15/05/2024 19:47
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Falta ilusión. Falta espíritu de sacrificio por unos ideales que han dejado de estar presentes en la vida cotidiana. Pero ese desengaño hay que revertirlo y transformarlo en energía. Batalla cultural, enaltecimiento de lo español, de su lengua, de su cultura, de su historia… Desobediencia civil frente a lo irrazonable y lo injusto. Ante la actual situación de tiranía, la España crítica y libre está obligada a abrir en el Sistema la brecha por la que penetrar en el mundo cerrado de los privilegios frentepopulistas, para desmantelarlos y juzgar y condenar a sus beneficiarios. España necesita la sapiencia de Salomón, la fortaleza de Hércules, la abnegación de Héctor, el fiero y frío corazón de Turno, la riqueza de Creso… Puede conseguirlo, debe conseguirlo. ¿Optimista? No; realista. Conocedor de la imprevisibilidad de la Historia.

Lo que no puede ser es que la España laboriosa y leal escote por lo que los traidores, los separatistas, los terroristas y demás ladrones y criminales han merendado y siguen merendando. Este es el gran motivo para que, hasta los más indiferentes, hasta los que más duermen la zorra, lleguen a comprender lo imperativo de la contrarrevolución.

Toda revolución o contrarrevolución trae a la superficie dos tipos de hombres: los que son jefes por naturaleza y los que son por naturaleza rebeldes. Hoy, más que nunca, en España, cada recién nacido es un probable salvador; y cada muerto una fórmula fallida. En la eterna y amarga discordia entre el Bien y el Mal, el olvido cubre al hombre de corazón más esforzado, pero carente de elocuencia. El mayor premio siempre se da a la hipócrita perfidia. Siempre ha existido la odiosa impostura, compañera de palabras arteras y oscuras intenciones: una peste.

Los plutócratas del NOM y sus esbirros se dedican a legalizar sus escándalos. De ese modo, como ya apuntó Quevedo hace cuatro siglos, no hay hoy disparate en el mundo tan grande que no tenga ley que lo apoye. Y si no -permítaseme el humor- véase algo tan sabroso y satisfactorio como es comer torreznos y beber vino, prohibido por la Ley de Mahoma.

No tengamos empacho de motejar a los canallas, porque el mote, como cuervo obstinado, graznará con toda la fuerza de su garganta y revelará la procedencia del pájaro. Un mote bien puesto es como una frase lapidaria, no se puede borrar de un plumazo.

España se ha transformado hoy en el Argel cervantino o en la redoma que atrapaba al Diablo Cojuelo, pero sólo una minoría de españoles se esfuerza por escapar de la prisión o para hacerse merecedores del rescatador o rescatadores que la liberen del Imperio Profundo y de sus esbirros. El Estado español, hoy, está secuestrado por una mafia de traidores que, con más dientes cada uno que cincuenta mastines, nacen, como los berros, unos entrepernados con otros, como vecindades de la Corte y aprovechados de lóbis y macronegocios, y que se perdone la malicia de la comparación por excesivamente venial.

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Aquél que quiere obrar bien tiene más poder para ello que el que quiere obrar mal, porque obrando bien no se tiene temor, pero obrando mal hay temor de todos y de todo. Esto, claro está, vale para una sociedad normal, porque en una sociedad socialcomunista el amenazado es el legal y prudente, mientras que, por el contrario, los jueces y amenazadores -autotransformados en víctimas vulnerables- son los ilegales y delincuentes.

La plutocracia globalista que trata de gobernar el mundo ejemplifica la cultura mercantil puritana o calvinista, opuesta al tradicional espíritu español: «Que ni el amor ni la amistad ni el favor te induzcan a renunciar a tus ganancias, mil libras esterlinas harán más por ti que el amor de la mayor parte de los hombres».

Hace ya siete años largos, ante los sucesivos fracasos que, por aquella época, recogían Pedro Sánchez y el PSOE, se llegó a decir por los biempensantes y entendidos de la cosa que, frente a esta costumbre socialista de perder, el PP había encontrado un candidato capaz de aburrirse de ganar. Se referían a Núñez Feijóo, el cual, al parecer, ni siquiera quería volver a presentarse a más elecciones, harto de rutina y tentado por la empresa privada. Como, según los entusiastas, en Galicia vencía con la gorra, invulnerable al desgaste de la marca, estábamos ante el único dirigente que conservaba la mayoría absoluta en tiempos de multipartidismo. Un patrimonio que, según estos bienintencionados expertos, el centro-derecha (el PP) no debería descapitalizar si quería mantener alguna vocación de futuro. Para los cabales analistas de entonces, que son muchos de los de ahora, Feijóo, con vistas al «posmarianismo», era un valor de alta cotización, pues «tiene perfil moderado, sin estridencias, sensatez y pulso fuerte». Vivir para ver o el pasado como enseñanza.

Es sabido que los socialcomunistas y sus hordas son unos grandes cobardes. Sólo se yerguen cuando se sienten protegidos por sus jueces y por sus policías. Mas cuando se perciben un poquito hostigados acuden al victimismo y se arropan bajo la vulnerabilidad. Pobrecitas las hienas. Tanta jactancia, tanto matonismo, tanta braveza falsa a la hora de desafiar a los males ausentes, para que en los apuros se vuelvan humedades y no les sirva de nada a estos llorones. En cuanto el verdugo les toma de la mano decae su lenguaje altivo y se transforman en plañideras y caguetas, exentos todos ellos del menor rasgo de dignidad.

También nuestro siglo ha perdido, entre tantas cosas, el arte de la lectura. Hasta tal vez comienzos del siglo veinte ese arte era múltiple. Quienes leían un texto recordaban otro texto invisible, la sentencia clásica o bíblica que había sido su fuente y que el autor moderno quería emular y traer a la memoria. Los autores querían que el lector de sus ensayos, de sus artículos o de sus versos se detuviera en ellos y pensara en sus predecesores literarios. El que todo ello haya desaparecido es otra causa más de la debilidad cultural y moral de hoy. De la confusión, del desengaño. De la depresión, del suicidio.

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 La actualidad nos dice que no debemos hacernos sirvientes de falsas esperanzas. Pero también nos dice que es obligado luchar para erradicar el Mal y recuperar nuestro albedrío. El ciudadano avisado, que ha leído a Séneca o que simplemente usa su sentido común, no sabe lo que ha de venir, pero sí lo que puede venir. Por eso no desesperará de nada y estará prevenido para todo. Y si algo deja de decepcionarle lo tomará como ganancia. Tal como sabe que toda cosa puede suceder, también sabe que no todo sucederá.

A menudo la desgracia ha abierto paso a una fortuna más brillante. Eduquemos, pues, a nuestra alma en la comprensión de su contingencia, y sepamos que no hay nada que sea respetado por la audacia de la fortuna. Nada es tan invencible como lo pondera la fama. De todas estas confabulaciones que hoy padecemos y que oímos alabar como impenetrables y definitivas, el tiempo borrará hasta los vestigios. Toda cosa se mantiene en pie para caer.

Aunque nos cueste, y siempre con el mazo dando, debemos resucitar a la Esperanza y volver a hacer de ella una jayana y a vestirla de verde. Crearla muy larga de estatura y con muchos pretendientes de todo tipo y profesión por abajo, a pie, a nivel de calle, entre las voces críticas y los espíritus libres, dándole muestras de anhelo y entre confiados y desesperados.

Hay que salvar al pueblo, incluso de sí mismo. Luchemos. El mínimo esfuerzo, si es noble, cuenta. La desobediencia civil contra lo irrazonable y lo injusto como defensa. No lo olvidemos.

Autor

Jesús Aguilar Marina
Jesús Aguilar Marina
Madrid (1945) Poeta, crítico, articulista y narrador, ha obtenido con sus libros numerosos premios de poesía de alcance internacional y ha sido incluido en varias antologías. Sus colaboraciones periodísticas, poéticas y críticas se han dispersado por diversas publicaciones de España y América.
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