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Si alguno de ustedes ha tenido la gentileza de leer alguno de mis últimos artículos en El Correo de España, habrá visto que califico a Vladimir Putin de chequista. También habrán leído, en este mismo medio y en otros, que mucha gente advierte de que Putin no es comunista.
No creo que esas advertencias vengan a cuento de mi calificación -eso me daría una importancia de la que carezco-, pero si que se orienten a mantener una postura antiestadounidense. Por supuesto, la arrogancia de Estados Unidos, su continua injerencia en las cuestiones internas de los países que -en la opinión de los yanquis- necesiten ser «reconducidos» a la democracia liberal, los hacen particularmente antipáticos.
Pero una cosa es que no nos guste que el Presidente de USA, sus amigos, sus grupos de presión, nos mangoneen, y otra distinta caer en el extremo contrario. Por mucho que la política exterior de los Estados Unidos nos desagrade; por mucho que rechacemos sus maniobras para interferir en los asuntos internos de otros países; por mucho que sean condenables su apoyo y hasta la perpetración directa de golpes de estado y hasta asesinatos para establecer Gobiernos a su gusto en otros países, tampoco se puede perder de vista que, en la actual guerra de Ucrania, Putin es responsable de atrocidades evidentes y de -según el antecedente de Nuremberg- crímenes de guerra.
En efecto, Putin no es comunista. Putin es putinista y se cree heredero de los zares. Pero Putin si fue espía del KGB. Y no un simple funcionario de la KGB, dedicado a ordenar que se arreglen puertas y grifos, o se paguen nóminas, o se contrate personal, sino un espía de campo, destinado en países de Occidente con las funciones propias de su trabajo.
Los espías no son como salen en las películas; Putin no es Bond, James Bond, y tal vez ni siquiera haya usado un arma en su oficio. Los espías -agentes de campo- se dedican a establecer contactos con personas que les pueden ser útiles para su labor; con personas dispuestas a facilitar información por cualquier motivo, entre los cuales los más probables suelen ser el dinero, la ideología o la venganza. El funcionario que saca provecho de lo que sabe vendiendo la información; el empleado que está convencido de que el país al que le proporciona sus conocimientos es mejor que el suyo propio, o que su propio gobierno; el que se siente menospreciado y quiere vengarse de quien le hace de menos.
Putin, por tanto, ha adquirido en sus años de espía un profundo conocimiento de las personas; sabe encontrar la debilidad de cada cual, sabe hallar cuales son sus motivaciones y sus miedos, y utilizarlos. Putin es un maestro del disimulo, del engaño, de la maquinación y de la manipulación porque para todo eso fue preparado.
Todo lo cual no obsta para que los Estados Unidos hayan también manipulado a Ucrania, hayan -como recuerdan algunos- facilitado el golpe de Estado que hace unos años derribó el gobierno pro ruso; hayan jugado con la posibilidad de la unión de Ucrania a la OTAN. Y que lo hayan hecho con la ayuda de su lacayo europeo.
Pero tampoco es motivo para que, como Putin no es comunista, y como los USA y la UE provocan a Rusia «cercándola» de gobiernos afines, ignoremos que la realidad es la que es; y que en este caso, la realidad es que Rusia está cometiendo un genocidio y una guerra de agresión. Crímenes de guerra que, por supuesto, no acabarán en el Tribunal Penal Internacional de La Haya. Allí sólo acaban los que pierden guerras, y Putin acabará ganando la suya, salvo que a alguien se le suelten los esfínteres y la acabemos perdiendo todos en un holocausto nuclear.
Porque Putin sólo tiene una salida: ganar esa guerra cuya existencia oculta a sus ciudadanos, desconectándoles del resto del mundo y metiendo en la cárcel a quien diga algo que al Kremlin no le guste. Y si la guerra se prolonga y siguen muriendo reclutas rusos; si los carros de combate y los camiones de suministro rusos siguen quedándose averiados en la cunetas; si los soldados rusos siguen teniendo que robar comida en los supermercados ucranianos, quizá le cueste mucho ocultar la verdad a los ciudadanos de su país.
Quizá entonces vea, como única solución, el empleo de armas nucleares. Sólo espero que, para entonces, haya a su lado alguien con la suficiente inteligencia, la suficiente frialdad y el necesario valor para pegarle dos tiros antes de que pulse el botoncito.