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Un día le preguntaron a «Azorín» que diferencia había entre un joven y un viejo y el Maestro respondió lacónicamente, como era su estilo: «El joven, sueña; el viejo, recuerda»… y eso está pasando a quien esto escribe. Mis sueños de joven ya sólo son, a mis 82 años, recuerdos, archivos, vivencias y hemerotecas. Tal vez por eso ahora que tanto se está hablando de Referéndum se me ha venido a la cabeza lo que viví en primera fila (yo era Director de «El Imparcial») aquellos días en torno al 6 de diciembre de 1978.
Primero las cifras reales que salieron de las urnas. Aquella jornada tenían derecho a voto 26.632.180 personas y el resultado fue el que fue:
Votaron – 17.873.271
Abstención – 8.758.909
«Sí» – 15.706.078
«No» – 1.400.505
Blanco – 637.902
Nulos – 133.786
O sea, que refrendaron la Constitución 15.706.078 y no la refrendaron 10.931.102. Luego, no fue la Constitución de todos los españoles, porque en aquella ocasión la abstención fue activa y no pasiva, ya que bastantes partidos hicieron campaña por la abstención. (Naturalmente el Gobierno de Suárez silenció este dato y así pasó a la Historia como «una victoria del «Sí» aplastante). Otra curiosidad fueron los resultados en las Autonomías que ahora reclaman ya la Independencia a través de la Autodeterminación. En Cataluña se refrendó por tan solo 1.005.567 a favor. En el País Vasco no se refrendó por 594.337 votos en contra y en Galicia no se refrendó por 223.119.
En segundo lugar, he recordado (y así están en mi archivo y en las Hemerotecas) las importantes voces que no refrendaron la Constitución. Cito a dos personajes políticos de aquel momento: Gonzalo Fernández de la Mora y Torcuato Fernández Miranda. El primero justificó así su «No» en «El Imparcial» días antes del Referendum:
«La razón fundamental de mi «no» es que la Constitución consagra, por primera vez en nuestra historia jurídica, el principio de que España es un conjunto de «nacionalidades», o sea, de naciones diferentes. Esto es extraordinariamente grave porque la doctrina y la experiencia demuestran que cuando un grupo afirma que es una nación, es que aspira a transformarse en un Estado independiente. Si esto no fuera así, no se habría insistido tan desesperadamente en el término «nacionalidades», y se habría proclamado, simplemente, que nuestra patria se compone de diferentes regiones autónomas, pero que forman parte de esa nación única que es España… La Constitución, al reconocer solemnemente la existencia de varias nacionalidades o naciones, nos arrastra hacia los separatismos… No se puede negar la evidencia de que el proceso de desintegración de España se ha reiniciado, y la Constitución no lo frena, sino que lo acelera».
Por su parte Torcuato Fernández Miranda, el verdadero cerebro de la Transición, respondió así a un periodista poco después de ser aprobada la Constitución:
«¿Que qué va a pasar aquí? Lo de siempre: que España caerá otra vez en los separatismos (y con las “nacionalidades” aprobadas llegarán, seguro, las independencias de Cataluña y el País Vasco), en la corrupción generalizada y en la anarquía política barriobajera…La Ley Electoral conducirá a un caos parlamentario y volveremos a Gobiernos inestables… Ortega tenía razón: no es esto, no es esto… ¡Delenda est Monarchia!… La Monarquía se ha suicidado con esta Constitución. Jamás debió aceptar el Rey quedar sólo de árbitro. Un jefe de Estado no puede ser una figura decorativa. Fíjate ni siquiera la República cayó en eso. Alcalá Zamora y Azaña tenían, al menos, el poder de designar al Presidente del Gobierno y el de cerrar Las Cortes y convocar elecciones generales. El Rey tuvo que “reservarse” esos derechos y, por supuesto, el veto a la participación de España en guerras exteriores. Ni tampoco debió aceptar que el Tribunal Constitucional cayera en manos de los políticos. ¡Ah, Dios, hemos vuelto a perder otra ocasión histórica! ¡No tenemos arreglo ni visión de futuro! ¡Pobre España!»
Bueno, para algo nos tiene que servir la Ley de Memoria Histórica. Ya lo dijo alguien: quien olvida su pasado está abocado a repetirlo.
Autor
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Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.
Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.
Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.
En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.
En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.
Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.
Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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