicaba y lei la revista Triunfo y Cuadernos para el Dialogo, también se podía comprar Por quien doblan las Campanas, y desde luego a Gironella. Dicen que franco leyó a este autor. No era tanta dictadura como dicen.

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