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El pasado mes de mayo, como parte de mi Discurso de Investidura en la Agencia Oficio Hispánico, pronuncié un Discurso sobre el papel que el Pueblo Hispano debe tener frente al llamado Nuevo Orden Mundial y su Agenda.
Recientemente se me pidió pasarlo a un artículo; este es el resultado:
En la Santa Navidad del año 496, durante el Bautismo solemne del Rey de los Francos—Clodoveo— y tres mil de sus súbditos en la Catedral de Reims, el Obispo Remigio pronunció las siguientes palabras:
«Doblega tu cabeza, oh Sicambro; venera lo que hasta ahora perseguías, y persigue lo que adorabas».
No obstante su pasado católico, hace 214 años que Francia dejó de reconocerse a sí misma como:
»La hija primogénita de la Iglesia».
No era injusto ese título, ni mucho menos, porque la nación más extensa, más moderna y la más culta de Europa tenía una sociedad Católica.
De los 26 millones de franceses, sólo 40.000 eran judíos y 500.000 protestantes.
Sí, se sabían parte de la Iglesia Universal, pero conscientes de su peso específico:
139 diócesis y 40.000 parroquias, en 1789.
135 obispos, alrededor de 70.000 sacerdotes seculares —un sacerdote por cada 364 feligreses—, unos 30.000 religiosos y 40.000 religiosas.
En vísperas de la Revolución Francesa, Francia «tenía un paisaje Católico, pues iglesias, ermitas, santuarios y monasterios integraban y, no pocas veces, modelaban pueblos y ciudades».
El estallido, el 14 de julio de 1789, de la Revolución Francesa —de neto contenido Liberal-Masónico— como nueva etapa del proceso histórico del alejamiento del hombre de Dios, lleva a la creación de un nuevo concepto de Estado y sociedad, bajo el lema: «Libertad, igualdad, fraternidad», verdadera parodia de la tolerancia democrática, uno de los valores más cotizados y pregonados en el mercado revolucionario con diferentes fachadas políticas en la actualidad, pero todas ellas anticristianas.
Todos gritan a coro que el valor absoluto a defender es la «libertad»; y olvidan que ésta, para ser verdadera, debe estar cimentada en la Verdad y ordenada al Bien.
La Ilustración —difundida por los enciclopedistas franceses— consigue hacerse con los resortes del poder político, sobre todo a través de la masonería.
A partir de la Revolución francesa, extendiendo poco a poco su influjo mediante el liberalismo, se consigue especialmente este objetivo Globalista en el que el hombre está por encima de la Voluntad de Dios o incluso frente a ella como el proyecto de Nuevo Orden Mundial.
Es, pues, el rechazo de la Soberanía de Dios sobre el hombre y el mundo lo que da lugar a la revolución como proceso histórico del alejamiento del hombre de Dios.
Por ello, en el nuevo régimen, los estamentos propios del orden natural deben desaparecer en beneficio de la nación, ente subversivo frente a los pueblos bajo Dios.
La Iglesia Católica, Apostólica y Romana, Institución vital en la sociedad y pilar fundamental para el sostenimiento de la Monarquía, sufrió desde los inicios un ataque sistemático y perverso. Surgieron los adoradores de la diosa Razón, de la diosa Libertad y de la diosa Humanidad, que buscaban reemplazar la Fe Católica.
Comienza así la descristianización, signada por una verdadera apostasía de sus hombres, religiosos y laicos.
El mundo moderno liberal —en el pensamiento y las instituciones, las leyes y las costumbres— se va, pues, constituyendo ya en Occidente como: Contra-Iglesia, y quiere vivir sin Dios y sin Cristo.
Se hace apóstata, pues todo él procede del cristianismo:
Rechazado la Guía de Cristo en realidad se va configurando contra Cristo.
Este mundo liberal talmúdico cree que «la razón humana, sin tener para nada en cuenta a Dios, es el único árbitro de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal; es ley de sí misma; y bastan sus fuerzas naturales para procurar el bien de los hombres y de los pueblos.
Así, con la finalidad de desmantelar la Iglesia Católica, Apostólica y Romana — ya que la revolución se caracteriza por la idea de la rebelión del hombre frente a Dios— se van sucediendo cronológicamente una serie de disposiciones revolucionarias:
– 4 de agosto de 1789: Abolición de los derechos feudales por la Asamblea nacional.
– 24 de agosto de 1789: Votación por la supresión de los diezmos.
– 2 de noviembre de 1789: Nacionalización de los bienes del clero y su conversión en bienes nacionales para su posterior venta en beneficio del Estado.
Estas medidas, que anulan en definitiva el poder de la Iglesia Católica tienen diversas consecuencias, tales como: la separación Iglesia-Estado y la formación del primer Estado aconfesional, la asunción por el Estado de la educación y la asistencia social por el desmantelamiento de la red educativa y asistencia de la Iglesia.
Esta última consecuencia —la desamortización de los bienes de la Iglesia— la lleva a la pérdida de su independencia económica.
– Febrero de 1790: Primer juramento de obediencia a la Constitución; se trataba de una simple declaración de fidelidad a la nación, al monarca y a las decisiones de la Asamblea Constituyente. La totalidad del clero prestó su juramento, con la excepción del obispo de Narbona, Mons. Dillon
– 13 de febrero de 1790: Abolición de los votos religiosos, lo que significa la supresión de las órdenes regulares.
Se exclaustra a monjas y frailes, se incautan o incendian muchos conventos.
– 18 de agosto de 1791: Supresión de las congregaciones seculares. Estas medidas reducen los efectivos de la Iglesia Católica a los sacerdotes diocesanos; y para ellos también hay una medida de reorganización, que les pondrá a las órdenes directas del Estado.
– 12 de julio de 1790: Aprobación de la Constitución Civil del Clero, que es la base angular de la instauración de una nueva iglesia y la destrucción total de la vigente hasta entonces. Esta reordenación consiste en diseñar de nuevo las diócesis, que deben coincidir con los límites de los departamentos.
Sin embargo, esta medida significa la supresión de 53 diócesis. Al mismo tiempo que la reordenación parroquial, en realidad, consiste en la supresión de cuatro mil parroquias.
En cuanto al personal de la nueva iglesia, la elección de los obispos y párrocos por una asamblea de electores (ciudadanos activos), pero que por el censo censitario está reducido a las clases más acomodadas de la sociedad.
Además, la ordenación de los sacerdotes será por los obispos, pero estos serán por el metropolitano y no por el Papa: es la ruptura con Roma.
Se reorganiza la Iglesia sin contar con Roma.
Se introduce el culto a la Diosa Razón.
Se obliga a jurar la Constitución a obispos, sacerdotes y religiosos, con lo cual se origina un cisma (juramentados y refractarios).
Se persigue (muerte o deportación) a quienes no juran.
La enseñanza, antes muy dirigida por la Iglesia, ahora es pública y laica. La Primaria queda abandonada.
Como el nuevo clero depende del Estado en su organización y manutención y cumple una función pública como el resto de los funcionarios del Estado, sus miembros deben jurar ser fieles a la nación y apoyar con todo su poder la constitución decretada por la asamblea nacional.
Empero, estas medidas que eliminan a la Iglesia Católica francesa cuentan con la total oposición del Papa Pío VI, con lo que se da comienzo al cisma de una iglesia galicana subordinada al poder civil, al margen de la autoridad pontificia, de estructura episcopalista y presbiteriana, donde los obispos y los párrocos eran elegidos por el pueblo y los nombramientos episcopales serían solamente notificados a Roma.
Entre los miembros del episcopado únicamente cuatro renegarán de la fidelidad a Roma: Talleyrand, obispo de Autun.
Loménie de Brieme, Cardenal arzobispo de Sens.
Jarente, obispo de Orleans.
Lafont, obispo de Viviers. Entre los miembros del clero se calcula en un 53% los refractarios al juramento y reconocimiento de la ruptura con Roma.
En cuanto al pueblo creyente, éste se suma a la oposición al clero oficial y asiste a ceremonias clandestinas.
El Papa Pío VI prohibió el juramento y excomulgó, el 12 de marzo de 1791, a los sacerdotes que lo prestaran.
El rechazo a la reorganización eclesial es respondida por las autoridades civiles revolucionarias con fuertes medidas:
– 29 de noviembre de 1791 el clérigo que no jure en ocho días será puesto bajo vigilancia.
– 27 de mayo de 1792: se vota un decreto que sometía a la deportación más allá de las fronteras a cualquier eclesiástico al que veinte ciudadanos denunciaran como no juramentado y al que el distrito reconociera como tal.
– 10 de agosto de 1792: se aprueba la famosa ley de sospechosos, donde el clero refractario forma uno de los colectivos considerados enemigos declarados de la revolución.
– 26 de agosto de 1792: se redacta la ley de deportación general de todos los miembros del clero que se hayan opuesto al juramento.
– 2 de septiembre de 1792: una banda de revolucionarios sacó del carruaje en que se conducía a la prisión a tres sacerdotes refractarios y los colgó; comienzan así las Matanzas de Septiembre. Más de mil monárquicos —aproximadamente unos doscientos cincuenta sacerdotes— y presuntos traidores apresados en diversos lugares de Francia, fueron sometidos a juicio y ejecutados; es el primer asesinato colectivo.
– 3 de septiembre de 1792: se redacta un nuevo juramento en el cual se debe comprometer el juramentado a mantener la libertad, la igualdad y la seguridad de las personas y propiedades.
– Marzo de 1793: los sacerdotes subsistentes en territorio francés que se negaron a jurar la Constitución Civil del Clero —llamados curas refractarios— quedan condenados a muerte. Estas medidas causan la salida de más de cuarenta mil exiliados de condición religiosa, seis mil de los cuales recalan en España y ayudarán a acrecentar desde el catolicismo español un sentimiento contrario al revolucionario francés, que se materializará en 1808 en la lucha contra Napoleón… Aunque también influirá en la Iglesia Católica Hispana hasta hoy haciéndola »prostituta» del Sionismo Global llamado Nuevo Orden Mundial o del Anticristo… Estos son los Tiempos del llamado Nuevo Orden Mundial o Nueva Torre de Babel con su Agenda 2030.
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