20/09/2024 01:40
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Y no se asusten. Porque al «Dictator» que yo me refiero es al  «Dictator» romano, o sea al que nombraba el Senado cuando la situación de la Patria era de desastre y Roma estaba al borde del abismo, por la incompetencia de los Cónsules y la clase política (patricios y plebeyos), dividida y enfrentada. En el «Dictator», aunque era elegido y designado, se concentraban todos los Poderes del Estado y podía hacer y deshacer a su antojo, aunque vigilado por el Senado. Normalmente solía ser un militar, pero también los hubo civiles… y su mandato tenía un límite prefijado (6 meses, 1 año, 2 años y renovable si persistía la guerra o la situación de desastre).

                   

Y como yo creo que la situación de España es de verdadero desastre, gracias a los últimos Gobiernos, y especialmente al actual, formado por una coalición socialista-comunista, y estamos al borde o en el abismo… creo, insisto, que ha llegado la hora de darle el poder, todo el Poder, a un «Dictator», ya que estamos viendo que la Monarquía necesita una reforma profunda para ser algo más que un adorno y la República causa pavor, tras los fracasos absolutos de la Primera de 1873 y la Segunda de 1931

                 

Sí, en mi criterio, sólo un «Dictator», a la romana, o un «Sargento de Hierro» a la alemana, podría sacarlos del «pozo». En ambos casos, un hombre que asuma todos los poderes y pueda operar con el bisturí en la mano, para poder cortar y sanar todo lo que esté gangrenado y nos ha llevado a la triste situación que vivimos.

               

 Eso sí, sería un «Dictator» o un «Sargento de Hierro» democrático, puesto que sería elegido por el pueblo (y no por los partidos) y con un mandato limitado y prefijado de antemano.

               

Bueno, pero para que vean, los que no lo sepan, lo que era un «Dictator » romano o un «Sargento de Hierro» («Canciller de Hierro») les reproduzco lo que nos dice Google y Wikepedia.

 

Un dictador era un magistrado de la República romana al que se le confería la plena autoridad del Estado para hacer frente a una emergencia militar o para emprender una tarea específica de carácter excepcional. Todos los demás magistrados estaban subordinados a su imperium y la posibilidad de que los tribunos de la plebe vetaran sus acciones o de que el pueblo apelara contra ellas era muy limitada. Sin embargo, para evitar que la dictadura amenazara al propio Estado, se impusieron importantes limitaciones a sus poderes: un dictador solo podía actuar dentro de la esfera de autoridad a la que estaba destinado y estaba obligado a renunciar a su cargo una vez cumplida la tarea que se le había encomendado, o al cabo de seis meses. Se nombraron dictadores con frecuencia desde los primeros tiempos de la República hasta la segunda guerra púnica, pero la magistratura quedó en suspenso durante más de un siglo, hasta que fue restablecida en una forma significativamente modificada, primero por Sila y luego por Julio César. Este cargo se suprimió formalmente tras la muerte de César y no se restableció bajo el Imperio (…)

El nombramiento de un dictador requería tres trámites: primero, el Senado romano debía emitir un decreto conocido como senatus consultum, autorizando a uno de los cónsules a designar (dicere) a un dictador. Técnicamente, un senatus consultum era de carácter consultivo y no tenía fuerza de ley, pero en la práctica casi siempre se cumplía. Cualquiera de los dos cónsules podría nominar a un dictador. Si ambos cónsules estaban disponibles, el dictador se elegía de común acuerdo; si no podían ponerse de acuerdo, los cónsules echaban a suertes la responsabilidad. Finalmente, la comitia curiata debía atribuirle el imperium al dictador mediante la aprobación de una disposición conocida como lex curiata de imperio.

Un dictador podía ser nominado por diferentes razones, o causa. Las tres más comunes eran rei gerundae causa (‘para que así se haga’), utilizada en el caso de dictadores designados para ejercer un mando militar contra un enemigo específico; comitiorum habendorum causa (‘celebración de comitia, o elecciones’) cuando los cónsules no podían hacerlo; y clavi figendi causa, un importante rito religioso que consistía en clavar un clavo en la pared del templo de Júpiter Óptimo Máximo como protección contra la peste.

Otros motivos podían ser seditionis sedandae causa (‘para sofocar la sedición’); ferarium constituendarum causa (‘establecer una fiesta religiosa’) en respuesta a un terrible presagio; ludorum faciendorum causa (‘celebrar los Ludi romani’) o «Juegos romanos», una antigua fiesta religiosa; quaestionibus exercendis (‘investigar ciertas acciones’); y en un caso extraordinario, senatus legendi causa, para reponer los escaños del Senado después de la batalla de Cannas. Estas razones se podían combinar (seditionis sedandae et rei gerundae causa), pero no siempre se registran o se declaran claramente por las autoridades de la antigüedad y por lo tanto son deducidas.

En los primeros tiempos era habitual nombrar a alguien a quien el cónsul consideraba el mejor comandante militar disponible; a menudo se trataba de un antiguo cónsul, pero no era obligatorio. Sin embargo, a partir del año 360 a. C., los dictadores generalmente eran consulares. Normalmente solo había un dictador a la vez, aunque se podía nombrar un nuevo dictador tras la dimisión de otro. Un dictador podía ser obligado a dimitir de su cargo sin cumplir con su tarea o con su mandato si se descubría que había faltado a los auspicios bajo los cuales había sido nominado.

Poderes y límites

Además de ejercer el mando militar y llevar a cabo las acciones para las que fue nombrado, también podía convocar y presidir cualquiera de las asambleas legislativas del pueblo romano, incluido el Senado. La extensión del poder dictatorial era considerable, pero no ilimitada, ya que estaba limitada por las condiciones de su nombramiento, así como por el desarrollo de las tradiciones del derecho romano y no podía elaborar leyes (aunque sí aprobar decretos,y dependía en gran medida de la capacidad del dictador para trabajar junto con otros magistrados. Las limitaciones concretas de su poder no estaban claramente definidas y fueron objeto de debate, contención y especulación a lo largo de la historia de Roma.

Para la consecución de su causa, la autoridad del dictador era casi absoluta. Sin embargo, por regla general no podía sobrepasar el mandato para el que había sido nombrado; así, un dictador designado para convocar unas comitia no podía asumir un mando militar contraviniendo la voluntad del Senado​ Sin embargo, el Senado podría requerir a un dictador que ejerciera una función distinta a la anunciada públicamente. Algunos dictadores nombrados para un mando militar también desempeñaron otras funciones, como celebrar unas comitia, pero presumiblemente lo hicieron con el consentimiento del Senado.

El imperium de los demás magistrados no quedaba anulado por el nombramiento de un dictador. Seguían desempeñando las funciones de su cargo, aunque sujetos a la autoridad del dictador, y permanecían en el puesto hasta la expiración de su mandato anual, momento en el que por lo general el dictador había cesado en sus funciones. Por lo general los dictadores eran cónsules y no está claro si el imperium de un dictador podría extenderse más allá del consulado para el que fue nombrado; Theodor Mommsen consideraba que su imperium terminaba al tiempo que su consulado, pero otros autores opinan que podría continuar más allá del final del año civil y de hecho hay varios ejemplos en los que un dictador parece haber iniciado un nuevo año sin ningún cónsul, aunque algunos estudiosos dudan de la autenticidad de estos «años dictatoriales».

Inicialmente el poder de un dictador no estaba sujeto ni a la provocatio, ni al derecho a apelar la decisión de un magistrado, ni a la intercessio, el veto de los tribunos de la plebe. ​ Sin embargo, la lex Valeria, que establecía el derecho de apelación, no quedaba derogada por el nombramiento de un dictador y en el año 300 a. C. incluso el dictador fue objeto de provocatio, al menos en la ciudad de Roma. También hay evidencia de que el poder de los tribunos plebeyos no quedaba totalmente anulado por las órdenes del dictador y, en el año 210 a. C., los tribunos amenazaron con impedir las elecciones convocadas por el dictador Quinto Fulvio Flaco a menos que aceptara retirar su nombre de la lista de candidatos al consulado.

Se esperaba que un dictador renunciara a su cargo una vez concluida con éxito la tarea para la que había sido nombrado, o al cabo de seis meses. Se pretendía que esta importante limitación impidiera que la dictadura se acercara demasiado al poder absoluto de los reyes romanos. Pero es posible que se haya prescindido de la limitación de seis meses cuando el Senado lo consideró oportuno; no se conocen cónsules durante los años 333, 324, 309 y 301, y hay constancia de que el dictador y el magister equitum continuaron en el cargo sin que hubiese ningún otro cónsul.

Dada la propia naturaleza de esta magistratura, la mayoría de los expertos sostienen que a un dictador no se le podían exigir responsabilidades por sus actos después de finalizar su cargo, por lo que el procesamiento de Marco Furio Camilo por apropiarse indebidamente del botín de la ciudad etrusca de Veyes es excepcional, como tal vez fue el de Lucio Manlio Capitolino en el año 362, que fue depuesto solo porque su hijo, Tito, amenazó la vida del tribuno que había emprendido la acusación. Sin embargo, algunos estudiosos sugieren que el dictador solamente estaba libre de enjuiciamiento durante su mandato y que teóricamente podría ser citado para responder a cargos de corrupción

 

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Y ahora veamos lo que fue el «Canciller de Hierro» Otto Von Bismarck:

 

Otto von Bismarck, el “canciller de hierro”

Hace 200 años nació Otto von Bismarck. El primer canciller alemán dejó un legado histórico sobre el cual aún se debate. Expertos consultados por DW reflexionan sobre la figura del llamado “canciller de hierro”.

Para muchos alemanes, la imagen está ligada a Otto von Bismarck. Príncipes y generales en uniformes oscuros aparecen de pie en el Salón de los Espejos del palacio francés de Versalles, y celebran con los brazos extendidos al káiser alemán Guillermo I. Pero no es el monarca el que ocupa el centro de la pintura, sino Otto von Bismarck, cuya presencia es resaltada por su uniforme blanco.

La obra glorifica el 18 de enero de 1871, fecha considerada fundacional del Reich alemán. Entonces, 25 Estados se unieron en uno solo bajo la tutela de Prusia. Se atribuye a la política de Bismarck el haber superado entonces el orden prevaleciente durante siglos, formado por pequeños Estados.

Por ello, los alemanes honraron desbordadamente a Bismarck con un marcado culto a su persona: por todos lados aparecieron monumentos a Bismarck, calles Bismarck, y muchos otros motivos que hasta nuestros días recuerdan al “canciller de hierro”. Los escolapios aprenden que Bismarck no solamente unió a Alemania, sino que durante su tiempo al frente de la cancillería, de 1871 a 1890, también instauró el derecho electoral y los sistemas de protección social como el seguro médico, el seguro contra accidentes o el sistema de jubilación.

 

Pero también hay voces que ven a Bismarck como el canciller de la guerra que, con todo y su casco prusiano, preparó el terreno para el futuro militarismo alemán. Después de todo, las guerras contra Dinamarca en 1864, contra Austria en 1866 y contra Francia en 1870/1871 permitieron la fundación del Reich alemán. Políticamente, fue Bismarck, entonces primer ministro de Prusia, quien preparó aquellos conflictos bélicos.

Otros aspectos de Bismarck son también criticados. Se le atribuye la responsabilidad por la persecución estatal de los socialistas, por una política parlamentaria subdesarrollada en la Alemania de finales de siglo XIX y principios del XX, así como por el establecimiento de colonias alemanas en África y Asia.

Bismarck como reflejo

¿Fue Bismarck entonces un superhéroe alemán, o un villano? El historiador Christoph Nonn lo califica como “una pantalla en la que se proyectan valoraciones positivas o negativas de la historia nacional de Alemania”. El experto propone otros enfoques. Por ejemplo, la fundación del Reich no fue un asunto puramente alemán, y ciertamente no fue una obra personal de Bismarck, dice. El autor de la obra “Bismarck: un prusiano y su siglo” precisa que la fundación del Estado alemán “fue un proceso complejo y largo, en el que participaron muchos actores, tanto en Alemania como en el exterior. Algunos de ellos buscaron impedir la fundación alemana”.

Bismarck tampoco fue el único responsabe por las guerras que precedieron a la fundación del Reich: Nonn considera que el canciller no fue un militar ni un agresor, sino que prefirió apostar por la negociación. Arnd Bauerkämper, historiador de la Universidad Libre de Berlín, coincide. Fue hasta 1890, al elaborar sus memorias, cuando el propio Bismarck formó una imagen de sí mismo como un canciller guerrero, afirma el experto.

Tanto Nonn como Bauerkämper subrayan que bajo el canciller Bismarck, el Reich se abstuvo de hacer demandas territoriales; en cambio, practicó una política exterior equilibrada, a fin de poder concentrarse en la evolución económica interior.

El dilema de la democracia

En cuanto a su política interior, Bismarck no siempre privilegió el diálogo o el equilibrio. El Estado fundado en 1871 fue una monarquía constitucional, pero el Parlamento tenía una influencia limitada en cuanto a las políticas del gobierno. Fueron tiempos difíciles para los partidos políticos. Para Bismarck, el naciente movimiento político obrero era incluso “enemigo del Reich”. A través de leyes, el canciller prohibió de facto los partidos socialdemócratas.

La introducción de los seguros médico, de accidentes y de jubilación también se originaron en este rechazo de Bismarck a los movimientos obreros. “Las reformas sociales pretendían mermar el apoyo a los socialdemócratas, así como asegurar la lealtad de las crecientes clases trabajadoras hacia el nuevo Estado alemán”, dice Bauerkämper.

El historiador afirma que la imagen de Bismarck se ha tornado positiva desde hace tres o cuatro décadas. Nonn, por su parte, ve algunos paralelismos entre la fundación del Reich en 1871 y la reunificación alemana de 1990. En ambos momentos hubo temor de que Alemania pretendiera expandirse territorialmente. Y como en 1871, en 1990 Alemania tambien tuvo que negar que tuviera tales intenciones. “Es la misma política, consistente en tranquilizar a los vecinos europeos”. El más grande logro de Bismarck en política exterior fue precisamente, según Nonn, “que el recién fundado Reich alemán se abstuviera de hacer la guerra por más de 40 años.”         

                     

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En resumen, que España, esta España perdida, necesita ya un «Dictator» o un «Sargento de Hierro»… pero lo malo, es que los «Dictator» también pueden comportarse o ser de izquierdas o de derechas. Y entonces, «Vae victis»… (¡ay de los vencidos»).

                     

Lo siento, pues, amigos. Por eso yo digo lo que Marco Antonio: «Non fabulari sed ferro liberanda est patria» («Es con el hierro y no escribiendo como se libera la Patria»)

 

Autor

Julio Merino
Julio Merino
Periodista y Miembro de la REAL academia de Córdoba.

Nació en la localidad cordobesa de Nueva Carteya en 1940.

Fue redactor del diario Arriba, redactor-jefe del Diario SP, subdirector del diario Pueblo y director de la agencia de noticias Pyresa.

En 1978 adquirió una parte de las acciones del diario El Imparcial y pasó a ejercer como su director.

En julio de 1979 abandonó la redacción de El Imparcial junto a Fernando Latorre de Félez.

Unos meses después, en diciembre, fue nombrado director del Diario de Barcelona.

Fue fundador del semanario El Heraldo Español, cuyo primer número salió a la calle el 1 de abril de 1980 y del cual fue director.