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Mi último artículo al respecto del año 1941 y la evidente impronta de la legislación social urdida desde el Ministerio de Trabajo de José Antonio Girón de Velasco en años sucesivos ha generado controversias entre algunos de mis lectores.
Algunas voces me han respondido tildando la legislación social franquista iniciada en 1938 –Fuero del Trabajo y Régimen de subsidios familiares- como “disparates” desechando, por ejemplo, el régimen de “subsidios familiares” creado en 1938, y que configuraba un sistema nacional de protección social mediante la cotización obligatoria de patronos y obreros con objeto de garantizar cobertura amplia a las familias con hijos. Complementar los salarios de los obreros y estimular las familias numerosas eran el objetivo de un sistema pionero, que por entonces sólo tres países de Europa poseían y que sirvió para aumentar la natalidad y la manutención de hijos a cargo.
En otro artículo reproduciré el texto integro de esta Ley de 1938 dada por el Caudillo y que sentó la base esencialista de la moderna Ley de Seguridad Social de 1963 superadora del loable, pero anticuado y deficitario sistema llamado “Instituto Nación de Previsión” creado por Antonio Maura bajo el reinado de Alfonso XIII – luego complementado y desarrollado por Miguel Primo de Rivera, que legalizó coberturas por accidentes de trabajo y protección a la maternidad reforzando las tímidas políticas que a este respecto había desplegado el presidente conservador Eduardo Dato-.
Con talante soez y estúpido suelen referirse muchos incautos al periodo de los años 40 y 50 como “años perdidos” o “fracasadas políticas de autarquía” del régimen. Cómo si la mentada autarquía hubiese sido mala. Cómo si la misma hubiese sido aplicada por devoción y no por necesidad de la coyuntura como en realidad lo fue.
Cabría recordar, a los lerdos antifranquistas, que la “autarquía” a que se aferró España entre 1939 y parte de los años 50 no vino por la convicción de Franco en la misma sino por el draconiano hecho histórico que España afrontó: la devastación de la guerra civil, el hundimiento económico de la “zona roja” durante el conflicto interno –que robó, además, la cuarta mayor reserva de Oro mundial enviándola a Stalin-, la guerra europea, el bloqueo de importaciones a España promovido por Inglaterra, y el aislamiento impuesto contra España por las potencias vencedoras en la II guerra mundial y alentado oficialmente por la ONU en 1946.
1940 y 1941 fueron los años más duros de la posguerra. El fracaso económico de la zona frentepopulista en la guerra, que destrozó la moneda, robó el oro y abonó el hambre, fue asumido por Franco tras la victoria del 1 de abril de 1939. A este problema, se sumó la guerra mundial y la limitación al comercio con España impuesta por Inglaterra. Ello provocó un repunte del hambre. Pero en pocos años –hacia 1945-, España había vuelto a niveles de la república, éxito importante, dadas las dificultades descritas.
Cuando terminó la guerra mundial y cito a Pio Moa: “otros muchos índices habían superado ya a los de 1935 (el mejor año económico de la República). Así, el número de escuelas superaba en más de 10.000 el del máximo año de la república (19500 para niños, 19000 para niñas y 14500 mixtas), y lo mismo la proporción entre alumnos y maestros; y para 1950 habían aumentado mucho más. Se duplicó el número de alumnos de enseñanza media con respecto a la república, mientras que el de universitarios había subido en casi un 40 por cien. La mortalidad infantil, una de las más altas de Europa, descendió en un 41 por cien, y la esperanza de vida al nacer pasó de los 50 años de la república a los 62 de esa década de hambre y miseria”
Prosigue Moa: “ También crecieron la producción y el consumo de energía eléctrica y cemento, y otros índices significativos. Y ello a pesar de ingentes dificultades porque la neutralidad de España fue recompensada con una política de aislamiento que buscaba deliberadamente provocar la máxima pobreza para empujar al pueblo a sublevarse contra Franco. Sin contar el maquis, intento comunista de volver a la guerra civil…”
Esto dice Pio Moa sobre la mejora indudable del nivel de vida español en la terrible “autarquía” de los años 40 y añade: “A menudo oímos: En todo caso, el crecimiento de Italia, Francia, Alemania o Inglaterra fue muy superior después de la guerra mundial. Cierto, pero en 1947 esos países estaban en situación desastrosa y para rehacerse y evitar el peligro revolucionario recibieron los cuantiosos créditos del Plan Marshall, negados a España, y no sufrieron nada parecido al aislamiento, sino todo lo contrario”
Si esto dice Pío Moa refutando los tópicos falsarios sobre el fracaso de la “autarquía” y los “oscuros” años 40, muy explícitos son también los datos ofrecidos por economistas que marcan un crecimiento continuado en los años 40 y 50, y que también ofrece Pío Moa de la siguiente manera:
“Según Prados de la Escosura, la tasa anual de crecimiento durante los años 40 fue del 1,1 por cien: Pedro Schwartz la eleva al 1,4 por cien; Carreras al 1,7; Alcalde Inchausti al 2 y Naredo al 3,8. Dados ciertos indicadores como los mencionados arriba, parecen probables las cifras más altas, y partiendo de ellas Fernández de la Mora (hijo) afirma que ya en los años 40 se superó la renta media del mejor año republicano. Las discrepancias son más fuertes todavía en lo referido a los años 50: Prados estima un crecimiento anual del 4,4 por cien; Schwartz da un 5,6 por cien; Alcaide un 7,16; el Consejo de Economía Nacional un 7,24 y Fernández de la Mora un 4,6. A partir de 1954, no obstante, la unificación de criterios del CEN- Consejo de Economía Nacional- y los estudios detallados del Banco de Bilbao, casi coincidentes, reducen las diferencias de cálculo”.
Los datos objetivos no pueden ser más explícitos.
En los primeros años 50, aun bajo la “terrible autarquía”, en España despareció el racionamiento, el hambre y el analfabetismo.
Todavía no habían llegado los créditos norteamericanos que EEUU concedió a España al Son de la instalación de las bases militares useñas en suelo español, y todavía no se había consumado la incorporación de España a instancias como la ONU, el FMI o el comercio mundial abierto. Pero, pese a ello, en 1953 se puso fin al racionamiento y dejaron de contabilizarse los muertos por hambre porque por primera vez en nuestra historia dejó de haberlos. En ese año se suscribieron los Acuerdos de cooperación entre España y EEUU, pero su desarrollo no fue inmediato ni tampoco sus beneficios. La política de Franco había terminado con la escasez y las limitaciones más importantes.
EEUU se acercó a España y la incorporó a su acción anticomunista en la Guerra Fría por su valor estratégico y político. No fue Franco el que corriendo y a escondidas, marchó a buscar la ayuda norteamericana. Más bien supo aprovecharla con astucia para bien de la economía y el pueblo español.
Los pueblos más pequeños de España se plagaron de escuelas en la década de los 50 y el analfabetismo pasó a ser un recuerdo. La esperanza media de vida en esa década se había situado en los 69,9 años, al nivel de los países más avanzados de Europa.
Lo que muchos viscerales lerdos tildan de negativa “autarquía” atribuyéndola como tal a la cerrazón de un Franco simplón y a unos falangistas anacrónicos que dominaban el Estado a placer, es absurdo. Primero, porque el peso del Estado ni su directriz económica recaían en falangistas. Segundo, porque Franco era quien dirigía la política y sentaba en el gobierno a quién le daba la gana. Tercero, porque la loable política social falangista la hicieron los camisas azules, pero la autarquía forzada no era cosa de los del Yugo y las Flechas sino impuesta por el contexto histórico e internacional que vivía España.
Por otro lado, y esto es lo que rebate y destruye el mantra de “los años perdidos”: fueron años de conquistas sociales, de crecimiento económico, del FIN del hambre, del aumento de la esperanza de vida y de la habilidad franquista para sortear el aislamiento de las democracias occidentales y de la URSS contra España.
De la necesidad se hizo virtud y España, contra viento y marea, se posicionó de forma espectacular para el gran salto económico que ya en los años 60 se produciría al calor de la jefatura social y económica de Franco que sabría retocar su gobierno para situar en los ministerios clave a las cabezas ilustradas que, adaptadas a la nueva coyuntura –España ya estaba de lleno en el contexto internacional de todos los organismos mundiales y comerciales- catapultarían a España, tras el Plan de Estabilización de 1959 al “milagro económico español” de los dorados años 60.
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