19/09/2024 01:54

De mis “Memorias”

YO VOTÉ NO

A LA CONSTITUCIÓN DEL 78

Y Gonzalo Fernández de la Mora

Y Torcuato Fernández Miranda

Y Sabino Fernández Campo

Y 10.931.102 millones no la refrendaron

Un día le preguntaron a «Azorín» que diferencia había entre un joven y un viejo y el Maestro respondió lacónicamente, como era su estilo: «El joven, sueña; el viejo, recuerda«… y eso está pasando a quien esto escribe. Mis sueños de joven ya sólo son, a mis 84 años, recuerdos, archivos, vivencias, hemerotecas y “Memorias”. Tal vez por eso ahora que tanto se está hablando del Referéndum de Cataluña se me ha venido a la cabeza lo que viví en primera fila (yo era Director de «El Imparcial») aquellos días en torno al 6 de diciembre de 1978.

Primero las cifras reales que salieron de las urnas. Aquella jornada tenían derecho a voto 26.632.180 personas y el resultado fue el que fue:

Votaron 17.873.271

Abstención 8.758.909

«Sí» 15.706.078

«No» 1.400.505

Blanco 637.902

Nulos 133.786

O sea, que refrendaron la Constitución 15.706.078 y no la refrendaron 10.931.102. Luego, no fue la Constitución de todos los españoles, porque en aquella ocasión la abstención fue activa y no pasiva, ya que bastantes partidos hicieron campaña por la abstención. (Naturalmente el Gobierno de Suárez silenció este dato y así pasó a la Historia como «una victoria del «Sí» aplastante). Otra curiosidad fueron los resultados en las Autonomías que ahora reclaman ya la Independencia a través de la Autodeterminación. En Cataluña se refrendó por tan solo 1.005.567 a favor. En el País Vasco no se refrendó por 594.337 votos en contra y en Galicia no se refrendó por 223.119.

En segundo lugar, reproduzco de mis “memorias” las importantes voces que no refrendaron la Constitución. Y cito a tres personajes políticos de aquel momento: Gonzalo Fernández de la Mora, Torcuato Fernández Miranda y Sabino Fernández Campo. El primero justificó así su «No» en «El Imparcial» días antes del Referéndum:

Fernández de la Mora

«La razón fundamental de mi «no» es que la Constitución consagra, por primera vez en nuestra historia jurídica, el principio de que España es un conjunto de «nacionalidades», o sea, de naciones diferentes. Esto es extraordinariamente grave porque la doctrina y la experiencia demuestran que cuando un grupo afirma que es una nación, es que aspira a transformarse en un Estado independiente. Si esto no fuera así, no se habría insistido tan desesperadamente en el término «nacionalidades», y se habría proclamado, simplemente, que nuestra patria se compone de diferentes regio- nes autónomas, pero que forman parte de esa nación única que es España… La Constitución, al reconocer solemnemente la existencia de varias nacionalidades o naciones, nos arrastra hacia los separatismos… No se puede negar la evidencia de que el proceso de desintegración de España se ha reiniciado, y la Constitución no lo frena, sino que lo acelera».

Fernández Miranda

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Por su parte Torcuato Fernández Miranda, el verdadero cerebro de la Transición, me respondió así poco después de ser aprobada la Constitución:

«¿Que qué va a pasar aquí? Lo de siempre: que España caerá otra vez en los separatismos (y con las “nacionalidades” aprobadas llegarán, seguro, las independencias de Cataluña y el País Vasco), en la corrupción generalizada (el caso Lerroux y el estraperlo serán cosa de risa por lo que ya estamos viendo y oliendo en esta Transición) y en la anarquía política barriobajera…La Ley Electoral conducirá a un caos parlamentario y volveremos a Gobiernos de cuatro meses… Ortega tenía razón: no es esto, no es esto… ¡Delenda est Monarchia!… La Monarquía se ha suicidado con esta Constitución. Jamás debió aceptar el Rey quedar sólo de árbitro. Un jefe de Estado no puede ser una figura decorativa. Fíjate ni siquiera la República cayó en eso. Alcalá Zamora y Azaña tenían, al menos, el poder de designar al Presidente del Gobierno y el de cerrar Las Cortes y convocar elecciones generales. El Rey tuvo que “reservarse” esos derechos y, por su- puesto, el veto a la participación de España en guerras exteriores. Ni tampoco debió aceptar que el Tribunal Constitucional cayera en manos de los políticos. ¡Ah, Dios, hemos vuelto a perder otra ocasión histórica! ¡No tenemos arreglo ni visión de futuro! ¡Pobre España!»

Bueno, para algo nos tiene que servir la Ley de Memoria Histórica. Ya lo dijo alguien: quien olvida su pasado está abocado a repetirlo.

Fernández Campo

-Hola Sabino ¿cómo estás?

-¿Y tú, cómo estás?

-Preocupado, Sabino, muy preocupado.

-¿Y eso?

-La Constitución. ¿Sabes que el texto está ya en el Senado y que se incluye eso de las «nacionalidades», tan peligroso para el Rey, la Monarquía y España?

-Sí, a mí también me preocupó cuando lo leí y me sigue preocupando.

-Mira, he hablado dos veces con Suárez, y hasta casi le he rogado que lo suprima… y me ha dado a entender, ayer mismo, que el Rey lo aprueba ¿es eso verdad?

-Vamos a ver, Torcuato, tú conoces al Rey mejor que yo y sabes muy bien cómo es. El Rey no dice nunca que sí ni que no tajantemente, casi siempre se limita a decir «tú haz lo que creas que debes hacer, siempre que sea en bien de España». No está de acuerdo ni en contra, deja hacer a Suárez. Pues yo, Señor –le dice—votaré NO.

Y Julio Merino

¿Por qué he votado negativamente el proyecto de Constitución en el Congreso y recomiendo esa actitud a mis compatriotas? No por las numerosas deficiencias opinables del texto, sino por discrepancias esenciales, como la definición de la familia, las limitaciones a la libertad de enseñanza y la ambigüedad de un modelo económico que puede desembocar en una economía marxista. Pero la razón fundamental de mi «no» es que la Constitución consagra, por primera vez en nuestra historia jurídica, el principio de que España es un conjunto de «nacionalidades», o sea, de naciones diferentes. Esto es extraordinariamente grave porque la doctrina y la experiencia demuestran que cuando un grupo afirma que es una nación, es que aspira a transformarse en un Estado independiente. Si esto no fuera así, no se habría insistido tan desesperadamente en el término «nacionalidades», y se habría proclamado, simplemente, que nuestra patria se compone de diferentes regiones autónomas, pero que forman parte de esa nación única que es España.

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La Constitución, al reconocer solemnemente la existencia de varias nacionalidades o naciones, nos arrastra hacia los separatismos. Esos separatismos, que se manifestaron trágicamente en el pasado, están cada día más a la vista y, en algunas provincias, ya han desencadenado un clima de odios y de guerra civil. No se puede negar la evidencia de que el proceso de desintegración de España se ha reiniciado, y la Constitución no lo frena, sino que lo acelera. Estimular la disolución de la conciencia de patria y de la unidad nacional es algo que se podrá intentar, pero sin mi voto y sin que mi voz, por modesta que sea, arrastre un solo «sí» más o menos ingenuo.

Ni la familia, ni la enseñanza, ni la libertad empresarial, ni mucho menos todavía la unidad nacional, son cuestiones secundarias que puedan ser despechadas con un simple «pero». Son los puntos que han sido más discutidos, y son tan esenciales y graves que descartan rotundamente el voto afirmativo. Yo voté en contra de la Constitución. Yo voté en contra de las “nacionalidades”. Yo voté en contra de las ratas.

Julio Merino

De mis “Memorias”

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.
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Observador

Está muy bien. Pero toda esa gente, especialmente Miranda y Sabino. Y especial entre Miranda que fue el cerebro de todo, no eran muy inteligentes. Vamos que destruyeron el régimen de franco, elaboraron uns merdé lo metieron en una botella lo agitaron y abrieron el tapón. Luego las quejas y lamentos. A otro con todo esto, fueron culpables. Lo mismo que todos esos inelectuales que fueron los que realmente trajeron la 2Republica mediante un golpe de estado. Entre ellos ese que se las ha dado como gran filósofo llamado ortega y Gasset. Muy filósofo y zarandajas y muy contento con su golpe de estado y luego llegan las consecuencias lógicas y sale llorando «no es esto, no es esto», váyase a freír monas filósofo! Y claro él podía salir corriendo pero tantos miles y miles de españoles que no pudieron salir corriendo porque no tenían las posibilidades del sinvergüenza de ortega y murieron, fueron perseguidos, torturados masacrados en las checas, sufriendo los desastres de una guerra que el gran sinvergüenza filosofo abrió de par en par con su golpe de estado y su republica de merdé.
De la misma manera, Miranda y compañía son principales culpables de la situación a tual xe la España que estos sinvergüenzas me han dejado y dejo a mis hijos, y que posiblemente, tal como están las cosas esto acabará en otra guerra civil.
Dos generaciones de políticamente pervertidos intelectuales sin dos dedos de frente, descerebrados corifeos de un corrupto, traidor y felón auto denominado reyezuelo. Cuando lo que deberían ha saber hecho es detenerle a punta de pistola en el mismísimo Aiun aquel 1975 con franco entre la vida y la muerte.

Geppeto

Vale es verdad que la segunda República iba hacia una dictadura comunista Pero cuando se murió Franco España y el mundo ya eran afortunadamente otra cosa Que quieres que fuera España una dictadura? España ya estaba preparada para ser una democracia y eso es lo que fue y eso estuvo muy bien Aquí ya había una potente clase media y solo hubo que democratizar las instituciones. Algunos desconfiáis del pueblo español y seguís pensando que a los españoles hay que atarles con la correa corta y eso no es así Viva la Libertad y la democracia y los españoles no somos distintos del resto de los occidentales aunque a algunos no os guste

Hakenkreuz

Luego: (17,873,271)/(26,632,180) = 0.6711.

Refrendaron el régimen democrático de 1978 un 67,11% de españoles, 2 de cada 3, independientemente de su ideología. En su descargo hay que afirmar que entonces las personas vivían mayoritariamente el abandono en la divina providencia, y se esperaba de cualquier persona que fuese honrada (se fiaba las deudas, se confiaba en el médico de familia, se era más desinteresado y se era más cristiano en el sentido estricto del término, por lo que no es de extrañar el engaño masivo. Lo malo es la perseverancia casi cincuenta años después).

El voto al NO a la Constitución, es también, como el voto en blanco o nulo, democrático también, es decir, refrenda o consiente, por el simple hecho de votar, un sistema de decisión de poder mayoritario, con lo cual también es responsable ante Dios el Día del Juicio, de los desmanes de la democracia que hoy sobrevive como forma de poder sobre el lugar geográfico e histórico llamado España, nuestra amada patria. Las personas fieles a Cristo no pueden admitir otra autoridad que no esté cimentada en los mandatos del Señor, venga de donde venga.
Además, las personas que fueron a votar y que hoy votan en cualquier elección (europea, nacional, regional o autonómica o local), son responsables ante Dios Nuestro Señor de la acusación tan grave y chantaje moral que sobre los que no votan y rechazan la democracia de pleno por su carácter perverso, vierten de «pasotismo», «negligencia», «pecado mortal de omisión» y otras muchas tendentes a hacer creer que si no se vota a la opción de uno u otro, según quién opine, se está permitiendo el mal, lo cual es diabólicamente falso y embustero. Es justo lo contrario, pues NO votar es NO consentir en el sentido sobrenatural del término tal como nos lo explica san Pablo en Rm 1, 32. Jamás puede ser considerado pecaminoso y contrario a Dios elegir entre dos o más males, engaños, mentiras, opciones hipócritas, cuando no abiertamente criminales y genocidas pervertidoras de todo un pueblo y una generación para su perdición eterna. El no dar apoyo alguno a un sistema criminal, genocida y tiránico, como el que asola España desde 1978 y otras naciones europeas, asiáticas, africanas, americanas y oceánicas desde antes o después, no es, ni puede ser pecado mortal. Y sí lo es enseñar lo contrario.

El error fue votar. Nunca hay abstención pasiva y nadie está obligado a elegir robar porque matar «es más grave». Eso de la pasividad no existe, no es más que una asquerosa falacia de los involucrados en la democracia para atemorizar con todo tipo de terror al que resiste cualquier presión para poner su alma en peligro de perdición eterna por apoyar la mentira con su voto, sea cual sea el color o vacío o nulidad de éste. El que no vota, como el que vota, siempre tiene razones manifiestas o no para hacer lo que hace. Y, desde luego, no solo votar no honra a Dios y le da gloria, sino que lo ultraja hasta el extremo en su Infinita Majestad de Rey de reyes y Señor de señores. Y no hay justificación de males por venir que puedan derivarse del triunfo electoral de unos y otros. El terror, aún dialéctico, es para los que no confían en Dios ni creen en Él ni creen en otra vida que la presente y material. ¿Acaso los mártires perdieron menos que los que pierden elecciones? Pues aténgase todo el mundo a las consecuencias ETERNAS de haber ido a votar, puede que no presentes, pero con toda seguridad futuras. Para Dios no hay voto secreto, nada escapa a la Verdad. Ahí están los confesionarios para los que venzan la soberbia y lleguen a un sincero arrepentimiento. Urge pedir perdón a Dios y no repetir ese error jamás. Que los políticos y sus afiliados carguen con sus pecados mientras no los reparen, pero que no haya inocentes que se solidaricen con su voto con ellos del modo más necio. Los políticos son falsos profetas, no hay político bueno, ni justo, ni fiel a Cristo y a la Verdad.

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